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Capítulo 3

29 de julio, 2017

Tyler

Había intentado disfrutar tanto de los días anteriores a este, pero no pude. El temor me invadía.

Desde que fuí recogido del orfanato, mi vida cambió de una forma tan drástica que afectó mis gustos, mis temores, mi seguridad, mi estado mental y emocional. Lo alteró todo.

Nunca supe que le pasó a mis padres, tampoco por qué terminamos en un orfanato. Aunque ese se debe al mal estado del país.
¡Mira que dejar a dos niños solos durante la noche! Eso no se hace.
El estado no se interesó por nosotros, o tal vez se debe a la irresponsabilidad de mis padres, quizás ellos nos abandonaron en aquel campamento.

Sea cuál sea la razón, dejé de pensar en ella desde hace mucho tiempo. Tengo problemas más grandes que tratar como el día de hoy.

Por fin había llegado el tan ansiado día para mis padres.
Mi madre se iría hoy a otro continente porque su trabajo se lo exigía. Siempre había sido una mujer comprometida con su trabajo. Estoy seguro que ama a su familia (incluyéndome), y por esa razón está dispuesta a dejar el país para ganar más dinero y poder darme un futuro prometedor.
Además me aseguró que todos los días me llamaría y yo le creo.

Por otro lado, mi padre se mudaria al centro de la ciudad porque le habían ofrecido un empleo ahí. Mis queridos padres, siempre tan comprometidos con sus trabajos.

¿Y dónde quedaba yo?

No podía quedarme solo en casa, preferirían darle la casa a un asesino en serie para que la usará como su guarida secreta antes que dejarme viviendo solo en ella.
Así que me mudaria con mi padre al centro de la ciudad.
Ahí estaba mi terror.
A pesar de que por fuera aparentaba ser un chico fuerte y seguro de mí mismo, por dentro tenía muchos temores e inseguridades. La diferencia es que normalmente no me dejaba influenciar por esas partes tan oscuras de mi alma.

Enfrentaría este día con valor y seguridad.
Nada de tenerle miedo a socializar en la gran ciudad.
Sin temor a la gigantesca universidad a la que iría.
Lucharía por conseguir amigos, y no digo "nuevos" porque aquí no tengo ninguno.
Siempre se me ha dificultado relacionarme con las personas.
Por esa razón entré a tantas actividades de mi escuela, los concursos de escritura: resulté ser pésimo en eso. Además no me sirvió para hacer amigos.
También busqué en el grupo de baile, otro gran fracaso.
Hasta que en mi tercer intento logré hacer algo con éxito; en el grupo de deportes sí resalté.

Era bueno en la natación, fútbol americano y atletismo.
Aún así, no conseguí amigos en ninguno de esos grupos de chicos tan at... Atléticos, disciplinados y perseverantes. Esas características los definian a la perfección.

Escuchaba una canción de mi cantante favorito, mientras terminaba de guardar en la maleta las cosas que necesitaría para la mudanza.
Después de terminar de empacar estaba listo para ir a esa ciudad.
El miedo y la inseguridad me invadieron de nuevo, pero aún así bajé las escaleras cargando la gran maleta que llevaba todos mis tesoros.

Mi padre, Eduardo Girardon, estaba sentado en el gran sillón de la sala de estar. Esperándome por supuesto.
Llevaba su mejor traje, el mismo que él consideraba de la suerte.
Puras supersticiones.

—¡Buenos días papá! —saludé con un fuerte grito—. Me he tardado un poco con la maleta, disculpa la demora.

Mi padre siempre me había dado miedo, más que respetarlo le temía.
Era un gran padre, pero aún así, no podía evitar el hecho de querer agradarle siempre. De siempre sobresalir en todo lo que hago.
Esa es otra de las razones por las que realizo tres deportes.

—No te molestes en disculparte, te conozco y sé qué te tardas en lo que haces. Bueno, eso no importa. Hoy es un gran día, hoy es "el" día.
Después  de tanto tiempo de trabajo duro para esa empresa, por fin decidieron darme un aumento, aunque eso signifique mudarnos. Es irrelevante comparado con la cantidad de dinero que ganaré ahora, y con el nuevo empleo de Hilda, tendremos muchos más ingresos.

Dios santo, escuchar esos sermones eran mi día a día,  no recuerdo el momento en que me acostumbré.

—Lo sé papá, las cosas mejorarán.

Aunque no mejorarían para mí, tendría que acostumbrarme a una nueva vida.

—Pero... Será díficil adaptarme a esa nueva vida —expresé con duda.

—Te entiendo. Tu vida social no es buena aquí, esperemos que lo sea allá. Tal vez te consigues una novia, que ya va siendo hora eh.

Odiaba cuando mis padres se querían meter en mi vida privada, si yo no tenía pareja aún, era porque no quería en ese momento. No es tan díficil de entender.

—Todo a su tiempo —me límite a decir.

—Como quieras. Ahora debemos irnos, ¡una nueva vida nos espera!

Salimos de la casa en la cual viví los últimos 10 años de mi vida.
No pude evitar sentir nostalgia al irnos, creo que hasta se me escapó una lágrima.
Nos subimos en la camioneta de papá, era negra, pequeña; simple pero hacía bien su trabajo que era llevar a las personas en ella.

Salimos del lugar camino a la ciudad. Poco a poco dejé de ver las cosas tan características del ambiente en que crecí: los árboles grandes, sanos y verdes llenos de frutas. Las calles llenas de piedras que movían cualquier carro que se atrevía a pasarlas. Este lugar era increíble.

Empecé a ver altos edificios, muchos carteles, tiendas, personas paseando a sus mascotas, cosas a las que no estaba tan acostumbrado.
El lugar en que crecí estaba en los alrededores de la ciudad, habían algunas tiendas, una universidad (a la que asistía) y poco más. Todo aquí eran tan diferente. Tan grande. Tan llamativo.

No sé si me adaptaría a este sistema de vida.

Transcurridos 49 minutos, llegamos a una casa demasiado grande. Era mucho más grande que mi casa anterior.
Estaba pintada de un amarillo espantoso, como si alguien hubiese vomitado los panqueques que comió en el desayuno.
Muchas ventanas, de vidrio, no madera. Estaban en toda la casa; no había privacidad.
La puerta principal era blanca, sólo resaltaba más el amarillo vómito.
Lo único rescatable del lugar era el jardín, muy ciudado, limpio. Se notaba que las flores eran regadas a menudo. También había un árbol enorme, desde la camioneta no pude distinguir si tenía o no frutos.

Me la imaginé mucho peor.

Empecé a bajar las maletas. Después atravesé el bello jardín, sólo para entrar a la casa del terror.
Por dentro estaba mucho mejor, tenía muebles negros que contrastaban con el blanco del suelo. Qué rara combinación.
Una televisión considerablemente grande, las paredes compartían color con el exterior de la casa. Había un olor a desinfectante de limón. Sin duda alguna era mejor por dentro.

No tenía ni idea de dónde dejar las maletas, así que le pregunté a papá.

—¿Dónde colocó las maletas?

—¡Ponlas en cualquier habitación de arriba! —Ambos tuvimos que gritar para poder escucharnos.

Le grité un "gracias" y procedí a cumplir con mi tarea.
Las escaleras eran blancas, igual que el suelo, pero tenían pequeños brillos dorados en algunas partes.
El barandal era del mismo dorado que el brillo.

Al llegar a la cima, pude distinguir 6 puertas que se distribuían a lo largo de un enorme pasillo.
Como papá dijo "cualquiera" entré en la más cercana a las escaleras.
Está habitación era grandísima, dejaba a mi antiguo cuarto como un baño para niños.

Estaba pintada del mismo color que tenía toda la casa, pero aquí se veía mejor. No me quedé mucho tiempo a observar, sólo pude ver un armario, una cama en la que fácilmente cabían 4 personas y unas cuantas sillas.

Volví al exterior de la casa para hablar con mi padre, el cual discutía algo con el teléfono.
Cuando terminó, dirigió su mirada hacia mí, estaba molesto.

—Eh... Papá, sólo quería preguntarte sobre el resto de mi día...

Él ya sabía a lo que me refería, a la universidad.

—Tienes que ir hoy. No podré acompañarte porque me surgió un imprevisto —Señaló el teléfono— Debes hablar con el director del instituto, o con la persona encargada de recibir nuevos alumnos. Lleva todos tus papeles.

Asentí, asimilando todo eso.

Sería lanzado a la ciudad solo. No me preocupaba perderme en la ciudad o algo así, pero asistir a la universidad sin mi padre, sería díficil. Desde los nueve años me encerré en mi existencia. Por esa razón no tenía amigos. Ni personas a las que contarles mis problemas.

Mi padre se despidió de mí y se marchó.
Me esperaba la peor parte.
No sabía si cambiarme de ropa o quedarme con esta.
Llevaba una camisa negra, simple, unos pantalones verdes, parecidos a los de un militar.
Me gustan los colores oscuros.

Al final decidí quedarme así.
No sabía dónde estaba la universidad, por lo que caminar no era opción. Pedí un taxi.

—Buenas, ¿Puede llevarme a la Universidad Central?

El hombre me respondió con un seco "sí".

Traía dinero conmigo, no mucho pero sí lo suficiente para pagar un taxi.
El hombre conducía rápido a través de la ciudad. No hablamos en todo el camino, yo no quería, él tampoco.
Me seguía sorprendiendo todo lo que veía en la ciudad, restaurantes de comida rápida, centros comerciales, muchas casas como en la que viviría.
Esta ciudad era gigante.
Al menos un amigo tenía que hacer.

Cuando llegué a la universidad, le pagué al taxista una cantidad considerable. Me bajé junto al gran folder que traía.
La calle estaba llena de autos, cruzandola estaba la universidad.
La entrada estaba cubierta por césped, cortado a la perfección.
Algunos chicos estaban sentados en esa parte de la universidad, seguramente no querían entrar a sus clases.

Había un gran portón negro, asumí que era la entrada.
Al estar adentro, me preocupe mucho más de lo que ya estaba.
Los pasillos estaban llenos de estudiantes que hablaban entre ellos, otros buscaban en sus casilleros. Demasiadas personas.

Me dediqué a buscar la oficina del director, no le pregunté a nadie dónde estaba porque tal vez ni me responderían.
Después de tanto buscar, dí con la que debería ser la oficina.

Entré con cuidado y sin hacer mucho ruido. Ahí estaba un señor escribiendo en una libreta.
La oficina tenía una estantería con bastantes libros. Una repisa con algunos trofeos, ganados en los deportes, era lo más seguro.
No era tan diferente a una de película.

—¡Buenos días! Me gustaría hablar con usted... ¿Está ocupado en este momento?

Él señor levantó la cabeza para ver de quién se trataba. Me sonrió unos segundos y luego respondió.

—En este momento sí, en unos minutos te ayudaré.

Salí del lugar y busqué dónde sentarme. Miraba la hora muy seguido.
Después de ocho minutos, el señor de antes salió de su oficina para hablarme.
Quedamos en que podía empezar el día siguiente, me explicó las reglas de la universidad, las carreras que podía escoger, entre otros cosas.
No fue tan díficil como creí que sería.

Al salir por el portón de antes, me encontré con una chica. Era alta, de cabello castaño y unos mechones de negro. Grandes ojos verdes que lucían aún más grandes por el maquillaje que llevaba. Iba vestido con una falda negra, bastante corta y una camisa del mismo color.

—¡Hola! —me saludó con mucha emoción— eres nuevo por aquí ¿Cierto? No te había visto antes.

—Sí... Me mudé a la ciudad hoy mismo y vine para poder hacer el cambio de universidad.

—Será un placer tenerte como compañero. ¿Ya te dieron un recorrido por el lugar?

—No, el director estaba ocupado y sólo pudimos hablar sobre el traslado.

—No digas más, yo misma te haré un tour. Me llamo Astrid.

—Gracias. Mi nombre es Josué.

Josué es mi segundo nombre, ese me lo pusieron mis padres adoptivos. No le diría mi primer nombre a una desconocida total.

—Entonces Josué, vamos.

Me arrastró por todo el instituto. Se molestó en mostrarme cada rincón del lugar, desde el sótano, hasta los baños de mujeres.
Así pasé toda la tarde.
Astrid no era mala persona, mostraba verdadero interés en ayudarme y todo lo hacía con una gran sonrisa.

Después de haberme dado el recorrido de mi vida, nos sentamos en un banco cerca de la entrada.

—Espero que recuerdes todo, al principio será díficil, pero te acostumbras.

—Gracias, la universidad a la que iba antes era más pequeña. Espero poder acostumbrarme a esta.

—Lo harás. Oye, ¿Tienes amigos aquí? —preguntó con mucho interés.

—No, los amigos no van conmigo —me reí un poco de mi comentario.

—Bueno, pues eso cambiará ahora. Yo seré tu amiga.

—Oh, no hace falta, ya te he molestado mucho en este día.

—Tranquilo, lo hice de corazón.
¿Vives muy lejos de aquí?

Intenté recordar la distancia de mi casa hasta aquí, en taxi fueron pocos minutos, pero caminando sería bastante tiempo.

—No mucho, de hecho tengo que irme ahora o me perderé en la oscuridad de la noche.

—Está decidido, yo te llevaré a casa.

No me pude negar, ella estaba decidida a llevarme.
Me contó que tendríamos que pasar por su hermana en la secundaria. Luego me llevaría a su casa porque hoy celebraban algo, así que tendrían una fiesta y ella me invitó.
Reitero, no me pude negar.

Me llevó hasta su carro, era pequeña y de color rosa, me fascinó ese auto.
Condujo por unos minutos hasta que llegamos a una escuela.

—Esta es la escuela de mi hermana, a veces se tarda bastante en salir, pero si quieres nos podemos ir ahora.

—¡No! Tu hermana no se puede quedar aquí tirada sólo porque yo no puedo esperar, no es justo.

—Bien entonces esperaremos.

En los siguientes minutos, a Astrid se le cayó un pendiente, así que encendió la luz del auto y comenzó a buscarlo.
Cuando menos me lo esperaba se abrió la puerta de atrás.
Me gire para ver de quién se trataba.
Una chica muy joven estaba ahí, tenía el pelo negro, muy liso. Sus ojos eran marrones como los míos. Su piel blanca como una nube. Llevaba una camisa celeste y una falda del mismo color. Era más larga en comparación a la de Astrid.

—Por fin llegaste —el tono de Astrid cambió de uno dulce a uno molesto—. Este es Josué.

Sus ojos se encontraron con los míos y me refleje en ellos. Esa chica tenía algo especial.






















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