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Глава 1


He vuelto, pero... ¿a dónde? (Parte 1)













"Hola, mamá y papá. ¿Cómo han estado? Yo también los he extrañado muchísimo en cada uno de mis días en los que he estado en el infierno.

Al fin, Dios ha querido que esta masacre termine. El Imperio de Japón ha diezmado nuestros números; muchos de los amigos que hice en el campo ya no existen, o vuelven conmigo incompletos, ya sea en corazón o en cuerpo. Volvemos tristes por las incontables pérdidas, pero al mismo tiempo, felices por volver a nuestros hogares.

Cuán contento estoy por volver a abrazarlos y besarlos; estoy tan rebosante de alegría, y nostálgico, que las palabras para describir mis sentimientos llenarían todo el papel del mundo.

He oído que las cosas por casa tampoco son fáciles; y que las protestas de los trabajadores no solo han vuelto, sino que se han intensificado. Ruego porque todo se pacifique pronto, o que al menos disminuya el grado de violencia.

Tan solo unos pocos días faltan para que regrese con ustedes. Les escribe con mucho cariño y aprecio, y con lágrimas en los ojos, su hijo Ignat Alivtierov Tárasov".

No puede sacarse de la mente aquella carta que escribió cuando se enteró que la guerra llegó a su fin. El tren por el que continúa su trayecto a casa, desde la ciudad fronteriza de Vladivostok hasta la capital del imperio del Zar, debe recorrer aún algunos días de viaje.

El otoño pinta un paisaje precioso para la tranquilidad y el deleite visual de los pasajeros. Las hojas que empiezan a caer de los árboles le da al color rojo un nuevo significado para los excombatientes.

Día y noche, los soldados reflexionan en lo afortunados que fueron al no perecer. El azaroso y cruel destino que la guerra deparó para cada individuo, indistintamente de su bando o creencia, les dejará una lección indeleble sobre naturaleza humana e intereses. Sobre su imaginación siempre quedarán esas tortuosas preguntas de "¿Qué tal si yo...?", "¿Qué hubiera pasado si...?", "¿Y si a mí me hubiera tocado?", "¿Y si yo hubiera ido primero?", "¿Pude haber hecho algo más para...?"...

Llegados a Moscú, de la oficina postal de su estación, entra al vagón un cartero llamando en voz alta varios nombres. Ignat escucha su nombre y apellido. Al presentarse, el hombre le da un sobre; es un telegrama de parte de su familia:

"Querido Ignat, hijo, tu familia no ha dejado de orar por tu regreso. Cuando dejaste de mandarnos cartas, nos obligábamos constantemente a no pensar que lo peor te había sucedido. Tu silencio nos rompía todos los días el alma.

Hijo, queremos darte la bienvenida en la casa de campo, en Olonets. Ve allá, por favor. La familia entera te estará esperando.

Te queremos: familia Alivtierov y Tárazov".

—Ah, maldición. Tendré que irme hasta Carelia —murmura Ignat, cansado de tanto viajar.

Él tenía una idea muy diferente: pensaba ir a la casa de sus padres en San Petersburgo, cerca del puerto. No quería ningún gran recibimiento ni nada tan espectacular.

Cuando sonó el pitido del tren, se resigna, y acepta viajar un par de días más para contentar a su familia. Tampoco es que se pudiera bajar del tren en plena marcha.

A través de las ventanas de los vagones se pueden apreciar las interminables praderas verdes que dividen una capital de la otra, corriendo hacia atrás a toda velocidad desde la perspectiva de los pasajeros. Los últimos rayos de sol atraviesan las nubes que se están empezando a congregar en el cielo, para dar paso a otra noche muy lluviosa.

Habiendo pasado un par de días más de viaje, Ignat por fin llega a su última estación. Esperando bajo la sombra del edificio, ve a un personaje sobresalir de entre la multitud que aún entra y sale de los vagones, abriéndose paso en medio de esta.

Luego de apartar a un par de pasajeros más, los dos logran hacer contacto visual—. ¡Hey, Ignat! —llama el hombre, con suma emoción.

—¡Mikhail, hermano! —también saluda Ignat, al borde de las lágrimas.

Sin perder un segundo más, ambos hermanos corren para abrazarse y llorar sobre el hombro del otro, conmoviendo a los que están a su alrededor.

Luego de darse las gracias por haber vuelto, Mikhail examina de pies a cabeza a su menor hermano. Dada la emoción por el reencuentro, no notó muy bien al principio que su hermano cojeaba del pie izquierdo, y que tenía vendado su brazo izquierdo también. Al verlo de esa manera, una pena muy grande entra en su alma.

—Dios, hermano. ¿Qué te pasó? —Sus lágrimas de felicidad amenazan con volverse de tristeza.

—No quería preocuparlos más, hermano —responde Ignat con cierta culpa.

—P-pero... aún así nos hubieras... —Mikhail ya no encuentra palabras para seguirle exigiendo a su hermano una respuesta del porqué de sus incapacidades, moviendo en círculos sus manos y examinándolo de nuevo para señalar la totalidad de su cuerpo. Entonces echa un suspiro y deja caer sus manos para desechar las molestias—. Aún así, qué bueno que hayas vuelto, gracias a Dios.

—Ay, ay. Me preguntó cómo me van a ver todos cuando lleguemos —añade aún con culpa.

—Yo voy a llevar tus cosas. ¿Esto es todo, verdad? —le pregunta Mikhail, recogiendo una maleta mediana.

Eeeh... sí. Y mi mochila también.

—Claro. —Ignat extiende su brazo derecho, y su hermano le saca la mochila—. Un carro nos está esperando. Puedes caminar bien, ¿no?

—Sí, sí. Estoy un poco mejor. Muchas gracias.

Al salir de la concurrida estación, el jinete se les acerca para recibir el equipaje, pero el hermano mayor le dice que no hay problema, que solo son esas dos cosas, y que, más bien, le ayude a su hermano a subir. Ya dentro del carro y bien acomodados, se ponen en marcha.

—Todos se alegrarán muchísimo de verte. Aunque estés lastimado. Se sorprenderán, de hecho. Pero estás aquí de todos modos; eso es lo bueno y lo más importante.

Mhm, sí —afirma, reflexivo.

—¿Y puedo preguntar qué tan herido estás?

—Ya lo hiciste.

Ja ja ja. Tuve miedo de que volvieras diferente. Qué bueno que no has cambiado.

—Sí, realmente, yo también. Bueno. La verdad es que estoy herido en todo el lado izquierdo de mi cuerpo y mi espalda. Nos atacaron con fuego artillería mientras aún planeábamos una invasión a su línea de suministros y trincheras. Un proyectil cayó cerca de nosotros y la metralla acabó con casi todos: pedazos de metal, piedras, clavos, madera, astillas... Lo único que salvó mi bello rostro fue el casco que me estaba a punto de poner sobre la cabeza.

—¿¡Qué!? ¿Entonces no llevabas el casco puesto?

—No es que no lo llevara puesto, sino que, al caer los primeros proyectiles, la gente empezó a correr como loca hacia todos lados. Había nieve y lodo; el suelo era resbaloso y todos nos empujábamos. Un tipo se tropezó conmigo y se sostuvo de mi casco para no caerse mientras corría, rompiéndome la correa. Los dos terminamos en el suelo al final; y mientras recogía mi casco para volvérmelo a poner, sucedió.

—Dios —exclama Mikhail con cierto asco—. Pero tu bello rostro quedó intacto.

—Al menos eso. —Y los dos echan a reír.

—Tuviste mucha suerte, hermano.

—Es un verdadero milagro que me hayan atendido bien. Me ha tocado ver a cientos morir de gangrena solo por un pequeño corte.

—Muy bien, muy bien. Creo que fue mi culpa por preguntar...

—Definitivamente.

—Hablemos de otra cosa que no sea muerte. Has estado en China también, ¿correcto?

Gracias a la larga e interesante conversación que tuvieron, el viaje de más de mediodía pareció haber durado solo un par de horas. De cualquier manera, los dos hermanos al fin llegan a su destino: la casa de campo de sus padres, en la provincia de Olonets.

La tarde ya está muy avanzada. El cielo anaranjado y las nubes rojas anuncian la llegada de la noche, y las lámparas en la entrada de la propiedad Alivtierov son encendidas por los trabajadores de la casa.

Dos hombres abren la enorme reja de par en par desde adentro al ver que los hermanos acaban de llegar. Los caballos avanzan por órdenes del jinete, halando el carro que los transporta hasta la entrada de la mansión.

Las puertas del ostentoso edificio se abren, y de él, sale un hombre y una mujer. El caballero, soberbio, con el cabello cano bien peinado y con su traje pulcro, le pide la mano a la dama. Ella, tan elegante, con atisbos de vanidad en sus caras prendas, pero con una felicidad tan contagiosa, y con una sonrisa acompañada de lágrimas que irradian amor maternal, le concede su mano.

Cuando las bestias se detienen, el hijo mayor baja primero, generando impaciencia en la longeva pareja. Lentamente el hijo menor pone un pie en el escalón del carro para descender. Una vez en el suelo, deja en evidencia sus lesiones, principalmente en su brazo izquierdo.

Los dos ancianos se dirigen rápido a recibirlo. La madre desea abrazarlo con todas sus fuerzas, pero teme hacerle doler algo. El padre, negándose a romperse ante los demás, solo mira al suelo apretando los labios.

—Madre, Padre... —saluda Ignat, inclinando la cabeza ante cada uno de los dos con una sonrisa despreocupada, para que ellos tampoco se preocupen por su actual estado.

—Hijo, ¿qué es todo eso? —pregunta su madre, con su voz temblorosa y sus lagrimales a punto de explotar.

—No es nada tan grave. De todas formas, sigo mejorando.

Su madre está plenamente consciente de que eso se lo dice para que no esté triste. Sabe que en realidad está mucho peor.

—Hijo...

—Padre...

El señor no sabe qué más decir, y solo tutibea con la cabeza admitiendo que no tiene palabra alguna para decir—. Eeeh... Gracias por venir. Gracias. —Eso es todo.

Ignat asiente sonriente en respuesta.

—Debes tener hambre, hijo. ¡Ven, pasa! Ya tenemos la cena lista.

Ambos padres están ansiosos por tenerlo a su lado y que no se vaya pronto.

—Quisiera bañarme primero.

—Claro, claro. Tu habitación está lista arriba. Con baño —menciona ansiosa la matriona—. Misha, llévalo arriba, por favor.

—Sí, sí —contesta Mikhail, mientras los dos hermanos observan a sus padres irse hacia otra parte de la casa.

—¿Dónde están todos los demás? En el telegrama me dijeron que todos estarían aquí.

Eeeh... sí, sí. ¿Puedes subir bien las escaleras?

—Creo que no. Bajar del carro ya se me hizo difícil.

—Agárrate de mí, entonces. —Su hermano hace caso, y empiezan a subir —. Sí, te dijeron que todos iban a venir, pero luego lo pensamos bien y creímos que primero querrías descansar después de viajar tanto. Así que en vez de invitarlos a todos para esta noche, lo pospusimos para mañana: todos vendrán sin falta.

—Ah, sí. Buena decisión: quiero bañarme, comer y dormir.








Al día siguiente...








—Hoy, querida familia mía, nos reunimos esta tarde para disfrutar de este enorme banquete preparado en honor al menor de mis hijos; y para celebrar su regreso de la guerra. Fue casi mortalmente herido a pocos días de terminar la batalla. Pero por la gracia de nuestro señor, logró regresar vivo para que podamos disfrutar de su compañía como se debe: hasta muchos años más.

La gran familia aplaude ante las palabras del patriarca, que está de pie. Este, pone su mano derecha suavemente sobre el hombro de su hijo para continuar con su discurso—: Ignat, hijo. Tu madre y yo... tenemos la dicha de no saber qué es lo que se siente enterrar a un hijo. Te estaremos eternamente agradecidos por privarnos de ese terrible conocimiento. Nuevamente, ¿¡Qué le decimos a Ignat!?

—¡Bienvenido de vuelta! —gritan todos los presentes, seguido de más aplausos y risas, avergonzando al invitado de honor.

—Brindo... y a comer —culmina el anciano, sentándose al fin para tomar sus cubiertos.

En la larga mesa abunda la carne y el buen vino. El parloteo y las risas de las personas llenan de paz y alegría el campestre ambiente. Aunque a todos les pica la curiosidad por saber qué cosas vio su pequeño hermano, saben que deben guardar cierto decoro, por no hacerle recordar malos tiempos.

A pesar de las alegres conversaciones, el joven Alivtierov puede sentir la vista de sus hermanos aplastándolo. De modo que, para romper esa tensión, comienza él a lanzar preguntas para todos:

—¿Y qué han estado haciendo ustedes? Me han dicho que Ogárkov ya tiene un hijo, ¿no, Theodor?

El primogénito de la familia afirma—: Sí, tiene un año y medio.

—Dios, un año y medio. Qué rápido pasa el tiempo —dijo para sí mismo—. Así que ya eres abuelo. ¿Cuándo cumple dos?

A Theodor le duele que le llamen abuelo—. En Abril —contesta.

Ignat voltea a ver a su sobrino Ogárkov junto a su esposa, hacia al fondo de la mesa, cuidando y enseñándole a comer a su hijito—. Todavía recuerdo cuando iba a la escuela; qué chico tan inquieto. Y ahora, míralo —comenta orgulloso—. ¿Cómo se llama su hijo?

—Iuriy.

—¿Y qué hicieron mamá y papá cuando se enteraron que iban a hacer bisabuelos? —pregunta entre risas.

Ja ja ja, solo te diré que mamá lo soporto mejor.

—¿Qué?

—Tu papá estaba convencido de que solo viviría para ver a sus nietos, nada más —interviene la mamá—. Para él fue "misión cumplida". Pero cuando vino Iuriy, se desplomó de la felicidad.

El padre agacha el rostro de la vergüenza, también entre risas.

—¡Literalmente lo hizo! —añade Lyutmila, la esposa de Theodor—. Yo corrí a llamar al doctor porque pensé que se había golpeado la cabeza al caer.

—¡Papá! —se queja Ignat.

—Solo sufrí una descompensación. Yo nunca me desmayaría de la emoción.

—¡Grégori! Qué mentiroso —le corrige la anciana mujer.

—Obtuve más bendiciones de lo que alguna pude haber soñado, Evelyn. ¿Qué más quieres que diga? La familia creció más de lo que pensé.

Y las carcajadas siguen resonando en dirección al débil estoicismo del patrón. En eso, Ignat ve pertinente preguntar sobre asuntos más serios, aunque eso ahogue la felicidad.

—¿Qué tal está la situación en el puerto? Escuché que las manifestaciones continúan.

Agh. No son solo en el puerto, y ya no son solo manifestaciones —responde Grégori con seriedad y cierta pena—, es terrorismo, y se extendió a lo largo de todo el país. Todo gracias a una marcha que hicieron un montón de campesinos frente al palacio de invierno a comienzos de este año. ¡Todo terminó en una matanza!

—Sí, oí de eso también.

—Luego de eso, muchos de mis trabajadores también se sumaron los destrozos. Les hemos dado beneficios para que se dejen de quejar y se tranquilicen, pero casi no sirvió de nada. Y todo esto parece que no tiene cuando acabar.

Las caras tristes de ambos padres, y de las del primogénito y su esposa, quienes viven y trabajan con ellos en San Petersburgo, deja en evidencia la difícil situación por la qué están pasando. La cara de desconcierto y sorpresa de Ignat es la única que no pasa desapercibido ante los demás.

—Sí... Puede parecerte sorprendente —entra Mikhail a la conversación—. Es importante que estés enterado de todo, Ignat. Estas cosas no pasaban mucho antes de que te fueras, ¿no es cierto?

—Pasaban algunas cosas...

—De vez en cuando. Pero ¿todos los días?

—Claro que no.

—¿Verdad? Te decimos esto porque debes seguir teniendo mucho cuidado. Tu ciudad ya no es la misma de antes; ya ninguna lo es. Es como si hubieras vuelto, pero sin saber a dónde.

La cara de Ignat se transforma en la misma de tristeza que del resto. Pero su hermano continúa, rodeándolo con su brazo izquierdo—: Pero todo esto algún día tiene que terminar. Va a terminar. ¡Anímate! Estamos aquí, y todo esto es nada menos que por ti: estamos felices y celebrando porque tú nos has dado un motivo para hacerlo, con tu regreso. Estás en casa.


















Nota:

¡Muchísimas gracias por darle una oportunidad a este libro leyendo su primer capítulo! Me esforzaré al máximo por darte una historia interesante y, en lo posible, que te conmueva o entretenga si quiera.

Me harías muy feliz si me dieras una estrellita y me siguieras. De ese modo, sabré que te gustó mi contenido, y que no estoy trabajando en vano.

Te mando un saludazo y un agradecimiento hasta la puerta de tu domicilio. Si no llega dentro de los próximos 30 días hábiles, te devolveré tu tiempo, retrocediéndote hasta cuando todavía no leíste esto.

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