#44 - La historia de Sharon Mina. Parte 1.
LA HISTORIA DE SHARON MINA. Parte 1.
(La primera vez en un orfanato.)
Una pequeña Myoui estaba tranquilamente viendo la televisión, recostada en el sillon cálido mientras esperaba a que su madre trajera su suéter. Estaban en la casa vacacional, eran casi las festividades navideñas, y la nieve caía haciendo un paisaje blanco y hermoso. Pero la pequeña Sharon estaba muy a gusto viendo las caricaturas.
A parte de que estaba enferma, su boca no podía dejar salir casi ningún ruido. Si llegaba a decir una palabra, salía muy ronca y le dolía la garganta.
De pronto, unas pisadas pequeñas y alborotadas entraron y casi asustaron a Sharon, pero la pequeña se dio cuenta que solo eran sus dos hermanos mayores. Kai de nueve años y Daiki de diez años, ambos a abrigados y muy alegres.
— ¡Sharon! ¡Vamos, corre! ¡Vamos a hacer un muñeco de nieve! — Kai la alentó, yendo hacia ella para abrazarla. A Sharon le dio un escalofrío porque la ropa de su hermano estaba demasiado helada.
— ¡Kai! ¡Tengo frío! — se quejó con su voz muy apenas y separó a su hermano, abrigandose con su manta — ¿Muñeco de nieve? — preguntó interesada, soportando el dolor de su garganta.
— ¡Sí! ¡Tienes que participar en nuestra competencia! — Daiki la sacó de el sillon, jalando su manta para llevarla afuera — Ven, solo abrigate — Sharon sin duda le hizo caso, pues estaba segura que su hermano la cuidaría bien.
Colocándose todo lo que su madre según debía traer, Sharon salió afuera para ver todo el patio lleno de espesa nieve.
— El que lo haga más grande será el mejor — Kai les dijo, tomando un palo para marcar cual zona era para cada quién — No debemos tomar nieve de la zona del otro, y tampoco destruir los muñecos de los demás, ¿sí? — los tres Myoui se miraron y asintieron de acuerdo.
Sharon no estaba segura de poder hacerlo sola, pues nunca había hecho alguno y ni siquiera tenía guantes puestos, pero aún así tomó su zona del patio y empezó a hacer esfuerzo.
Una mujer bajó por las escaleras, teniendo el suéter de su hija en manos, pero misteriosamente no la encontró en donde la había dejado viendo caricaturas. El televisor reproducía dibujos animados pero el sillon estaba vacío, solo una manta desordenada estaba allí.
— ¿Sharon? — llamó y escuchó las risas afuera, así que rápidamente salió hacia el patio — ¡Sharon! ¡No podías salir! Estás enferma, pequeña — rápidamente se acercó, tomando las manos heladas y rojas de la niña.
— Competencia, mami — Sharon dolorosamente dijo, haciendo que sus dos hermanos la mirasen, pues tenía sus ojos cristalinos.
— ¿Competencia? — una voz masculina apareció, el mayor de la familia salió de la casa con un pequeño bebé de un año totalmente abrigado — ¿Debería estar también nuestro bebé? — Sharon pudo ver a su padre dejar al bebé por un momento en el suelo.
Se le haría injusto si dejaban a su hermano menor jugar y a ella no.
— Sharon está enferma, cariño, debe tomar algo caliente y descansar — su madre empezó a decir, tomándola de las axilas para alzar su pequeño cuerpo.
— No quiero — Sharon rápidamente se removió, buscando zafarse de los brazos de su madre, pero terminó rindiendose al notar que estaba muy cálida allí.
— Que se ponga unos guantes y tenga su biberón con algo de chocolate caliente, solo se hará esta competencia y todos nos vamos a comer — el mayor sonrió, no queriendo que la única niña de la familia esté triste.
— Sharon no toma biberón desde hace un año — la mujer rodó los ojos.
— Pero no es que no sepa cómo tomar de él, ¿verdad, mi pequeña? — su padre se acercó, y entonces ella empezó a sonreír y asentir. No le disgustaba para nada recibir cariño.
— Solo por un poco de tiempo — su madre por fin aceptó, y entonces minutos después estaba Sharon muy feliz haciendo un muñeco de nieve.
Su padre ayudaba a los tres por igual, teniendo al bebé de la familia en brazos para que pudiera ver todo. Su madre ayudaba a Sharon, excusándose que la niña nunca había hecho un muñeco de nieve, eso para que sus dos hijos mayores no se quejaran.
Sharon tomaba cada cierto tiempo de su biberón y moldeaba a como podía toda la nieve.
Y llegó el momento decisivo, el bebé de la familia tenía que escoger cuál le gustaba más.
El hombre de la familia veía el de su esposa, casi no creyendo que eso lo hizo una adulta, pareciese que Sharon lo había hecho sola. En su opinión, el de Daiki era el mejor. Pero en la opinión del bebé, el mejor fue el de Sharon, pues gateó hasta él y abrazó la nieve con una gran sonrisa.
— ¡Sharon ganó! ¡Eso, mi pequeña! — el padre dejó de lado su propia opinión y fue hasta su hija pequeña para alzarla y abrazarla, dándole repetidos besos en el rostro.
Ambos hermanos también fueron y la felicitaron, después de haberse quejado un poco al haber perdido contra una principiante.
— ¡Y todos nos ganamos comer! — eso fue suficiente para que tres pequeños Myoui salieran corriendo entre tropezones hacia la casa, con un bebé queriendo llegar entre gateos.
Sharon siempre amaba comer en familia, ella era las más mimada junto a su pequeño hermano Asahi, pues ella era la única niña y él apenas cumplió su primer año de nacido.
Ella le había dado el mejor regalo obviamente; el primer besito del día, eso era muy especial.
Después de haberse comido todo, tomado más chocolate caliente y un remedio que su madre le dio, pudo quedarse a ver caricaturas con sus hermanos.
Todo pasó con total normalidad, ellos estando cálidamente abrazados y riendo por los chistes de la animación, pero pronto llegó la hora de la cena y después la hora de dormir.
Su padre había tenido que salir, pues al parecer le llamaron de su trabajo por algo importante que debía arreglar. Sharon solo sabía que trabajaba en una fábrica, aunque ni siquiera recordaba de qué.
#♡>☆
Sharon no había podido dormir. Eran como las cuatro de la mañana, pero ella había dormido mucho al estar enferma, así que salió de su cama y con pasos sigilosos se fue hacia la sala de estar.
Con curiosidad, se sentó delante de la chimenea, viendo la madera todavía arder. Tomó un palo y lo intentó acomodar, logrando eso y también que algunas brasas salieran. Sharon no les tomó importancia y salió al patio, sentándose en la nieve aún cuando su madre se lo prohibió.
Le gustaba la nieve, se sentía muy bonito en sus manos aún cuando el frío parecía arderle en la piel.
Solo había sido un accidente, pero Sharon supo que era su culpa el ver la sala incendiada una vez se volteó para entrar a la casa. Entrando y queriendo gritar, se dio cuenta que su voz todavía no se recuperaba bien.
No podía llamar a su madre, no podía ir por ella porque las escaleras ya tenían las llamas ardientes devorando toda la madera.
El que toda la casa fuera de materiales flamables no ayudaba en que el fuego no se extendiera.
Sharon rápidamente ideó que debía llamar a alguien para que la ayude, así que salió rápidamente y con los pies desnudos cruzó por la calle. Llegando a la casa vecina, a unos metros lejos, estampó su propio cuerpo con la puerta, queriendo despertar a quién sea que viviera allí.
Estaba llorando, tenía mucho miedo del fuego que ya parecía salir de la puerta de su casa, así que golpeó descontrolada e intentó gritar.
La puerta se abrió y un hombre ya mayor le a vio muy enojado.
— ¿Qué buscas a esta hora, niña? — Sharon no le respondió, estaba lo bastante aterrorizada, solo lo jaló y apuntó hacia a un lado para que viera como su casa estaba siendo devorada por las llamas — ¿Qué? — el hombre estaba desconcertado por su actuar, pero rápidamente reaccionó al ver la casa vecina estar en llamas.
Sharon solo observó cómo el hombre llamaba a alguien dentro de su casa y una mujer la tomaba en brazos para consolarla, pero Sharon seguía llorando mucho.
Pronto el caos de gente, transportes y sirenas empezó, y a Sharon eso la tenía solo más alterada. No paraba de llorar mientras escuchaba a adultos hablar de cosas que no podía entender.
Su padre llegó, pero rápidamente se había derrumbado y no le permitieron acercarse a él. Sharon lo pudo ver golpeando, pero no pudo preguntar el por qué.
Ese día, Sharon supo por palabras de un oficial que sus hermanos y madre habían muerto, y no pudo contener todo su llanto al darse cuenta que fue su culpa por acercarse al fuego de la chimenea.
Chimenea a la que su madre le prohibió acercarse.
Ella no pudo confesar que fue su culpa, tenía miedo de que la odiaran y la dejaran sola, temía que su padre ya no la quisiese por herir a su madre y hermanos.
Desde ese día, no le gustó la navidad.
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Una mes de toda la tragedia en la familia Myoui, Sharon llegó del kinder junto a una vecina, esa mujer la había llevado y acompañado ya que su padre no salía de casa. Sharon no tenía ganas de ir, pero su padre siempre la despertaba y decía que se alistara, aún cuando ella apenas sabía atar las agujetas de los zapatos.
Siempre llegaba y esperaba que su familia estuviera allí, pero lloraba cuando encontraba a nadie. Su padre encerrado en la habitación y ella comía de lo que su vecina le daba todos los días. Todos estaban enterados de su situación.
Sharon solo tenía cinco años, que no entendía del todo el por qué debía aceptar que ya no tenía esos días de cenas familiares, esos juegos de hermanos, ni esas veces de enseñarle a caminar a Asahi. Estaba totalmente sola cada día, no tenía amigos en su kinder, ni tampoco más familia que la quisiera.
Todo fue de mal en peor ese día que regresó del kinder. Ese día ella sí se encontró a su padre en casa, pero no como le gustaría, pues su padre estaba en el piso de la sala con un hoyo sangrante en la frente y un arma en su mano floja. La terrorífica imagen la hizo gritar aterrada y caer hacia atrás, llamando la atención de los transeúntes y vecinos que rápidamente se preocuparon por ella.
Sharon otra vez presenció a gente, transportes y sirenas a su alrededor.
¿Qué le había pasado a su padre? No estaba segura, pero tampoco estaba segura del por qué días después estaba en un orfanato con mujeres mayores que cuidaban de ella.
Muchos niños también estaban a su alrededor, Sharon había visto cómo muchos querían acercarse, pero ella no sabía bien cómo expresarse. Para todos los pequeños, ella era aburrida por no hablar y ni siquiera responder, así que Sharon empezó a pensar que afuera estaría mejor.
Allí empezó su gusto por huir.
Huía cada vez del orfanato, casi todos los días escapaba de aquel lugar y paseaba por las calles. Estados Unidos tenía personas muy raras en las calles, pero ella solo paseaba hasta encontrar un lugar seguro donde esconderse y imaginar que todo estaba bien.
El primer día de escaparse fue realmente agotador, más cuando regresó al atardecer y las mujeres esas la regañaron y castigaron con no dejarla salir de la gran habitación de muchas literas.
Sharon solo llegó y cayó en cuenta de que otra vez estaba sola, pero también encontró consuelo en cada día escaparse a como sea, porque encontraba una salvación en su lugar seguro.
Su primer lugar seguro fue un callejon, pero pronto encontró una casa abandonada donde nadie se atrevía a entrar, así que en el patio podía recostarse junto al árbol.
Paz, tranquilidad y lejos de la realidad.
Solo tenía cinco años, pero podía entender que nadie estaba allí para darle un beso o un abrazo, tampoco estaban las personas que la hacían sentir segura, así que ese patio fue su lugar seguro, su desconexión del mundo amargo.
Cumplió sus seis años y no había familia allí para darle sus felicitaciones, fue su primer cumpleaños sola con un pequeño regalo que una de sus cuidadoras le dio al despertar, su único consuelo. El regalo se basó en un muñeco de pingüino, pues ella parecía que caminaba con pañal aún cuando ya no necesitaba de este. Le gustó, así que se quedó en la cama para dormir junto a él.
Pasaban los días, semanas, meses. Sharon solo vivía por pura casualidad ya que nunca se cuidaba bien al salir del orfanato. De tantas veces que se escapó parecía que ya nadie tomaba precauciones, solo la dejaban hacerlo aún con los peligros.
No sabía cruzar la calle, casi la atropellan varias veces, pero Sharon solo huye del lugar antes de que la regañen. No sabía cuándo confiar en las personas, solo siempre rechazaba a quién sea, se vea bueno o malo. No sabía que no podía tomar las cosas sin pagar antes, así que se llevó una mano lastimada por el castigo que un hombre le dio y en su estomago estaba el dulce que ella había tomado. No sabía que los vidrios podían llegar a cortar demasiado, y entonces se hizo un corte sangrante del cual las cuidadoras se alteraron mucho. Tampoco tenía conciencia de que no podía tomar una cartera tirada en la calle, pues llegaba una señora llamándola 'ladrona'.
Sharon aprendió por sí sola lo que debía hacer, así como no hacer enojar a las cuidadoras del orfanato y no confiar en quién sea que te ofrezca dulces por las calles.
Un día despertó por los llamados de una mujer, talló sus ojos y notó que ella misma era un desastre, pues había llorado toda la noche hasta quedar dormida, recordando como su madre antes de dormir siempre la abrazaba y daba un bonito beso.
Moquitos, babas y sudor tenía en toda la cara, así que se lavó la cara y quería volver a acostarse a dormir, pero los niños más grandes de su lado no dejaban de hablar.
— Dicen que tienen dinero, podríamos comprar muchas cosas si nos adoptan — uno de ellos dijo, Sharon recordaba que se llamaba Henry, el castaño que estaba a su lado se llamaba Chad.
— ¿Estás loco? Si nos adoptan debemos ser muy cuidadosos, nos podrían devolver nada más damos problemas — Chad le dijo. Ni siquiera estaban concientes de que dos ojitos los miraban por solo encima de la sábana, una pequeña interesada en su charla.
— Ni siquiera conocen a la familia y ya imaginan que los devuelven — una adolescente se burló rápidamente de su charla, ésta misma acaba de llegar pero los había escuchado claramente. Sharon piensa un poco y recuerda su nombre, Sabrina, con su color de cabello rojizo y una piel oscura.
— Solo pensamos en las posibilidades — Henry se encogió de hombros al decir eso, junto a su compañero. Chad tan solo volteó por pura casualidad y miró a Myoui viéndolos muy interesada.
— ¡Ey, Myoui! ¿Qué? ¿No saldrás? Aquí hay menos posibilidad que te adopten — Sharon frunció el ceño al ver que ahora se dirigía a ella como si fueran amigos, ella apenas le conocía el nombre y porque las cuidadoras le gritaban mucho al ser un niño problemático.
Sharon no creía que alguien adoptara a Chad realmente, pues éste no parecía saber otras maneras de arreglar problemas que con puños.
— Creo que ni saliendo podrías hacer que te adopten, Chad — se sinceró. Sus ojos inocentes observaron cómo Sabrina se sorprendía, Henry se burlaba y Chad tenía ese semblante furioso.
— ¿Qué dices, imbecil? — Chad rápidamente se levantaba de su cama, casi acercándose, pero Sabrina rápidamente lo detuvo. Sharon agradeció en silencio porque Chad le gana con cuatro años, obviamente el niño era más fuerte que ella.
— Calmate. Es una niña, no tiene filtro — Sabrina tenía quince, así que también era la más madura que los presentes. Ninguno cuestionó sus palabras.
— Mejor vámonos — Chad le dijo a Henry, y fue que ambos niños salieron de la gran habitación, dejando a solas a ambas que solo se quedaron en silencio.
Sharon solo deseaba poder dormir un poco más, tenía su muñeco a su lado, listo para ser abrazado. La pelinegro cerró sus ojos, pero un movimiento en su cama la alertó. Sabrina estaba sentada en una esquina de su cama, viéndola sin mucha expresión en su siempre sereno rostro.
— Deberías aprovechar que eres una niña, las familias siempre buscan a menores — Sabrina le habló, cosa súper extraña porque nunca le había dirigido la palabra a Sharon.
— ¿Por qué no te vas? — Sharon preguntó, mostrándose desconcertada al ver que su silencio incomodó no funcionaba en Sabrina. La pelirrojo ignoró su indirecta de echarla y solo le sonrió.
— Soy una adolescente, nadie me quiere adoptar ahora porque crecí y nadie quiere lidiar con adolecentes... Eres una niña, aprovecha y tal vez encuentres un lugar donde por fin estar bien — eso llamó la atención de Sharon.
¿Un lugar donde estar bien? ¿Eso que significaba?
Sabrina se fue y no le explicó, así que le tocaba descubrir todo por sí misma. Sí, así como lo había estado haciendo hace ya tiempo.
#♡>☆
Una adolescente de tan solo quince años estaba malhumorada.
Sakura veía a su alrededor el cómo los niños corrían y sus padres hablaban con la encargada del orfanato. Su hermana Hana, de doce años, estaba a su lado y parecía más emocionada que ella, pues parecía que le entusiasmaba la idea de conocer a quien sería el nuevo integrante de su familia.
— No sé cómo puedes estar feliz, tendremos que compartir más — Sakura se quejó, cruzándose de brazos mientras veía a Hana sonreír más.
— Por favor, Sakura, ¿no te alegraste cuando me adoptaron a mí? — Hana hizo unos ojitos tan tiernos que Sakura casi le decía que sí, pero eso no era muy Sakura de su parte.
— No, tenía cuatro años, pero hice la ley del hielo cuando me enteré — y realmente no mentía, así que orgullosa infló su pecho, burlándose de la cara ofendida de su hermana.
— Será bonito enseñar, cuidar y amar a alguien más — Hana seguía encontrando lo positivo, mientras ambas caminaban y veían a todo infante pasar por dondequiera.
— Será un trabajo. Ser hermana mayor no es un beneficio, el mundo debe entender eso — Sakura dijo y se masajeó los sienes, buscando un poco de paz mental que no podía conseguir desde que le dijeron sobre que iban a adoptar.
— Mejor vamos a conocer, así quitas tu cara enojada — Hana dijo sonriendo y tomando la mano de su hermana, jalandola hacia un grupo de chicos que parecían hablar muy amenos entre ellos.
— ¿Por qué vamos con los mayores? — Sakura preguntó, frunciendo el ceño al ver a adolecentes como de su edad o más — Papá y mamá dijeron que estaban más del lado de niños entre tres a diez años — se detuvo, haciendo que su hermana también lo haga.
— Pues que ellos busquen, nosotras vamos a hablar — Hana intentó jalarla de nuevo, pero Sakura ya estaba aterrorizada con solo su pocas palabras.
— No, gracias. No me va lo social — se dio media vuelta y fue camino hacia donde mismo, donde sus padres estaban hablando con la encargada.
— Pero no fuera con chicas porque eres el ser más extrovertido — pudo escuchar como Hana le decía, así que se volteó para contestarle.
— Pues yo no veo ninguna chica, así que por ahora no me va lo social — por andar caminando hacia atrás, terminó por chocar con un pequeño cuerpo, éste mismo que la hizo caer hacia atrás. Tenía conciencia que estaba rodeada de niños así que hizo todo lo posible por no aplastar al pequeño cuerpo que se le atravesó — Oh, niña, ¿estás bien? — se levantó y ayudó a la pequeña de cabello negro.
La niña solo la miró un momento, se encogió de hombros y se dio la vuelta para irse, con su muñeco de pingüino sostenido por un brazo y su caminar chuequito que solo la hacía ver curiosita.
Sakura podía escuchar las risas de su hermana, pero la ignoró dándole la espalda y yendo hacia sus padres. No estaba para soportar a Hana burlándose, estaba para quejarse y ayudar con la nueva persona que entrara a la familia Miyawaki.
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— Oh. Mina, ven aquí — Sharon se volteó al escuchar ese nombre, pues así solo la llamaba una cuidadora y es la cual le caía realmente bien, la misma que le regaló su muñeco — ¿Podrías venir acá? — le preguntó con una sonrisa, y Sharon realmente se acercó a pasitos de pingüino para verla — Esta pequeñita ha cumplido tan solo seis años — Sharon pudo ver que le decía a otros adultos, pero a ella no le importaba demasiado.
Sharon también pudo ver a una adolescente junto a los adultos, bueno, eran dos chicas al parecer peleando entre susurros. Le parecía curioso ya que una se veía de la edad de Sabrina y la otra de la edad de Chad.
Los adultos, en un vistazo hacia ella (notando que tenía rasgos japoneses como ellos y parecía muy callada), se dieron cuenta de su mirada y notaron como Sakura y Hana parecían discutir y reír bajo. Ambas, al verse descubiertas, fingieron estar bien pero Hana llevó su mirada a la niña expectante.
— Oh, pequeña, ¿hace un rato mi hermana no te hizo daño o sí? — Hana le preguntó, agachandose para estar a su altura, pero Sharon solo la observó un momento y negó.
— ¿La conoces, Hana? — Hinata, el padre de ambas, preguntó curioso, también viendo a la pequeña pelinegro que parecía más interesada en su muñeco que en ellos.
— Sakura había tropezado con ella — Hana no perdió la oportunidad para burlarse de su hermana.
— Fue un accidente — Sakura se apresuró a aclarar, no queriendo que se mal entienda o cualquier cosa fuera de la realidad.
— ¿Para qué me quería? — Sharon por fin habló, no encontrando el por qué estaba ahí todavía. Había bajado a investigar sobre lo que dijo Sabrina, pero ya se había aburrido, así que esperaba poder zafarse y escapar del orfanato hacia las calles otra vez.
— ¿Cuál es tu nombre, pequeña? — una mujer se agachó, sonriendole.
— ¿Por qué no responden mi pregunta? — Sharon cuestionó, viendo hacia la cuidadora para encontrar una respuesta, pero ésta no logró contestarle antes que la mujer.
— Te llamó para conocerte, por eso mismo preguntaba cuál es tu nombre.
— Me llamo Sharon, pero también Mina — Sharon no sabía muy bien cuál nombre iba primero, podía ser Myoui Sharon Mina, no tenía certeza de cual combinación estaba bien. De todos modos, como 'Myoui' no la llamaba nadie más que algunos niños y casi como burla. Sí, niños como Chad.
— ¿Y cómo te gustaría que te llamemos? — la mujer le preguntó, entonces fue que ella también se lo cuestionó a sí misma.
Realmente el nombre Sharon le recordaba mucho a su familia, a los Myoui, así que apretó los labios y prefirió que la llamasen con el otro nombre.
— Mina — les dijo. Pudo ver que la chica de antes se inclinaba hacia ella con una sonrisa.
— Mina, ¿te gustan los dulces? — Mina miró hacia la cuidadora y luego hacia la chica llamada Hana, asintiendo. Sí le gustaban los dulces — Tengo uno para ti — Hana buscó en su bolsillo algún dulce (que sinceramente Sakura nunca sabía de dónde sacaba tantos) y se lo dio a la pequeña.
De pronto, una mujer ya mayor se adentró en la platica entre la cuidadora y los Miyawaki.
— Si les enseñas a una niña por lo menos hazlo bien, Sharon tiene problemas de socialización y se escapa todos los días del orfanato — Mina levantó la mirada para ver a la que era otra de las cuidadoras, pero esta no era muy amable, era estricta e imponía las reglas por dondequiera.
— No intentaba ocultarlo, apenas la están conociendo — Mina pudo ver a su cuidadora favorita estar enojada. No entendía a la perfección, pero suponía que era hora que le dijeran a esas personas que ella era aburrida, así como todos la tomaban.
— Mh — la mayor hizo un murmuro de desdén — Si están interesados en ella, vengan por acá — Mina los vio irse, después que la chica Hana le diera a escondidas otro dulce y le dedicara una sonrisa, haciendo que Mina tuviera un sonrojo.
Observó su mano por un momento, ya tenía dos dulces para ella sola, así que rápidamente se fue de ahí, directo hacia la calle para comerlos en su lugar seguro junto a su muñeco de pingüino. Sus pasitos torpes y rápidos fueron seguidos de vista por Sakura, quien la veía desde la entrada del orfanato hasta que simplemente Mina desapareció por las calles.
— ¿Por qué pareces acosadora? — Hana pareció abruptamente detrás de ella, con esa sonrisa grande que la asustó.
— Me cae bien — fue lo único que Sakura contestó, apartándose de la puerta para seguir a sus padres junto a las dos mujeres del orfanato.
— Ni siquiera habló — Hana le dijo, riendo.
— Hasta ahora, me cae bien.
. . . . .
No se me encariñen porque con el poder del guión ahorita todos se van al cielito lindo.
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