001.
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La nave cruzaba los cielos añiles de Naboo con prisa. El ruido de fondo de la radio se amplió antes de captar una nueva señal entrante.
—Nave 3567-J: está entrando en el espacio aéreo del Palacio de Theed. Identifíquese.
—Aquí el Totale —respondió la piloto por la radio—. Al habla Riane Unmel, de los Cuerpos Especiales de Naboo, código 907-SC. Pido a torre permiso para aterrizar en el hangar principal del Palacio de Theed.
Durante un par de segundos, sólo el sonido de los propulsores se escuchó.
—Código confirmado; permiso para aterrizar en el hangar uno concedido —dijo el hombre—. Cambio y corto.
Riane había sido llamada al Palacio de Theed, en la capital de su planeta natal de Naboo. Se estaba ocupando de papeleo en Coruscant cuando Gregar Thypo, el jefe de Seguridad de la senadora Amidala, la contactó. Al parecer, Padmé y el representante Jar Jar Binks, tras avistar unos droides que se paseaban por las planicies del planeta, habían ido a investigar un laboratorio secreto en el que un loco científico estaba preparando el virus Sombra Azul para ser liberado a la galaxia. Riane quería poner los ojos en blanco, pero arriesgar su vida es exactamente lo que haría Amidala en situaciones como aquella, y tras esos meses trabajando para ella como su ocasional guardaespaldas, ya nada le sorprendía.
La verdad es que al principio no había querido aceptar el puesto, pero su mejor amigo, Olher Denn, la había convencido. Le había dicho que si no aceptaba la oportunidad que se le presentaba, acabaría como él: trabajando para el Gobierno de Naboo en reuniones aburridas y cumbres sosas que no servían para nada (era por eso que él mismo había acabado dimitiendo tras contraer matrimonio). Naboo no tenía un ejército, y los oficiales como ellos no tenían muchas salidas laborales en el sistema. Podían resignarse a esperar a que alguien atacara el planeta para ver si de verdad conseguían exprimir su formación al máximo, pero aquello era algo muy horrible que desear. Aunque la Guerra de los Clones inundara la galaxia, la lucha no había llegado hasta Naboo. Al menos no hasta aquel momento.
Riane se apretó las correas que llevaba alrededor de los muslos, sujetando las fundas para las pistolas y las cartucheras, mientras su nave descendía hacia el palacio en piloto automático. Tras enfundar sus armas, se sentó para aterrizar en el hangar principal. Al parecer, el Consejo Jedi había mandado a dos Caballeros y a sus tropas para que se ocuparan del problema, pero Gregar había avisado a Riane personalmente, diciendo que no estaría completamente tranquilo a no ser que ella fuese con ellos. Riane había jurado dar su vida por la senadora, y estaba dispuesta a cumplir su deber, incluso si eso significaba que tenía que morir por ese virus. Aunque fuera joven, Gregar confiaba en ella.
La nave plateada descendió sobre el hangar y, con un suspiro, Riane se levantó de su asiento, agarrando una goma para el pelo. No iba a poder dejárselo suelto mucho tiempo más: era hora de trabajar.
La trampilla se abrió, y Riane salió de la nave con paso firme. Enseguida distinguió a Thypo junto a las naves de ataque de la República: varias cañoneras se habían posicionado en el hangar. Riane se aproximó a buen paso, observando a los dos hombres con los que hablaba Gregar Thypo. Detrás de ellos, mirando todo en aparente silencio, estaba un clon de alto rango, con la armadura decorada en azul, una hombrera ancha del mismo color, y el casco puesto. Además, llevaba una kama, una tela oscura que se llevaba puesta alrededor de las piernas, sólo para comandantes y otros altos cargos.
La joven se acercó a su amigo y le puso una mano en el hombro, inmediatamente atrayendo las miradas de todos los presentes hacia su persona.
—He venido en cuanto he visto tu transmisión, Gregar —le dijo con seriedad—. Lista para partir de inmediato.
Los dos Jedi la observaban con las cejas alzadas. Uno era más joven que el otro: Riane ya le había visto antes desde lejos, y Padmé hablaba de él continuamente. Reconoció el pelo castaño y la cara de mala leche: Anakin Skywalker. Supuso que el otro hombre era Obi-Wan Kenobi; la senadora Amidala le mencionaba también de vez en cuando. Les observó con curiosidad, fijándose en las espadas láser en sus cinturones. Nunca había hablado con un Jedi, pero había oído las historias que hablaban de sus hazañas.
—Disculpa —dijo Skywalker con voz de estar perdiendo la paciencia—. ¿Quién se supone que eres tú?
A la mujer no le cambió el gesto ante el tono mal educado del Jedi. Miró de reojo a Skywalker y se volvió a girar hacia Gregar como si no le hubiera oído. Él soltó un suspiro.
—Maestro Kenobi, Skywalker: esta es Riane Unmel, de los Cuerpos Especiales de las Fuerzas de Naboo —les dijo—. Es nuestra soldado más especializado en estrategia militar, y la escolta personal de la senadora.
Anakin dio un paso adelante mientras Obi-Wan se pasaba la mano por la frente. Antes de que Skywalker pudiera soltar otro comentario impertinente, Riane se giró hacia ellos bruscamente y estiró los hombros hacia atrás, cuadrándose con técnica militar impoluta.
—General Skywalker, general Kenobi —saludó, asintiendo en la dirección de cada uno.
Kenobi sonrió un poco tras la barba. Tras un instante de confusión, Skywalker se recompuso y volvió a poner cara de hosquedad.
—¿Guardaespaldas? —pronunció como si no diera crédito—. ¿Y dónde estabas tú mientras Padmé se colaba en un laboratorio? —le echó en cara.
Ella intentó no levantar una ceja mientras Kenobi le susurraba una advertencia a su antiguo Padawan.
—Cumpliendo una misión diplomática de la senadora en Coruscant, general Skywalker —le dijo con voz seca, no queriendo darle más explicaciones—. Sugiero que partamos de inmediato si queremos salvar a la senadora y al representante Binks.
Obi-Wan asintió, tirando de Anakin hacia atrás para que callara. Era obvio que la joven era una soldado, entrenada para ser respetuosa, pero también se notaba que tenía un deber que cumplir y que no estaba de humor para quedarse a escuchar las quejas de Anakin.
Obi-Wan no podía culparla.
—¿Entonces viene con nosotros? —le preguntó Obi-Wan.
—Por supuesto, general Kenobi —respondió ella de inmediato.
El hombre asintió, haciéndole un gesto al clon. El hombre dio un par de pasos hacia adelante para unirse a ellos.
—En ese caso —le dijo a Riane con voz amable y acento marcado—, la dejo bajo el mando del capitán Rex.
Él se quitó el casco, y ella intentó no cambiar su cara seria. Riane había visto a pocos clones sin la protección sobre la cabeza. Aunque compartía su rostro con todos los demás hombres del ejército, tenía el pelo rapado muy corto, teñido de rubio, y una expresión seria e impenetrable. O por lo menos así fue hasta que inclinó la cabeza levemente hacia abajo y alzó las cejas en dirección a la chica.
Ella tendió su mano hacia él. Los ojos marrones del hombre vacilaron un segundo antes de estrechársela con fuerza.
—Capitán Rex de la Legión 501 —anunció con voz grave.
—Riane Unmel, de los Cuerpos Especiales de Naboo —respondió ella—. Un placer, capitán.
—El placer es mío, señora.
Ninguno de los dos sonrió, y él volvió a ponerse el casco, que tenía los ojos mandalorianos Jaig grabados en azul en la frente. Si Riane recordaba bien, eran un símbolo de destreza militar y valentía, galardonado a los hombres más duros y honorables de la guerra.
Riane siguió al clon hasta el transporte mientras los Jedi se subían en otro diferente. Antes de que la cañonera despegara, Riane asintió en dirección a Gregar. Quizás esa iba a ser la última vez que se vieran, pero se aseguraría de que Padmé volvía sana y salva al palacio.
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El transporte estaba en completo silencio mientras sobrevolaba la capital de Naboo, pero Riane sentía miradas sobre ella. Los clones del transporte la observaban de cerca, bajo la privacidad de sus cascos. Suponía que ninguno de aquellos hombres estaba acostumbrado a trabajar con alguien que no fuera otro clon o un Jedi.
Rex le pasó un pequeño transmisor en silencio, y ella lo aceptó sin decir nada. Se lo puso en la muñeca, suponiendo que era para estar conectada a los generales y a él en todo momento.
—A partir de ahora está usted en una operación del Gran Ejército de la República —le dijo el capitán con un tono que no daba lugar a réplica—. Lo que sea que está a punto de ver es expresamente confidencial.
Riane quería preguntar cuál era su misión exactamente, pero se mordió la lengua, asintiendo secamente. Estaba segura de que quería ocuparse de la senadora y comprobar de que seguía con vida, pero los generales Jedi estaban a cargo de la misión, no ella, así que no le quedaba otra que escuchar al capitán Rex y trabajar bajo su mando.
Aunque no quisiera, iba a tener que seguir órdenes.
Había caído la noche, y las naves de la República descendieron sobre un bosque a las afueras de Teeth. Antes de salir, Rex se puso a su lado, mirándola de reojo.
—Con todo el respeto, señora —advirtió con voz impenetrable—. No se separe del equipo.
Ella levantó una ceja mientras los clones pasaban por su lado, descendiendo hasta el suelo. El blanco y el azul de sus armaduras brillaba bajo la luz de la luna que entraba por la puerta abierta de la nave. Intentó responder con educación en vez de soltar el comentario sarcástico que le llegó a la mente.
—Por supuesto, capitán. No se preocupe por mí.
Sin más dilación, Rex agarró el cable frente a él y saltó hacia el interior de la base subterránea, pasando limpiamente por la estrecha abertura que sus hombres habían hecho en el lecho de roca. Riane le siguió de inmediato, deslizándose hacia abajo hasta que una luz roja la envolvió por completo. Saltó al suelo finalmente, y, una vez dentro, se permitió mirar alrededor por un momento. Aquello parecía un túnel metálico más que un laboratorio.
Se colocó contra una pared, justo detrás del capitán. Aunque aquella posición tampoco le daba mucha cobertura, comenzó a disparar hacia los droides separatistas que se acercaban por otro extremo del pasadizo. La alarma de las instalaciones le retumbaba en los oídos, y, poco a poco, se le aceleraba el pulso.
Una togruta joven saltó por el agujero frente a ella, reflectando los disparos con una espada láser verde. Riane alzó las cejas, intentando hacer que sus disparos esquivaran a la niña y les dieran solamente a los droides. La togruta se giró para mirar a los clones tras unos segundos de lucha, y fue ahí cuando las dos mujeres intercambiaron una mirada.
—¡Hola! —gritó la niña con una sonrisa de entusiasmo.
Riane movió la vista de nuevo hacia los droides, pero también sonreía. Disparó la pistola que tenía en la mano derecha, y uno de los droides cayó al suelo de un solo golpe. Giró la cabeza de nuevo, mirando con curiosidad la espada láser de la niña y observando cómo su sable verde se movía con destreza en el túnel, parando disparos y devolviéndolos hacia el enemigo.
Si Riane no hubiera sabido que estaban en plena batalla, hubiera pensado que estaba bailando. Nunca antes había visto algo así. Aquel día iba a ser muy interesante.
—Hola, pequeña Jedi —le respondió.
Le pareció que el capitán Rex mascullaba algo, pero otros dos de sus hombres comenzaban a descender por el agujero, y Riane estaba demasiado ocupada cubriéndoles y esquivando chispas como para preguntarle si le hablaba a ella.
Le encantaba aquello. No se enfrentaba muchas veces a destacamentos de droides enteros (aunque Padmé siempre conseguía atraer la atención de alguno durante sus viajes), pero disparaba con maestría y el corazón acelerado. Comenzaba a cogerle el gustillo a eso de una buena batalla y la adrenalina corriendo por sus venas; no la sentía tan fuertemente desde sus años de cadete. Sabía que el caos de la batalla solía hacerla más atrevida de lo normal, e intentaba recordarse a cada paso que daba el hecho de que estaba sirviendo bajo el mando de alguien más. Se había acostumbrado mucho a ir por libre, no podía negarlo.
La togruta destrozó a un droide B2, y Rex hizo una seña con las manos para que sus cuatro hombres y Riane avanzaran.
—¡Adelante!
La mujer disparó a otro droide y giró la cabeza hacia el capitán Rex, que disparaba con ambas manos sin pausa alguna.
—¡Bonitas pistolas!
Ahí estaba, el comentario indebido. No podía evitarlo, la seriedad no le duraba mucho en esas situaciones y el carácter sarcástico y bromista que llevaba dentro solía resurgir al cabo de algún tiempo. Su amigo Olher siempre le decía que su actitud hacía que pareciera que no se tomaba las cosas en serio, y que por eso nunca la habían ascendido a sargento.
Rex sacudió la cabeza sin responder, aun disparando con ambas manos. Riane le sonrió a la togruta, que la miraba con las cejas alzadas de nuevo.
—¿Quién eres tú? —le preguntó la niña antes de destrozar otro droide de combate.
Riane apuntó adelante, no teniendo tiempo para responder a la pregunta.
—¡Cuidado!
Se acercaban dos droidekas.
—¡Retiraos! —gritó la Jedi.
Entonces, un disparo le dio a uno de los clones, justo en el pecho, y cayó de golpe, boca arriba y muerto. Riane soltó un sonido de estupor, nerviosa de pronto y el gusto por las bromas perdido, pero retrocedió junto al resto de los hombres mientras la togruta intentaba cubrirlos.
Se apostaron detrás de una puerta medio cerrada, pero era evidente que la Jedi estaba teniendo problemas. Otro clon cayó, y Riane apretó la mandíbula, sacando la otra pistola y disparando con las dos manos. Rex la miró de reojo, pero ella seguía pegada al otro lado de la pared, junto al único clon de armadura completamente blanca que quedaba en pie.
—¡No puedo retenerlos! —avisó la niña.
Riane seguía disparando, pero los escudos de los droides hacían que sus tiros no valieran para nada. Otro clon, el que estaba al lado de Rex (tenía una raya azul pintada en el casco y en el pecho), negó con la cabeza.
—¡Tenemos que retirarnos! —le sugirió al capitán.
Entonces, el techo se vino abajo sobre las droidekas, y los disparos cesaron cuando Kenobi apareció encima de los escombros.
—¿Necesitas ayuda? —le dijo a la niña mientras dos clones con armaduras naranjas le seguían por el agujero.
—¡Maestro Kenobi, me alegro de verte! —dijo la Jedi.
—Veo que has conocido a la señorita Unmel —aportó él.
La togruta se giró para mirar a Riane, que enfundaba las dos pistolas en las guardas de los muslos. Le dio una pequeña sonrisa a la niña.
—Soy Ahsoka Tano, la Padawan del Maestro Skywalker.
Riane asintió, intentando olvidar el cadáver del clon que había caído muerto a su lado, o el que estaba un par de metros adelante.
—Yo soy Riane, de los Cuerpos Especiales de Naboo. Es un placer conocerla, Padawan Tano.
—Es la protectora de la senadora Amidala —explicó Kenobi.
Riane se apartó el pelo de la frente: se le salía de la coleta que se había hecho en el transporte.
—Exacto.
Con las presentaciones terminadas, Kenobi se giró hacia la Padawan.
—La cosa va bastante bien —le dijo mientras todos avanzaban por el pasillo—. El laboratorio está controlado y Anakin ha rescatado a la senadora.
Más tranquila por saber que Padmé estaba bien, Riane siguió a Rex y al resto de los clones, que corrían tras los Jedi.
Acababa de ver a dos hombres morir. Aunque su entrenamiento la preparaba para eso y para cosas mucho peores, se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no trabajaba con nadie en equipo. Al graduarse, Riane había rotado en diferentes puestos de las Fuerzas de Seguridad de Naboo, y ninguno de sus trabajos hacía que luchase tal y como había pensado que lo haría cuando había sido tan solo una cadete.
Había sido en la Invasión de Naboo cuando había visto a muchos de sus compañeros morir. Desde entonces, las cosas habían estado más tranquilas. De aquello hacía ya una década.
Era justo allí, en ese laboratorio, tras años de entrenamiento y sacrificio, que volvía por primera vez al campo de batalla. Suponía que las escaramuzas en las que se solía meter Padmé no podían considerarse batallas, al menos no como aquella.
Los dos Jedi encendieron las espadas láser al dar la vuelta a la esquina, y Riane se dio prisa en sacar las pistolas y quitar el seguro.
Se dividieron, Kenobi con los dos artificieros para ocuparse de las bombas, y Ahsoka y los tres soldados, junto a Riane, se apostaron en el giro para mantener a los droides ocupados.
Avanzaron corriendo por el pasillo tras acabar con los droides. Ahsoka iba hablando con Anakin a través de su transmisor sobre un nuevo problema cuando los dos grupos se encontraron en una sala común.
—¡Riane!
La joven se giró al reconocer la voz de la senadora. Se había convertido en su amiga durante sus misiones juntas y Unmel avanzó para sujetarla por los hombros y comprobar que estaba perfectamente.
—¡Senadora Amidala! —dijo mientras le miraba bien la cara—. Me alegro de que esté bien.
—¿Maestro? —dijo Ahsoka sus espaldas.
—¡Nos falta una bomba y un doctor chiflado anda suelto! —exclamó él.
Riane soltó a la senadora mientras ella avanzaba para hablar con el Jedi, y miró a Jar Jar con una sonrisa ladeada. El Gungan la saludó efusivamente, casi haciendo que riera. Se colocó juntó a Rex, quien negaba con la cabeza mirando al emocionado Jar Jar.
—¿Falta una bomba? —preguntó Padmé—. Vi cómo le daba una a un pequeño droide.
Riane frunció el ceño. Aquello no pintaba nada bien. Anakin resopló antes de empezar a dar órdenes; siempre parecía muy estresado.
—¡Pues dividíos, encontrad a ese droide!
La senadora le hizo un gesto a Riane para que siguiera al equipo de Ahsoka y ella lo hizo tras dudar durante un segundo: supuso que Padmé quería quedarse con Skywalker, siempre estaba hablando de él y, por lo que Riane sabía, hacía mucho que no coincidían.
Corrieron por los pasillos, intentando limpiar el laboratorio al completo, y ayudó a los demás a registrar las estancias más cercanas.
—¡La senadora ha encontrado la bomba! —avisó Ahsoka después de un rato.
Riane puso los ojos en blanco de manera juguetona mientras corrían para llevar a los artificieros hacia la senadora para que desactivaran la bomba. Se les comenzaba a acabar el tiempo, pero intentaba no pensar en ello.
—Por supuesto que la ha encontrado ella —murmuró Riane—. No puede quedarse lejos de la emoción.
Tras la carrera, llegaron a una sala infestada de flores azules, y el artificiero se puso a trabajar en la bomba de inmediato. Todos contuvieron el aliento mientras trabajaba, y Riane tuvo que apartar la mirada después de un rato, no pudiendo con la presión. Siempre bromeaba con que moriría durante su servicio, pero esperaba que, si era así, por lo menos fuera de un rápido disparo al pecho y no de una enfermedad que creía erradicada.
Entonces, el soldado asintió, y todos soltaron aire de golpe, aliviados.
Recuperando la compostura, Riane cruzó los brazos tras la espalda con una pequeña sonrisa en dirección a la senadora. Jar Jar se desplomó en el suelo con dramatismo, desmayado por el estrés del día. Unmel soltó una pequeña risita mientras Padmé asentía en su dirección. Supuso que ambas vivirían para luchar un día más.
Todos los presentes se dispersaron por la sala, y Amidala se acercó a Unmel. Le alegraba verla, aunque fuera en aquellas circunstancias.
—Entonces, ¿qué? —le dijo Padmé a Riane—. ¿Una misión aburrida?
Ella colocó las manos sobre las caderas, su típica sonrisa socarrona le adornaba el rostro de piel bronceada.
—Ya me conoces, Padmé —le aseguró, su tono de voz mucho más despreocupado ahora que conversaba con su amiga sin tanta formalidad—: siempre dispuesta a rescatarte de los líos en los que te encanta meterte.
La senadora se giró hacia el capitán Rex, que se disponía a llevarse a sus hombres para seguir desbaratando la base, ya que seguía habiendo droides en el interior. Los generales Jedi estaban fuera del laboratorio, apresando al doctor que había montado todo aquello con ayuda de los Separatistas.
—Espero que Riane no le haya dado muchos problemas, capitán Rex —le dijo Padmé.
Unmel apretó los labios con gesto de fastidio mientras Rex se ponía el casco. Le pareció que la miraba, pero no podía estar segura debido al visor negro que le tapaba completamente los ojos.
—Lucha bien —fue todo lo que respondió el clon.
Padmé se giró hacia ella con gesto sorprendido. Parecía querer decir algo, pero se limitó a guiñarle un ojo a la soldado. Riane se encogió de hombros sin darle mucha importancia, y siguió a Ahsoka y a Rex fuera por petición de Amidala, que aseguró que no tendría problemas y que se quedaría con los artificieros.
Caminaron por los pasillos en silencio, en busca de más droides, pero, al poco tiempo, la alarma del complejo se activó de nuevo. Riane pulsó el intercomunicador en su muñeca.
—Dijiste que no tendrías problemas —le dijo a Padmé.
—Ha desaparecido una cápsula con el virus: tenemos que encontrarla.
Ahsoka asintió al oír aquello, haciendo un gesto a los hombres, mientras Riane cortaba la transmisión. Supuso que el laboratorio había sido sellado por si acaso, y, por eso, era probable que no fueran a contar con la ayuda de los otros Jedi.
Mientras avanzaban, una explosión sacudió todo el complejo. Riane se agarró a una de las paredes para estabilizarse mientras el sonido de la alarma se volvía más intenso.
—Un escape —dijo Rex mirando en su dirección.
Riane pasó saliva con fuerza mientras comenzaban a correr hacia la sala de seguridad más cercana, intentando salvarse.
Las puertas de distintas habitaciones se cerraban a sus espaldas mientras el virus avanzaba tras ellos como una marea de azul incandescente. Riane estaba acostumbrada a correr, pero el corazón le iba a cien con terror mientras todos se abalanzaban hacia delante.
—¡Ahí está! —gritó Rex.
Riane podía ver cómo las puertas comenzaban a cerrarse delante de ellos. El pánico le apretaba el pecho.
—¡No llegaremos! —exclamó ella.
Ahsoka sujetó las puertas con la Fuerza, y Rex y otro clon saltaron dentro. El capitán agarró el brazo de Riane y tiró de ella para que entrara por la ranura mientras el último soldado la atravesaba.
—¡Deprisa! —le dijo Rex a Ahsoka.
La togruta dio un salto dentro, y mientras Riane se ponía en pie, vio que algo del virus se había colado en la habitación. La carrera no había servido para nada, pero no lo mencionó en voz alta. Sabía lo que aquello significaba, pero aún albergaba esperanzas de equivocarse. Aun así, el latido angustiado de su corazón y la sensación de desolación que se agrupaba en su estómago le decían lo contrario.
Quizás, después de dieciséis años de servicio, su momento había llegado.
Padmé avisó de que Jar Jar y ella estaban bien y de que contaban con trajes de protección. Ahsoka hablaba por su comunicador (probablemente con Skywalker, que estaba afuera) mientras Rex y Riane se sentaban en unas cajas, agotados por la adrenalina y la carrera.
—Por lo menos hemos sellado el recinto —le dijo ella en voz baja, intentando distraerse.
—Sí.
No parecía ser un hombre de muchas palabras, y ella no encontró nada más que decir. Sacó una de las pistolas para limpiarla: lo último que necesitaba ahora es que se le atascaran cuando intentase disparar. La alarma seguía encendida y le estaba levantando dolor de cabeza. Acabó con la primera pistola y sacó la que llevaba en la pierna izquierda, limpiándola rápidamente y recargándola con soltura.
—¿Unas DL-44? —preguntó el clon después de un rato.
Se había quitado el casco y miraba las pistolas de Riane con atención, sin la cara seria y dura que le había dado hasta entonces. A Riane le había quedado claro desde el principio que el capitán no se fiaba mucho de ella. No creía que fuera algo personal: era probable, que, simplemente, desconfiase porque no se conocían. Además, ella no formaba parte del Gran Ejército de la República y él no debía de estar acostumbrado a colaborar con personas ajenas a esa entidad.
Se giró para mirarle, y sus ojos oscuros se encontraron con los suyos, que brillaban con una curiosidad permanente en la que ella no había reparado antes. Al intercambiar esa mirada de entendimiento mutuo, Riane se dio cuenta de que sus diferencias no importaban mucho. Puede que no se conocieran, pero los dos eran soldados y compartían conocimientos en campos como en el del armamento. Sonrió, asintiendo y apartando la mirada, pero, antes de que pudiera responder, un clon golpeó las manos contra un panel de la pared, sorprendiéndoles y acaparando su atención.
—¡No, no, no! —Ambos se acercaron a él con Ahsoka siguiéndoles de cerca—. ¡Parte del virus se ha colado dentro! ¡No cerramos la puerta a tiempo!
Rex se puso el casco mecánicamente, de un solo movimiento, y Riane se mordió el labio. Al fin y al cabo, no se había equivocado. El sentimiento de desolación volvió a invadirla, pero se obligó a apartarlo de su mente al instante.
—Quizás estemos acabados, pero podemos detener a los droides: intentarán abrir las puertas para que el virus escape al exterior —dijo seriamente Rex.
Ante la idea de todo su planeta natal infestado por ese virus mortal, Riane bajó la cabeza con pesadumbre y dolor. Sin embargo, Rex parecía ser un hombre honorable, dispuesto a dar su vida para evitar que aquello pasara, así que dejó que su decisión le diera valentía a ella también.
—No te preocupes —le dijo Ahsoka al clon—. Mi maestro encontrará una cura para el virus: no estamos acabados.
Riane esperaba que la alegre togruta tuviera razón, siempre parecía estar contenta, no importaban las circunstancias. Quizás los Jedi pudiera encontrar algún tipo de solución a tiempo, pero, por muy hábiles e importantes que fueran, Riane lo dudaba.
—¿Hay alguien ahí? ¿Me recibe alguien? —preguntó Padmé por el transmisor.
—Senadora Amidala, estamos atrapados en la sala de seguridad del complejo B —respondió Ahsoka.
—Vamos para allá. —Añadió algo más tras una corta pausa—. ¿Estáis infectados?
Ahsoka miró con duda y pena hacia dos soldados que comenzaban a toser unos metros más allá. Con un suspiro, Riane alzó el brazo para responder ella misma.
—Eso me temo, mi señora —le dijo a través de su comunicador.
Hubo un par de segundos de silencio.
—Nos vemos enseguida, Ri.
Esperaron en la sala, sentados y nerviosos, hasta que Padmé anunció que estaba al otro lado. Los clones se miraron entre sí. Se habían quitado los cascos, y Riane podía ver que todos eran un poquito diferentes: por la manera en la que miraban a su alrededor, las expresiones faciales, o los cortes de pelo y los tatuajes. Unmel intentó no alternar la mirada entre Rex y sus hombres de manera muy evidente. Sabía que muchos ciudadanos normales como ella pensaban que los clones no eran personas, pero, tras luchar con ellos y verlos en aquella situación, Riane supo que quien pensara así, se equivocaba. Se tomaban muy en serio su deber y ella sintió gran satisfacción por haber servido junto a ellos, aunque el virus la fuera a matar pronto.
—Abra la puerta, senadora —le dijo a Padmé.
El virus entró de inmediato, llenándolo todo con su color azul y haciéndoles toser. Padmé se acercó a ellos, a salvo en su traje de protección y con Jar Jar detrás, en la misma condición.
—Lo siento, chicas —les dijo a Riane y a Ahsoka con el ceño fruncido y la cara apenada.
—Con todo mi respeto, señora —le dijo Riane a su amiga con una pequeña sonrisa—: proteger al resto de la galaxia de este virus es nuestro deber, así que no hay nada que sentir.
Sacó una de las pistolas, lista para aplastar a los droides. Ahsoka la miraba con una sonrisa mientras Rex fruncía el ceño en su dirección, no entendiendo del todo sus palabras. Al fin y al cabo, ella no era una soldado de la República, al menos no directamente.
Supuso que ella también estaba dispuesta a dar su vida por la de otros.
—Queda mucho por hacer —coincidió la togruta.
Rex le pasó a Padmé un bláster y la senadora se giró hacia su guardaespaldas. La miró con gravedad.
—Lista para destrozar hojalatas, mi señora —fue todo lo que dijo Riane.
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Riane corría junto a Rex y otro soldado clon mientras Ahsoka lideraba al equipo. Se habían separado de Padmé y de los demás para cubrir más terreno, y aunque Riane había querido acompañar a la senadora, ella le había pedido que cuidara de la niña togruta. Unmel no había podido negarse.
La mujer extendió el brazo y le disparó a un droide justo en el cuello, volándole la cabeza en pedazos. Su buena puntería era lo que le había hecho pasar las pruebas finales de la Academia.
—¡Rex, quizás tengamos una tiradora mejor que tú! —gritó Ahsoka sobre el sonido de blásters.
El hombre soltó un gruñido como respuesta a la gran sonrisa de chulería de Riane.
Todos siguieron disparando, sudando por los síntomas del virus que comenzaba a afectarles, pero intentando mantener el buen ánimo en el grupo. Un droide avanzó por la derecha, pero el capitán de la 501 pareció no verlo. Riane levantó las pistolas y disparó varias veces, hasta que cayó. Rex la miró un momento, quizás sorprendido, y eso sólo ensanchó más la sonrisa de la chica.
—¿Distraído, capitán? —le preguntó con burla.
—Yo nunca me distraigo, novata —le dijo como si aquello fuera verdad, con un tono afable que sorprendió a la chica—. Quería comprobar si ibas a poder con él.
Riane puso los ojos en blanco, tragándose una respuesta sarcástica e intentando no sonreír, aunque le costaba.
Giraron una esquina para detener a unos droides que intentaban abrir una de las escotillas.
—¡Eh! —gritó uno desde abajo—. ¿Cómo te va?
—¡Ya casi he terminado! —respondió el otro desde lo alto de la escalera.
Riane extendió el brazo y acabó con el que estaba abajo mientras Ahsoka se acercaba con Rex al hueco de la escalera para destrozar al otro a tiros.
Se encontraron con Padmé y con su equipo al final del pasillo y decidieron unirse en un solo grupo para acabar con los droides que quedaran. A Riane le parecía que el laboratorio cada vez se volvía más frío.
El virus comenzaba a afectarles más y más a todos los que no llevaban los trajes protectores, y Riane estaba segura de que su cara estaba tan azulada como la de la pequeña Jedi a su lado. Le apenaba que una niña tan joven se encontrara en esa situación, pero estaban en guerra, en medio de una batalla, y Riane no podía pararse a pensar en eso. Si los Jedi la dejaban luchar en el frente, aunque fuera tan joven, supuso que era porque estaba preparada para ello. Ella también había luchado en una batalla cuando era pequeña: probablemente a una edad algo más temprana que la de Ahsoka.
Dos droidekas les salieron al paso, y Riane maldijo mientras se cubría, con la espalda contra la pared.
Ahsoka avanzó para subirse a uno de los droides y destrozarlo, y Riane no pudo detener a Padmé a tiempo, que se lanzó al suelo entre los disparos para cubrir al alocado Jar Jar, que intentaba disparar hacia la batalla. Sin embargo, el disparo que Binks había conseguido soltar chocó contra uno de los sables de Ahsoka, que estaba ocupada luchando contra los droides, y le acertó a la senadora al ser reflectado hacia atrás.
—¡Padmé!
Enfundó las pistolas con el corazón en un puño y la levantó del suelo. Estaba bien, pero su traje se había perforado. Riane la sujetó por los hombros, furiosa consigo misma e intentando no perder los papeles al instante.
—¡No puede ser!
Sintió la mano de Ahsoka en su hombro mientras Padmé se quitaba el casco con un suspiro.
—No te culpes, Riane.
Ella sacudió al cabeza. De repente se sentía muy débil y tenía ganas de llorar, algo que no hacía a menudo, pero intentó mantener el gesto lo más serio posible.
—Juré dar mi vida por la suya —murmuró la joven con seriedad para que sólo su amiga la oyera.
Quería hacerle ver que le había fallado, que no había cumplido con su deber, pero Amidala le puso una mano en la mejilla como si de verdad no pasara nada.
—Estamos en guerra, Ri —respondió la mayor—. El grupo y la misión son lo que importa ahora.
Ella negó con la cabeza de nuevo, pero no encontró nada que replicar. Se apartó de la senadora, que avanzó junto a una triste Ahsoka y a un preocupado Jar Jar Binks, y se mordió el labio lo más fuerte que pudo.
Sintió otra mano en su hombro, y al girarse vio a Rex. No le dijo nada, pero el hombre asintió escuetamente en su dirección, aún con el casco puesto, y avanzó para seguir a la senadora y a la Jedi por el oscuro pasillo. Riane se maldijo de nuevo.
El grupo, la misión. Riane no había tenido nada de eso hasta ahora.
Si había pensado que le gustaba el campo de batalla, estaba claro que ahora lo odiaba.
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Despejaron el laboratorio, y aunque Naboo estaba a salvo, ellos, no.
Riane parecía estar cada vez más débil, y las venas las tenía saltadas y azuladas. Estaba pálida como nunca y con ojeras bajo los ojos castaños. Sin embargo, la que peor estaba era Ahsoka. Padmé la sostenía mientras se comunicaban con Skywalker y Kenobi (quienes habían ido en busca de una cura que no llegaría a tiempo): habían acabado con los droides, y ahora esperaban a morir allí abajo, en ese búnker bajo tierra.
Riane pensó en las palabras de la senadora, y se intentó convencer de que su sacrificio era necesario y de que, muriendo allí, salvaría a muchas personas. Lo que más la entristecía era que no sólo ella iba a morir: también lo harían Ahsoka, Padmé y todos los clones.
Todos volvieron a la sala de seguridad para sentarse. Los soldados estaban por el suelo, tosiendo, y los que se encontraban mejor intentaban ayudar a los demás.
Riane sujetaba los hombros de un clon que estaba a punto de romper a llorar. Le reconocía por la raya azul que atravesaba el casco que se había quitado y las protecciones del torso.
Se le estaba partiendo el corazón, pero Rex no podía ver rastro de debilidad en su gesto mientras les observaba.
—¿Cómo te llamas, hijo? —le preguntó ella al hombre.
—Rolt, señora.
La naboo asintió, pasándole un paño de agua por la frente llena de sudor al clon. Tenía el pelo rapado, los ojos marrones aterrorizados.
—Vamos a morir aquí dentro —musitó Rolt antes de deshacerse en un ataque de tos.
Riane le tocó la mejilla, acariciándosela con dulzura y compasión.
—Por lo menos moriremos como héroes, Rolt. Haciendo lo correcto.
Pasaron varios minutos, pero Riane le sujetó la mano al hombre hasta que murió. Rex se acercó con una toalla para ponérsela por encima a su hermano. Riane no se movía, y tuvo que agarrarla del hombro para que soltara la mano del cuerpo.
La chica sacudió la cabeza, con la cara de una muerta, pero aparentemente impasible.
—Esto es horrible —le dijo a Rex.
Él se agachó a su lado, tapando al hombre. Riane le miró de reojo. Estaba muy pálido, y sus rasgos duros parecían ahora de papel. Tenía los ojos marrones completamente apagados, y a Riane le ponía los pelos de punta pensar que acababa de ver morir a un hombre igualito al que tenía al lado.
Se miraron un momento, y él la ayudó a levantarse.
—Fuimos creados para ser reemplazables, Unmel —dijo con seriedad—. Estos hombres nacieron para morir.
Ella se separó de él, mirándole con el cejo fruncido.
—Yo también juré morir por los míos, y no dudaré en hacerlo cuando llegue el momento —le dijo en un susurro—. Pero nunca imaginé que iba a ser... así.
Rex le sostuvo la mirada durante varios instantes. Puede que él y Riane no se parecieran en muchas cosas, pero ambos conocían lo que era el honor y el deber. El capitán no dudó de sus palabras. Asintió en su dirección solemnemente.
Ahsoka intentó decirles algo motivador, aún fiel a su carácter irrompible, pero cayó desmayada al instante. Rex se acercó, agarrándola justo a tiempo para que no se chocara contra el suelo. Padmé negaba con la cabeza, ayudando al clon a tender a la niña contra una pared.
Riane se pasó una mano por el pelo y se sentó contra una de las cajas, débil y completamente derrotada desde dentro. No podía seguir mirando hacia sus compañeros. Sentía cómo comenzaba a latirle más lentamente el corazón, y se posó la mano en el pecho para concentrarse en el sonido rítmico que producía.
Se estaba muriendo.
¿Se iba a reencontrar ya con su padre? Le echaba de menos...
Cerró los ojos y no fue capaz de volver a abrirlos.
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Tras hablar con su mujer y ver a su Padawan sana y salva, Anakin Skywalker se acercó a la camilla en la que trasladaban al capitán Rex hacia el transporte. Llevarían a todos los supervivientes a la bahía médica, donde descansarían hasta que el antídoto que habían encontrado hiciera efecto.
Puso las manos sobre la camilla, mientras que el hombre, derrotado, le miraba seriamente desde abajo.
—Buen trabajo, Rex —le dijo con una sonrisa de ánimo.
El hombre no cambió de expresión: y eso que le acababan de rescatar y que se iba a curar de un virus letal. Aun así, Anakin le conocía bien, y pudo distinguir el brillo de orgullo en sus ojos.
—Sólo estaba haciendo mi trabajo, general —aseguró él.
Anakin señaló con la cabeza a una de las otras camillas. También trasladaban a Riane Unmel a la bahía médica, pero seguía desmayada.
—¿Te ha dado muchos problemas esa mujer? —le preguntó, intentando no poner los ojos en blanco.
Rex miró a la joven de reojo, después negó levemente con la cabeza.
—Debería de haber visto... —Paró para toser—. Debería de haber visto su puntería, general.
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