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#49 - La historia de Sharon Mina. Parte 6.

LA HISTORIA DE SHARON MINA. Parte 6.

(Un nuevo, y otro viejo, amigo.)

Mina no consideraba que ese raro pequeño negocio sea de su gusto, era tan extraño, pero a Hikaru parecía gustarle jugar en las máquinas de juegos que había, así que la acompañaba.

— ¿No vas a jugar? — Hikaru le preguntó, realmente emocionada y con esa sonrisa tan extensa que parecía inmutable — Solo se echa una moneda, papá nos dio muchas — la mayor le extendió la mano, ahí había varias monedas.

Mina las tomó pero no quería jugar, no era realmente fanática de esas máquinas, solo a veces jugaba por aburrimiento.

— Mejor voy a comprar algo de comer, te traeré algo — Hikaru no refutó, solo asintió y siguió jugando. Mina caminó hasta donde un hombre detrás de un mostrador vendía chucherías o refrescos.

Pidió solamente dos bolsas de papitas para ella y su hermana, junto a un refresco que compartirían.

— Tío, se me acabaron las monedas en el futbolito, ¿me darías unas papitas picantes? — un pequeño de, Mina calcula, cinco años se acercó al hombre, jalando su camiseta y teniendo una expresión angelical.

— Ya has gastado mucho hoy, ve con tu madre a comer algo bueno — Mina pudo ver cómo el niño estaba triste y se iba desilusionado, mientras que el hombre atendía a alguien más que había llegado.

Llevó su mirada hacia el futbolito a una esquina del negocio, no estaba nadie jugando en ella. Mina no sabía quién había estado jugando con el niño, o tal vez jugaba solo.

— Disculpe, ¿podría darme unas papitas picantes? — se decidió por acercarse y pedir unas con lo que le sobraba de monedas. Cuando ya las tenía, solo esperó a que le cobraran y agradeció para ir hacia el futbolito donde el niño estaba mirando con anhelo.

Al parecer, no fue a con su madre, sino que se dirigió a ver la mesa de futbolito sin siquiera jugar.

— ¿Sabes jugar? — le pregunto, viendo como esos ojos anhelantes se posaban en ella al instante.

— Claro que sí, no tengo cinco años — el niño rápidamente dijo, casi indignado por la pregunta que acaban de hacerle.

— Pareces de cinco años — Mina, que le había calculado esa edad, frunció el ceño y miró detalladamente a el pequeño. Sí parecía de cinco años.

— Tengo siete — presumió rápidamente — ¿Tú cuántos tienes? — preguntó, teniendo que ver hacia arriba porque la niña era más alta que él.

— Nueve.

— ¿Sabes jugar? — el niño apuntó a la mesa de futbolito, sonriendo y recargandose en ésta de una manera relajada.

— No — Mina nunca había jugado al futbolito, nunca le interesaba salir mucho de su casa.

— Entonces yo te gano — el pequeño pasó una mano por su cabello, presumiendo saber más que una niña dos años mayor que él.

— Bueno. Te iba a dar unas papitas, pero ya no — Mina se dio la vuelta, decidida a provocar al pequeño por jugarse al genial con una desconocida.

— ¡Espera, espera! ¿Cómo te llamas? Yo soy Hwang Hyunjin — el pequeño la persiguió, sonriendo inocentemente y extendiendo su mano como saludo amigable.

— Me llamo Ezaki Mina — la pelinegro no tuvo más opción que presentarse igual, dando la vuelta para regresar a la mesa — Ven antes de que me arrepienta — le dijo al pequeño Hyunjin, haciéndolo también avanzar emocionado hacia la mesa.

— ¡¿Vas a jugar conmigo?! — estaba tan entusiasmado, pero recordó que no tenía cómo hacer que las pelotas salgan del ducto — No tengo monedas — puso una mueca triste.

— Yo tengo unas pocas — Mina buscó en su bolsillo, dandoselas al pequeño para que él las introduzca de manera correcta. Hyunjin no tuvo problema con explicarle cómo se jugaba, pero Mina era principiante que le costaba ganar tan solo una, así que el niño pudo salir victorioso.

Hwang hablaba mucho, de toda su vida le hablo en unos minutos. Él y su madre se mudaron a Japón por un tío, ya que nació en Corea. Domina muy bien ambos idiomas, aunque le era muy difícil concentrarse en uno después de hablar el otro. Era realmente malo jugando fútbol, pues era muy malo manejando balones, pero el futbolito sí era su especialidad.

Mina lo conoció tanto, y ni tuvo que hablar mucho.

— ¿Sabes? No sé cómo no sabías mi nombre, soy tu vecino — Hyunjin de repente le dijo, haciendo crujir una papita al masticarla. Le gustaba un poco el picante aunque se enchilaba con facilidad. Mina no sabía ese dato de vecinos, pero luego recordando supo que sí tenía una vecina de apellido Hwang.

— ¿Y cómo tú no sabías el mío? — atacó, entrecerrando los ojos y también comiendo, ya que se le habían acabado las monedas para el futbolito.

— Oh — Hyunjin se sonrojó y salió corriendo. Muy divertido, en la opinión de Mina.

A los nueve años, Mina conoció a quien sería su mejor amigo Hwang Hyunjin, un niño que se prende de los árboles y busca desesperadamente de su atención cada que puede.

Y su vecino más fastidioso.

#♡>☆

Mina tenía diez años cuando empezó a salir mucho al parque, le gustaba jugar con las personas mayores de ahí, pues le empezaba a agradar más su compañía.

Especialmente de un hombre mayor que siempre le invitaba un poco de té y algunas frituras de vez en cuando.

Su madre empezó a cuestionar con quién salía, preocupada de que le pasara algo malo, pero Mina no podía ver algo malo en Kang Daniel, era un hombre tranquilo, risueño y gran fanático de jugar a las cartas. Cuando se conocieron, Mina terminó tan frustrada porque no sabía jugar y Daniel se burlaba de ella por no ganar ninguna. Claro, Daniel era tramposo, jugar con una principiante y burlarse no era muy maduro de su parte, pero eso hizo a Mina convertirse en una amiga más.

— ¿No piensas que hoy está muy bueno el día para perder, Mina? — esa fue la forma de saludo de Daniel, sonriendole y apuntando hacia las cartas que descansaban en la mesa del parque. No había mucha gente, así que para Mina era cómodo estar ahí.

— Por eso perderás, Daniel — Mina retó y se sentó frente al mayor, observando cómo se barajaban las cartas en las manos del casi anciano frente suyo.

Daniel solo sonrió divertido y casi cínico, sabiendo que él ganaría esa partida y cualquier otra. Mina solo se esforzará como siempre, pero terminaría agarrándose la cabeza con enojo por perder. Siempre pasaba así.

— Te quería invitar a mi fiesta, Mina — de repente Daniel habló después de burlarse por perder de nuevo — No sabría si tu familia te concedería el permiso, pero es mi cumpleaños — a Mina le brillaron los ojos y escuchaba atenta — Aunque habrá más gente, ellos se irían pronto y es cuando me gustaría que estuvieras tú — su familia estará para ganarse puntos a favor por su herencia, pero a él no lo hacía feliz eso, así que quería que su día fuera feliz con su pequeña amiga acompañando su cumpleaños.

— ¿Cumpleaños? — Mina repitió, sonriendo.

— Sí. ¿No te hacen fiesta de cumpleaños? — Daniel preguntó por si acaso. Estaba al tanto que Mina era la hija adoptiva de los Ezaki, todos lo estaban, y conocía un poco que Ezaki Chihiro no era una madre ausente o algo parecido, realmente era buena madre.

— Me las han hecho, me la paso muy bien y me dan regalos. Te voy a preparar un regalo — Mina se decidió. Ella había dado muchas pegatinas a Daniel, pero pensaría en un nuevo regalo que sea importante para el día especial.

— Créeme que estar ahí sería un muy bonito regalo — Daniel sonrió, alegre de que la niña quisiese. Faltaba que le dieran permiso, pero el que la niña quisiera ya lo tenía feliz.

— Aún así, prepararé algo que te guste — Mina aseguró, moviendo sus cartas porque vio cómo Daniel casi hacía trampa al verlas.

— ¿Cómo la has pasado con tu amigo Hyunjin, ah? No te he oído hablar de él — Daniel sabía muy bien sobre sus asuntos, pues Mina le había hablado sobre su vida casi todos los días, así como Daniel también le decía datos sobre sus días.

— Estamos muy bien, es divertido estar con él y mi hermana, me hacen reír mucho — recordó la pequeña, pensando en las veces que Hyunjin hacía gestos y bromas divertidas junto a Hikaru, haciéndola reír cada vez por sus payasadas. Le gustaba sentirse así, su vida realmente empezó a mejorar.

— ¿Sí? Debe ser muy agradable — el hombre aseguró, haciendo un gesto victorioso cuando acabó ganando la partida de cartas, haciendo a Mina resignarse.

— Lo es, te gustaría conocerlos pero ellos no son mucho de hablar con gente mayor — Mina dijo un poco malhumorada, recogiendo las cartas porque ahora a ella le tocaba barajar.

— Está bien, a mucha gente no le gusta hablar con gente mayor — Daniel tenía eso muy claro, sonriendo casi tristemente por su situación.

— A mí sí — Mina asintió, sonriendo y bebiendo de su té, no sabiendo en lo feliz que hizo a Daniel por decir eso.

Justamente, la amistad de Daniel y Mina empezó de una buena manera. Chihiro con el tiempo pudo conocerlo, confiando cada vez más en él de dejarlo interactuar mucho más libremente con Mina, pues ésta también llegaba cada día contando la una y otra cosa que Daniel le mostraba en su gran casa y algunas otras.

Daniel fue su gran amigo.

#♡>☆

Mina realmente nunca le ha importado que la miraran mal, porque siempre ignoraba a su alrededor y hacía lo que se sentía bonito. ¿Pegatinas en el rostro? Se sentía bonita. ¿Peluche de pingüino? Se sentía acompañada. Simplemente hacía lo que para ella era correcto.

Ahora, en casa de Daniel, podía sentir cómo ojos le quemaban en el cuerpo. La familia Kang obviamente no simpatiza con ella, pero ella estaba con su regalo esperando que la dejaran entrar a la casa.

— Casa equivocada, niña — le dijo una mujer. Primero le había abierto la puerta un adolecente, y éste groseramente le dijo que se había equivocado, pero claramente Mina insistió y el chico tuvo que llamar a su madre, solo para que ésta venga con la misma excusa e intentara cerrar la puerta.

— Aquí vive Daniel, no estoy equivocada, señora — aseguró, poniendo un pie para que la puerta no se cerrara en su cara. La mujer la vio con un asco notorio, pero Mina solo apretó el regalo en sus manos.

— No seas fastidiosa. Vete por ahí — casi la ahuyenta como si fuera un perro.

— Es su cumpleaños, vengo con él — al parecer eso fue suficiente para que la mujer no la soportara y se agachara a hablarle grosera y enojada.

— Mira, mocosa. No sé quién seas o de dónde saliste, pero es mejor que te vayas antes de que-... — la mujer se detuvo una vez se dio cuenta que el cumpleañero estaba detrás, cruzado de brazos y con una mala cara — ¡Papá! Solo estaba charlando con la pequeña — excusó, claramente que el hombre no le creyó, pues había visto todo.

— ¡Mina! — a Daniel se le formó una sonrisa, ignorando a su hija indignada — Ven, pasa, pasa. Tengo un lugar especial para ti — Mina se apresuró a tomarle la mano, adentrándose a la casa para ver a muchas personas estando dentro.

Las miradas fueron hacia ella, pero solo se acercó a Daniel y dejó que la guiara hacia el gran comedor. Todos le siguieron, pues al parecer era la hora de comer.

— ¿Dónde me siento? — preguntó al ver la gran mesa con muchísimas sillas alrededor. Mina nunca había mirado un comedor tan grande, con tantos platillos que parecían interminables.

— Ven, tu lugar es a mi lado — Daniel, ignorando las miradas de las demás personas, la llevó hacia la silla a un lado, la cual especialmente había puesto para Mina. La silla propia siempre tuvo la diferencia de color, pues mientras la de él era amarilla dorada, la de los demás eran de un café madera. Y por esa vez pidió una dorada para su pequeña amiga.

Mina, al notarlo, sonrió y dejó el regalo en sus muslos, dejándolo para después de comer.

— ¿Me trajiste regalo? — Daniel no pudo evitar preguntar lo obvio, mirando la caja tiernamente decorada con pegatinas de pingüinos.

— Dije que lo traería — Mina asintió orgullosa. Había tardado mucho en conseguirlo, pues le costó dinero y tuvo que ganárselo haciéndole favores (sirviéndole) a su padre.

— Oh, ¿y qué es? — Daniel preguntó. Los regalos que le trajeron no fueron más que cosas que el mismo podría comprar, cosas de lujo que no necesitaba, que solo eran para complacerlo y que tenga un favoritismo. Él ya tenía un favoritismo, Mina era su amiga favorita.

— Después de comer, lo sabrás al abrirlo — Mina se negó a dárselo ahora, por más emocionada que esté de dárselo.

— Mh. ¿Una pista? — Daniel no podía con la intriga.

— ... Es dorado — Mina solo eso pudo decir.

Daniel pensó, lo dorado podría ser algo de oro, pero él no creía que la pequeña le comprara una joya o algo por el estilo. Ella no era como las personas que compartían su sangre.

Un carraspeo interrumpió sus pensamientos, y entonces ambos notaron que estaban a la vista de todos, y no eran miradas bonitas.

— Cierto, la comida — Daniel recordó, dándole una seña para que trajeran los cubiertos que aún no habían estado preparados — Deja espacio para el postre, eh — advirtió a la pequeña, quien asintió y se propuso a comer solo un poco.

— Papá, ¿nos presentarías a la niña? — un hombre preguntó. Daniel miró a su hijo mayor y asintió un poco dudoso.

— Ella es Mina, una amiga del parque — Mina sonrió al ser mencionada, no volteando hacia los demás porque realmente no le había gustado cómo la estaban mirando hace un rato.

— No sabía que ahora te metías con menores — Daniel reconoció esa voz como otro de sus hijos. Daniel tenía tres hijos, dos varones y una mujer.

— No lo hago. Ne preocupes, Minki, no soy tú — dijo, viendo a su hijo desviar la mirada. Daniel bien sabía que él a sus veintes ya se metía con de once o doce años. De hecho, acababa de salir de la cárcel hace dos años, después de ser acusado por abusar de una menor. Daniel no quiso saber de él, y no supo quién lo invitó en realidad — Por favor, no mencionen temas como esos frente a niños — pidió, viendo a Mina ladear la cabeza confundida.

— ¿Y por qué ella está en la comida familiar? — uno de sus nietos preguntó con desdén, viendo a la pequeña comer como si mereciera estar ahí.

No era conciente que era la única que merecía estar ahí.

— Primero, esta no es una comida familiar. Segundo, es mi cumpleaños, puedo invitar a quien se me dé le gana. Y por último, coman antes de que enfríe — Daniel se dio cuenta que ninguno había probado bocado, y lo empezaron a hacer una vez que lo mencionó.

— Tus cumpleaños siempre la pasamos en familia — una de sus nietas más mayores mencionó.

— Mh, no lo creo — Daniel negó, no queriendo decir que ya no lo sentía así — De todos modos, Mina es mi familia — eso causó varias muecas, pero a él no le importó si Mina sonreía alegre por sus palabras.

— Que bueno saberlo — su única hija mujer contestó, fingiendo una sonrisa — Podemos invitarla nosotros una vez nos dejes la herencia, así no se pierde de nada.

— No se molesten, cuando ni siquiera les dejaré mi herencia — Daniel rápidamente la bajó de la nube, aguantando la risa cuando miró las caras que hacían todos. Sabía bien que lo único que querían de él era su dinero, aunque no sabía que le dolería tanto confirmarlo.

— ¿Entonces qué harás con tanto? — un niño, nieto suyo, preguntó. Daniel no pudo procesar bien que, aún siendo un niño, parecía indignado por la situación.

— Algo se me ocurrirá — pudo decir, bajando la vista hacia su comida y echando un pedazo a su boca, aunque el apetito se le fue. Miró de reojo y pudo ver a Mina comer rápido, hasta que acabó, al parecer quería ya el postre.

— Papá, somos tu familia más cercana — Minki dijo, como si eso fuera razón suficiente para quererle dejarle sus pertenencias.

— ¿Están insinuando que me voy a morir pronto? — preguntó retando. Cuando estudió administración de empresas no creyó que el dinero ganado fuera a causar tantos estragos en lo que sería su familia. Su esposa fue la única que no se dejó llevar por el dinero, pero murió después de dar a luz a la única niña de ambos.

— No eres tan joven como antes — y esa misma niña estaba insinuando que estaba en sus últimos días. Se preguntaba si su esposa estaría decepcionada como él lo estaba ahora.

— Sigo fresco — comentó, empujando el plato y levantándose — Acabé, estaré con Mina en el patio — le hizo una seña a la menor, quien lo siguió tomándolo de la mano. Mina volteó hacia atrás, viendo curiosa cómo las miradas estaban en ella y no eran muy agradables, pero volteando hacia Daniel se dio cuenta de algo

— Puedes abrir tu regalo ahora, tal vez ya no estés triste — extendió la caja, con cuidado de no moverla mucho — Es delicado, míralo — lo alentó.

Daniel sonrió, sentándose en los escalones para poner la caja en sus piernas y luego abrirlo. Dentro estaba una bonita pecera muy colorida, con un pez dorado moviéndose por todo el espacio. No pudo evitar sonreír, cuando en el medio de la pecera estaba una pegatina de un pingüino bebé.

— Cuando le pregunté a mamá, ella me dijo que tenía buenas ideas, así que creí que te gustaría — Mina había escuchado que a Daniel le gustaban los animales, pero no tenía ninguno en casa, así que un pez dorado podía ocupar poco espacio y ser una compañía — Te dije que era dorado.

— No me lo imaginé — realmente no lo había pensado — Gracias, Mina. Realmente es mi regalo favorito — se sinceró, sacando la pecera de la caja para verlo detalladamente. La caja tenía manchas de agua, seguramente se escapó un poco al moverse, pero Daniel se encargaría de tener otra pecera apta y cuidar bien del animalito.

— ¿En serio? — Mina cuestionó, con los ojos brillando de emoción.

— Te lo juro, es mi favorito. Lo voy a cuidar muy bien, lo prometo — puso su dedo meñique frente a Mina, quien lo tomó alegremente por la promesa — Voy por el delicioso pastel y a dejar el regalo en mi habitación, ¿sí? — Mina asintió rápido.

Al siguiente día, Mina regresó a esa casa, ahora sin visitas de la familia Kang, y pudo ver en la habitación de Daniel a un pez dorado nadando por una pecera más espaciosa y llena de corales. También había otros dos pececitos, que Daniel dijo haber adoptado para que se hagan buena compañía.

Al lado de esa pecera grande, estaba otra más pequeña, vacía, pero en el medio tenía la pegatina de pingüino que Mina había elegido con tanto esmero.

Entonces Mina se sintió demasiado feliz.

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