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#47 - La historia de Sharon Mina. Parte 4.

LA HISTORIA DE SHARON MINA. Parte 4.

(El trato de Ezaki Chihiro.)

Mina tenía tan solo ocho años, o eso le decían, pues ella no recuerda en qué momento los había cumplido. Ese orfanato era muy diferente, empezando con que eran demasiado buenos con ella, y también siempre trataban de hacerla parar con sus escapadas, pero no eran lo suficiente inteligentes como para detenerla.

Sus piecitos pisaban la acera, dirigiéndose al orfanato una vez terminó de dormir entre los arbustos de un parque. Ese era su lugar seguro, ya que a nadie le gustaba pasar por ahí, y a ella le gustaba estar sola.

En sus manos tenía una hoja con pegatinas, una amable señora se las había regalado cuando pasó mucho tiempo viéndolas en aquella papelería. Le gustaban mucho, no quería despegar ninguna, eran pingüinitos caricaturescos y tiernos.

Cuando entró, recibiendo preocupación por una de sus cuidadoras, Mina simplemente despegó una pegatina y la pegó en el rostro preocupado de la mujer, yéndose de ahí una vez satisfecha de haber hecho algo bonito por la señora que se preocupaba por ella.

Si no podía expresarse, tal vez podría agradecer con pegatinas.

Desde la familia Miyawaki, Mina solo había dejado de intentar expresarse, ya no hacía el esfuerzo, estaba perdida mientras esperaba a cumplir su mayoría de edad, así nadie debía sufrir por ella.

Ahora, veía muy concentrada sus pegatinas, pensando seriamente en cuál de todas debía pegarse en la cara. No pudo escoger una, así que tomó varias y fue pegandolas en partes aleatorias de su propio rostro, feliz de los pingüinos animados en su cara.

Fue hasta los baños para verse en el espejo, sonrió un poco al verse y decidió que así se quedaría, por lo menos hasta que el pegamento se desgaste por sí solo, porque ella no se las quitaría.

No le importaba si los demás se reían de ella, pues una mujer le dijo que se veía tierna y ella misma también lo pensaba.

Todavía le quedaban algunas pegatinas, pues eran muchas en realidad, así que no sabía dónde guardarlas o donde pegarlas. Su distracción la llevó a estar en medio del pasillo mientras pensaba seriamente en qué lugar los niños no encontrarían su hoja.

Pero por el pasillo también iba una mujer de la mano de una recién adolescente, un hombre solo estando detrás con un porte serio, mientras que una de las encargadas del orfanato los guiaba y hablaba.

La encargada, al ver a Mina casi enojada en medio del pasillo, sonrió queriendo ayudarla a superar su miedo porque las familias la vean. Aunque Mina no lo haya dicho, sabían que escapaba cuando nombraban familias y le temblaban hasta los ojos del miedo.

Mina no sabía que una familia estaba en el orfanato, pues se lo habían escondido para que así no volviera a escapar.

— Mina, ¿podrías venir, por favor? — la pequeña pelinegro alzó la vista y observó cómo una de las encargadas estaba sonriendo. Podía casi ignorar a todo el mundo pero no era una mala niña, así que se acercó con duda hasta estar delante de la mujer — Quisiera que conozcas a alguien — Mina dirigió su vista a la mujer de al lado, pelinegro, piel clara, sonrisa muy cálida para su gusto y al parecer una hija a su lado.

— ¿Para qué? — cuestionó, aceptando con mucha duda la mano de la mujer desconocida para estrechar.

— Ellos son la familia Ezaki — la encargada quiso ser cuidadosa al decirlo, pero no había forma de decirlo más que directa, pudo ver como el rostro de Mina perdía todo rastro duda y se quedaba inexpresivo ante la información.

— Oh... — parecía procesar lo que acababa de escuchar, pero rápidamente sus pupilas temblaron mientras daba un paso atrás — T-Tengo hambre — no la tenía realmente, pero salió corriendo hacia el comedor en un intento de huir de la situación.

La encargada solo pudo suspirar cuando la vio irse, no la detuvo porque no quería causarle terror al presentarle forzadamente a una familia.

— Yo también tengo hambre — la recién adolescente no dio tiempo para el ambiente incómodo, pues tomó la mano de su madre, pidiendo algo que satisfaga a su estómago.

— En un momento iremos a comer, Hikaru — la mujer, Chihiro, dijo y se dirigió hacia la encargada para preguntar: — ¿Ella está bien? — con sus ojos preocupados aunque apenas conozca a la pequeña.

— Tiene un terror a que la adopten — la encargada confesó, siguiendo el recorrido por el pasillo pero un caminar más lento.

— Eso es sorprendente — Chihiro no pudo evitar comentar, pues mayormente muchos niños deseaban ser adoptados para conseguir una familia. Miró hacia atrás para ver a su esposo, quien parecía curioso por ver el orfanato y no tanto en su platica.

— Ha sufrido en las dos familias que tuvo.

— ¿Le hicieron algo? — Chihiro preguntó, sintiéndose mal, siempre se sentía mal cuando escuchaba las historias de cómo niños y niñas terminaban en el orfanato, historias más trágicas que otras, algunas más comunes y otras tan extrañas que no se creen tan fácil.

— Oh, no. Las familias eran buenas, pudo tener una vida muy buena en ambas — la encargada le dijo, sonriendo, pero esa sonrisa se tambaleó hasta desvanecerse — Todos murieron, desde su familia biológica hasta la adoptiva — miró por un momento a la adolescente, quien parecía más tener cara de dolor por tener hambre en igual de prestar atención.

— Entonces... si le da terror es porque no quiere que se vuelva a repetir — Chihiro concluyó, pareciendo genuinamente interesada en la historia de la pequeña.

— Se niega mucho a hablar incluso con profesionales, así que no sabemos específicamente sus razones, pero es una niña inteligente y tranquila.

No por nada era que Mina no tenía tantas repercusiones al escaparse, pues en clases era muy buena estudiante aún cuando no participaba activa ni socializaba.

— ¿Por qué tiene la cara llena de pegatinas? — Hikaru preguntó con curiosidad, su mirada vagando por donde se había ido la pequeña niña.

— Al parecer le gustaron mucho — la encargada nunca antes la había visto así, suponía que Mina las pudo conseguir por sus propios medios, como casi todo lo de su vida.

— ¿Qué ocurrió con sus familias? — Chihiro preguntó, viendo los ventanales que daban hacia el patio, muchos niños estaban ahí solo divirtiéndose.

La encargada estuvo dudosa de decirlo con la recién adolescente presente, pero esta estaba muy contenta observando por el ventanal, así que respondió.

— La biológica, creo que fue un incendio, su madre y tres hermanos murieron. Ella lo presenció, pues fue quien alertó a los vecinos llamando a la puerta de uno de estos... Su padre se suicidó un mes después, ella fue quien lo encontró al volver de sus clases... Tenía tan solo cinco años — resumió la historia. No es como si supiera la historia de todo niño pero la de Mina es una bastante trágica y traumática para la menor, así que casi todas estaban enteradas de ese pasado.

— ¿No tuvo ayuda psicológica? — Chihiro preguntó, impresionada cuando la encargada negó con una mueca de decepción.

— Fue negligencia dejarla con su padre, pues éste se vio muy agresivo después del accidente de incendio, y la descuidó en todo el mes que se quedó con su custodia — de eso la pequeña Mina ni siquiera es conciente, pero los informes dicen todo.

— ¿Y después de eso tampoco? — Chihiro volvió a preguntar por la asistencia psicológica.

— Mina se negaba, no podía expresarse y tiene un gusto extraño de escaparse desde entonces — recordaba todas los obstáculos que le ponía a la menor, pero ésta siempre terminaba por apartarlos e irse. Aúnque una vez la siguieron, se dieron cuenta que Mina parecía solo buscar un escondite para estar en paz. No le quisieron arrebatar eso. No querían alterarla, pero de vez en cuando se encargaban de ver que estuviese bien.

— ¿Y su familia adoptiva? — Chihiro estaba curiosa de saber, más que nada porque realmente pensó en que podría ayudar a la pequeña.

— Una banda criminal, ladrones entraron y desafortunadamente no solo robaron, pues asesinaron a la familia entera. Mina se salvó por haber estado en casa de una amiga, pero al volver a casa ella fue quien encontró la escena.

— ¿Siempre fue ella quien los encontraba? — Chihiro hizo la pregunta, imaginando cómo se debió sentir la pequeña al mirar siempre a su familia en tétrica situación, tan escalofriante, mucho más para una niña que apenas entiende lo que es la muerte.

— Sí. Los profesionales dicen que es lo que debe estar atormentando su mente hasta ahora... ¿Está interesada en ella? — la encargada preguntó, sonriendo al caer en cuenta de todas las preguntas que había hecho la mujer Ezaki.

— Podría ser — Chihiro sonrió del mismo modo. De hecho, ella estaba segura de que ayudaría a la menor, estaba dispuesta a brindar de su ayuda solo porque le dio la gana hacerlo.

— Tengo hambre — Hikaru interrumpió, mirando con rostro serio a su madre.

— Vamos a darle una visita a la niña y nos vamos a comer — Chihiro propuso, llevando su mano a la cabellera de su hija para acomodar su cabello desordenado.

— Pero ella está comiendo, deberíamos hacer lo mismo — Hikaru renegó, mirando a su padre para buscar su apoyo, pero éste estaba en silencio un poco más atrás.

Hikaru estaba segura que solo las acompañaba porque su madre le dijo, no porque quisiera realmente adoptar.

— En realidad, la dirección en la que se fue era a los dormitorios — la encargada le rompió toda esperanza a Hikaru, pues su madre rápidamente la jaló consigo hacia donde le dijeron que eran los dormitorios.

Hikaru, aún con su hambre, no pudo evitar sentir curiosidad al ver el bulto en las sábanas, pues este parecía temblar mientras era un ovillo. Había escuchado muy bien la platica entre su madre y la encargada, tenía su vista en otro lado pero su oído era bueno.

Había muchas camas alrededor, pero estaban vacías y acomodadas, así que era notoria la cama de la pequeña al ser diferente.

Rápidamente se acercó a la cama, haciéndole un gesto a su madre de que le dejase todo el asunto a ella en ese momento importante para conocer. Armandose de valor, y de aire, Hikaru se sentó en la cama, viendo como el bulto se quedaba estático ante el movimiento.

Lentamente, las sabanas bajaron y el cabello de la pequeña se vio, junto a su frente y por fin sus ojos curiosos de quién se atrevía a sentarse en su preciada cama.

Mina inspeccionó y su vista se fue hacia la mujer detrás, así que volvió a temblar mientras se tapaba de manera rápida. Claro que Hikaru no se lo dejó, pues tomó la sábana y la detuvo para que no pudiera tapar más allá de su cuello.

— Hola, me llamo Ezaki Hikaru. ¿Tú cómo te llamas? — Mina frunció el ceño, viendo cómo la chiquilla se atrevía a sonreírle como si no la estuviera molestando.

Eso debía reportarlo ante la encargada, pero desechó la idea cuando aquella encargada estaba en la puerta viendo con una sonrisa.

Volvió a la pregunta de la adolescente, pensando en que debía responderle, pero no le respondió, esperando que su silencio fuera lo suficiente aburrido para la pelinegro frente suyo. No le quedó más opción que encogerse de hombros al ver que seguían esperando su respuesta ante su silencio.

— Nos dijeron que eras Mina, pero queríamos oírlo de ti — la mujer detrás se acercó, haciendo que Mina instintivamente se arrastre hacia atrás hasta chocar con la pared.

Ella siempre se sintió segura en la cama junto a la pared, pero ahora estaba atrapada.

— Soy Ezaki Chihiro, la madre de Hikaru — se presentó, arrodillandose frente a la cama para no verse tan grande para la pequeña y que ésta no se sintiera intimidada aún cuando ya esté temblando.

— No me van a adoptar — fue lo primero que recibieron de Mina, llena de pegatinas por su rostro y sus ojitos asustados intercalando entre ambas.

— ¿Por qué no quisieras eso? — Chihiro calmadamente preguntó, sonriendo y sabiendo que no iba a ganarse tan rápido su confianza, así que si hoy solo intentaría conseguir algo pequeño.

— No pueden, no deben adoptarme — Mina negó repetidamente, haciéndose hasta la orilla para allí quedarse con las sabanas tapando su anatomía — Váyase con su hija — las echó, tal vez si empezaba a ser grosera simplemente la dejarían.

— ¿No quisieras comer algo? Hace un rato dijiste que tenías hambre — Chihiro le ofreció, sabiendo que no recibiría una respuesta afirmativa.

— Yo la tengo — Hikaru susurró distraídamente.

— Vaya a darle de comer a su hija — Mina aprovechó el susurro, pensando que la mujer decidiría alimentar a la adolescente y ya, pero no esperó que le siguiera hablando.

— ¿Podemos hacer un trato? — la mujer cuestionó, su sonrisa creciendo pero siendo tan cálida para no causarle desconfianza u incomodidad, aunque Mina se abrumó un poco.

— ¿Qué? — Mina solo quería en ese momento que madre e hija se fueran, y que no tocaran su cama.

— Tú me das dos pegatinas, una para mí y una para mi hija, y yo me voy por hoy — las palabras de Chihiro la sorprendieron, pues no esperó que la mujer quisiera de sus preciadas calcomanías de pingüinos. Pensó un momento, analizando su debería dárselas, pero todo sea por que se vayan.

Metió su manita debajo de la almohada, sacando la hoja con pegatinas, mostrando a la mujer las que quedaban.

— ¿Cuál? — preguntó, sus ojos brillando de orgullo cuando la mujer admiró su bonito arsenal de pingüinos caricaturescos que tanto le gustaban.

— La que más te gustaría darnos — Chihiro le dio la decisión de escoger. Mina se la pensó mucho, viendo a la mujer y a su hija, tomando una pegatina de pingüino sonriendo dulcemente y otra de pingüino comiendo. Tuvo la tentación de inclinarse y pegarla en la frente de cada una, pero eso era cuando las daba voluntariamente.

— Adiós — se dio vuelta hacia la pared, después de entregarles en la mano ambas pegatinas.

— Nos vemos, Mina — Chihiro dijo que se iría por ese día, así que estaba decidida a volver al día siguiente o un día cercano.

Mina creyó que se había librado, pero no fue para nada así cuando al día siguiente madre e hija aparecieron deteniendo su intento de escapada del orfanato. Fastidiada, se había encerrado en el baño, pero lograron sacarla cuando la amenazaron con usar todas sus pegatinas.

No debió mostrar su escondite de pegatinas.

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