001 | Inicio de una nueva vida.
Estados Unidos Mexicanos.
16 de febrero.
EL AMBIENTE LÚGUBRE ASENTABA CON FUERZA, el viento soplaba dentro del templo sagrado con una tranquilidad impropia de la ocasión, las palabras que decía el cura se iban con el compás de la sonata del piano en el fondo de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, ubicada en la zona metropolitana de Guadalajara. Miré de soslayo a mi hermano mayor, su rostro implacable y sin una sola mueca de tristeza, en cambio sus ojos cristalizados eran imposibles de disimular, despacio me acerqué hasta tomar su mano hecha un puño, sorprendido aceptó mi tacto regalándome una sonrisa poco tranquilizadora.
Era lo único que podíamos hacer, mis cuerdas vocales no lograban articular ninguna vocal al mismo tiempo que mis ánimos por levantar la mirada y encontrarme con millones de ojos lastimeros descendían al pasar los segundos. Con un unísono "descanse en paz", la apertura de madera que dejaba a la vista la imagen de una mujer castaña, de piel pálida e inerte se cerró. El chirrido que hizo taladró mi mente, sin poder evitarlo las lágrimas no pudieron esperarse a estar en un lugar solitario, el molesto nudo de mi garganta que no parecía querer ceder desde hace una semana se volvió insoportable.
Mi pecho se apretujaba con cada respiración, cerré mis párpados con más fuerza de la necesaria tratando de controlar mis emociones pero, ¿Cómo controlas el revoltijo de acontecimientos? ¿Cómo controlas las gotas saladas que resbalaban por mi mejilla si aquella mujer castaña en el ataúd es tu madre? No se puede, así como es imposible controlar el tiempo de vida de cada uno de nosotros.
— N-Necesito tomar aire — Susurré a un costado de mi hermano, no me quedé a escuchar una contestación, sólo salí del círculo que repentinamente se había empezado a formar a nuestro alrededor con intenciones de dar un pésame.
Evité con una sonrisa falsa cualquier contacto humano que fuera en mi dirección, mis oídos eran inundados por los latidos de mi corazón, las piernas comenzaron a temblar en cuanto llegué hasta una habitación cerrada, me tomé el atrevimiento de sentarme junto a la figura de cerámica de la Virgen María. Suspiré trastabillando en la respiración con los irritantes hipidos ahogados al enterrar mi cara entre mis rodillas, mi alma se había terminado de desgarrar al momento de despedir en la ceremonia a mi difunta madre.
Difunta madre, que horrible sonaba.
¿Desde cuándo ese sábado de café se había convertido un funeral? ¿Desde cuándo la sonrisa juvenil que cargaba mi madre se había convertido en una mueca lineal sin ápice de vida? No lo sabía, pero que horrible es sentir cómo la mujer que me ganaba en los videojuegos, que me regañaba al quedarme hasta tarde estudiando o andar descalza por el piso recién trapeado ya no volvería a estar, ya no olería su perfume al llegar a casa ni el café recién preparado el sábado en la mañana.
Un sábado a las 9:00 a.m. se cerró el ataúd de mi madre, con su perfume y su café, para ya no volver a abrirse.
¿Qué haría ahora al llegar a casa? ¿Quién me envolvería en besos al colgar mi chaqueta en el perchero? ¿A quién le contaría mi día? ¿Con quién iba a ver esas horribles novelas románticas?
Con nadie, porque ella se había ido.
No sabía cuanto tiempo había pasado sentada en la habitación, mis piernas estaban entumidas, mis mejillas sonrojadas, mis ojos ardían pero no quería moverme, mis esperanzas se resumían en que por aquella puerta entrara esa señora de figura delgada, con largas piernas y caderas anchas, con una tierna mirada que me daba cuando me encontraba llorando en la esquina de mi habitación, que se arrodillaba a mi altura y me envolvía con sus brazos para susurrarme que todo estaría bien. Y aunque me alentara a creerlo por sólo estos segundos, en el fondo sabía que eso no iba a pasar.
— Con que aquí estabas... — El murmullo desgastado de Sebastián retumbó en el silencio del cuarto, mi cara estaba enterrada entre mis piernas así que solo pude sentir como su calor me abrigaba sentado a mi lado — Sabes... la tía Rosalba contó la vez que mamá tiró a Salem jugando por la ventana estando borracha.
Levanté la mirada con una diminuta sonrisa recordando el grito escandalizado del gato y a la regordeta tía Rosalba corriendo escaleras abajo para atajarlo — P-Pensé que rodaría por las escaleras.
Sebastián sonrió de lado, apoyando lo que había dicho — Yo también lo pensé...
Los musculosos brazos de mi hermano me atraparon entre su pecho, dejó un beso suave en mi cabellera castaña y yo solo pude volver a sentir como mis ojos se empañaban, con la diferencia que en mi hombro caían las lágrimas de ese audaz abogado, que ahora era suplantado por un pequeño niño asustado, buscando refugio de la oscuridad que nos rodeaba. Y bajo la estatua de la Virgen, los sollozos de ambos amansaron el ambiente, las respiraciones agitadas, los gemidos de dos niños aterrados era lo único que podía apreciar la Santidad.
Solo por esta vez, nos permitimos llorar.
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— ¿Quieren que les ayude a bajar las cosas? — La pregunta quedó suspendida, ignoré el ofrecimiento de la mujer pelinegra que conducía el viejo mercedes, bajé con lentitud sintiendo como mis pies se quejaban por los tacones incómodos que había usado todo el día.
Sabía que Sebastián se estaba despidiendo de Lilith, incluso apostaba la mueca extraña que hacía cuando no hallaba las palabras correctas para disculpar mi comportamiento. Lilith era mi cuñada desde hace unos cuatro o cinco años, cuando la conocí pensé que mi hermano le había pagado para hacerse pasar por su novia en la cena de navidad pero, resultó ser que ese rubio de ojos marrones la había enamorado con sus chistes malos y sarcástico humor, nunca podría despreciarla porque incluso hasta en esta situación, no recibía la típica oración "Mi más sentido pésame" ni juzgaba mi actitud.
Abrí la puerta de la casa, el ladrido de Max se escuchó rápidamente mientras su colita peluda se movía enérgico buscando caricias. Me agaché con cuidado consintiendo su cabeza, de inmediato recibí una lamida en la mejilla. Max era un pastor belga malinois de 5 años, veterano del ejército de Estados Unidos que terminó en los brazos de Sebastián al terminar un caso de droga en la frontera como regalo.
— Ya en casa... — Susurré levantándome, prendí las luces del comedor y me tiré en el sofá en L junto al peludo guardián. Eran alrededor de las 12:30 p.m. y el sueño brillaba por su ausencia en mi sistema.
"Jamás debes trasnocharte por sentimientos, hace mal al corazón" Había dicho la abuela hace décadas pero el consejo ahora no tenía mayor sentido, Sebastián cruzó la entrada igual de agotado, con bolsas negras debajo de los ojos y la figura encorvada. Sabía de antemano lo que diría sin necesidad de emitir sonido alguno, esta ni las siguientes noches podríamos conciliar tan fácil el sueño.
Los pasos afligidos del ojimarrón se encaminaron hacia el pasillo que conectaba con la biblioteca, cuando era más joven solía adentrarse entre los antiguos escritos que reposaban en los estantes llenos de polvo, las horas pasaban dentro de la mágica cápsula hasta que los gritos de mamá interrumpían las lecturas. Solté un suspiro dándole la última caricia al pastor para seguir el mismo camino que mi hermano mayor, las paredes blancas con fotografías de los tres me hizo detener por unos minutos.
Nuestro primer día en la playa; como no sonreír ante la vaga imagen de mi versión miniatura emocionada por estar en agua salada, bajo el sol abrazador. Un sentimiento nostálgico atacó mi mente al tocar suavemente, durante ese viaje tuvimos nuestro primer acercamiento al mundo que ignora la mayoría de las personas bajo la excusa repetitiva del cielo o el infierno, que el demonio será el protagonista de las llamas abrasadoras de una eternidad condenada al sufrimiento por los pecados cometidos.
Que estupidez.
La madrugada había dado su entrada triunfal, anunciada por el reloj de pared en la cocina, ¿Cuánto tiempo había estado como tonta en el pasillo?, dejé de lado la fotografía para entrar al salón repleto de libros, mis ojos se movieron hasta la espalda fornida que se asomaba en contraluz de la lámpara.
— Ella... dejó una carta — Su susurro inaudible me hizo inclinarme, tomé asiento sin dejar de acariciar suavemente su brazo. No supe en qué momento mis ojos se aguaron de nuevo — ¿Quieres leerla?
La pregunta me tomó desprevenida y confirmé que hablaba en serio al ver cómo tendía la hoja de papel, como si regresara horas antes la respiración se cortó y el temblor de mi labio indicó que lloraría. No era capaz de ver su letra sin imaginar una despedida dramática como sólo podía hacerlas ella, la negativa era obvia ante mi hermano.
Sorbiendo como pudiese las lágrimas, acarició mi pierna en un nulo intento de reconfortarme — V-Venga... hay que dormir un poco, es tarde.
— ¿Crees en verdad poder dormir? — Cuestioné, conocía a la perfección cuál sería la respuesta — ¿Q-Qué decía... la carta?
Algo en mi cabeza no quería escuchar el contenido, de solo imaginarme algún tipo de despedida ante la batalla perdida por cáncer me desmoronaba. Los últimos meses que pudo vivir sin la constante alerta de muerte hacia bromas sobre las mujeres calvas y lazos rosas, debía reconocer que su humor era algo que heredamos, bien dicho por ella "Lo que no se roba, se hereda". No obstante, eso no significaba que las quimioterapias fueran más fáciles de llevar, ni para ella ni para nosotros como sus hijos.
El cáncer arrasaba la vida de mi madre como un torbellino; sin compasión, sin escrúpulos, sin dejar una sola gota de vida en ella hasta que un 14 de febrero terminó por consumirla.
— Hizo... una última petición — Comentó Sebastián tras un largo suspiro, supongo que no hallaba las palabras precisas para soltar la información — La carta estaba entre sus libros de romances, algo... anticuado.
Como un efecto dominó, mis orbes marrones dieron a parar en los libros faltantes, justamente en la estantería que denominó mamá como "romances adolescentes", mi padre jamás encajó en los estándares que soñaba, junto a la adicción a apostar fue lo que terminó el matrimonio cuando cumplí el primer año. Por ello, siempre fantaseaba en conseguir un caballero criado a la antigua que le trajera ramos de sus flores favoritas cada viernes -su día especialmente para rituales de belleza y amor, ¿y qué mejor que te demuestren amor?- su capacidad para soñar ser amada de la manera correcta me hizo enternecer mi sentir, quizás jamás se dio cuenta pero ese amor que ella buscaba irreversiblemente, lo desprendía en cada muestra de cariño que nos daba — Nos pidió localizar a un viejo amigo en Estados Unidos.
— ¿Amigo...dices? — Cuestioné extrañada, era bien sabido que aunque mamá tuviera una personalidad extrovertida y una facilidad nata para todo lo social, su círculo de amistades era demasiado reducido, y aún más cuando se trataba de temas alejados de lo terrenal, por así decirlo.
— Quiere entregarle el dije a Carlisle Cullen — Especificó, dejando a la vista una pequeña pieza que traía incrustada un ónix en forma ovalada, alrededor lo sostenía un aro metálico mientras que en el centro residía una especie de escudo familiar que consistía en un león coronado encima de una línea en V con tres tréboles incrustados. Me detuve a observarlo con cuidado, mis palmas rozaron la piedra al tomarlo.
Traté de hacer memoria al escuchar el nombre, pero mi mente no trajo ningún recuerdo que involucrara ni el nombre de Carlisle ni el apellido Cullen, tampoco alguna relación en cuanto al escudo de la familia -dando por sentado de que si fuera el escudo de los Cullen-. Arrugue el entrecejo ante la inexistencia de una pista, podía jurar que en un rincón de la biblioteca se escuchaba el molesto susurro de "pistas de blue" a modo de burla, pasé de ello por completo.
— ¿Piensas investigar en tu despacho o, quieres que lo averigüemos en los grimorios? — Pregunté, mi voz ronca retumbó en sus tímpanos al darse cuenta que no había pensando en ello. Al devolver el dije en la caja de terciopelo Vinotinto, no pude evitar fijarme en un doblez de papel que sobresalía del cojín donde debería estar originalmente el dije — Sebas... ¿me permites un segundo la caja?
Bajo el raro gesto que hizo por mi petición, ejercí la mínima fuerza para sacar la almohadilla y poder separar los pliegues, el nombre una aerolínea resaltaba en la parte superior seguida del número de vuelo OKL018 en clase económica con destino a Forks, Washington, mis ojos siguieron descendiendo hasta toparse con dos especificaciones que hicieron temblar mi sistema como nunca antes.
Se dice que las coincidencias son relativamente comunes en la vida de una persona, otros piensan que en este tiempo de vida nada es casualidad sino que todo tiene una explicación y una razón de ser así, de modo que se apliqué una de las leyes universales, específicamente la tercera ley de Newton que dice, a términos prácticos por cada acción hay una reacción igual y opuesta, no sabía si este caso sería tomado por igual sin embargo, un escalofrío no tardó en recorrer mi columna, con algo de incredulidad y un sabor amargo, volví a leerlo pensando que quizás, y sólo quizás, era una mala jugada por parte de mi vista y el cansancio psicológico por todas las emociones que me sometieron desde temprano pero para mi desgracia, las letras no parecían cambiar de orden, seguía ahí un claro "Elisa Sánchez" - "18 de febrero, 2008". Mi respiración se volvió errática y un calor característico emanó de mi oreja derecha, la sensación era molesta e incómoda, la confusión se instaló en mis neuronas con rapidez, ¿Qué rayos significaba ese boleto de avión?
— El papel marca la ruta... y la ruta el destino final.
El susurro pavoroso de un tercero retumbó en mis oídos dejando el tono burlón que lo distinguía hace unos minutos, la seriedad embargó la silueta en la esquina de la biblioteca señalando mi nombre impreso, mi espalda se enderezó en el instante en que Sebastián fue derrotado por la incertidumbre, arrebatándome el pasaje.
— Ella ya lo tenía todo arreglado... — Cuchicheó leyendo repetidamente el papel para luego mirarme, no sabía como sentirme ante la nueva información, considerar que mi madre ya estaba consciente de la fecha en la que fallecería y lo que pasaría a continuación solo aumentaba el hueco rellenado por tristeza, una que se había mudado a mi pecho desde hace meses tras el diagnóstico.
Me hundí más en el respaldo de la silla, esperando que pudiera desaparecerme de la vista incrédula de Sebastián y disipar el remolino de emociones que consumían mis ánimos. Tenía millones de incógnitas planteadas, pero ninguna tendría una respuesta hasta tomar asiento en el vuelo OKL018 y llegar a Estados Unidos. Con un suspiro innecesario desvié la mirada hacia la ventana de la habitación, el amanecer rojizo se asomaba alumbrando una parte de las estanterías y, como si fuese un deja vú, el reloj de enfrente marcó las 6:30 a.m.
Sabía que en media hora él tendría que ir a la oficina, tomar un caso y resolver lo que el cliente deseara; como buen abogado que no gozaba de días de luto por la tiranía de un jefe inepto. Pero no estaba segura si saldría del shock en el que parecía más un zombi que un humano — Tú... no salgas de casa ¿bien?
— Sebastián... ¿estás bien? — Me acerqué con cuidado quitando el papel de sus manos, me preocupó la expresión que se extendía por todo el rostro — Ey, mírame, ¿estás bien?
Su mirada perdida recobró extrañamente un brillo ansioso que incrementó la preocupación anterior — No salgas de casa — Repitió guardando el dije junto a todo lo demás — Necesito averiguar algo en la notaria
— Trabajas ocho horas, y en 30 minutos debes estar en tu despacho, ¿Cómo piensas ir al trabajo y luego a la notaria sin que cierren? — Recalqué levantándome al mismo tiempo, sujeté sus hombros —¿De verdad estas bien?
— ¿Quién dijo que iría a trabajar ? — Me preguntó de vuelta, ¿Qué diablos sucedía con él? — No te muevas de aquí, prométemelo.
Asentí confusa de lo que me pedía — No creo que a John le agrade que faltes... ni siquiera por un luto — Expresé con dolencia, era injusto que no dejaran pasar el duelo de un hijo correctamente solo por la ineficiencia de la mente de un socio directivo mayoritario de la firma en la que trabaja.
— Lilith me cubrirá — Replicó en un santiamén, y sin dirigirme una ojeada se dedicó a mandar un mensaje de texto — Solo dame un par de horas para ir a la notaria y volver.
Detuve su paso — Sebastián, ¿para qué quieres ir a la notaria? — No respondió mas que con un beso en la coronilla, movió con delicadeza mi cuerpo hasta salir por las puertas de madera, dejándome parada en medio de dos sillas con más preguntas que manchas en un dálmata.
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Estados Unidos Mexicanos.
Guadalajara, Jalisco.
Notaria pública N°- 105.
El sol ardiente típico del mediodía calentaba la tela de la camisa a las espaldas del mayor de la familia Sánchez, el sudor recorría su frente pero una sonrisa torcida se asomaba al salir victorioso del trámite. Su mente divagaba en los últimos acontecimientos de la madrugada y el funeral de su madre, sin quererlo una desagradable sensación vacía escaló su pecho hasta el nudo que traía escondido en su garganta, abrió la puerta delantera del Mercedes Benz blanco que compró a punto de morir en un deshuesadero, según el viejo que lo atendió no valía la pena rescatar el auto.
Era un loco de remate, ¿Cómo diantres iba a dejar morir un Mereces-Benz Roadster SL 300 del 63? ¡Era prácticamente una reliquia de la industria! Y, así como pasaba de largo, hizo lo que se le dio la gana para tener un fiel compañero automotriz a su lado. Mismo compañero que, encerrado en sus cuatro metálicas puertas le dio la libertad de desahogarse sin sentir la mirada retadora de sus tíos en desacuerdo por mostrar su lado mas vulnerable.
¿Acaso podían juzgarlo por llorar? Eran una panda de imbéciles insensibles, él también había perdido a su madre, a la mujer que le había enseñado a reparar autos y jugar a las barbies por no dejar sola a su hermana menor, ¿no tenía derecho a llorar su muerte?
No era un insensible, ni un robot como para ignorar la tristeza disfrazada, trataba de ser fuerte por Elisa pero no era muy fácil también le dolía enormemente en su alma ver a su madre en un ataúd, inerte, pálida. Recordó sin querer el instante en que sintió como su corazón había dejado de bombear sangre, era la mañana del 14; el supuesto "día de los enamorados" que tanto le fascinaba, como su único hijo varón lo obligaba a leerle comedias románticas y ese día no iba a ser la excepción, su mano apuntó a un incandescente título de "10.000 millas para encontrarte", un libro de una autora española.
Vagamente la introducción se asomó en sus labios, los protagonistas, Alex y Nikki, descubrirían que ese océano que habían trazado como un muro de distancia entre los dos no sería fácil de mantener por culpa de la suma de un cuarto número a la ecuación: peligro. Uno que era capaz de acabar con todo, incluso con sus mismas vidas. No iniciaba mal la historia, menos cuando una sonrisa atontada de la mujer tendida en cama con su peluca castaña enternecía su ser pidiéndole leerle un poco.
El capítulo era bajo la perspectiva Nikki, el párrafo que culminó con éste lo recordaba con una exactitud espeluznante "A mi lado, mis amigos contenían el aliento ante lo que sin duda era un ritual al que no estaban acostumbrados. Se suponía que la muerte no debía ser algo triste... al menos no en aquel rincón del mundo, en Bali creemos en la reencarnación, celebramos la muerte y recordamos a los fallecidos en grandes banquetes de comida"
Líneas que se detuvieron un instante ante el pitido del horno, las galletas con chocolate estaban listas para comerse. Dejo como siempre un beso en su frente disculpándose unos segundos para buscar el antojo de la tarde. La mano de su madre lo detuvo y, con una voz cansada le pidió leer la frase en grande impresa en la contraportada, algo en su interior hizo que sus ojos picarán al revisar el enunciado en mayúsculas de color azul.
"Si lo nuestro fue un error, quiero equivocarme contigo cada segundo de mi vida"
Una frase que retumbaría en la memoria por el resto de su mortalidad. Con un cariño inmenso, con los ojos empañados y sintiéndolo como despedida, volvió a besar su frente para levantarse y salir de la habitación tras recitar la frase. A pasos lentos salió del cuarto, su espalda se recostó en la puerta cerrada mientras un suspiro tembloroso escapó de su boca, contó hasta 10 como cuando era un niño y se asustaba con las sombras oscuras que se escabullían debajo de su cama.
Solo que esa vez, no había una sombra a la cual culpar.
Lágrimas recorrieron sus mejillas, no iba a dejar que lo viera llorar así que las quitó tan rápido como habían brotado. Dispuesto a darle su mejor sonrisa volvió a ingresar, misma que se fue borrando al acercarse. Su pecho estaba hundido, sus ojos cerrados y su corazón en silencio.
Sebastián se permitió soltar las gotas amargas que guardaba desde ese 14 de febrero, sin evitarlo golpeó el volante de piel — ¡Maldita sea!
Era un asco, podía verlo gracias al espejo del carro, su cabello rubio desordenado, ojeras coloridas debajo de esas tazas de café -como solía decirles Elisa- eran una muestra de lo derrotado que se sentía, de lo culpable que era por saber que su madre esa tarde se despidió de ambos con una muestra de amor tan grande como la frase de su libro favorito. ¿Ahora que seguía? Su depresión lo llevo esa noche a buscar en algún rincón el libro de la escritora española que había lanzado de la rabia, iba dispuesto a quemarlo pero ¿para qué? ni él sabía, empero, necesitaba desquitarse con algo y el libro parecía una perfecta opción. Después de todo su hermana estaba ocupada con Max en el sillón, no vería ninguna de sus acciones.
No le costó mucho rato dar con el objeto de 450 páginas, al recogerlo golpeó su cabeza con una tablilla suelta de la repisa. Por inercia, el movimiento hizo caer un sobre manila con la forma rectangular de un regalo, la curiosidad ganó la batalla y abrió el paquete.
Para mis dos amados hijos, Sebastián y Elisa.
Los amo, con cada fibra de mi ser.
Es difícil encontrar las palabras adecuadas para expresar todo lo que siento en este momento, haberlos tenido como hijos fue un verdadero privilegio en vida e incluso, después de esta. El cáncer me llevó por un camino inesperado, mi esperanza era vencerlo una segunda vez pero al parecer tomó una ventaja con el tiempo y, mientras éste pasaba llegó el momento de decir adiós. A medida que escribo estas líneas, mi corazón se llena de amor y gratitud por los preciosos momentos que hemos compartido y por el amor incondicional que siempre me han brindado con cada beso, cada mirada, cada caricia. Incluso con cada rechazo de Sebastián por el café y la locura de Elisa al beber la primera taza.
La vida es efímera y, a veces, nos enfrentamos a desafíos que no podemos cambiar. Como madre, siempre he deseado lo mejor para ustedes, y aunque este viaje ha sido difícil, quiero que recuerden que el amor siempre ha sido el lazo que nos ha mantenido unidos. Mi mayor consuelo es saber que ustedes dos son fuertes, valientes y capaces de enfrentar cualquier cosa que la vida les depare, que el amor que se tienen es lo suficientemente capaz de derribar cualquier tristeza que pueda dejar mi partida.
Recuerden siempre los momentos felices, las risas compartidas y las lecciones aprendidas. Sean valientes en la adversidad y encuentren la fuerza en el amor que nos une. Aunque mi presencia física ya no estará con ustedes, mi amor siempre vivirá en sus corazones, así como en la vida y la muerte velaré por su bienestar.
Quisiera pedirles un último favor, un último gesto de amor. He preparado un pequeño dije que simboliza una muestra de hermandad, incluso cuando mi presencia física ya no esté. Les pido que entreguen este dije a un querido amigo llamado Carlisle Cullen. Él ha sido una luz en mi vida y un apoyo incondicional durante tiempos difíciles. Su compasión y amistad han sido un regalo invaluable para mi, lo más justo es devolver el dije a su portador original.
Carlisle reside en Estados Unidos, Forks, no tenemos ninguna propiedad en esa zona del país pero su tío James está enterado de su llegada en próximos días. Confíen en él, abran sus corazones y permitan que la familia siga siendo su refugio en estos momentos difíciles, él fue y será una parte importante de mi vida aunque haya cometido errores en el pasado. Las cosas han cambiado, pueden estar seguros que cuidará de ambos, tal como yo lo hice, confíen con los ojos cerrados.
Recuerden que el amor es más fuerte que cualquier despedida y que siempre viviré en ustedes, en sus recuerdos, en su fortaleza, en su risa y en cada pequeño detalle que hemos compartido. Les amo más allá de las palabras y espíritu.
Gracias por ser mis hijos.
Con todo mi amor, Elizabeth Sánchez De La Cruz.
Leer la carta fue para él un desemboque de lágrimas sin control aparente, trató de callar los sollozos con su mano puesto que quería evitar que su hermana lo escuchara. Su espalda chocó con el piso para darle rienda suelta a los gemidos hiposos. Era su oportunidad para desquitarse y no mostrarse débil ante la pequeña figura de Elisa, él sería su soporte cueste lo que cueste pero necesita un break, un descanso.
Necesita llorar, así como lo estaba haciendo sentado en su auto — Dios...— El suspiro trastabilló, giró la llave para escuchar a continuación el motor, con agilidad marcó el número de su prometida. Eran demasiadas emociones juntas — ¿Bueno...?
— Cariño, leí tu mensaje esta mañana — Contestó de inmediato la pelinegra tras la otra línea, de fondo se lograba oír algunas carpetas siendo tiradas en una superficie — John no ha notado tu ausencia, ¿Cómo se encuentra Ellie, cómo estás tú? ¿Comieron algo?
Sonrió sin poder evitar la ternura con la que preguntaba la mujer con la que esperaba casarse por su hermana menor, la luz de sus ojos — En verdad gracias por lo que estas haciendo amor... No he comido, supongo que Ellie tampoco per-...
— Espera un momento Sebastián, ¿Cómo que no sabes si Ellie comió? ¿No se supone que están en casa, juntos? — Pudo jurar que la ceja izquierda de su novia se elevó con enojo — ¿Dónde chingados estás?
Que problema se le venía encima — Te explicaré todo pero, necesito que traigas la USB que está en el cajón debajo del escritorio de mi oficina. ¿Podrías escaparte unas horas del trabajo?
— Bien, la llevaré en unos 15 minutos al departamento, nos vemos ahí — Especificó y, como si la pudiera ver pudo jurar que hizo una ademan con la mano — Llevaré tacos de barbacoa para comer, y llama a tu hermana.
Terminando la llamada, emprendió camino hacia el hogar que compartía ocasionalmente con Lilith, la pelinegra que se desempeñaba en el mundo laboral como asistente del bufete en el que trabaja desde hace 3 años. Lilith podría ser comparada bajo la perspectiva de su novio como una "Diosa griega", su cabello negro como la noche hacía que la piel pálida de su cuerpo esbelto resaltara con gran facilidad, tenia pequeños lunares alrededor del cuello y la esquina de su frente simulando salpicaduras de pintura, de labios carnosos y una mirada negra que intimidaba incluso al más fuerte. Una de las cualidades que lo había flechado en un inicio fue ver lo mortífera que podía llegar a ser cuando la situación lo ameritaba.
La mujer con la que planeaba un vida entera había sido difícil de conquistar, en realidad ni Sebastián pudo lograrlo al principio, su hermana fue la que ganó su corazón primero que todos, cuando su niña pequeña llegó asustada al subterráneo buscándolo se topó con Lilith, quién la observó con lágrimas que amenazaban salir de sus cuencas no dudó en abrazarla, agacharse a su altura y preguntarle a quién buscaba. Como si hubiese sido ayer, recordó el buen golpe que se había llevado en la nuca por parte de la pelinegra al dejar sola a una niña en casa.
Esa fue la primera vez que salió a flote el don de Elisa, era una criatura indefensa cuando experimentó esa voz carrasposa, profunda que le advirtió sobre un próximo accidente de auto en el que él estaría envuelto — A veces no tienes tanto tacto con los niños...
Sonrió quedadamente mirando el puesto de atrás del Mercedes, la sombra se removió acomodándose para desaparecer. Las calles atolondradas de Guadalajara no se hicieron esperar junto a sus malísimos conductos, Sebastián prefirió tomar un atajo antes de atravesarse por López Mateos y quedarse estancado.
Fue cuestión de minutos para reconocer el estacionamiento del edificio grisáceo, apagó el motor para luego bajarse y ser saludado por el vigilante del condominio. Bajo el gesto amable, entró al ascensor, aunque no le gustaran los espacios demasiado cerrados prefería sufrir segundos a una eternidad subiendo escaleras.
— Tardaste demasiado — Fue la primera oración que escuchó al detenerse en la apartamento marcado "409" — ¿Llamaste a Elisa?
Suspiró, se le había olvidado — No la llamé pero le mandaré un mensaje — Repuso al verse el blanco de la ira de Lilith — Max está con ella, no hay peligro alguno.
— No es el peligro Sebastián y lo sabes — Abrazó sus hombros, a pesar de que él fuese alto, ella también lo era, demasiado a decir verdad para la estatura promedio Mexicana — Un perro jamás va a sustituir a un hermano mayor y en estos momentos es más importante estar con ella. Deben apoyarse entre ambos.
— Por eso es que estoy aquí amor — Escondió su cara en el cuello dejando un beso suave en las clavículas descubiertas — Necesito investigar algo.
Dicho esto se dio paso por el departamento, el olor característico a vainilla con toques anaranjados se sentía en el aire con facilidad, la luz en su máximo esplendor se filtra por las cortinas amarillas entreabiertas. El espacio, aunque limitado en metros cuadrados, se siente expansivo gracias a una cuidadosa ubicación de muebles que invita a la comodidad. Un sofá gastado pero acogedor, tapizado en tonos neutros, ocupa el centro de la sala de estar, testigo silencioso de innumerables noches de risas y películas de Disney que solían ver Lilith, Sebastián y algunas veces Elisa. Al lado, una pequeña mesa de centro sostiene libros bien leídos, con sus esquinas dobladas y sus páginas marcadas.
La cocina, modesta pero funcional, revela la historia de la madre de Lilith a través de utensilios desgastados y recuerdos culinarios plasmados en fotografías enmarcadas. El suave murmullo de una cafetera antigua resuena en la estancia, compartiendo el ritual de la mujer cuando recibía al rubio junto al olor de los tacos de barbacoa. Sebastián no le gustaba el café pero, la acompañaba con un té de hierba buena cuando tomaban cosas calientes.
El dormitorio en el final del pasillo se presenta como un santuario personal. La cama, con sábanas suaves y almohadas, ofrece descanso y refugio en medio del bullicio exterior del centro de la ciudad. La luz tenue de una lámpara de lectura revela una esquina dedicada a la tranquilidad, con estanterías repletas de libros que se erigen como testimonios de viajes imaginarios y aventuras literarias que Elizabeth Sánchez había escogido especialmente cuando se entero del noviazgo de su hijo mayor.
El baño, aunque compacto, destila elegancia en su simplicidad. Toallas suaves y productos de cuidado personal ordenados reflejan la atención meticulosa a los detalles que caracteriza este pequeño enclave. En este departamento, cada rincón cuenta una historia, cada objeto susurra un recuerdo que involucraban a la recién difunta. Era su hogar, junto al amor de su vida.
— Ya está servida la comida — Anunció llenado dos vasos de vidrio con agua de Jamaica, en su interior quería preguntarle su estado de ánimo al fijarse en las horribles ojeras pero conocía a su futuro esposo, y no le hablaría con la verdad estando sus sentimientos a flor de piel. Por ello, evadió el tema, al menos en esta ocasión — ¿Para qué querías la memoria mi vida?
Sebastián tomó dos tacos, un sonido de exquisitez salió de su garganta. Algo que le encantaba de la cultura mexicana eran los tacos de barbacoa, su debilidad sin duda alguna aunque, las arepas recién hechas con queso rayado podría comerlas tres veces al día por el resto de su vida — Mamá... — Masticó un cuarto bocado — Dejó una carta... pidió un último favor.
— ¿Para eso querías la USB? — Preguntó/afirmó — ¿Qué tipo de favor les pidió para ir también a la notaría y sacar su registro de nacimiento, Sebastián?
No le sorprendía ni un ápice que dedujera que había ido a la notaría donde estaba la información personal y familiar de su madre, puesto la carpeta donde traía los documentos tenía el sello del lugar — Pidió entregar una especie de dije a un hombre que vive en Estados Unidos per-...
— ¡¿Viajarán a Estados Unidos?! — El gritó escandalizado de Lilith casi hizo que se atragantara con el cuarto taco — ¡Elisa comienza clases en menos de 2 meses y tu tienes un caso sin cerrar!
Evitó que las tazas de té y café se derramaran — Lo sé, irá solo Elisa — Explicó, pero la expresión nerviosa no cambió en absoluto — Había un boleto de avión con su nombre en la caja donde estaba el dije, supongo que mamá querría que conociera Estados Unidos.
— Buscaré algunos hoteles, ¿tienes la dirección del hombre? Para negociar algunos precios y que no le quede tan lej-... — Sebastián interrumpió su oración con una seña para tomar la palabra — Mamá jamás puso una dirección en la carta, solo decía "Forks" al igual que el boleto.
— Entonces ni siquiera saben en dónde buscar — Dictaminó con reproche, ¿acaso estaba demente en mandar a su hermana cuando no sabía ni dónde vivía el sujeto?
— Precisamente... — Recogió los platos de la mesa para abrir la carpeta con los documentos — Por eso busque los antecedentes familiares de mamá, ella mencionó a su hermano menor.
Como si leyera su mente, ella abrió la laptop de inmediato para introducir el pendrive. Era una mujer lista y anticipada, claro está que la computadora había estado en una de las sillas vacías mientras comían — Jamás oí hablar de que tuvieran un tío — Expresó con un disgusto particular.
Elizabeth Sánchez De La Cruz no mantenía buenos lazos con ciertos familiares debido a su adolescencia rebelde, sus dos embarazos a temprana edad y su nulo interés por los estudios superiores. La mente del hombre divagó por breves segundos buscando alguna especie de rayo que alumbrara alguna mención de su "tío James", pero su nombre y cara no tenían ninguna figura o asociación que pudiera tener como referencia, y así como en ese momento se perdía en sus neuronas buscando, le había ocurrido lo mismo al leer la carta. Misma razón que se reservó la mención del sujeto a la chica, ella haría preguntas que no tendrían una respuesta, que solo pondrían más en duda toda la situación del porqué nunca habían encontrado ni una sola fotografía de ellos dos si supuestamente eran hermanos.
— Yo tampoco — Confesó, alterando a su novia. Sebastián no dudaba de que hubiera una explicación lógica de la ausencia de sujeto en la historia familiar pero el mundo había cambiado, y no se sentía convencido de que fuera a parar a la casa de un completo extraño: porque eso era lo que era James para ellos, un extraño. No pensaba correr riesgos.
— No estarás considerando mandarla con ese tipo, ¿verdad amor? — Formuló la duda que creció con esmero en su pecho, si la respuesta era positiva iban a tener una muy larga discusión.
— Quédate tranquila, no pensaba dejarla con James— Intentó sonreírle, y era cierto, por mucho que quisiera respetar los deseos de su madre el mundo había cambiado, no conocía con quién realmente se iba a quedar Elisa y no quería que un día tuviera que tomar un vuelo hacia otro país para reconocer el cuerpo.
— Menos mal dijiste eso — Exagero soltar el aire reprimido — Ese señor es un completo desconocido como para confiarle después de ¿Cuántos años? ¿20? El bienestar de Ellie.
— Concuerdo contigo mi vida — Besó su frente, frotó sus brazos delgados intentando que dejara por la paz el repentino odio — Pero debemos averiguar donde vive, quiero creer que mamá tenía no solo motivos simples como para decir que nos quedáramos con él.
— ¿A qué te refieres?
Abrió la carpeta mostrándole el nombre completo de James junto a sus datos personales — Quiero creer que mamá eligió que quedarnos con él sería más sencillo para encontrarnos con Carlisle Cullen, su amigo. Y no solo porque es un familiar que nos pudiera brindar un techo.
— Oh Dios Mío, mi futuro esposo es un genio analítico estratega — Comentó riendo y besando la comisura de los labios agrietados del ojimarrón.
— Que bien se escucha eso de "esposo" — Sonrió entre besos, Lilith era esa luz que alumbraba sus días lúgubres.
— No te emociones, debes encontrar esa dirección para poder ganarte mas besos — Que incentivo tan grande, y vaya que lograría ser vencedor — En cuanto la tengas, buscaremos un hostal donde pueda quedarse.
La carcajada escapó de su garganta, esa mujer era demasiado inteligente y chantajista — Lo único que no termina de cuadrarme es que, en la carta menciona que ambos viajaríamos pero solo se encontró un boleto.
— No sabes exactamente cuando escribió la carta Sebas, a lo mejor pensaba que era buena idea incluirte — Alzó los hombros restándole importancia para proceder a explicarle su teoría — Pero luego puede ser que haya pensado mejor la situación, trabajas y eres el único que provee dinero a la casa, estar de viaje puede resultar perjudicial para todos si no hay dinero, asumo que por ello solo se compró un pasaje, dejándote a ti trabajando y pudiendo aportar aunque sea algo de dinero mientras Elisa esta fuera del país.
Su teoría no era mala, de hecho, tenía algo de sentido puesto que su madre aun con cuidados paliativos era consciente de muchas cosas — Puede que tengas razón.
— Oh no, claro que la tengo — Aseguró — ¿Le dirás sobre su supuesto tío?
— Si nosotros no sabemos de él, creo que tampoco sabe de nosotros — Dijo abriendo el buscador de Google — No tiene caso decirle a Elisa sobre su existencia, al final le depositaré dinero semanalmente y la hospedaré por unos días en Forks.
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Estados Unidos de América.
Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma.
18 de febrero.
El aire acondicionado entraba por debajo de mis prendas, calándome de un frío espantoso, por octava vez miré hacia la máquina gigante que entregaba las maletas de los pasajeros esperando que apareciera mi equipaje. La maleta en sí no era ni siquiera mía, fui obligada a llevarme la de Sebastián puesto que la mía de Hello Kitty se había roto el año pasado por culpa de un encargado de hotel, mi tristeza por la maleta rosada se canceló al ver la negra de mi hermano, con rapidez la tomé para dirigirme a la salida del área de vuelos internacionales.
En teoría, había viajado directo desde Guadalajara hasta Seattle, tomó un aproximado de 5-6 hrs pero al menos no había realizado ninguna escala en otro estado. Suspiré al sentir la vibración de mi celular.
— ¡Hermosa! Supongo que ya habrás aterrizado, con mucho cuidado y avísanos cuando llegues. Come algo al llegar por favor, los señores Smith te estarán esperando en el barrio de Saint Helens, la calle es Montgomery, el número de la casa es 180.
Cuñada, Enviado 8:30 p.m.
Rápidamente contesté agradecida por la atención de Lilith, incluso cuando sabía que no le correspondía estar al pendiente del viaje. Hacía dos días Sebastián había encontrado el sobre con el último deseo de mamá, dos días desde que había salido corriendo al dar las 6:30 a.m. para dejarme sola en el inmenso silencio de una casa vacía mas no podía culparlo, no del todo al menos. Esa misma noche llegó junto a mi cuñada, quién traía en su rostro tatuado una emoción indescifrable, una mezcla rarísima de preocupación y felicidad.
El rubio no tardo en darme un fuerte abrazo al poner un pie en el suelo desgastado de cerámica, pidió que nos sentáramos a conversar. Los tres nos dirigimos hacia la sala, lugar que se desplegaba con tranquilidad, llena de colores cálidos que lo convencían de algún modo para explicar lo que deseaba con tranquilidad.
Sentados todos en el sillón de terciopelo azul, y el calor del pelaje de Max en mis pies Sebastián no tardó en explicarme a detalle cómo y qué haríamos respecto a la situación. Estábamos de acuerdo que el dinero era limitado, puesto que no habían logrado encontrar un hotel cerca de la zona central de Forks tuvieron que alquilar una casa pequeña, los dueños eran una pareja de señores mayores que querían salir de viaje hacia Francia por la temporada, tendría solo un mes para poder encontrarme con Carlisle Cullen, entregar el dije y regresar a México.
Sonaba fácil, rápido y sencillo.
El golpe de una mochila en mi costado me hizo regresar a la realidad, froté mis manos para mantener un calor que al parecer me costaría un mundo entero tener. Estando en el aeropuerto en espera de abordar aproveché de investigar todo el recorrido que tendría que llevar a cabo tras aterrizar en suelo Americano, según Google, actualmente me encontraba en Seattle, una ciudad del estado Washington que se caracteriza por tener una cercanía a mi destino final; Forks.
El pueblo con nombre de tenedor se distinguía por tener un alma oceánica con precipitaciones muy altas, teniendo esa variante -como todo en la tierra- de sequedad en verano, más las lluvias seguían siendo abundantes. Por lo que pude investigar, fue incorporada como ciudad oficialmente el 28 de agosto del 45 siguiendo la mayoría de votos de los habitantes que pronto se convirtieron en los primeros miembros del pueblo, se me hizo curioso que el nombre del pueblo estaba relacionado con algunas leyendas de terror para asustar a los niños.
— ¡A la orden servicio de taxi! — El grito de un señor mayor llamó mi atención, rápidamente le hice unas raras señas para que se acercara hasta mi lugar, al parecer entendió, abrió la cajuela y me ayudó a meter el equipaje — Buenas noches señorita — Saludó cordial encendiendo el vehículo — ¿Cuál es su destino?
— Forks — Contesté buscando la dirección que me había enviado — Barrio de Saint Helens, calle Montgomery, casa 180.
— En seguida.
Con el automóvil en marcha por la carretera suspiré tranquila, al menos ya iba de camino a una buena cama para descansar, podía haber pasado todo el día viajando cómodamente sin embargo, no es lo mismo que dormir felizmente en una cama, sin niños molestos ni gente impertinente. Sorbí mi nariz al sentir la mucosidad por el cambio de temperaturas, solo esperaba que no me diera alergia por el cambio climático.
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