005.
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Tras unas pocas horas de descanso y de vuelta en El Resuelto, era hora de que Riane se presentara frente a los generales para rendir cuentas por sus actos en la batalla. Sabía que Rex iba a estar allí también, pero Riane tenía muy claro que la insubordinación había sido suya. Era fácil ver que Rex era un seguidor de las normas, y no quería que sus acciones le salpicaran.
Estaba segura de que Skywalker no le volvería a dejar poner un pie en su Buque Insignia y que no volvería a ver a los hombres de la 501, pero se dijo que había valido la pena.
Aunque dudaba que los Jedi pensaran lo mismo.
Tras la batalla, había perdido lo que le quedaba de su nerviosismo inicial. La verdad es que estaba acostumbrada a meterse en líos, así que lo que iba a pasar ahora no era nada nuevo. Quizás fuera una oficial condecorada, pero las medallas tenían más que ver con su puntería y su don para la estrategia y menos con cumplir órdenes. Aun así, respiró hondo antes de entrar en el puente a la hora que Skywalker le había pedido.
Llevaba el casco bajo el brazo, y sintió las miradas de los oficiales clon en ella mientras se acercaba a los tres Jedi, que estaban hablando en la parte frontal de la pasarela del puente.
Rex estaba junto a ellos, pero no parecía estar hablando. Al verla, la miró con seriedad. Nada en su gesto le pudo dar a Riane una pista sobre lo que iba a suceder.
Se detuvo a un par de metros, cuadrándose antes de hablar y mirando al frente como los oficiales de Naboo le habían enseñado.
—General —dijo—. ¿Quería verme?
Ahsoka se giró con rapidez, y, aunque sonreía, Riane no se movió ni un centímetro. Obi-Wan y Anakin cruzaron los brazos sobre el pecho. El joven tenía una pequeña sonrisa mientras que el mayor estaba completamente serio.
—Descanse, soldado.
Riane relajó los hombros y la espalda, pero dejó los ojos mirando al frente. Anakin miró de reojo a Rex, quien, despacio, se colocó al lado de Riane.
Bueno, aquí venía.
—Rompisteis órdenes directas volando esos tanques —empezó Anakin—. ¿Tenéis algo que decir al respecto?
Riane volvió a tensarse.
—Fue cosa mía, general —dijo ella de inmediato—. El capitán intentó disuadirme, pero no lo consiguió.
Obi-Wan se pasó la mano por la barba, mirando a Rex con la cabeza gacha. El capitán no se había pronunciado aún.
—¿Es eso cierto, Rex? —le preguntó.
Riane vio de reojo cómo dudaba.
—Sí, general —acabó murmurando él—. Pero ayudé a Riane: creé una distracción para que pudiera colocar las cargas en los tanques —añadió—. Así que yo tengo parte de culpa.
Riane sacudió la cabeza.
—Pero, general...
Obi-Wan levantó una mano y ella se mordió la lengua con molestia. El Maestro Jedi se giró hacia su antiguo Padawan, y los dos intercambiaron una significativa mirada.
—Si fueras uno de los hombres de la 501, Riane, esto hubiera derivado en un Consejo de Guerra —le dijo Skywalker.
Ella bajó la mirada al suelo, incapaz de seguir sosteniéndosela.
Vaya, era peor de lo que se esperaba.
—Lo sé, general —respondió con respeto.
—Pero, estás de suerte —añadió él—: no eres uno de los hombres de la 501.
Riane volvió a subir la cabeza, pero no estaba entendiendo las palabras del general claramente. Además, no había perdido el tono despreocupado con el que parecía hablar a todas horas, lo cual no ayudaba.
—Pusiste tu vida y la de Rex en peligro, Unmel —dijo Kenobi estoicamente—. Aun así, he de reconocer que salvaste muchas otras, y que nunca había visto a un soldado raso hacer algo así.
Skywalker asintió.
—No sé si lo que has hecho es una muestra de insubordinación o de estupidez, soldado. —Riane tragó saliva, bajando la mirada de nuevo—. Ninguno de nuestros novatos se ha comportado así antes. Por eso, hemos pensado que debes dejar de ser uno de ellos.
Riane tensó la mandíbula, pero seguía mirando el suelo gris como si fuera lo más interesante de la nave.
—Entiendo su decisión, general —se obligó a decir.
Rex volvió a removerse en su sitio. Luego habló como si de verdad le costara pronunciar las palabras.
—Con el debido respeto, señor —carraspeó—. Unmel ha demostrado muy buenas habilidades y...
Anakin asintió. Riane intentó no levantar la cabeza y mirar al capitán con ojos como platos, pero los abrió con sorpresa mientras seguía observando el suelo.
—Coincido contigo, Rex —dijo tranquilamente él—. Es por eso que el general Kenobi y yo hemos decidido hacer a Riane la nueva teniente de la Legión 501.
Esta vez, Riane levantó la cabeza como un resorte, la compostura perdida y los ojos desencajados (incluso más), en sorpresa.
—¿Qué? —dijeron ella y Rex al mismo tiempo.
Ahsoka sonreía más que antes al ver sus reacciones, estirando los brazos tras la espalda como si quisiera saltar de alegría. Kenobi volvía a acariciarse la lustrosa barba castaña.
—Hemos pensado que tus estrategias podrían venir bien en el campo de batalla de manera regular —le dijo Kenobi—. Ambos hemos leído los informes de la Academia Militar de Naboo, y se te califica como una de las mejores oficiales con lo que respecta a lucha y creatividad en el campo de batalla.
—Sin embargo —añadió Skywalker con tono cómico—, los archivos también dicen que te vendría bien aprender a seguir órdenes. Por eso, te asignamos bajo el mando de Rex, para que aprendas de uno de nuestros hombres más leales.
Riane negó levemente con la cabeza. Se le había secado la lengua y no era capaz de entender nada de lo que estaba pasando. Se había preparado mentalmente para despedirse de la 501, y, ahora, la estaban invitando a quedarse como nada menos que su teniente. Se llevó la mano a la cabeza, que de repente, le dolía. Rex parecía tan falto de palabras como ella.
—Debo pensarlo —consiguió musitar.
Kenobi asintió con una pequeña sonrisa mientras Ahsoka se cruzaba de brazos y asentía, muy segura de que Riane se quedaría.
—Claro —le dijo Kenobi a la joven—. Si decides aceptar el puesto, será como miembro voluntario del Gran Ejército de la República.
—¡Será genial! —soltó Ahsoka sin poder contenerse.
Riane tragó saliva: aquello significaba dejar atrás su puesto en las Fuerzas Reales de Seguridad de Naboo y su trabajo como guardaespaldas de la senadora Amidala.
Nunca había pensado que llegaría el día en el que pudiera hacer algo así.
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Riane no tenía mucho tiempo para decidirse. Los Jedi habían dicho que necesitaban saber su decisión antes de llegar a Coruscant para que pudieran ocuparse de los trámites necesarios, y eso significaba que Riane tenía menos de media rotación estándar para llegar a una conclusión.
Sin embargo, allí, en la oscuridad de su pequeña habitación, no podía pensar.
Podría llamar a su mejor amigo, Olher Denn, pero él le diría que se uniera al ejército sin pensárselo dos veces. Ya hasta podía oír su voz diciéndoselo. Además, él se acababa de mudar a una pequeña granja en Naboo, donde Riane solía pasar los fines de semana cuando no trabajaba. No sabía si podía decirle que iba a luchar en el frente, pudiendo morir cada día, justo cuando su mejor amigo y su mujer estaban esperando un bebé del cual iba a ser madrina. Puede que él fuera a alegrarse por ella, pero...
Necesitaba hablar con Padmé.
Se acercó a la mesa, encendiendo el holotransmisor para que le pusiera en contacto con la mujer a la que consideraba una buena amiga. Padmé no tardó en aparecer en el holograma. Llevaba un bonito vestido morado y el pelo recogido en un moño decorado con una tiara dorada.
—Me preguntaba cuándo me ibas a llamar, Ri —le dijo con su bonita sonrisa—. La armadura te queda bien.
Riane suspiró.
—Supongo que ya has hablado con Skywalker, entonces —dijo ella.
La sonrisa de la senadora se ensanchó, aunque tenía un tinte tímido.
—Así es. ¿No estás emocionada?
Unmel se soltó la coleta que le sujetaba el pelo, y la melena castaña y rizada le cayó sobre los hombros. No sabía si estaba emocionada, o si, por lo menos, aquel era el término adecuado para describir sus nervios.
—Supongo —le dijo de tomas maneras—. Quiero decir, es una gran oportunidad para servir a la República y, consecuentemente, a Naboo.
Padmé asintió.
—Exacto —concordó—. ¿No es eso lo que quieres? ¿Servir a tu pueblo? Siempre hablas de ello.
—Sí —dijo Riane rápidamente—. Pero hace unos meses, juré que te protegería a ti, Padmé.
La senadora suspiró.
—Y me has servido bien, Riane —le dijo de corazón—. Nunca he tenido un guardaespaldas que se preocupe tanto por mi bienestar, excepto el propio Gregar. Sin embargo, como senadora de nuestro pueblo, quiero lo mejor para los míos. Y sé que servir en el frente es lo que siempre has querido: es para lo que te has entrenado durante toda tu vida. Que la República no contara con un talento como el tuyo sería una pena. Sé que podrías ayudar a salvar muchas vidas, Riane, y sería muy egoísta de mi parte pedir que sólo cuidaras de la mía, quedándote en Naboo para acompañarme en mis viajes diplomáticos de vez en cuando.
A Padmé siempre se le había dado bien convencer, de aquello no había duda. Era cierto que Riane siempre se había entrenado para luchar en una guerra, para vivir batalla a batalla.
La habían educado para pensar que su vida valía lo que valía la victoria.
Aun así, llevaba meses siguiendo a Padmé Amidala de un lugar a otro, intentando protegerla a ella y sólo a ella a toda costa durante horas y horas. No había sido hasta que colaboró en la operación del virus Sombra Azul que había luchado en grupo. Sólo recordaba haber hecho algo así durante su entrenamiento, y, también, en la Crisis de Naboo. Una sensación de añoranza la invadió.
Ahora, tenía la oportunidad de luchar por los suyos durante todos los días de su vida.
Tenía la oportunidad de contribuir a la victoria de la República, y, de esa manera, la oportunidad de realmente servir a su pueblo.
Sabía que ahora sólo debía ser lo suficientemente valiente como aceptar unirse a la 501.
—Veo en tus ojos que ya has tomado la decisión —dijo la senadora con voz de diversión.
Riane agarró el casco de la mesa. Se giró hacia su amiga y le dio su característica sonrisa socarrona.
—Pero cuando esté de permiso, me permitirás protegerte —le dijo a Padmé—. No como soldado, sino como tu amiga.
Padmé soltó una pequeña risa, asintiendo con la cabeza.
—Nada me alegraría más que eso, Ri.
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Esa vez, Riane se dirigió al puente rápidamente. No se dispuso a pensar en lo iba a decir, porque se conocía, y aquello solo la pondría más nerviosa. Flexionó la mano libre, la que no sujetaba el casco, intentando que el movimiento la calmara.
Se cruzó con varios clones por el camino, mientras la nave seguía avanzando hacia Coruscant, pero ninguno le dijo nada, aunque sí que se quedaban mirando hacia ella y su armadura. Sabía que los cuatro hombres que conformaban su pelotón seguían vivos, pero no había visto a Cincos o a Echo por allí.
Llegó al puente, entrando dentro directamente.
Saludó a un par de hombres con la cabeza, aun manteniendo el gesto tan serio como podía, y ellos le dieron una mirada de confusión mientras se abría paso entre los oficiales del puente.
Ya veía a los Jedi allí, hablando alrededor de una de las mesas transmisoras. Rex la vio antes que ellos, y se acercó a paso rápido. Riane intentó sonreírle educadamente, pero por los nervios, sólo le salió una mueca.
—¿Has tomado una decisión? —le dijo el clon en voz baja.
Le observó durante un segundo. No conseguía adivinar si él quería que se quedara o que se fuese sin mirar atrás. Era un hombre complicado.
Riane tragó saliva. Decirlo en voz alta iba a ser más difícil, pero lo escondió todo tras una mirada de seguridad.
—Sí.
Él asintió, y los dos se acercaron a los Jedi. Ahsoka volvía a sonreírle. Era una niña adorable, y Riane no podía esperar a trabajar más con ella.
—Hola, Riane —dijo la togruta con voz alegre.
La mujer asintió.
—Comandante Tano.
Se cuadró bajo la mirada de los generales, que se giraban para darle toda su atención.
—Descanse —dijo Anakin. La miraba como si ya supiese lo que iba a decir—. Entonces, ¿qué? —le preguntó—. ¿Has decidido lo que quieres hacer?
Riane miró de reojo a Kenobi mientras relajaba los hombros, pero él también le daba una pequeña sonrisa.
—Sí, señor.
Obi-Wan le hizo un gesto con la mano hacia ella.
—Adelante, entonces.
Dio un gran suspiro antes de hablar. Sentía la mirada de Rex quemándole con curiosidad el perfil.
—Sería un honor para mí servir a la República —dijo lo más solemnemente que pudo—. También sería un honor servir como teniente de la 501 —aseguró—, pero voy a tener que rechazar esa parte de la oferta.
Ahsoka alzó las cejas con sorpresa, y, por sus caras, Riane se dio cuenta de que Anakin y Obi-Wan tampoco se lo esperaban. No podía verle la cara Rex, pero prefirió no girarse a mirar.
—¿Y eso por qué? —preguntó Skywalker.
Riane suspiró.
—Para mí, la experiencia en el campo de batalla es lo que cuenta —dijo Riane—. Me encantaría ser teniente, y llevaría el título con orgullo, pero quiero ganarme el puesto y, para eso, primero debo ser soldado raso.
Ahsoka alzó una ceja en dirección a Rex.
—¿Le has pedido que diga eso? —le preguntó con voz divertida.
Él negó profusamente con la cabeza mientras Riane los miraba con confusión, no entendiendo la referencia.
—No, comandante.
Obi-Wan y Anakin intercambiaron una mirada llena de curiosidad.
—Bueno —dijo el primero—, está claro que una posición más baja tardará menos en enseñarte a obedecer las órdenes de tus superiores.
Anakin asintió, recuperando la sonrisa socarrona.
—Si esa es tu decisión, entonces la aceptamos —le dijo—. Comenzaremos con el papeleo cuando lleguemos a Coruscant, Unmel.
A la joven se le aceleró el corazón, como si se diera cuenta de todo de golpe. No se podía creer que aquello estuviera pasando de verdad. Nunca, ni en sus sueños más extraños, hubiera podido imaginar que iba a servir en una Legión como aquella.
No podía esperar a contárselo a Olher. Iba a alucinar.
Intentó no mostrar su alegría y la emoción que comenzaban a aflorarle en el pecho: tenía que parecer profesional.
Iba a decir algo más, a agradecérselo a sus nuevos generales, pero la mano de Rex en el hombro la sorprendió. No estaba sonriendo, pero aun así sus ojos la miraban con amabilidad.
—Bienvenida a la 501, novata.
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