Huesos
Besó con ternura a su mujer antes de ayudarla a subir a la micro. Una vez que el bus se perdió de vista caminó hasta el semáforo y cruzó la avenida mirando hacia ambos lados. No le gustaba devolverse a su casa a esta hora, pero era el ritual que tenían con su esposa cuando a ella le tocaba el extenuante turno de noche.
Aunque vivía en un barrio peligroso no era eso lo que lo hacía sentir amenazado. Conocía a todos los delincuentes del sector desde niño, se había criado junto a ellos, habían sido sus compañeros de colegio, incluso se encontraba con ellos cuando iba al estadio. No, no era un miedo externo, sino más bien la ansiedad que le producía la oscura soledad de las cinco cuadras que había entre la avenida y su pequeño departamento. En las calles de la población la mayoría de los focos del alumbrado público estaban rotos y el municipio hacía rato que ya no se tomaba la molestia de reponerlos.
Los hoyos de las calles aún conservaban parte del agua caída durante la tarde. Las personas a su alrededor apuraban el paso para llegar cuanto antes a sus hogares, contrastando la escena con su caminar lento, casi arrastrado.
Luego de pasar a comprar pan y los ingredientes para el almuerzo del siguiente día, sacó su teléfono del bolsillo, se puso los audífonos e intentó aplacar su angustia subiendo el volumen de la música al máximo.
Es imposible saber que pasaba por su cabeza segundos antes de ser aturdido por el golpe.
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