XIX
DEMENCIA TOTAL
Los pausados pasos de Vesta alteraban la poca paciencia de Júpiter, tenía muchas cosas que preguntarle y el que ella se dedicara a caminar con esa armonía fluctuante de elegancia le disgustaba. Pasaron al despacho de aquella mansión sin más tiempo que perder donde de inmediato le fue señalada una silla frente a un amplio escritorio ébano de cedro.
-¿Me decías cariño? –La voz de aquella mujer guardaba un espectral tono de rencor, y el presente lo sabía.
-No te esfuerces por fraternizar, conozco muy bien tus pensamientos hacia mi familia –Menciono a medida que descansaba su cuerpo en aquel mullido mueble.
-Que lastima que pienses así de mi –Contraatacó nada más concebir la mirada del castaño encima- Has cambiado tanto...
Fue una idea que broto como un susurro de sus labios, Júpiter no comprendía aquella frase y su verdadero significado pero ella seguía comparándolo en silencio con su antiguo y fallecido amor. Antes eran una gota de agua; tal para cual, pero ahora veía la sombra de lo que fue, Júpiter parecía vencido, carente de vida y gloria, la demencia lo estaba consumiendo. O eso prefería creer ella en su interior.
La conversación se extendió cerca de una hora y media, él le explico lo que pensaba sobre sus sobrinos y lo que sentía cuando estaba en su cercanía, Vesta intento calmarlo alegando que en esos tiempos que vivían la juventud había perdido ya el respeto a sus mayores, pero claro; ellos no tenían mucha diferencia de edad, después de todo Vulcano y su persona se llevaban solo una década de diferencia.
¿Qué es eso en su sociedad? ¿Un respiro suspendido?
No lo creía y cada argumento que ella ofrecía le facilitaba el hecho de declinar e inventar nuevas hipótesis.
-Lo comprendo –Dijo sin mucho ánimo- Vulcano es todo un problema.
-Ya está en la edad de madurar, pronto su signum aparecerá y entonces... -Júpiter se levanto sobresaltado por una energía particular y Vesta observo con nerviosismo hacia la puerta de su despacho.
-Querida tía... -Dijo un muchacho gozoso de una flamante sonrisa con los labios sumergidos en un rojo poco normal, como si usase algún labial de esos que se aplican las señoritas para verse más atractivas ante la mirada crítica de los dioses más buscados, camino por su alrededor dedicándole una fugaz mirada llena de rencor y al mismo tiempo admiración- ...Tenia tanto buscándote que creí te habías marchado sin avisarnos.
-Vulcano... -Se levanto de su asiento apretando sus dedos en el reposa mano- ...Estoy ocupada, ¿Podríamos hablar en otro momento?
-Oh, claro... -Dio una mirada burlona hacia donde se encontraba enmudecido aquel dios desterrado-Nos vemos entonces.
Salió moviendo las manos con gracia por el aire, como motivándose a sí mismo a proseguir su marcha sin reírse en la cara de aquel invitado no tan grato para el Olimpo, tal era el compas de aquellos movimientos que parecía un director de orquesta en su chiste personal.
-Perdónalo, él... -Júpiter levanto una de sus manos en señal de silencio, se giro hacia ella observándola con aquellos ojos verdes acuosos que poseía, haciendo prisionera esa alma que poseía; él la culpaba y de paso la juzgaba.
-Me tengo que ir Vesta, pero regresare para hablar después. Aun no terminamos esta conversación y me molesta que quieras seguir ocultándome cosas –Camino con pasos firme sin voltearse en ningún momento a mirarla.
Vesta se sentía contrariada, la había llamado mentirosa y no sabía porque. Si, bien había mentido en muchas cosas pero sus dudas surgían al no saber en cual de todas esas mentira la había descubierto. Salió casi al trote para alcanzarlo pero ya se había marchado, siendo un mago oscuro poseía un arte inconclusa de todas las tribus, quizás por eso desapareció de su vista. Estaba nerviosa, su corazón galopaba a mil por hora, giro y giro en aquella sala presa de un repentino arrepentimiento. Su palacio de naipes se desboronaba y ella pagaría cada uno de sus crímenes si se llegase a descubrir la realidad.
"¿Qué has hecho hermana? ¿Por qué haces todo esto?"
La voz de Saturno ataco su conciencia. Esas palabras fueron las que le dijo antes de que todo se saliera de control, era un recuerdo muy antiguo y doloroso que en ocasiones se lograba mesclar con su realidad.
-¡No! Eres solo mío. Jamás te perdonare el que la hayas escogido a ella sobre mi –Le grito a la nada en aquel pasillo donde solo permanecían ella, los muebles y la decoración.
"¡Aléjense de él! ¡No pueden tocarlo! No ha hecho nada... ¡No hemos hecho nada!" –Una mujer con cabello cobrizo gritaba a los dioses presentes en aquella exterminación pública mientras sostenía el cuerpo moribundo de Saturno entre sus rodillas.
El pueblo gritaba blasfemias a ambos seres mientras lanzaban con cizaña sus dones y poderes a aquel escudo que había creado como último recurso para defender a la mujer; pero lo sabía: ambos morirían. La mirada de Saturno se poso sobre los ojos abierto de su hijo, lo retenía el padre de Mercurio con sus manos temblorosas mientras otras pequeñas manos le brindaban apretones de apoyo, Júpiter era tan pequeño que no merecía presenciar aquello por lo que en medio de los gritos de los demás fue llevado a un lugar seguro, en ese momento ella ignoraba quien era el fruto de ese amor. Con un gesto amoroso Saturno Flamel le pidió que guardara la calma y se mantuviera lejos de la decisión tomada y lamentablemente muchos años después Vesta comprendió a quien iba dirigida.
-Al menos él sobrevivió –Hablo entre lagrimas a la pared vacía.
"Los traidores deben morir" –Avivo una mujer a la muchedumbre.
"¿Humanos? ¿Qué sigue luego?" "¡Que mueran!"
"No, él no miente..." –Decía aquella mujer con desespero mientras que Flamel apretaba sus manos y negaba con su rostro.
Los dientes de Vesta eran machacados con furia cada vez que ellos se miraban o se rosaban. Los odiaba, si no era para ella, no seria para ninguna mujer.
"¡Mátenlos!" "¡Quémenlos!" "¡Deben morir!"
Pero entonces algo la hizo comprender que si el fallecía más nunca lo volvería a ver, esa agradable y amable sonrisa que siempre le dedicaba se perdería en medio de la eternidad.
-¡Noooooooooo! ¡Basta! –Su grito se extendió por toda aquella mansión
-Él no ha hecho nada, es su culpa. Es culpa de esa hechicera –Exclamo una joven Vesta en la muchedumbre mientras la sostenían para que no se interpusiese en el juicio- Es ella, ella.... Saturno.
Sus ojos se cristalizaron, esos recuerdos; esos condenados recuerdos la carcomían. Había jugado bien sus cartas pero no se dio cuenta que al exponer a la mujer que había traído su hermano de otro reino también lo condenaría a él.
-Lo siento tanto –Susurro sin dejar de ver aquella pared donde mantenía un hechizo para ocultar el retrato de su único y verdadero amor; un amor enfermizo que desde su principio estuvo destinado a la perdición.
"Vesta, siempre te he amado... Pero como mi hermana, somos familia." –El rostro perfecto de ese hombre le movía miles de insectos en su cuerpo. Pero en esa ocasión ninguno la ataco; él había descubierto su fascinación, su oscuro y bien guardado secreto.
"Déjame explicarlo"
"Debes comprenderlo y aceptarlo. Ella es mi esposa y él mi hijo"
"Pero no son dioses... Son... Son... ¡Son Humanos!" –Le fue difícil decir aquello, ya que siempre había creído una mentira las historias que le contaba su hermano.
¡Por los dioses! ¿Quién creería en un mundo con un solo sol, con personas sin dones ni poderes y de paso con espíritu y voluntad propia?
El silencio reino por un largo momento donde la aturdida mujer no despegaba su mirada de aquella oscura pared. Tenía tantas ganas de volver a ver el rostro de su amado pero era peligroso, no quería que nadie más descubriera aquel retrato.
-¿Tía, sucede algo? –La voz lejana de Venus irrumpió en sus pensamientos y se giro a observarla con completo odio.
-Ustedes están acabando con mi paciencia –En un par de zancadas estuvo casi encima de ella- Tú y tu hermano... -Mordió su lengua al recordar el incidente que ocurrió momentos atrás en la habitación de ella.
Si, era una broma del destino, el amor le había sido arrebatado y de paso la custodia de sus dos sobrinos le había sido entregada tras la muerte de un segundo hermano. Respiro profundo controlando su furia, observando aquel aspecto pálido que tenia la muchacha pero sobre todo la valentía. Ella no le temía.
Sonrió, relajando esa expresión de locura total. Venus sintió como aquellas manos gélidas acariciaban su rostro con un gesto gentil que comenzaba a preocuparla, la integridad mental de su familiar realmente se había desvanecido en esos episodios de demencia.
Vulcano tenía razón, un poco de su don era capaz de enloquece a todo un mundo.
-Pronto... Muy pronto el Olimpo se rendirá ante nuestro linaje y después le seguirá el mundo humano -Susurro Vulcano en los oídos de su tía haciéndola sonreír aun más, presto su atención en su hermana que no hacía más que reprocharle con la mirada- Nadie, nunca mientras yo viva, volverá a lastimarte.
Una promesa que había sellado por completo con aquella piedra amarilla que poseía en su bolsillo izquierdo. Él convocaría toda una revolución, despertaría el alma guerrera de esos dioses durmientes y acabaría con aquella mudez que los mantenía en letargo desde hacia milenios atrás.
-Júpiter lo sabe... -Dijo su hermana para alejarse de ellos, necesitaba aire.
Tanta psicosis junta le quitaba la voluntad de vivir. Su hermano había cambiado con los efectos de aquel maltrato que sufrió bajo el manto supuestamente protector de su pariente, y ella solo vivía en el pasado buscando un poder inexistente. Después de la muerte nadie podía regresar pero ella siempre dejaba en claro que algún día; cuando tuviera el control traería a la vida a su amante, uno que nadie conocía o al menos no llegaron a conocer.
-¿Por qué te enojas? –Vulcano se alejo de Vesta, dejándola bajo aquella ilusión provisional.
-Porque todo lo que tienes en la mente fallara –Se giro para enfrentarlo. Si, ella era tan cruel como él; siempre apoyándolo en sus travesuras pero aquello estaba lejos de ser una broma, era mucho peor y no quería seguir dándole ayuda, no si eso involucraba su muerte- No te ayudare a destruirte, a... A destruirnos.
-No debe ser así. Yo soy fuerte y con esta nueva piedra... -Saco de su bolsillo una hermosa gema con color verde esmeralda, brillante y hermosa.
-¿Qué...Que... -El corazón desenfrenado de Venus galopo a toda su marcha dentro de su pecho, algo se lo susurro al oído tan despacio que ni siquiera supo si de verdad existió aquella voz.
"Júpiter se vengara de todos ustedes."
-La tenía Júpiter –Sonrió con suficiencia- Se la he arrebatado sin él darse cuenta. Es una piedra...
"¡Huye!"
-Filosofal... -Susurro Venus perdida en aquel nuevo matiz que poseía semejante cristal.
-Sí, la más poderosas de la familia Flamel –Termino de decir con un frenesís en su mirada similar a la de su hermana.
Solo que él veía en aquella roca brillante gloria y poder y ella; en cambio veía muerte y devastación.
Sintió el frio húmedo recorrer su columna vertebral y la visión domino su cuerpo, atravesándola como miles de agujas hirientes. Una guerra sin aliados, todos contra unos pocos. Ellos... Si eran ellos, el grupo que defendía a aquella ninfa radiante; su cabello era tan dorado como los rayos de sol y su piel tan nívea como la nieve en el invierno. No vio su rostro pero vio como de sus manos descendía una luz blanquecina que otorgaba una fuerza inimaginable por todos los dioses. Aquello que brillaba en dorado dentro de ella, esa aura pura y deseada por todos los combatientes era un alma capaz de purificar la maldad dentro del espíritu de los demás. Todos lo que ella tocaba eran contagiados por su inmensidad.
El alma de los dioses que permanecía perdido en algún lugar de su cuerpo era despertado con un simple contacto de su fina mano.
¿Ella era una diosa principal?
Sus pies flaquearon cayendo al piso de bruces, ni siquiera a su hermano le dio tiempo de tomarla en brazos. La voz de él llamándola no la sacaba de aquella visión.
Sangre, muerte, gloria, victoria...
-Nosotros... Lucharemos contra ellos –Dijo sin vacilar, aunque sin mirarlo.
-¿Contra quienes? ¿Qué has visto? –Venus derramo lágrimas presa de ese miedo.
-Regrésala Vul, no sigas con esto por favor. Vámonos lejos... No inicies esta guerra sin... -Sus suplicas eran extrañamente inaudibles por Vulcano, a penas y escuchaba sus murmullos en el medio de aquel silencio.
Se acerco más a ella para brindarle de su apoyo, de su calor de hermano pero nada parecía calmarla.
-¡¿Qué sucede aquí?! –Ambos giraron sus rostros con brusquedad a la fuente de aquel sonido.
Perdido en el temor de su hermana había roto el vinculo que dominaba la furia de su tía, y ahora estaba allí molesta con ambos.
-¿Por qué diablos devoras sangre y vas a mi despacho? –Crítico ella sin mencionar lo ocurrido en el corredor- Júpiter conoce muy bien esas señales, de seguro ahora sabe que has ganado tu signum, y lo peor; no es de esta casa.
-¿Y qué importa? Tu tampoco la tienes, de hecho la he heredado de ti ¿Cierto? –La mayor se enojo tanto que termino lanzándole una sonora bofetada.
El rostro de Vulcano se giro a un lado con los labios semi abiertos, observando el terror en la mirada de Venus, él odiaba eso.
Los odiaba a todos, de hecho.
*
Júpiter danzaba entre hechizos que conocía perfectamente. Aquello de ser un mago oscuro le daba tanta libertad que no se arrepentía de poseer esa señal oscura sobre su cuerpo. En esos momentos pensaba sobre lo ocurrido en la casa de Vesta, los labios de Vulcano, aquella gracia con la que se movía, incluso la velocidad de su hechizo desencadenado.
Los conocía perfectamente porque él los invento.
Eso de crear un hechizo protegido bajo otro capaz de darle frente a su enemigo si el primero era roto fue su idea, su magnífica creación. Pero no solo la presencia de aquel hechizo que ocultaba algo lo perturbaba, había llevado una piedra a la cual dedico toda una noche de magia y contra hechizos, no era tan poderosa pero si mucho más efectiva que las de sus antepasado. Vulcano la sintió y fue en su búsqueda; por eso ingreso en el gran salón, se hizo con ella en un parpadeo, ignorando que él podía sentir su anhelo por ella.
Y que estaba en su plan dejar que fuera robada.
Estaba claro, el muchacho era el ladrón de aquellas piedras perdidas. Tenía que informarle a Ceres, hacerle ver los planes oscuros que se tejían debajo de aquella cara infantil. Su inocencia era tan creíble que temía ser ignorado por eso, pero la nueva dirigente parecía ser más abierta... E incluso compasiva.
Si, era definitivo.
La guerra estaba a un paso de llegar así que haría lo que fuera por impedirla, no por ese reino que había destruido su ilusión de niño, su familia y todos sus buenos recuerdos.
No, él lo haría por Juno, la cual era la evidente razón por la que Vulcano se apresuraba en sus decisiones.
La quería a ella y a su alma bendita.
Un alma... Puede ser pura y mágica pero no por eso incorruptible.
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