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007.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Riane había traído sus pistolas para la práctica de tiro. Toda la 501 iba a estar presente, pero ella estaba comenzando a superar sus nervios. Tenía que creer en sus habilidades si quería que los demás también lo hicieran. Cincos le había dicho que normalmente cada uno usaba su propio bláster para estas pruebas, pero Riane había pedido poder usar sus pistolas en el campo de batalla y, como era con lo que se sentía más cómoda, el general Skywalker había aceptado sin problemas.

Cincos odiaba las prácticas de tiro, pero Echo le recordó que el capitán las organizaba para que los chicos se desestresaran mientras practicaban. Además, dijo, eran mucho mejores que las prácticas físicas. Su hermano repitió que le recordaban demasiado a Kamino y a las prácticas con el Escuadrón Dominó, y eso hizo callar a Echo. Riane no preguntó nada al respecto.

La 501/C se abrió paso por los pasillos. Riane había cambiado su cinturón de la anterior misión por dos guardas en los muslos, como las que solía llevar en Naboo. Había comprado dos fundas nuevas: estas eran negras, y cada una sujetaba una de sus pistolas en una pierna. Llevarlas así hacía que tuviera más movilidad a la hora de desplazarse con esa gran armadura, y, además, así podía llevar el cinturón de reglamento sin preocuparse por dónde poner las armas.

Todos llevaban el casco bajo el brazo. Riane se había atado el pelo en una coleta, y estaba lista para demostrar su puntería. Era lo que mejor había hecho siempre en la Academia, desde que era una niña, y sus habilidades con armas de fuego le habían dado un puesto en los Cuerpos Especiales. Solía equiparar la balanza con su puntería, y así conseguía que sus superiores no se fijaran mucho en sus otras carencias, como la fuerza física. Hoy no podía ser una excepción.

La sala de tiro en la que iban a practicar era una de las muchas instalaciones del Cuartel en Coruscant. La 501/C formó al lado de los hombres de los cuarteles A y B, esperando a que llegaran el D y el E.

Riane se puso firme al lado de Cincos, con Echo al otro lado y el resto de los hombres detrás. Se cuadró al estilo naboo, y miró de reojo para ver cómo los clones ponían los pies. Después, miró al frente y no se movió ni un milímetro durante varios segundos.

Nadie se había puesto el casco aún. El capitán Rex estaba acompañado de un clon al que Riane reconocía: el comandante Cody del 212 Batallón de Ataque. Se había dado cuenta de que debían de ser buenos amigos, y supuso que estaba allí para supervisar con él el entrenamiento.

Los dos grupos que faltaban entraron por la puerta a las once cien horas exactamente, y las puertas se cerraron tras ellos mientras formaban en la gran sala. Frente a los soldados había una gran pared negra, pero Riane sabía que era más que eso. Iban a proyectar blancos móviles.

El capitán caminó frente a las filas, mirando a todos los soldados con expresión seria mientras sujetaba su casco con uno de sus brazos. Riane no movió la mirada del frente cuando pausó ante ella, observándole la cara con atención. Enseguida continuó y ella pudo volver a respirar.

Aquel rubio la ponía más nerviosa que sus superiores de Naboo, y comenzaba a pensar que era por recordar cómo se había comportado ella en Raser. Si hubiese sabido que iba a acabar siendo su superior indefinidamente, se hubiera callado la boca, pero quizás entonces Skywalker nunca hubiera decidido hacerla parte de la Legión.

Era algo complicado.

En realidad, ¿a quién quería engañar? Riane sabía que callarse la boca no iba con ella.

—Descansen —anunció Rex mientras se ponía ante ellos—. Hoy os he llamado para realizar una de nuestras prácticas de tiro. Todos debéis estar a punto para el nuevo asalto, que puede ser en cualquier momento —dijo seriamente—. El comandante Cody del 212, al que muchos conocéis, estará aquí para supervisar la práctica conmigo.

El clon de la armadura naranja se colocó junto a Rex, mirándolos a todos con, le pareció a Riane, ojos más amables.

—Cada uno podrá utilizar el arma de fuego que guste para la práctica, aunque sugerimos que uséis algo que os dé buena precisión —dijo Cody—. Vais a estar disparando a blancos móviles.

Rex apretó un botón de un mando que llevaba, y la pared móvil a sus espaldas se deslizó hacia atrás. Riane calculó que habría unos cincuenta metros de la pared a la línea de tiro de la que no iban a poder pasar. Al ser un blanco móvil, la distancia iba a hacerlo todo más difícil, pero no imposible.

Comenzaron los hombres del grupo A, seguidos por el B. Riane no recordó a nadie excepcional, pero la mayoría eran capaces de acertar gran parte de los tiros a esa distancia. Tras los primeros tiradores, el ambiente en la sala se había relajado considerablemente, y muchos comenzaban a gritarles palabras de ánimo a sus hermanos, incluidos Rex y Cody, que, aunque intentaban aparentar más seriedad, la chica también podía ver que aquello les divertía.

Según los hombres acababan, iban a sentarse en los bancos del lado derecho, donde podían ver los resultados de sus compañeros. Cada vez que un hombre se acercaba a la línea para cumplir con su turno, el patrón de tiro cambiaba. Eran cinco tiros en total, y cada hombre tenía siete disparos. Podías fallar dos, pero eso era todo.

Sólo un par de hombres del grupo A habían acabado a la primera con todos los blancos.

No tardaron en acabar con el B, y Riane empezó a ponerse nerviosa. Miró a sus nuevos amigos con incomodidad.

—No te preocupes, Riane —dijo Tup con una dulce sonrisa—. Puedes ir la última del grupo si quieres.

Ella sonrió débilmente en agradecimiento.

—¿Y eso por qué? —preguntó otro.

Era Dogma. Tenía una gran V tatuada en el rostro, y había mirado a Riane con el ceño fruncido desde que se habían conocido. Ella tragó saliva: no quería tener ningún enemigo nada más llegar.

—Venga, Dogma —dijo Cincos con una sonrisa socarrona mientras comprobaba su bláster—. Sé un caballero.

Él masculló algo que nadie pudo entender como respuesta.

Cincos fue el primero. Muchos de sus hermanos gritaron cosas como "¡Dale, fiera!" y otras parecidas, pero Riane se quedó en silencio mientras observaba. Echo y él sacaron los mismos puntos: les dieron a todos los blancos, pero fallaron dos tiros por el medio.

Luego fueron Tup y Jesse, que no acabaron por uno, y después fue el turno de Hardcase. Riane creía que lo suyo era disparar mucho, pero no con puntería. Quizás era de esos que valoraban más la cantidad que la calidad. Dogma sacó la misma nota que Cincos y Echo, y ahora era el turno de Kix. Riane comenzó a ponerse nerviosa, y podía sentir la mirada de todos los clones en ella ahora que sus amigos no estaban a su alrededor para taparla con sus cuerpos.

Muchos de los hombres le gritaron palabras de ánimo al soldado médico, que lo hizo bastante bien. Dio su último disparo mientras sus hermanos gritaban y se reían como niños.

Se separó de la línea y Riane se acercó a ella con el paso más firme que le permitió el nerviosismo.

La sala quedó en un silencio sepulcral. Ni siquiera Cincos le gritó nada, y a ella se le secó la boca.

Aquí llegaba su momento.

Rex se acercó a ella mientras Cody reseteaba el programa. Ella se puso el casco rápidamente, porque se estaba poniendo pálida.

El capitán le dio una pequeña sonrisa, pero Riane creyó que se estaba riendo de ella. Ya no le recordaba tanto al amigable Rex que le había ayudado a volar los tanques, sino al capitán que parecía disfrutar metiéndola en un aprieto.

Aquello no pintaba nada bien.

—Bueno, novata —le dijo, y todos le podían oír sus palabras por el silencio que se había formado—. ¿Con qué vas a disparar?

Riane sacó la DL-44 que llevaba en la pierna derecha, levantándola mientras le quitaba el seguro.

—Con esta, señor.

Rex asintió, mirándola de reojo mientras le daba la espalda para acercarse de nuevo a Cody.

—Buena suerte entonces, brillitos.

Riane no creía en la suerte. Creía en la práctica y en el trabajo duro.

La suerte no la había entrenado, y, sobre todo, no la había llevado hasta allí.

Respiró hondo, tomó la posición adecuada, y oyó cómo Cody encendía el simulador. En el silencio de la sala de tiro, su cerebro se apagó completamente mientras veía cómo aparecía el primer punto amarillo.

Movió la mano varias veces, pero se tomó los dos primeros segundos para centrarse.

Después dejó que sus instintos la dominaran, y no pensó más.

Se oyó un disparo.

Unos segundos después, otro.

Un tercero.

El cuarto.

Y, por último, el quinto.

Riane no se movió hasta que se dio cuenta de que los había acertado todos.

Después, bajó la mano despacio, enfundando la pistola en silencio.

—¡Esa es nuestra chica! —gritó Cincos desde el banco.

El resto de la 501 aplaudió, y, los que no, fruncían el ceño y se susurraban entre ellos con confusión.

Riane se giró hacia sus superiores. Cody asentía mientras escribía en un datapad, pero Rex tenía los ojos fijos en ella. No sonreía, y Riane agradeció tener el casco puesto para que no pudiera ver cómo de roja se había puesto ante los gritos de sus compañeros, que aún duraban. El capitán tenía los brazos cruzados sobre el torso, la mandíbula inclinada hacia arriba mientras sus ojos morenos se clavaban en el visor del casco de la chica.

Sí, definitivamente, el Rex amigable ya no estaba por ninguna parte. Aquel era Rex, el valiente capitán de la 501, quien seguía las órdenes hasta el final. Y parecía que alguien le había dicho que su deber era asegurarse de que Riane daba la talla, costara lo que costara.

El capitán levantó la mano antes de que la chica pudiera huir a su asiento. Cody le miró con confusión, bajando la tableta electrónica, y los aplausos callaron gradualmente.

—Muy bien, novata —dijo Rex secamente—. Pero vamos a ver si puedes con esto.

Se giró hacia el panel de control mientras Cody le decía algo con prisa, moviendo los brazos y la cabeza.

Riane se giró hacia Echo y Cincos con terror. Estaba claro que el primero se había equivocado, y que el capitán no la admiraba de ninguna manera: es más, le iba a hacer la vida imposible. Los dos clones negaron con la cabeza, los rostros serios, mientras los demás hombres de la 501 hablaban entre ellos en murmullos.

Estaba claro que el capitán tenía cruzada a la novata.

La pared se movió hasta atrás durante largos segundos. Riane tragó saliva, volviendo a sacar la pistola mientras se preguntaba cómo de grande era la sala de práctica. Era posible que midiera un kilómetro de largo, ni siquiera le extrañaría. Odiaba las prácticas de larga distancia. Sobre todo, con una maldita pistola.

—Trescientos metros —dijo Rex como si fuera moco de pavo—. Imagínate que es un droide sonda, soldado.

De repente, Riane estaba enfadada. Se sacó el casco de un solo movimiento, pero no dijo nada. Sabía que, si lo hacía, no le iba a salir nada bonito. Cody aún le susurraba algo a Rex (probablemente estaba intentando hacerle entrar en razón), pero él parecía estar ignorándole. Ahora sonreía con diversión, y eso ponía a la chica enferma.

No sabía cuál era su problema, pero empezaba a pensar que, en realidad, ella nunca le había caído bien, y que ahora la estaba haciendo pagar por su temerario plan respecto a los tanques. Estaba demasiado molesta como para desear equivocarse.

Dejó el casco en el suelo, sin azotarlo, porque era el suyo después de todo, y se giró hacia el capitán con una mueca que nadie intentó interpretar.

—Cuando quiera —soltó con tono mordaz.

Los clones volvieron a susurrar. Ella sacó las dos DL-44 de las guardas, quitándoles el seguro. Si Rex quería un espectáculo, ella iba a encargarse de dárselo.

Cody negó con la cabeza, pero accionó la prueba mientras mascullaba una maldición.

Riane se giró hacia la pared. Un único blanco, algo más grande que el anterior para por lo menos facilitarle la vida un poco, se movía en algo parecido a una línea recta ondulante frente a ella. Imitaba perfectamente al droide sonda que Rex y ella habían conseguido tumbar a duras penas en la misión de reconocimiento. Se estaba riendo de ella, lo tenía claro.

Pero a Riane le daba igual.

¿Quería reírse de ella? ¿Decirle que había sido él quien había tumbado a la sonda en Raser? ¿Que ella era una novata y él el capitán? Muy bien, entonces.

Apretó las manos alrededor de las pistolas, alzando los brazos con prisa y disparando de inmediato.

Esta vez, no contó los disparos, pero siguió friendo el blanco hasta que se quitó de la pantalla, que, al acabar, mostró la trayectoria de los tiros. Creaban una curva ondulante perfecta, como una plana U.

Cody carraspeó, apuntando otra vez en el datapad, y se dio prisa para decir algo antes de que Rex lo hiciera.

—Muy bien, Riane —anunció con una pequeña sonrisa nerviosa—. Le has dado ocho veces al blanco y lo has rozado otras tres. Puedes sentarte.

Ella guardó las pistolas, agachándose para recoger el casco del suelo con la cara tan seria que era peor que una mueca de furia.

—Gracias, comandante.

Se levantó y le dedicó una larga mirada a Rex. Él se había cruzado de brazos de nuevo, pero elevó sus cejas hacia ella con diversión, una sonrisa de entretenimiento rozándole los labios. Riane resopló, girándose para sentarse junto a Echo y Cincos mientras el siguiente soldado se acercaba a disparar.

Algún clon que no conocía asintió en su dirección. Otros fueron tan lejos como para murmurar "buen trabajo, Unmel". Muchos otros no la miraron dos veces.

La chica tragó saliva mientras Cody ponía la pared en la posición inicial. Cincos le puso una mano en el hombro, pero no dijo nada.

La sesión continuó con normalidad a partir de ese punto, pero Riane sintió la mirada de Rex en ella durante toda la práctica.

Estaba claro que el capitán había empezado un peligroso juego en el que Riane estaba más que dispuesta a participar.

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Estaba lista para su primera misión como miembro oficial de la 501. Sabía que a Rex no le hacía ninguna ilusión aquella tarea del Consejo Jedi: lo había dejado claro cuando les había anunciado a todos de qué se trataba.

El general Skywalker y su Padawan, Ahsoka Tano, estaban destinados a una misión diplomática en el Borde Medio, y no iban a poder acudir con ellos. Dejaban el mando a manos del capitán Rex, y este había sido muy específico: algunos de los miembros de la 501 iban a realizar una misión de socorro en un planeta muy machacado por las sequías.

El planeta estaba en el Borde Exterior, y sus habitantes se morían de hambre. Al parecer, la Maestra Jedi Dhejah Ernark ya había acudido en una misión de socorro hacía muchas lunas, pero con el nuevo ciclo estacional, el jefe de una de las tribus más grandes le había pedido auxilio de nuevo a la República.

La mayoría de los chicos pensaba que aquello era una pérdida de tiempo, y se quejaban de que ese tipo de misiones solían ser encargadas al Wolfpack, a los hombres de Plo Koon. Ellos querían estar en el frente, decían, luchando en la guerra, pero Riane les había recordado que quizás podría ser divertido.

Cincos había puesto los ojos en blanco como respuesta.

Riane estaba limpiando una de sus pistolas en su cama de El Resuelto, mientras el Crucero de la República viajaba por el hiperespacio. Podía decir que se había hecho buena amiga de todos los hombres de la 501/C en el par de días que habían pasado. Bueno, de todos menos de Dogma, pero él no había venido a la misión.

Riane no sabía por qué Rex había decidido que ella debía ser parte de la misión, pero suponía que era para hacerle de la vida un infierno. Se dijo que no iba a pensar más en ello, porque cada vez que lo hacía se sentía muy confundida. A veces el capitán parecía no tener corazón, y otras le sonreía cómicamente como si se conocieran de toda la vida.

—Riane —avisó Echo desde la puerta del cuartel—. El capitán quiere hablar contigo en la Sala de Guerra.

Ella se mordió el labio para no soltar una maldición. Volvió a cargar el arma y se la puso en la guarda de la pierna. Agarró el casco, levantándose con un suspiro.

—Buena suerte, Ri —le dijo Cincos desde su cama con compasión.

Todos sabían que las cosas entre su compañera y su superior estaban bastante... tensas, si es que esa era la palabra correcta para describir lo que ocurría.

Ella sacudió la cabeza, saliendo mientras Echo le daba un golpe de ánimo en el hombro. Supuso que ahora sí que iba a descubrir por qué había contado con ella para esa misión.

No habían vuelto a hablar directamente desde la práctica de tiro, pero sí que se habían cruzado varias veces, y Riane estaba segura de que las tiranteces que se habían formado entre ellos iban a seguir estando ahí. Volvió a pensar en cuánto aquel hombre la confundía: primero parecía ser amable y comprensivo, enseñándole dónde iba a dormir en la 501, y cinco horas después la dejaba en evidencia delante de todos sus nuevos camaradas.

A Riane no le gustaba que la marearan, eso estaba claro.

Se puso el casco antes de entrar en la Sala de Guerra. Rex estaba dentro, solo, mirando unos planos en la mesa transmisora. Riane pasó saliva, quieta y delante de la puerta que se cerraba tras ella.

Se permitió un momento de silencio, y, aprovechando que tenía el casco puesto, le observó de arriba abajo. Parecía tenso, los anchos hombros echados hacia atrás en esa armadura manchada por la experiencia, el pelo rubio afeitado a la perfección y la cabeza baja mientras se concentraba.

—¿Quería verme, capitán? —dijo con seriedad.

El hombre se dio la vuelta despacio, asintiendo. Le hizo un gesto con la mano para que se pusiera al otro lado de la mesa.

La habitación estaba bañada en penumbra, y lo único que había allí era la mesa y un par de bancos contra las frías paredes.

Riane obedeció, mirando de reojo en mapa que estaba proyectado. Debía de ser el del sistema al que se dirigían. Rex la observaba con seriedad, el casco encima de la mesa, y el brillo azul le iluminaba la cara lo suficiente como para que la chica pudiera distinguir sus rasgos duros.

Riane se mordió el labio, poniendo los ojos en blanco cuando Rex habló.

—¿Puedes quitarte el casco?

Ella lo hizo despacio. Se pasó una mano por el pelo, el cual aún no se había recogido, y sujetó el casco contra la cadera izquierda.

—¿Necesita algo? —dijo ella con impaciencia.

Todo lo que se habían dicho hasta entonces eran preguntas. Aquello era muy incómodo.

—Sí —dijo el capitán rápidamente—. El general Skywalker te recomendó para esta misión porque hablas el idioma del sistema.

No la miraba mientras hablaba, estaba tecleando algo en los controles de la mesa con prisa. Riane no sabía muy bien qué responder. No sabía a qué narices se refería, pero como eso la habría hecho parecer una idiota, musitó algo afirmativo.

—Ya veo.

Rex levantó la cabeza con una ceja alzada. Probablemente había parecido una idiota de igual manera.

—Hablas hareo, ¿no?

Vaya, se refería a eso.

Riane se encogió de hombros, chocando las uñas contra el casco repetidamente.

—Sólo lo básico, señor. Hablo un dialecto general que es la estructura básica que comparten varios idiomas de una familia lingüística del Borde Exterior; entre ellos, el hareo —dijo con incomodidad—. ¿No contamos con un droide traductor?

Él chasqueó la lengua.

—El novato que lo subió a bordo no se dio cuenta de que le faltaba un módulo de carga —gruñó con molestia.

La chica se rascó la parte de atrás de la cabeza, queriendo maldecir a ese novato tanto como el capitán, pero por razones diferentes.

—Puedo intentar traducir —murmuró—, pero el resultado no será tan bueno como el del droide.

Él se encogió de hombros, volviendo a mirar al plano como si no le importara lo más mínimo.

—Será mejor que nada. —Riane asintió—. Puedes irte, llegaremos en una hora —añadió con tono seco.

Riane dio un saludo militar antes de girarse hacia la puerta.

—Sí, señor.

Ella salió de la habitación y Rex soltó un suspiro de alivio.

Aquel hombre era rarísimo, se dijo mientras caminaba por los pasillos de vuelta al cuartel, pero por lo menos no la había hecho disparar a trescientos metros, y Riane se contentaba con eso.

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