Capítulo 4
Eleanor
Pasamos algunos segundos viéndonos, yo aún estaba afuera del auto. No podíamos dejar de mirarnos, era como un bucle, un ciclo sin salida.
Estaba perdida en sus ojos y él en los míos. Me recordaba mi niñez, a mis padres, a Tyler...
Pero no podía ser él, era imposible.
Ese momento tan fugaz se esfumó gracias a Astrid, que nos interrumpió con su molesta voz.
—¿Te vas a subir o qué?
Estaba segura de que a Astrid le gustaba ese chico. Siempre era así, cuando alguien le gustaba, fingía ser un ángel. Los seducía con su falsa amabilidad, tenía sexo con ellos y después los tiraba.
De seguro este chico iba por el mismo camino.
Me subí al auto, tiré mi bolso en la parte de atrás y saqué mis audífonos para no tener que prestarle atención a su conversación.
Aún así podía escucharlos.
—Como te dije antes, mis padres harán una fiesta hoy. Tú te quedarás a cenar con nosotros y luego yo misma iré a dejarte a tu casa.
A veces me sorprendía lo perra que era Astrid. Nunca me había hablado así de bonito. Ella tenía dos caras: Astrid perra y Astrid bondad.
Cuando alguien le gustaba o quería conseguir algo de alguno de nuestros padres, usaba su aparente lado bondadoso, su tono amable, su hipocresía a máximo nivel.
Y cuando alguien le desagradaba usaba su lado perra, lanzaba insultos a diestra y siniestra, follaba con los profesores para sacar buenas notas, se vestía de forma provocativa en algunos casos, toda una víbora.
—Te lo agradezco, no me gustaría ser una molestia para tus padres, ni para tu hermana —dijo Tyler con un gesto de agradecimiento en su rostro.
Me sorprendió el hecho de que este chico se preocupara por mí. No era real. Estaba planeado, él y Astrid lo habían planeado. Así yo no los molestaría y ellos podrían tener una noche de sexo, sin que mis padres se enterarán.
Aunque sonó verdadero, su declaración no parecía fingida. Especulaciones mías.
—No se preocupen por mí, siempre y cuando no dañen mi habitación o alguna de mis pertenencias —le respondí esperando que cerraran sus bocas de una vez.
—¿Qué parte de que vamos a cenar y nada más, no entiendes? —preguntó Astrid, cambiando su tono de voz al estarse dirigiendo a mí.
—Creo que el "nada más" —contesté con sarcasmo.
—Oh... Creo que ya entiendo que camino va tomando esto. Para aclararle las cosas a ambas, sólo voy a cenar en casa de una amiga. Luego me iré a mi casa. Nada más —dijo Josué anticipándose muy bien el siguiente comentario de Astrid. Que seguramente hubiese sido un insulto.
—Exacto —confirmo Astrid.
Ya no seguí discutiendo con ellos. No tenía caso. Me dediqué a escuchar la canción de Lady Gaga que sonaba en mis oídos. No me había dado cuenta que el volumen era tan fuerte que tanto Astrid como Josué, escuchaban la canción conmigo.
¿Cómo me enteré?
Josué empezó a cantar de la nada, la misma canción.
—Can't read my, can't read my, no he can't read my poker face.
Debí dormirme, debí estar soñando, porque escuché a ese chico cantar Póker Face.
—Siempre me gustó esta canción, pero a nadie cercano a mí le gusta. Así que se siente bien conocer a otra persona que le guste —mencionó mientras me dedicaba una bonita sonrisa.
—Me sorprende que te guste esta canción, principalmente porque Astrid la odia.
—Odiar es una palabra fuerte, no me gusta y ya.
—Creo que no compartimos los mismos gustos musicales, pero aún así podremos llevarnos bien.
Dios, este chico era demasiado amable. Dante era un ogro apestoso y gruñón, a su lado.
Era inverosímil el que Astrid sintiera atracción hacia alguien así. Las cosas estaban cambiando para bien o para mal, pero estaban cambiando.
El tráfico hizo el viaje mucho más largo de lo que debía ser.
Aún estábamos a medio camino y era un poco tarde.
—Odio el tráfico!, ¡odio esta ciudad!, ¡odio el mundo! —maldijo Astrid.
—¡Jajaja! tranquila. A todos nos ha pasado esto —intentó tranquilizarla Josué.
—A mí me pasa más seguido que a los demás, y a quién le importa las demás personas —dijo enfatizando la última frase—. Yo no merezco estar atorada en medio de una fila infinita con personas que lo disfrutan.
—Yo no lo estoy disfrutando, nunca me la paso bien junto a ti —aclaré.
—Con el poco tiempo que tengo de conocerlas, he descubierto que pelean muy seguido —comentó Josué.
—Seguido no es suficiente —respondí.
—Ya cierren la boca, no soporto tanto ruido.
Después de que Astrid nos obligará a callarnos, ninguno volvió hablar en todo el camino.
Ya había guardado los audífonos en mi bolso y estaba escuchando el bullicio de la calle.
En años anteriores, este día era genial. Mis padres me compraban regalos fantásticos.
Había siempre un pastel de fresa enorme y la mejor parte: Astrid no me fastidiaba la vida.
Pero este año cambió, supongo que mis padres notaron mi disgusto al abrir los regalos. No podía fingir que esa celebración ridícula me gustaba.
Pero este día, superaba por mucho a los demás. Todo había sido malo; nada productivo salió de este día.Y aún faltaban unas horas para que terminará, qué fastidio.
Cuando por fin llegamos a casa, todo el vecindario estaba en completo silencio. Apenas eran las siete de la noche y ya todos estaban encerrados en sus casas.
Este es uno de los principales motivos de mi repudio hacia la ciudad: todos mis vecinos tenían esta regla "nadie sale de casa después de las 6:30". Aún no sabía el porqué, pero se lo preguntaría a mis padres algún día.
Dirigí mi mirada hacia la casa en que he estado viviendo, la cual estaba iluminada por las brillantes luces de navidad que tanto le gustaban a mi madre, le encantaban y por eso las usaba aunque fuese julio.
Sólo faltaba lluvia para empeorar este día, creo que el cielo se apiadó de mí y guardo sus mejores nubes para otra ciudad.
"Gracias cielo" exclamé en mi mente.
En todo el viaje no había pensado en cómo haría Astrid para presentar a este tal Josué. Este día era especial para mis padres, para ellos representaba mi nacimiento. Claro, no es hoy. En un día como este me adoptaron.
No recibíamos visitas muy seguido y menos en días de celebraciones familiares.
Tal vez se ganaba a mis padres, o quizás lo echaban a patadas. Estaba ansiosa por ver su reacción.
Astrid fue quién tocó el timbre.
—Mamá, soy Astrid. ¡Te puedes dar prisa por favor!
La puerta se abrió, dejando ver a Sofía Lombard. Una señora muy parecida a Astrid. Tenía el cabello castaño y ondulado. Ojos muy llamativos y de color marrón. Su piel limpia y sin arrugas demostraba lo mucho que se preocupaba por su apariencia.
—¿Qué horas son estas de llegar?
—preguntó muy exaltada.
—Había demasiado tráfico —contestó Astrid—. Te quiero presentar a alguien.
Josué dió un paso al frente, sacó sus manos de los bolsillos de sus pantalones verdes y le sonrió a nuestra madre.
—¡Buenas noches! —saludó Josué—. Mi nombre es Josué, soy un compañero de clases de su hija Astrid. Ella me invitó a cenar con ustedes esta noche. Intenté negarme porque no me gusta incomodar a las personas, pero ella insistió en que viniera.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó mi madre sin mucha amabilidad.
—Tengo dieciocho años, sé que parezco tener más, supongo que es algo genético.
Dieciocho años. Vaya. Eso me tomó desprevenida, creí que tenía veinticuatro o por ahí. Es sólo un año mayor que yo.
—Bueno Josué, hoy tenemos una pequeña celebración familiar y no nos gustan las visitas y menos a estas horas —dijo mi madre mientras fulminaba a Astrid con la mirada.
—Por favor mamá, es una buena persona. Prácticamente lo obligué a venir. No seas tan dura con él —insistió Astrid.
—No te preocupes Astrid, entiendo a tu madre. Es algo familiar y yo no tengo porque estar ahí. Pediré un taxi y nos vemos mañana en la universidad —dijo Josué con suma tranquilidad.
El ya mencionado se dió la vuelta y empezó a caminar hacia la calle.
Astrid lo persiguió a paso rápido.
Cuando lo alcanzó le dijo algo en secreto, le tomó el brazo y jaló de él hasta la entrada.
—Le pediré permiso a papá, él tiene más autoridad que tú en esta casa —comentó Astrid con odio y desprecio.
—Inténtalo, veremos quién decide al final —le respondió mi madre con seguridad.
La cara de Josué demostraba extrema inseguridad, vergüenza y confusión. Por otro lado la de Astrid, expresaba furia, odio y molestia. Ambos entraron en la casa, ella echando fuego por la boca y él siendo arrastrado.
Entré tras ellos.
La perra de mi hermanastra empezó a buscar a papá mientras gritaba por toda la casa.
—Hola mamá —dije a mi madre, mientras ella se sentaba en el sillón de la sala.
—Eleanor, lamentó no haberte felicitado hoy. Tuve que salir temprano —explicó mirándome con cariño—. ¿Conoces a ese chico? Astrid es capaz de traer a un drogadicto a casa.
No pude evitar reírme en mi mente por la paranoia de mi madre. Si en algún momento yo me convertía en una, les daría más libertad a mis hijos.
—Sé lo mismo que tú sobre él, pero no creo que sea una mala persona —respondí con sinceridad.
—Si tú lo dices —Había un poco de temor en su voz—. Estoy segura que tu padre le permitirá quedarse. Él no tiene la fuerza de voluntad para decirle un no a Astrid.
Y tenía razón, mi padre era muy flexible con ambas. No me regañó cuando fui sin permiso a una fiesta que organizó Tiffany, en ese entonces apenas teníamos quince años. Mi madre se arrancó los pelos cuando se enteró, y cuando llegué me reprendió como nunca.
—Lo sé, por eso Astrid actuó con tanta seguridad.
Los gritos de felicidad de mi hermanastra llegaron a mis oídos, estaba celebrando por el nuevo invitado en nuestra cena.
Mi padre apareció, acompañando a los chicos.
Sabía muy bien que mamá le reclamaría esa decisión.
—Ves mamá, tú no tomas las decisiones aquí. Mi querido papá me dió el permiso de invitar a Josué.
—Marcus... No puedes pasar mi autoridad de esta manera. Dije que no y así será —reclamó con furia Sofía.
—Démosle una oportunidad a los muchachos, los jóvenes son lo que son: jóvenes.
Mi madre no estaba del todo convencida con esa decisión, pero al final vio que era la única en contra de Josué.
Así que él pasaría la noche con los Lombard.
En la hora de la cena, todos nos sentamos en la mesa de la cocina, papá sentó en la silla principal de la mesa.
Mamá había preparado un plato exquisito que había heredado de su familia. Nadie más sabía esa receta.
Astrid y yo habíamos ayudado a poner la mesa unos minutos antes.
Cuando nos sentamos a comer, se creó un ambiente tenso. Nadie hablaba y todos comían despacio. Se podían escuchar los tenedores chocar contra cada plato.
Nadie (excepto mi madre) quería arruinar la tranquilidad, pero alguien lo hizo de todas formas.
—Y cuéntanos Josué ¿Dónde vives? —preguntó mi madre. Todos sabíamos que ella quería hablar desde hace mucho tiempo.
—Llegué hoy a la ciudad y realmente no sé cuál es el nombre del lugar. Creo que no está muy lejos de aquí.
—¿Por qué escogiste esta ciudad para mudarte? —continuó Sofía.
—No la escogí. Mi padre trabajará aquí, por lo que mudarnos era la mejor opción.
Mi madre iba a preguntar más cosas, pero Marcus se lo impidió.
Josué se ponía más nervioso con cada pregunta y creo que ella no se daba cuenta.
—No te preocupes hijo, mi mujer siempre ha sido protectora con sus dos hijas. Por eso te hace las preguntas, quiere conocerte mejor —dijo mi padre para tranquilizar a Josué.
—Sus preguntas no me molestan, puedo seguir respondiendo —aclaró él.
Eso fue suficiente para que mamá continuará con sus preguntas. Gracias a eso conocí mejor a Josué. Su mamá se fue a otro país por trabajo. Venía de las afueras de la ciudad. No tenía hermanos, vivía sólo con sus padres. Iba en el mismo año que Astrid y estaba estudiando biología.
—Y ¿Tienes novia Josué? —cuestionó Sofía.
La cara del chico se puso roja, roja. Mamá se había pasado con esa pregunta y Astrid que había notado la reacción de Josué, no se guardó ningún respeto al hablar.
—Ya mamá, puedes callarte de una vez. Fueron suficientes preguntas, y esa última es algo personal, no te incumbe a ti ni a nadie. Deja de ser tan chismosa.
Fue un error traer a Josué aquí.
—No me hables así, soy tu madre.
Astrid se fue a su cuarto muy enojada, como cuando un toro ve el color rojo. Josué se avergonzó aún más. Papá puso su mejor cara de incomodidad y mamá fingió sufrimiento.
—No sé por qué es así conmigo —dijo ella, muy afligida.
—Tal vez porque arruinaste la cena —respondió papá.
—Esto es tu culpa —le criticó ella mientras lo señalaba.
—Ya Sofía, deja el drama.
Ella se levando de la mesa hecha una bomba nuclear esperando el momento para explotar. Cuando entró en la cocina papá se disculpó con Josué y la siguió; dejándonos solos.
—Lamento esto —comenté con mucha pena.
—Tranquila, tú no tienes la culpa de nada. Tampoco tus padres, ni Astrid, es mía por haber interrumpido en algo tan especial.
—No te culpes. Mamá exageró todo.
Él asintió.
—Parece que Astrid no irá a dejarme, supongo que pediré un taxi.
—¡No! Eso no es justo. Astrid te obligó a venir, mamá te acribilló con sus preguntas, y papá no hizo nada más que disculparse.
Sin duda alguna no es justo que regreses por tu cuenta. Yo iré a dejarte.
—¿Tienes auto? -preguntó con curiosidad Josué.
Negué serenamente.
—Iremos en el de Astrid, sé conducir. Aún no tengo licencia pero sé conducir.
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