006.
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Riane había vendido su pequeño piso en Naboo.
El Gran Ejército de la República la había aceptado entre sus filas (tras algunos días de papeleo), pero únicamente como voluntaria. Eso significaba que Riane iba a necesitar todo el dinero que pudiera conseguir por si vivía después de la guerra, porque la paga de los soldados, siendo todos clones, era casi inexistente. No necesitaba un piso en el que no iba a vivir más, así que había vendido el inmueble y su querida nave.
Le había costado despedirse de la última, pero por lo menos ahora tenía suficientes créditos como para iniciar un plan de ahorros. Estaba segura de que, si sobrevivía a la Guerra de los Clones, se retiraría tras eso. Y, entonces, iba a necesitar el dinero.
Los Cuerpos Especiales de Naboo le habían agradecido su servicio y le habían proporcionado al Ejército de la República todos los exámenes médicos y todos los archivos que habían solicitado, y, con un empujón de Skywalker, la República la había aceptado como soldado voluntaria en la Legión 501.
Riane tragó saliva en el exterior de su nueva casa, mientras las tropas y las naves se movían a su alrededor.
Supuso, que, ahora, los Cuarteles Generales del Ejército en la Ciudad Galáctica de Coruscant eran lo más parecido a lo que ahora podía llamar su hogar. Había tomado un taxi hasta allí, y tras hacer su juramento la noche anterior ante los generales y otros oficiales en ese mismo edificio, se le había pedido que se presentase frente al capitán de la 501 a las seis de la mañana hora punta.
Coruscant estaba comenzando a despertar, pero Riane tenía los ojos muy abiertos y, contra todo pronóstico, se sentía muy pero que muy ilusionada. Agarró su bolsa y comenzó a subir los escalones hasta la gran entrada del edificio de piedra oscura. A su alrededor había varios grupos de clones, muchos andando de entrada a entrada o formando en el exterior del Cuartel.
Había pasado varios controles de seguridad sólo para entrar en las instalaciones, pero lo había hecho por una de las puertas para personas externas, ya que aún no tenía su propia tarjeta de acceso para hacerlo por la entrada de las tropas. Anduvo a paso firme hasta la entrada, donde dos clones de armadura blanca y roja pidieron ver su identificación. Riane se la enseñó, y la miraron un momento antes de dejarla pasar. No le extrañaba, arriba del todo, habían añadido "SOLDADO VOLUNTARIO DEL G.E.R".
Riane entró en el recibidor del edificio, que tenía más escalones que subir. Varios escuadrones se paseaban por la estancia, bien caminando hacia afuera para maniobras o para volver al frente. Ella suspiró, pero aminoró el paso al ver a Rex cerca de una gran puerta de metal. Ignoró las miradas de otros clones mientras se acercaba a él.
No habían vuelto a hablar o a verse desde que habían desembarcado en Coruscant tras su misión en el planeta de Raser y la 501 se había vuelto a embarcar en una nueva campaña. Ella se recordó que ahora él era oficialmente su superior, y que iba a tener que morderse la lengua más a menudo y ser más cortés (o por lo menos intentarlo).
Rex llevaba la cara completamente afeitada, el pelo rubio lo más corto posible. Sus ojos marrones estaban fijos en ella, pero no le cambió la expresión. A Riane le recordaba al Rex que le había presentado a su pelotón más que al que la había ayudado a volar los tanques de los hojalatas.
Riane caminó hasta él, dejó la bolsa en el suelo, y se cuadró en saludo militar.
—Capitán —saludó.
Los ojos del hombre parecían divertirse.
—Descanse, soldado —le dijo con solemnidad—. Bienvenida a la 501.
Riane no pudo evitar sonreír con emoción mientras volvía a agarrar la bolsa.
—Gracias, señor —respondió ella.
Él señaló su bolsa con la cabeza. Riane se preguntó dónde habría dejado el casco: sólo llevaba la armadura puesta, y era raro verle también sin armas.
—Supongo que querrás dejar eso antes de ver las instalaciones —le dijo.
Ella asintió, y él le hizo un gesto para que la siguiera.
Caminaron por los pasillos, y Rex le explicó dónde estaban los cuarteles de la 501, todo con inmaculada profesionalidad. Pasaron a algunos clones que ya caminaban por los pasadizos blancos y grises, y todos se quedaron mirando hacia Riane con gesto curioso. Ella suponía que los hombres iban a tener que acostumbrarse a verla por allí.
No tardaron el llegar a la zona designada para la Legión 501.
Riane sacudió la mano libre. No podía esperar a llegar y conocer a todos sus compañeros.
Pasaron las puertas de varios cuarteles. Rex señaló su habitación: el lujo de ser capitán es que tenía una cama y un baño separado de los de los demás. Sin embargo, Riane había pedido ser soldado raso como nueva adición a la Legión, y eso significaba que dormiría en una litera, como el resto de los hombres.
Rex le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza: aquella era su parada.
Pasaron una puerta grande hacia el cuartel 501/C. Las paredes eran blancas, con suelos grises como el resto de las estancias. Había varias camas organizadas en literas, pero todo parecía vacío.
—¿Dónde están todos? —le preguntó al capitán.
Él continuó caminando hasta una fila de armarios.
—El desayuno empezó hace cinco minutos —le dijo con seriedad—. Iremos al comedor enseguida.
Puso el dedo índice derecho, oculto tras su guante, en uno de los armarios. Todos eran blancos, con los números de los clones en negro sobre ellos. Aun así, el que señalaba ahora tenía R. UNMEL escrito en él.
Ella sonrió mientras Rex se apartaba un poco.
—Mete un código de cuatro cifras para que el sistema lo guarde, y listo.
Ella siguió sus instrucciones, y el armario se abrió. Movió la puerta para ver su armadura al otro lado. Se le ensanchó la sonrisa al ver su tarjeta de acceso dentro; la puso en su bolsa y la dejó con sus enseres dentro del armario, decidiendo que la desharía más tarde.
Ya llevaba puesto el uniforme gris de la República, así que supuso que no tenía por qué ponerse la armadura como Rex. El hombre no dijo nada al respecto.
Ella cerró el mueble y él volvió a andar.
—Te he puesto con Cincos y con Echo, pero conocerás al resto luego —le aseguró mientras señalaba su cama, que estaba bajo la de Cincos—. Al principio no sabíamos dónde ponerte —añadió.
Riane ladeó la cabeza con confusión.
—¿Puedo preguntar por qué, señor?
Rex se encogió de hombros. Aún le resultaba raro hablar tan tranquilamente con él, sobre todo teniendo en cuenta que era su nuevo superior, pero, aunque estaba serio y no bromeaba en ningún momento como en Raser, él parecía ser partidario de utilizar un tono más bien relajado cuando los Jedi no estaban cerca.
—Porque eres una mujer —explicó—. No sabíamos si ibas a querer más intimidad, pero tú dijiste que querías ser parte de la 501, así que... —Dio un par de palmadas sobre la estructura de hierro que sostenía las camas—. Ahora eres parte de nosotros.
La chica asintió.
—Claro. Gracias, capitán.
Él pasó por su lado de vuelta a la salida.
—Vamos a desayunar entonces.
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Esa vez, Riane sí que se tuvo que enfrentar a una multitud al entrar al comedor. Las mesas estaban llenas de clones que habían acudido al desayuno, y a ella se le secó la boca y le sudaron las manos ante todas las miradas que había en ella. No era la primera vez que esto pasaba, pero ella aún no se acostumbraba a ser la única mujer del lugar. Siempre era más normal ver a hombres en la milicia, por desgracia, pero aquel ejército se componía de hombres que, además, eran completamente idénticos entre sí.
Rex entró como si nada, y ella se apresuró a seguirle a dentro.
—Espero que no te hayas acostumbrado a muchas delicias mientras servías en Naboo —murmuró él mientras agarraban un par de bandejas—. Porque aquí lo que tomamos son raciones.
Ya, bueno, Riane las recordaba de la nave: no sabían a nada, pero te llenaban y cumplían con su función nutritiva, así que tendría que acostumbrarse. Un droide de cocina llenó sus bandejas con sus dos cantidades iguales de raciones y una taza de café solo en cada una. A Riane le hacía ilusión la cafeína, aunque los nervios eran suficientes para mantenerla despierta.
Caminaron entre las mesas llenas de clones. Riane intentó no mirar a sus nuevos compañeros, porque no quería cruzarse con ninguna de sus miradas curiosas.
Fue entonces, mientras seguía a Rex a una de las mesas al fondo, que oyó su nombre.
—¡Riane!
Todo el comedor levantó la cabeza al sonido. Ella se mordió el labio, queriendo desaparecer, mientras Cincos le hacía señas desde una de las mesas y Echo tiraba del brazo de su hermano hacia abajo para que volviera a sentarse. Rex miró sobre su hombro en dirección a Unmel, una de las cejas morenas alzada.
—Te llama tu admirador no-tan-secreto.
Ella puso los ojos en blanco, pero sentía que le ardía la cara.
Por fin, los dos se sentaron en la mesa donde estaban Cincos y Echo. Riane no tuvo tiempo de decir nada antes que el clon del tatuaje en la sien.
—¡Sabía que llegarías hoy! —le dijo él con una sonrisa.
Echo también sonreía, y Rex se apresuraba a comer al lado de la chica en silencio. Riane les devolvió la sonrisa.
—Me alegro de veros otra vez, chicos —dijo con sinceridad.
Se llevó la taza de café a la boca mientras Cincos le daba un codazo a su hermano. Ellos también llevaban el uniforme gris puesto, así que Riane se sentía mejor.
—Encima duerme debajo de mi litera —dijo Cincos con una sonrisa.
Su hermano negó con la cabeza, señalando al clon que tenía al lado para presentárselo a Unmel.
—Este es Kix, nuestro soldado médico.
Riane le tendió la mano y él se la sacudió con fuerza.
—Encantado —dijo él.
—Lo mismo digo.
El clon tenía el pelo completamente rapado, y se había hecho varios tatuajes en la sien. Cuando se giró hacia su bandeja para comer otra ración, Riane leyó el mensaje que tenía tatuado en el lado izquierdo de la cabeza. Ponía "un droide bueno es uno que está muerto", en aurebesh. A Riane le arrancó una mueca de diversión, pero no dijo nada al respecto.
—No le hagas enfadar o te hará coserte a ti misma —bromeó Cincos.
Kix chasqueó la lengua.
—Calla, anda —le dijo.
Puede que aquellos hombres se parecieran físicamente, pero a Riane le quedaba muy claro que ninguno tenía la misma personalidad.
Cincos comenzó otra conversación sobre cómo se aburría y cómo quería que les mandaran ya al frente. Echo respondió que se comenzaba a parecer a un tal Hardcase, a quien Riane aún no conocía.
Rex no tardó en acabarse el desayuno. Se giró hacia a los demás, pero la chica creía que le hablaba sólo a Echo cuando dijo:
—Te dejo a cargo de brillitos —anunció mientras se levantaba—. Os veo a todos a las once cien horas para la práctica de tiro.
Cincos puso los ojos en blanco discretamente, pero no dijo nada. Echo asintió con la cabeza.
—Claro, capitán.
Rex y Riane intercambiaron una mirada. Él le dio un asentimiento con la cabeza, y ella intentó no sonreír sarcásticamente en su dirección cuando se despidió.
—Hasta luego, novata.
Riane respiró hondo.
—Hasta luego, señor.
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Cincos, Echo y Kix acompañaron a Riane de vuelta al cuartel tras el desayuno. Allí conoció a Hardcase (un clon con la cabeza y parte de la cara tatuada con rayas azules y de personalidad bastante hiperactiva) y volvió a ver a Tup y a Jesse. Al parecer, un clon llamado Dogma también dormía allí, en el C, pero Cincos decía que era un cascarrabias y que apenas se llevaba bien con Tup de vez en cuando.
Riane deshizo su bolsa. Sólo había traído mudas, los uniformes del GER, y algunos otros enseres y cosas personales. Sacó el mono negro y la armadura del armario para ponérsela, y cuando se hubo cambiado en el baño, metió una foto de su padre y ella en el casco. Tenía un pequeño gancho por dentro, y a Riane le apetecía llevar la foto con ella.
Su padre había compartido su pelo oscuro, pero tenía los ojos verdes. Riane siempre le recordaba en el despacho, dibujando naves, y ella solía colarse en la habitación para mirar los dibujos cuando él no estaba. Le echaba muchísimo de menos, pero estaba segura de que hubiera estado muy orgulloso de su hija si siguiera vivo.
Después de acabar con la foto, volvió al baño a peinarse. Los baños eran compartidos, pero Riane se había cambiado en una de las duchas, que estaban separadas por paredes de plástico. Bit, uno de sus compañeros, estaba en el baño, inclinado sobre uno de los lavabos, mientras se afeitaba. Tenía el pelo cortado como el comandante Cody, y Riane no podía verle bien el resto de la cara por la espuma de afeitar. Se pasó las manos por el pelo, mirándose en el espejo para que la coleta le sujetara la melena sin problemas durante el resto del día. Sentía los ojos de Bit sobre ella, y, cuando se giró, el hombre volvió la cabeza hacia el espejo, poniéndose rojo.
Riane se rio suavemente, atrayendo su atención, y le guiñó un ojo cómicamente antes de irse de vuelta afuera. Bit sacudió la cabeza, sonriendo también mientras pasaba la cuchilla por una de sus mejillas.
Riane se sentó en la cama con su datapad y se puso a leer otra vez el reglamento. No quería romper más reglas o darle alguna razón al general Skywalker para arrepentirse de su decisión. Quería formar parte de la 501, luchar en la época más importante para la República, y, para eso, debía respetar las reglas. Lo cual significaba sabérselas de memoria.
Cincos y Echo hablaban sobre un bar llamado el 79's a gritos, y Jesse, Tup y Kix jugaban una partida de sabbac. A Riane se le daba muy bien aquel juego, pero prefirió quedarse en su pequeño habitáculo y descansar en vez de unirse a la competición de cartas.
No era la cama más lujosa, pero por lo menos el colchón era cómodo. Las mantas y la almohada eran grises, y a Riane todo aquello le recordaba a sus tiempos de cadete en la Academia de Naboo. Todo le resultaba algo extraño ahora, como si se tratara de un raro sueño, pero sabía que no tardaría en acostumbrarse.
—¿Pintaste tú tu armadura, Riane?
La chica levantó la cabeza. Echo la miraba con las cejas alzadas desde su cama, que estaba a la misma altura que la suya.
Ella negó con la cabeza mientras apagaba la pantalla del dispositivo.
—No, mi amiga, la senadora Amidala, dio mis medidas para que la diseñaran. Al parecer ella pidió que la pintaran así también —explicó.
Se había puesto la armadura para seguir acostumbrándose a llevarla puesta. La gran diferencia con las Fuerzas de Naboo era que, en su planeta natal, los oficiales llevaban una fina armadura de una piel parecida al cuero. Riane sabía que un disparo en ella sería mortal, así que siempre se había sentido muy afortunada por tener grandes reflejos.
Su nueva armadura tenía rayas azules en las piernas, a cada lado de los muslos, y unas más gruesas que le atravesaban los brazos de arriba a abajo. El casco no tenía ninguna decoración. La última vez que había hablado con Padmé, ella le había dicho que las decoraciones del casco solían ser más importantes, así que por eso lo había dejado en blanco.
—Aún no me puedo creer que tengamos a una chica entre nosotros —se rio Cincos desde la cama de arriba.
—¿Es eso tan malo? —dijo ella, aunque sonreía.
Echo sacudió la cabeza.
—Qué va. —Se sonrojó y cambió de tema—. El capitán nos contó a todos sobre tu plan para volar los cañones de los hojalatas por los aires.
Riane apartó la mirada, de repente incómoda bajo la mirada de sus dos nuevos amigos. Echo se había girado en la cama para poder mirarla bien, y Cincos se asomaba desde la suya para hacer lo mismo.
—Ah, ¿sí? —preguntó ella.
Cincos asintió con la cabeza fervientemente.
—¡No me puedo creer que le dijeras al capitán que hiciese él la distracción! —exclamó—. ¡Tenías que haberle visto: hablando de ti como si fueras la jefa del lugar!
A Riane le costaba imaginarse al capitán hablando de ella como "la jefa del lugar". Los otros clones miraron hacia ellos al oír las carcajadas de Cincos, pero no tardaron en volverse hacia su juego otra vez.
—A ver —empezó Riane—, olvidémoslo. La verdad es que no me enorgullezco mucho de ese plan.
Echo chasqueó la lengua con molestia.
—¡Pero si te cargaste los tanques! —le recordó.
La chica sacudió la cabeza.
—También desobedecí las órdenes de Rex, y estoy segura de que el capitán no va a olvidar eso pronto: no importa lo que diga el general Skywalker —murmuró ella.
Cincos había perdido la sonrisa.
—Si yo fuera tú, no me preocuparía tanto por eso —le dijo con una seriedad que le hacía parecerse mucho a su hermano Echo—. Como ya te dijimos antes, puede que el capitán parezca muy recto y muy seguidor de las reglas, pero no deja de ser como nosotros. —Se encogió de hombros antes de seguir—. Tenemos mucha suerte de estar bajo su mando: se preocupa por todos nosotros, aunque a veces le cueste un poco mostrarlo directamente.
Riane no dijo nada.
—Además —añadió Echo con tono más relajado—, estoy seguro de que, en realidad, te admira.
La chica se giró hacia él con las cejas alzadas.
—¿A mí?
—Sí —dijo él—. Te hiciste un lugar aquí en seguida, incluso impresionaste al general. —Sonrió—. Y, además, trazaste tu propio plan y fue todo un éxito.
Riane sacudió la cabeza. No lo tenía tan claro, pero lo que importaba ahora es que era, oficialmente, un soldado de la 501, y no se podía permitir molestar más a su superior.
Aunque, como iba a comprobar dentro de poco, eso se le iba a hacer bastante difícil.
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