La huella que marcó el inicio de una nueva vida.
Su magnifica y discreta idea, había logrado de todo, menos cumplir con su objetivo inicial. Bill (Quién realmente debió ser Tom) aun traía el pendiente que algún tiempo atrás le hubiera hecho en su desesperación por querer de una forma u otra, identificar a sus hijos sin caer en la mundanidad de comprar prendas distintas o modificar la poca ropa que sus preciosos hijos tenían.
Se había buscado una pelea épica con Jörg, quien furioso al notar a uno de sus hijos con un arete, le había reclamado hasta el cansancio y si su relación estaba casi muerta, esta idea, había terminado por poner el epitafio en lo que sería su matrimonio. Después de algunos años, hasta eso dejó de importar. El tiempo lo curaba todo, menos la decepción del desamor que sentía cuando veía tras ella su más grande fracaso. Ella no podía engañarse, todo cada día iba peor, entre sus apretados horarios en una galería que le había dado un empleo estable, la universidad que con un atractivo plan de estudios, le había casi obligado a hacer una titulación doble de la que hasta ahora no se arrepentía, sin embargo ahora la responsabilidad de tener todo en orden en casa (una tarea por demás difícil cuando se tienen un par de demonios por hijos) estaba tratando de no volverse loca, pero tal parecía que sus esfuerzos eran en vano. Jörg se iba por largos días y regresaba de mal humor, entre ellos nada funcionaba como debía y cuando se llegaban a encontrar en casa, el juego de la familia feliz quedaba rezagado por todas las peleas inútiles entre ellos. No era tonta, sus hijos notaban el tenso ambiente que se respiraba en casa. A veces hacían preguntas difíciles en torno al paradero de su padre o en el por qué siempre que estaba en casa prefería gritar que jugar con ellos.
Era penoso, doloroso y desesperante. Pero no había más remedio que soportar un poco más, la decisión estaba tomada y ni él ni su familia podrían intervenir en ello como al inicio de "su historia de amor".
El divorcio era la opción más correcta y justa. Los mantenía unidos un trozo de papel que ciertamente no le aseguraba nada, ni para ella, ni para sus hijos (Hijos sólo suyos a su parecer, ya que rara vez Jörg se atrevía a tener un detalle paterno). No había amor entre ellos, ni de parte de él para con sus pequeños, esas criaturas de ambos que a pesar de no llegar en el mejor momento, eran lo más hermoso que le había podido pasar. Su madre se lo había advertido cuando aquella idea cruzó por su joven e inmadura mente. Casarse era su forma de ver un cuento de hadas donde no existía ningún final feliz. Todo se había apresurado; no fue de la forma en la que soñó alguna vez cuando niña, el vestido escueto de un color que no era ni blanco ni de algún otro tono conocido resaltaba su vientre prominente donde se gestaba no una sino dos vidas. La ceremonia había sido en casa de su hasta entonces novio, bajo la atenta mirada de su "suegra" quien si pudiera matarla con esos ojos, ni ella ni sus bebés habrían salido vivos de aquella fatídica tarde.
Los años simplemente la encadenaban a una infelicidad de la que quería salir por ella y por sus pequeños críos.
Esa tarde había hablado con "donador de esperma" para por fin dar inicio a los trámites correspondientes. Estaba nerviosa y sus manos temblaban. Si todo salía de acuerdo a sus planes, inmediatamente después podría mudarse lejos de ese pueblo, tendría un mejor empleo, y sus hijos serían más felices lejos de toda presión de las familias descompuestas.
Jörg no lo había tomado como la mejor noticia del mundo. Sin embargo como pocas veces en su vida esperó a que el momento fuera propicio para discutir con ella sin que nadie más que ellos como los testigos de esta etapa que llegaba a su fin. Al inicio esperó paciente a que la cena que compartían entre los cuatro terminara para mandar a sus hijos a su habitación, no los subió a despedir, ni les dijo palabras dulces, ese hombre era aún más frío que un témpano de hielo, ni la dulzura de un par de niños inocentes le había conmovido en lo más mínimo.
-Jörg... Debemos hablar. ¿Sabes? Esto no es más fácil para mí si permaneces callado, nuestro matrimonio ha sobrevivido todos estos años porque principalmente tú no has sido un activo fijo en la vida de mis hijos ni en la mía. Siendo honesta contigo, siempre voy a dar gracias de haberte conocido, de no habernos topado aquella vez en la disco, jamás habría tenido la oportunidad de convertirme en madre y mucho menos sabría de la felicidad que esto trajo a mi puerta y...
-¿Te sientes agradecida de haber quedado embarazada por tu imprudencia mujer? Dime ¿Te hace feliz saber que truncaste tu carrera tanto tiempo por convertirte en una madre que al inicio no sabía cómo servir una taza de café? Déjame decirte mi querida Simone, que yo no estoy tan seguro de tu actuación convincente de madre abnegada, mucho menos de esposa fiel y dedicada. Fuiste tú quien me obligó a hacer algo que NO quería, te empeñaste en meterte en mi familia bajo el pretexto de esperar que todo fuera como en una novela barata. Recuerdo que fuiste tú quien insistió hasta el cansancio en que formáramos una familia dadas las circunstancias. Desde que me conociste sabías que lo que menos quería eran responsabilidades con nadie. Ahora te quejas de que no soy lo que esperaste y de que esto no funciona te he conocido durante todo nuestro maravilloso matrimonio y sé que lo que pretendes lograr, es victimizarte y quedar como una mártir. Yo no soy idiota cariño, si lo que quieres es que te de tu preciada libertad, simplemente dame esos papeles y no te andes con rodeos, sabes que odio cuando no vas directo al grano por tu sentimentalismo.
Las palabras, eran eso, un simple sonido que marcaba un eco lleno de dolor en su pecho, él tenía razón, de no haber sido un par de imprudentes aquella vez (y las que siguieron) ella podría ser otra, tal vez una reconocida pintora o galerista, quizá a sus 27 años ella fuera más que una madre desesperada por el sustento familiar y el futuro de sus hijos. Sí, Jörg tenía razón en algo y dolía admitir que esa vida, no era en absoluto lo que esperaba de un futuro brillante y prometedor. Pero eso no quitaba que durante mucho, entre llantos nocturnos, supiera que realmente su vida valía más de lo que aquel hombre podía imaginar. Le bastaba con observar a sus hijos, con tomarlos entre sus brazos y suspirar aliviada al reconocer, que todo triunfo en su vida hipotéticamente soñada, no sería tan grato como ver crecer a esas dos personitas que eran un pedacito de bendición que expulsaba toda maldición de su juventud.
Ella era Simone Kaulitz, una mujer joven que se sentía fuerte al reconocer que el orden en el que su vida fluyó no era el normal, pero tampoco estaba mal. Si bien ahora tenía una familia y recién terminaba proyectos universitarios, se encontraba cómoda con lo que el destino tenía previsto en su libro de la vida. Dejaría a Jörg, así mismo también abandonaría lo que hasta entonces había sido más que su hogar, una jaula llena de carencias, llena de fracasos y de disputas sin sentido.
-Bien, ya que lo has puesto así, es verdad. Yo quería más, quiero más y por eso quiero que firmes estos malditos papeles donde no sólo te deslindas de mí, sino de esos hijos a los que nunca has querido. Si alguna vez te tuve algún tipo de cariño éste simplemente se quedó muy atrás cuando tuve en brazos a mis hijos. Muchas gracias por haber donado el esperma Jörg, debo admitir que sin él no sería tan jodidamente feliz como lo soy ahora. ¿Qué sería distinto de no haberlos tenido? Sí claro, de haberte hecho caso quizá habría terminado lamentando una decisión estúpida el resto de mi vida. Si he de estar agradecida con alguien es conmigo misma, yo que quise tenerlos, yo que me he esforzado toda su vida para que no sintieran que su padre realmente no los amaba como debería. Yo no tengo el papel de víctima, los únicos que han sufrido toda su vida con tu desprecio han sido ellos. ¿Y sabes qué? Daría la mitad de mi alma para que para ellos no existieras, que fueras un desconocido que al pasar por la calle no provocara emoción alguna. Firma los estúpidos papeles y de una buena vez renuncia a ellos, renuncia a los derechos que jamás ejerciste a las obligaciones que siempre te pasaste por alto. Es más en cuanto lo hagas, no van a llevar ni tu nombre.-
Así había sido, en términos tan malos como pudo haber previsto, terminó todo. Una firma una puerta azotada y un par de lágrimas de libertad. Abrazó el folder entre su pecho y se dejó caer en la cocina... Lloró, lloró como jamás lo había hecho y entre gemidos de esperanza fue a la habitación de sus hijos, encontrándolos en la esquina de la pequeña habitación que hasta entonces compartían. Ambos estaban frente al otro con las manos en los oídos del contrario concentrados en no escuchar ruido alguno que pudiera lastimarlos. Tom no sólo se aferraba a su gemelo, tomaba entre sus manos ese pendiente en la oreja izquierda de su contrario y lo acariciaba como si éste realmente fuera a concederles el don del silencio.
Ellos nunca habían estado solos, juntos eran el soporte del otro.
Simone ante esto, no pudo más que mirar las manos entrelazadas de sus hijos y tomar valor de donde no había y desfogar su pesar encerrada en el baño, llorando y preguntándose desde cuando sus pequeños le habían sobrepasado en inteligencia y sabía de la situación a grado tal de poder bloquearla sin dificultad alguna.
Quizá ella necesitara tanto o más que ellos un truco mágico que la salvara de lo que vendría a partir de ese momento.
Porque ella sí se sentía sola y sin un pilar de apoyo, era ella quien no tenía a quién recurrir para no sentir esa soledad que le corroía el alma.
Los tomó entre sus brazos y con cada uno encaramando a sus costados se sentó en esa mecedora que los viera crecer, los arrulló con cantos suaves y les prometió que a partir de ese día no necesitarían más ese talismán para no escuchar gritos. Les explicó lo mejor que pudo que su padre no era muy feliz y que lo mejor que había hecho era irse, que Jörg aún no descubría esa habilidad mágica llamada amor y que era como el gigante de los cuentos, ese que gruñía cuando alguien se acercaba pero quizá algún día se diera cuenta de que ellos siempre lo habían amado y regresaría a hablar y a pedir el perdón que no quería le negaran.
Les habló de un viaje a una ciudad lejana y de un nuevo hogar, de posibles nuevos amigos y de una escuela más grande y con más juegos. De parques llenos de niños que querrían jugar con ellos y sobre todo de que ellos tenían un nuevo nombre.
Ellos ya no eran Thomas y William Wieger, que desde esa noche simplemente eran Tom y Bill Kaulitz, un nombre mucho más bonito y corto que los que hasta ese entonces ostentaban en sus vidas.
Se miraron simultáneamente, con un poco de duda y miedo, con esa calma que sólo entre ellos podía reinar y que nada ni nadie les iba a quitar. Sintió los brazos de sus pequeños apretarla en una cálida muestra de puro e inocente amor. Y fue entonces que lo supo.
Todo iba a estar bien, los tres eran fuertes y si se tenían el uno al otro jamás podrían quebrarse.
Noches después, un poco agotada de la mudanza se dispuso a dedicarle unas cuantas horas a su proyecto terminal para su aceptación en la galería de Loitsche, sentada en su oficina, pensó en como las cosas serían a partir de ese momento donde no había marcha atrás. Tomó el neceser donde recordaba había hilos de distinto color y sin pensarlo se puso a bordar el nombre de sus hijos en cada una de las prendas que tenían, playeras, cazadoras, en los bolsillos traseros de los pantalones, incluso en las calcetas y calzoncillos. Ahora que había hallado la forma más eficaz para poder quitarle a Bill el pendiente al que se había aferrado conservar. Debía encontrar esa forma en la que no sólo ella sino todos en su entorno pudieran ver las diferencias que volvían a sus hijos dos en vez de uno.
Era una locura, pero no había más remedio, ahora con el famoso pendiente de Bill guardado de nueva cuenta en esa lata de galletas donde guardaba sus pocas joyas. Se rindió la la solución que años atrás desechara.
Sus hijos estaban cerca de cumplir los 6 años y aunque no le hubieran dicho nada en el colegio, sabía que su parecido traería problemas y un simple arete en uno de sus hijos no marcaría la diferencia que las personas querían ver por fuerza en sus niños y tal vez en el peor en los escenarios fuera una clase de estigma entre las personas que no sabían el significado que ese simple adorno representaba en la vida de los tres. Además poco a poco debían ser más independientes uno de otro, no los quería separar, pero después de todo tendrían que entender que eran dos seres y no uno.
Simone no imaginó que aquello apenas sería el menor de sus problemas y que sus hijos tenían más claro quién era quién y lo que gustaba o no de ellos mismos. Así como tampoco entendería jamás la madurez que en sus hijos había dejado ese pasado que ahora se sentía tan distante.
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