Capítulo 6
Ya era de mañana y todavía moría de hambre.
No había podido dormir muy bien, pues los cuatro gatos que vivían conmigo en esta plaza, parecía que habían hecho una fiesta. Estuvieron toda la noche despiertos, correteando de aquí para allá, subiéndose a los árboles en repentinas e inesperadas carreras que de repente los atacaba, y se peleaban de vez en cuando, sin hacerse daño, pero sí haciendo mucho ruido.
Obviamente yo era el único que parecía querer dormir en esa maldita plaza.
Y ahora, que era de día, cuando el Sol se hallaba en su punto más alto, los gatos estos del infierno dormían profundamente como si se trataran de las tres de la madrugada.
Pero yo ya no podía dormir, no con el Sol quemándome los ojos, así que salí de mi escondite, o arbusto, como lo llamarían la mayoría de las personas, e intenté caminar un poco para descontracturar mi cuerpo después de una mala noche.
Creo que ya lo dije, pero tenía sueño y hambre, un hambre que ya estaba empezando a asustarme porque comenzaba a volverse doloroso.
Unos gorriones pasaron volando a unos metros de distancia, y un instinto felino, que no creí que tuviera, se activó como si se tratara de un interruptor. Mis bigotes se movieron de manera involuntaria y mi boca castañeó con nerviosismo produciendo un sonido extraño.
¿Qué diablos pasaba conmigo?
No podía dejar que el instinto animal me ganara, era un hombre hecho y derecho, no un estúpido gato de la calle.
De repente, me encontré a mí mismo deseando que esa chica loca por lo gatos no tardara mucho en llegar. Nunca creí que yo fuera capaz de desear de una manera tan fuerte, ver a una chica como esa, pero es que ella era la única que podría darme algo de comer, aunque fuera comida para gatos y así salvarme de robar algo de la basura o cazarme un ave como si fuera cualquier bestia salvaje.
Y como si mis oraciones hubieran sido escuchadas, la divisé a lo lejos, cargando en una mano, una bolsa de compras, seguramente eran las latas de comida.
Dios, Dios. ¡Era ella! ¡Ya estaba aquí!
En vez, de correr en dirección a la fuente de comida, como mi cuerpo me suplicaba a gritos, direccioné mis patitas en dirección al arbusto y me arrojé sobre él, ocultándome en su interior, otra vez.
No podía percibirme a mí mismo rogando por un poco de comida. La chica estaba interesada en mí, así que sólo esperaría en el arbusto, ella era quien debía rogarme que me acercara a ella por un poco de comida, no al revés.
Para mi desgracia, el cerebro de la chica no tenía como prioridad el alimento, sino limpiar la plaza que era de hogar para los gatos.
Retiró las hojas que habían caído sobre Bocanegra, juntó un poco de basura dejada por los transeúntes, y demás cosas inútiles.
— ¡Ah, gato tonto! — la chica dejó lo que estaba haciendo cuando escuchó a un niño regañar a uno de los gatos.
Sombrero, que era uno de los gatos más jóvenes, al parecer había rasguñado al niño en la mano cuando este intentó jugar con él.
— ¿Qué sucedió? — preguntó la chica acercándose a la escena de crimen.
— Este gato me lastimó.
La chica inspeccionó la herida, y al ver que no era nada grave, le dijo:
— Los gatos son algo... — pareció pensarse un adjetivo adecuado — "brutos" para jugar, por eso no debes usar las manos, sino esto — dijo sacando de la bolsa un plumero.
¡Esta chica venía preparada para cualquier situación!
— Tienes que jugar así. A Sombrero le gusta cazar, por eso debes esconder el juguete entre los arbustos para que piense que es un ave.
El niño intentó ejecutar ese palo con un par de plumas siguiendo las instrucciones de la chica.
Cuando las plumas estuvieron sobre el arbusto, llamaron la atención de Sombrero, se quedó viendo el juguete fijamente, como si se tratara de una presa. El niño movió el plumero lejos del arbusto, y se sorprendió cuando el gato brincó en dos patas, y con sus manitos delanteras atrapó el juguete en el aire.
— ¡Wow! — exclamó el niño sorprendido.
— Lo hiciste muy bien — la chica sonrió satisfecha y yo también hubiera sonreído si no fuera un gato.
Puede que esté loca, pero en ese momento, me pareció una chica hermosa.
Después de unos veinte minutos, en que el niño jugaba con Sombrero y la chica lo supervisaba, yo ya no daba más de hambre, sentía que podía morirme de inanición si continuaba un minuto más sin probar algo de comida. Pero para mi suerte, el niño ya tenía que irse, le devolvió el juguete a la chica y se fue corriendo mientras la saludaba con el brazo.
— Muy bien, ya es hora de comer, gatitos — y como si esas se trataran de unas palabras mágicas, los gatos se invocaron junto a sus pies, maullaban y se cruzaban entre sus piernas, reclamando su lata de comida.
Primero, les sirvió a los cuatro gatos de siempre, cuando ya estos se encontraban cada uno en su lata, comenzó a mirar por los alrededores, como si estuviera buscando algo o a alguien. No se necesitaba ser muy inteligente para saber a quien estaba buscando.
Coloqué una de mis patitas sobre una rama del arbusto y la sacudí con ímpetu, y como era mi intención, el movimiento llamó su atención.
— Ah, allí estás — dijo caminando en mi dirección.
El crimen perfecto.
— ¿Todavía sigues allí oculto?
Maullé de manera lastimera, como si me doliera algo.
— Vamos, ven — me rogó —. No voy a hacerte daño.
La miré y no hice nada, tenía que dilatarlo un poco para que pareciera que en verdad era un gatito asustado.
— Mira — dijo mientras abría la lata ante mis ojos. ¡Se veía exquisito! A pesar de ser una simple lata de comida para gatos, se veía y olía como si se tratara de una ambrosía de los dioses del Olimpo.
Quiero. Quiero. Quiero.
La chica lo dejó sobre la tierra, a unos centímetros de mí. Intenté actuar lo más tímido que pude. Di primero un paso, y varios segundos después, di otro.
— Eso es, no tengas miedo.
La expresión de la chica me causó gracia. Era bastante ingenua al dejarse engañar tan fácilmente. Eres una tonta, amiga.
Terminé de salir del arbusto y no esperé mucho más para hundirme el hocico en esa lata.
¡Dios! Habré parecido un muerto de hambre, pues así mismo me sentía.
— Bien hecho — la chica extendió la mano para acariciarme, pero se detuvo unos centímetros antes viéndose amedrentada. Yo ignoré su gesto y seguí comiendo.
Minutos después, con mi panza llena, la chica recogió todas las latas, y se marchó de la plaza, no sin antes mirarme de manera curiosa, como si estuviera teniendo un debate mental con respecto a lo que debía hacer conmigo.
Y mientras la veía marchar a lo lejos, me pregunté que hubiera hecho yo si ella se hubiera atrevido a acariciarme. ¿La hubiera alejado de un manotazo? ¿O se lo hubiera permitido?
Me senté sobre mis patas traseras, muy confundido por no saber la respuesta.
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