Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epílogo: Todo

HUMANIDAD CORROMPIDA

EPÍLOGO: TODO

Osamu Dazai, 25 años

Jamás imaginé verlo tan molesto en un día tan importante como esa tarde, en especial por algo que no me pareció la gran cosa. Inquieto, mascullando diálogos entre dientes y balbuceando cosas sin sentido por las noches, con los vellos de punta y saltando como un gato asustado cada que me acercaba a preguntar por qué actuaba tan sospechoso. Había estado así durante poco más de dos meses.

Mi cumpleaños, San Valentín, nuestro segundo aniversario y Navidad habían quedado muy atrás, sepultados por la nieve de los besos, las risas y los recuerdos. Por eso no entendía la razón detrás de su actuar. Por primera vez, su forma de reaccionar era poco elegante y con pánico.

—Me estás siendo infiel, ¿verdad? —Empecé a acusarlo, ganándome siempre un coscorrón por levantarle falsos, antes de ambos estallar en carcajadas.

Claro que esa no era la situación. Sabía que la realidad tenía que estar muy lejos de acusaciones tan banales como esas, así que decidí no meterme en sus asuntos y en darle su espacio, limitándome a hacer burlas al respecto para aligerar el ambiente cada que formaba una escenita.

Era algo grande, de eso estuve segurísimo desde el inicio. Incluso si no estaba al tanto del panorama completo, lo conocía mejor de lo que él mismo lo hacía. Sus ojos se crispaban, mostrando lo cianita de ellos, y hablaba hasta marearme, queriendo hacerme olvidar lo recién presenciado como fuera posible. Y se ponía nervioso, casi ansioso, cada que me descubría fingiendo demencia para darle por su lado.

Copito, ajeno a todo, era quien acababa haciendo más preguntas, si se encontraba con nosotros. Me recordaba a Rampo, tan preguntón e imprudente al hablar, que no se detenía hasta lograr saciar su curiosidad.

A él o a mí.

No mentiría. Era casi igual. La única diferencia era que uno se trataba de un niño, y los otros dos éramos unos adultos insufribles (a palabras de nuestros compañeros, porque yo nos consideraba simples buscadores de respuestas).

Aun con todo esto en cuenta, cuando me adentré a nuestra habitación para confirmar que estuviera listo, casi grité del susto al sentir cómo su cepillo pasó rozando a escasos centímetros de mi rostro y acabó estrellándose en la pared.

En el instante en que abrí los ojos, una vez confirmando que no lanzaría nada más, me lo encontré parado junto a su mesita de noche, lejos de donde solía sentarse para arreglarse. Lejos de su peinador o de la ventana que fue testigo de llantos y aullidos de un perro con el corazón roto, la misma que se calentó y empañó en más de una ocasión.

Sus mejillas estaban sonrojadas. Su traje, color hueso y con detalles grises, fue el causante de resaltarlas, haciéndolas ver como un par de fresas maduras. Esa tarde, había cambiado su clásico sombrero negro por uno a juego con su atuendo y con la cadena -que hacía tiempo le regalé- colgando de él. Inclusive regresó al antiguo perfume de cítricos que usaba y tanto me gustaba.

No sé desde cuándo tuve el sueño de verlo así, blanco como diente de león dispuesto a salir volando de mi mano. O si verlo vistiendo de esa forma fue lo que me provocó un nuevo sueño, uno en el que pedía que lo hiciera más seguido. Uno donde la arena y la espuma del mar se confundan con él, atrayéndolo a mí y a una vida juntos.

—¡Una hora! —Exclamó, señalándome con su dedo acusador—. ¡Nada más te pedí una hora para que pudiera prepararme con calma!

—¡Te di más de una hora! —Respondí, regresándole el gesto. Casi veinte minutos más—. Tú eres quien se tarda años arreglándose. Ni siquiera sé por qué te empeñas tanto, si te ves bien hasta con tus apestosos zapatos de diario.

Alzó los brazos, incrédulo.

—¡Tú eres quien se tarda más! —Eso era cierto, así que no repliqué nada—. Además, no es un día cualquiera. Tengo que verme más que bien. ¡Es muy importante! Tú no sabes que...

Suspiré, confundido y divertido.

Ahí estaba de nuevo.

Sus ojos abiertos de par en par, y él hablando hasta por los codos para agrandar un problema que no era más que nuestro típico numerito burlesco donde discutíamos por cualquier tontería, antes de terminar carcajeando por lo patéticos que debíamos escucharnos.

Me quedé callado, como de costumbre, con los brazos cruzados y siguiéndolo con la mirada. Caminaba de un lado a otro, recogiendo cosas al azar que no creí que necesitara en realidad y vociferando cuán importante era que lo dejara arreglarse con calma o saldría mal en las fotos del evento.

Lo vi entrar y salir del baño para dejar su montoncito de pertenencias cerca del lavabo, y preguntó si Neal estaba listo, si yo preparé todo lo necesario y si no se me olvidaba nada.

En medio de su discurso, no se dio cuenta de cuándo pareció dejar de tener espacio suficiente en la habitación, atreviéndose a recorrer hasta las paredes y el mismísimo techo. Yo dejé que hiciera y deshiciera lo necesario hasta que lograra calmarse, respondiendo muy apenas a lo que en verdad parecía una duda genuina y dejando morir las que no.

Luego de unos minutos, pareció calmarse y se detuvo ahí, de cabeza en el alto techo, con una mano en la cintura. A su lado, estaba el pequeño candelabro tipo araña que colgamos después de la remodelación, que tuvimos que hacer por culpa del ataque de Vargas a la residencia.

Esperé unos segundos antes de acercarme, con su rostro a centímetros del mío y pudiendo ver su ceño fruncido y su nariz arrugada. Algo en mi interior, con esa mirada intensa sobre mí y sus labios apretados con firmeza, comprendió que sí tuve que haber hecho algo malo, por muy inconsciente que lo haya hecho.

—¿Mejor? —Pregunté.

—No tendría que estar "mejor" si al menos tocaras antes de entrar —la amargura en su tono me hizo sonreír. Él comprendió mis intenciones de decir algo y agregó—: ¡No vayas a decir nada fuera de lugar!

—¿Acaso algo que diga podría considerarse fuera de lugar, cuando se trata de ti y todo el tiempo que llevo conociéndote? —Pestañeé de la manera más angelical que fui capaz, con esa vocecita chiflada que tanto detestaba oírme—. Habiendo conocido a profundidad cada parte de ti, dudo mucho que pueda pasar.

Sin darle oportunidad de siquiera reaccionar, me paré en las puntas de mis pies y dejé un pequeño beso como tregua en sus labios. Extendí a tiempo los brazos para evitar que se cayera, una vez se hubo anulado su poder con el mío, y contuve mi risa al vislumbrar la mueca que hacía cada que intentó seguir fingiendo su molestia para chantajearme.

La oleada de cítricos, cuero suave y notas de vino tinto me hizo atraerlo más a mí, haciéndolo quejarse e intentar apartarse de mala gana. Odiaba que me hiciera cargo de desaparecer su enojo tan pronto, que no pudiera permanecer así mucho rato y, en cambio, tuviera que adjudicarme su tranquilidad.

Dejó de luchar después de un rato, con sus brazos alrededor de mi cuello y acercándose a ser ahora quien dejara un beso en el otro, haciéndolo esta vez en mi mejilla. Se dio por vencido más pronto de lo que imaginé, con esa flojera que lo invadía minutos después de estallar y que a mí tanto me causaba entretenimiento.

—Lo siento —me disculpé, por fin—. Llevabas mucho rato aquí. Pensé que habrías terminado —su silencio me dio a entender que esperaba mi continuación—: ¿Por qué te preocupa tanto? No es la primera vez que vamos a un evento importante.

Tardó un poco en responder, con un pequeño puchero que dejaba a simple vista su descontento.

—Es el primero al que vamos como pareja, ¡y es nuestra primera boda! —Aclaró, haciendo énfasis en lo último—. Y es de tus compañeros, son importantes para ti. Necesito verme bien. ¡Tengo una imagen que mantener, por si no te has dado cuenta!

Esa vez, me fue imposible evitar reírme. Él tuvo que darse cuenta de lo tonto que se escuchaba su argumento en voz alta, pues no recibí ningún coscorrón y, en cambio, me sonrió con un poco de pena.

—Créeme —comenté, muy seguro—, con que respetemos el código de vestimenta todo estará bien. Bastará con que ellos resalten con sus trajes negros. No son tan exigentes como parecen.

Me detuve a pensar un poco.

Quizá Kunikida lo era. Tal vez por eso no era él quien se casaba.

—Y tú deslumbras con cualquier cosa que te pongas —halagué, porque era necesario para calmar sus nervios y mis chistes no lo ayudarían en nada—. A donde sea que entras, llamas la atención. Eres como una tormenta en medio del océano: intenso, apasionado y lleno de una fuerza que es imposible ignorar.

Lo bajé, una vez lo hube acercado al baño, y froté sus hombros para animarlo un poco. Si él fuera consciente de cómo lo veían los demás, y no nada más yo, no tendría que estarse preocupando por algo tan pequeño. Entendería que su presencia hacía ver simple el rugido de las olas chocar con las rocas, con su belleza salvaje y el reflejo del cielo en cada salpicadura.

No pareció del todo convencido hasta que palmeé su trasero, sacándolo de sus pensamientos y logrando que me viera de reojo.

—Lo siento por reaccionar así —fue su turno de disculparse—. Me dejé llevar por mis nervios, ni siquiera supe en qué momento pasó tan rápido el tiempo —y, habiéndose asegurado que contaba con mi atención, agregó—: Sé que no es una excusa. No se repetirá, ¿está bien?

No le dije cómo sospechaba de él y que había algo más que me estaba ocultando, y asentí para tranquilizarlo en su lugar. No ganaba nada teniendo a una fierecita enojada en la habitación.

—Te esperaré aquí —prometí—. No tardes tanto. Recuerda que Neal se pone necio si lo haces esperar mucho.

Con un rápido intercambio de miradas, entró al baño en silencio y cerró la puerta detrás de él. No necesité estar pegado a la rendija para saber que no hizo nada más que fingir estar haciendo algo de verdad. Lucía perfecto tal y como estaba, y debía estar al tanto de eso. Era demasiado orgulloso y precavido con su imagen.

Sobre su mesa de noche, estaba un pequeño jarrón con el ramo de camelias rojas que le regalé la noche anterior. Me acerqué a cerrar su cajoncito y dejé morir mi curiosidad detrás de sus nervios al cabo de unos minutos, luego de escuchar los pasos apurados de Copito recorriendo el pasillo hasta llegar a nuestra habitación.

—¿Qué te parece? —Fue lo primero que preguntó, parándose frente a mí para presumirme su trajecito igual al de Chuuya y su cabello tan esponjado como el mío—. Me peiné como tú —dijo, de hecho—. Y como papá Chu-Chu dice que eres guapo, eso me hace guapo a mí también.

Tarareé como respuesta, encantado con la pequeña versión de Betty adoptando costumbres nuestras. Esperaba que adquiriera mi carácter, o acabaría por tener a dos perros chihuahua con la realidad alterada, molestos y marcando su territorio de formas cuestionables... Bueno. Detalles, sí.

Lo cargué y senté en la cama junto a mí para ponerle bien los zapatos, al descubrirlos al revés, como cada que se los ponía él mismo.

—Me temo que tú te verás mejor que yo, si permito que te vayas así —lamenté, ganándome una de sus risas burbujeantes—. Te daré la oportunidad de hacerlo porque no todos los días eres el niño de las flores en una boda. Debes dejarlos con la boca abierta.

Traía su llaverito en forma de gato de peluche, que Akutagawa le regaló por su cuarto cumpleaños, colgando de su pantalón. Parecía, más bien, un tigre blanco, gordo y suave, con chapitas pintadas en las mejillas.

Al preguntar la razón, la explicación que obtuvimos es que a Neal le gustó mucho la forma final del poder de Atsushi, cuando lo defendieron de Vargas.

Nadie indagó más de lo necesario, mucho menos del gesto que pareció simbolizar una tregua entre ese par. Lo único que sucedió es que yo presumí haber sido el causante de eso, por lo menos en una partecita.

—¿Tú crees que a los tíos Poe y Rampo les gustará cómo me veo? —Quiso saber, con sus ojitos brillantes fijos en mí y moviendo sus piernas con emoción—. Es la primera vez que voy a una boda. Mamá nunca tuvo intenciones de casarse y le parecían tradiciones aburridas.

Estuve a punto de responder, hasta que la puerta del baño nos interrumpió. Chuuya salió de él viéndose casi igual a como entró, con la diferencia de haberse recogido su cabello como de costumbre y de tener los labios humectados con algún bálsamo sin color.

—Más les vale —contestó por mí, mientras acomodaba las cosas que metió en medio de su actuación—. Ellos dieron su visto bueno, así que no pueden comentar nada. O Poe podría hacerlo, es el único con buen gusto entre esos dos.

Entorné los ojos.

—Que tenga más dinero no implica que sepa vestirse mejor...

Detuvo sus acciones y se volteó a verme, callado y con una ceja alzada, como si me preguntara si en verdad estaba dándole el beneficio de la duda a mi compañero de trabajo.

Pensé en su típico atuendo. En las prendas grandes y mal fajadas, en su cabello despeinado, en su mirada cansada cada que no tenía azúcar en su sistema y, cómo no, en las manchas de dulces o glaseado en sus manos o ropa.

Ah, sí.

Al no recibir una respuesta más elaborada de mi parte, siguió hablando, autonombrándose ganador del dilema y yo dándole la razón:

—Te ves adorable —se acercó a él, poniéndose a su altura—. Y estamos vestidos igual. Si te dicen algo malo, yo los golpearé por ti.

—Por suerte no había sombreros tan pequeños...

Recibí un codazo que me robó el aliento y Neal no dudó en carcajear, demasiado divertido por ver cómo me maltrataban. Esa era una de las razones por las cuales prefería que heredara mi temperamento, ¿qué haría si los dos terminaran por tratarme igual? Mi bello cuerpo acabaría con moretones.

—Quita esa cara de tonto —me regañó mi pareja, tomando al niño entre sus brazos y encaminándose a la sala para recoger el resto de las cosas—. Tenemos que llegar temprano a la ceremonia. Muévete o te dejaremos.

—Papá Osa se tarda demasiado... —Oí un susurro lejano.

Definitivamente el universo hizo un complot con el palacio de las tinieblas para darme mi merecido. Para que los dueños de mi corazón no entendieran mi dramatismo y, por supuesto, se unieran en mi contra entre risillas secretas y murmullos. ¿Era así como se sentía estar en una familia?

Porque me gustaba.

Me gustaba no tener ningún otro lugar en el cual sentirme parte tanto como a su lado. Me gustaba no encontrar ningún otro sitio al cual llamar hogar, porque no había nada más perfecto que la imperfección que creamos en esas cuatro paredes. Me gustaba nuestro concepto del amor, ese que nadie más entendería al instante y envidiaría apenas lo comprendiera.

Eran el fuego del sol antes de ver a la noche caer, con sus tonos ardientes que iluminan y calientan con su cariño cegador e intenso, incluso si amenazan con consumir todo de mí a su paso. El recuerdo de la fuerza que hay en los momentos de quietud, y las llamaradas que me hacen renacer como fénix.

...

La unión del Mejor Dúo de Misterios, como los autonombró Rampo en sus invitaciones, tuvo una ceremonia agradable en la playa, orquestada por un Kunikida que se comprometió a estudiar lo necesario para hacer todo al pie de la letra. Ninguno se puso a hablar de las legalidades de Japón, indispuestos a romper su ilusión.

Fue un evento pequeño lleno de amigos, compañeros de trabajo cercanos y familia encontrada en el camino. Una de las integrantes de la agencia se encargó de la decoración, alegando que no podía confiar algo tan importante a hombres como nosotros. Nuestro presidente fue quien prometió centrarse en conseguir el banquete y los postres, a lo que todos estuvimos de acuerdo. Su rayo de lucecita era quien se casaba, al final de cuentas.

Por supuesto, Copito fue quien se llevó la atención de todos con sus saltitos emocionados cada que lanzaba los pétalos. Junto a Karl, el mapache de Poe, y la pequeña Aya, la protegida de Kunikida, se adueñaron de nuestros corazones cuando cayeron dormidos por el cansancio en medio del festejo.

Hubo baile y un enorme pastel del que muy apenas nos dieron una pequeña rebanada, bajo las alegatas de Rampo, quien quería guardar lo máximo posible para el resto de la semana. No le peleamos, no cuando su segundo amor (el azúcar) estaba en juego.

Para cuando la puesta de sol estuvo en su último acto, tiñendo el cielo de tonos dorados, anaranjados y lilas que se desvanecían como la espuma hacia el azul profundo, la brisa marina refrescó. Era invierno y habíamos aprovechado el único día semicálido para reunirnos en honor a la nueva pareja.

El sol, siendo un semicírculo sobre el horizonte, parecía inclinarse para despedir el día y agradecer por las nuevas memorias que creamos junto a nuestros seres queridos. Fue el escenario perfecto para sacar un par de fotografías, entre tropezones y salpicones de la marea que empezaba a mojar nuestros zapatos.

—Son lindos —admitió Chuuya, sentado junto a mí en nuestra manta. Frente a nosotros, Neal había juntado fuerzas para enfrentar a la orilla del mar junto a sus tíos—. La agencia tiene un encanto diferente a la Port Mafia. Me alegra que los rayos de su luz hayan llegado a ti. Ese brillo se ve bien en ti.

Sonreí con nuestras manos entrelazadas en mi regazo, manchadas y húmedas por los restos del castillo de arena que construimos juntos. No había ningún otro lugar en el que hubiera querido estar, no estando bajo la ternura de su mirada.

De repente, un sonido lejano llenó el aire, terminando con una explosión de luces que cortó nuestra paz y provocó que nuestro agarre se fortaleciera en medio del susto.

Los primeros fuegos artificiales de la noche estallaron en el cielo, pintándolo e iluminándolo con su resplandor. La luna, apenas naciente, nos regaló una sonrisa y las primeras estrellas centellaron junto a las chispas de colores. Una combinación hermosa en el manto azul que se cernía sobre nosotros, cobijándonos y arrullándonos al ritmo de las idas y venidas de las olas.

Me les quedé viendo por largo rato, sin darme cuenta del nudo deshaciéndose en mi pecho, dejándome llevar y preguntarme qué color sería el siguiente. La lluvia de colores reflejada en el agua parecía extenderse frente a nosotros, invitándonos a tocar un pedacito de cielo.

Mi cielo era Chuuya y la cianita en sus ojos, sus pecas eran la salpicadura de las estrellas y su sonrisa la luna radiante que me azota como un torrente.

El sonido del mar murmulló algo cuando me giré a verlo. Una voz que me habló del antes, el ahora y el después. Un tarareo que me recordó por qué él fue el primero y el único. Un canto que intentó imitar su porte angelical y destructivo.

Con el viento bailando entre los dos al ritmo de la canción del agua, lo entendí.

Cuando la profundidad de su mirada acarició mi alma, comprendí que me metí a un juego sin salida. Que los dos últimos años estaban lejos de ser casualidad y no eran más que parte de nuestra historia.

La historia de dos mitades que podían formar un todo.

—Eres como el crepúsculo, Dazai —habló, de pronto. El aire lo despeinó un poco y siguió—: un instante mágico donde el día y la noche se unen. ¿Recuerdas la vez en que te dije que las estrellas cantarían por ti? Seguro que así lo harían porque se trata de ti. De su mayor creación.

Fue ahí cuando algo hizo clic.

El hecho de no tener miedo de saltar y caer porque sabía que estaría para mí. Que cada vez que brillaba, yo brillaba para él. Porque cada que el fondo pareciera hundirse bajo mis pies, ahí estaría para atraparme.

Su actitud los últimos meses. Esa risa cada que le preguntaba si me era infiel. Su enojo antes de salir esa tarde. Su enojo que, en realidad, era pánico. Pánico si yo descubría lo que estuvo escondiendo y preparando para mí, sin entender que yo estaba lejos de huir del amor que tenía justo frente de mí.

—Eres la brisa al final de cada día, robándote lo bueno y lo malo —y esas palabras que ensayó, me robaron una risa enternecida, con el corazón desbocado y la sal del mar en mis labios—. Y eres quien me recuerda que, incluso en los momentos más sombríos, hay una belleza que vale la pena contemplar.

En esa caja entre sus manos, hubo más que un anillo de oro blanco.

Hubo historia. Hubo risa y llanto. Hubo besos y dolor. Hubo vida. Hubo amor.

Hubo una promesa para el siempre.

—Desafías la calma y la tempestad. A todo lo que conozco —dijo, volviendo a tomar mi mano entre la suya para poner el anillo en ella—. Y no quiero conocer a nada más que a ti. Así que, por favor, acepta esto que te doy porque eres mi todo. Y es todo lo que estoy dispuesto a darte.

Lo besé ahí, en la privacidad del mundo que construimos juntos.

Ahí, con el Dazai de frenillos y el Chuuya feral.

Ahí, con nuestros corazones rotos por el hasta pronto.

Ahí, con el Romeo sensato y la Julieta sentimental.

Ahí en el hola, oye, volví, estoy aquí.

En la luna y las estrellas.

En el calor del sol y un abrazo.

En el amor y un beso desesperado.

Ahí, en el pasado, presente y futuro.

Porque

Es aquí.

Aquí.

Ahora.

Él y yo.

Fuimos uno.

Aquí.

Ahora.

Él y yo.

Somos uno.

Aquí.

Ahora.

Él y yo.

Seremos uno.

El frío del oro desapareció bajo el calor de sus mejillas.

Mi corazón se derritió entre sus manos.

El mundo corrompido se purificó con su sonrisa.

—Te amo —susurró uno.

—Te amo —susurró el otro.

No importaba quién lo dijo primero.

Neal corrió hacia nosotros con tres conchitas y se hizo espacio entre ambos. Nos habló de cómo los desiertos fueron océanos, de cuán importante era fijarse en el interior y cómo nunca, nunca, quisiera renacer como un pez luna.

Reí junto a ambos. Porque encontré la respuesta que estuve buscando toda la vida navegando con un simple velero, un ancla, una brújula y ahora un mapa.

El lugar al que pertenezco.

Es aquí.

Aquí. Aquí. Aquí.

Y lo es todo.

FIN.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro