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7. Caceroleo


El sol salió en otro de sus preciosos amaneceres, el cielo se clareó con la aurora y las estrellas desaparecieron dejándole el cielo al astro rey. Los pájaros trinaban, entonando sus cantos con denodado ímpetu entre los árboles, despertando a los más madrugadores de la aldea. Ya empezaba a removerse la actividad del pueblo, se oían voces que daban los buenos días con voz adormilada, olía a desayunos, las vacas, caballos y demás animales reclamaban la atención de sus dueños, los comercios abrían y los vecinos entablaban conversación. Mora y Diano seguían durmiendo imperturbables, incluso cuando el sol ya calentaba bien y todos estaban en el bullir de sus actividades. Habrían seguido durmiendo toda la mañana de no ser por Zaha, que entró en la casa preocupándose por no saber nada de ellos desde la noche anterior.

—¡MORA! ¡DIANO! —gritó. No recibió respuesta alguna, y como todo parecía inerte empezó a preocuparse más, hasta que un ladrido ahogado de Rorro le dio la bienvenida. La cabeza del perro se asomaba desde el altillo, y cuando Zaha subió se encontró a Mora y a Diano en sendas camas, durmiendo tan profundamente como si les hubieran dado un palo en la cabeza.

Tras el primer momento de estupor mirándolos fijamente, cogió una cacerola de cobre y se puso a darle porrazos, causando un estruendo considerable. Los bellos durmientes vieron turbado su precioso letargo violentamente. Aturdidos y perezosos levantaron la cabeza, lanzándole una mirada de agria desaprobación a la fuente del estruendo, empezando a quejarse con gemidos de animal herido.

Meeegghh.

Ñaaarrrggg grñgrngr.

Nnnnñiaaaa.

—¡Bueno, ya está bien, puñeteros dormilones!

Mora y Diano, una vez espabilados, fueron con Zaha hasta la mesa del cuarto de estar, donde pusieron un tarro de miel, pan, nueces y avellanas, frutos rojos y bayas, crema de leche y galletas. Mientras daban cuenta ávidamente de tan buen desayuno, fueron relatando la aventura de la noche anterior a una Zaha que no podía contener su impaciencia. La narración se veía interrumpida por largas pausas de meterse buenos bocados de comida, masticar con la boca llena y deglutir con apetito insaciable todo cuanto pillaran. Entre bocado y bocado, con comentarios que no venían a cuento y pequeñas discusiones, su amiga fue puesta al corriente de todo. Cómo habían secuestrado a Mora, la tortura y el espectáculo montado, la información, y el cómo la había encontrado Diano y habían vuelto, no sin ciertas dificultades. Entonces Zaha procedió a dar rienda suelta a su indignación, diciendo que ya podrían haberla avisado, que qué era eso de desaparecer sin más y que podría haberles pasado algo.

Tan enzarzados estaban hablando y masticando, que hasta que no llevaban mucho rato así y por lo tanto la mañana estaba considerablemente avanzada, no cayeron en la cuenta de que tenían que hablar con el jefe sobre los hechos.

—Carajo, también tengo que ir a ver a mi padre —dijo Mora, poniéndose en pie precipitadamente.

Así pues se levantaron y salieron en tropel, con un animado Rorro detrás de ellos.

Primero llegaron a casa de los padres de Mora. Su padre, un hombre alto y fuerte a pesar de haber dejado la juventud bastante atrás, con su barba entrecana, estaba sentado fuera de la casa, rodeado de virutas de carpintería, terminando de hacer hábilmente un taburete de madera.

—¡Hola pa! —saludó alegremente Mora.

—¡Mora! Buenas, buenas —dijo él sonriendo al verlos.

Tras intercambiar las primeras palabras típicas, que venían a terminar en que todos estaban íntegros de salud, Mora procedió a relatar muy pormenorizadamente lo de la noche anterior, consultando si debían decírselo al jefe. La madre de Mora, una mujer bajita y pequeña, morena y bien plantada, había seguido igualmente el relato. Entre todos decidieron que no se perdía nada por contárselo a Yomenor, y que eso sería lo mejor.

Mora, Diano e Issak, el padre de Mora, partieron hacia la cabaña del jefe. Yolanda, la madre de Mora, se quedaba en casa atareada, y Zaha tuvo que irse porque la había llamado uno de sus hermanos para trabajar.

Yomenor estaba en el salón, sala principal y lugar donde se reunía para hablar con quien quisiera verle, sentado en su portentosa silla de respaldo alto, encaramada sobre unas tablas. Se efectuó el ritual de los saludos y formalidades, y tras el «¿para qué queríais verme, hijos míos?», procedieron a relatar otra vez los hechos. Como iban tres, mientras uno lo contaba los otros añadían comentarios y así. Aligerando las peripecias de Mora, fueron al grano a lo que más interesaría al jefe, que era la información que tenían sobre lo que los oikos querían.

Mucho rato estuvieron largando, tanto que ya la mujer del jefe se asomó varias veces a decirle que pronto estaría la comida, a lo que recibió por respuesta un «ya voy, querida», que se repitió tres veces.

La decisión del jefe fue clara, había que avisar a Arjon y a su aldea y estar todos en alerta. Si ellos tenían cuidado, lo más probable es que los oikos no encontraran lo que querían sin ayuda. Era su deber proteger a los suyos, ayudar a las aldeas vecinas y salvaguardar los secretos de los magos.

Inmediatamente Mora dijo que ella iría. En ese momento entró Hifenor, el hijo del jefe, que saludó a todos y quedó en un margen de la habitación. Mora lo miró con su habitual sonrisa, encontrándose con sus ojos oscuros. Recordó cuando casi hubo algo entre ella y él, y tuvo que hacer ímprobos esfuerzos mordiéndose la lengua por no reír. Issak y Yomenor estaban de acuerdo en que tendría que ir alguien más con Mora. Diano miró en derredor, y al ver que no parecían tener a nadie, se ofreció a ir él.

Prepararon dos caballos, Mora montó de un salto ágil en el suyo, un hermoso ejemplar castaño alazán con manchas blancas, y Diano se aupó sobre el otro, un ruano rojizo. Atravesaron la calle principal de la aldea a un trote apresurado, cabalgaron por los campos verdes, esquivando árboles, piedras y arroyos, compitiendo por ver quién iba en cabeza, sintiendo el sol y el viento en la cara, que les echaba el pelo hacia atrás como las crines de los caballos. Sin perder el ritmo, con fogosa intensidad y riendo de puro alborozo, el trayecto hacia la otra aldea se fue acortando, hasta que por fin la divisaron.

—¡Hiaaa! —gritó Mora al llegar a las puertas.

—¡Hia! ¿Quiénes sois y a qué venís? —dijo el centinela, un chico moreno, de pelo negro y cejas espesas, que Mora se habría entretenido en calificar de guapo si no llevara prisa.

—Mora Bravegoat y Diano Suner, de la aldea de Yomenor, tenemos que ver a vuestro jefe por algo importante.

Les dieron la bienvenida, y varios aldeanos salieron a ver quiénes llegaban, pues siempre era un acontecimiento que llegara gente de otra aldea. El moreno que los había recibido los guió por la calle principal hacia la cabaña de Arjon, pues Mora y Diano habían manifestado que querían verlo enseguida.

Era la cabaña más grande del pueblo y estaba al final de la calle, por lo que no tenía pérdida. Un muchacho se encargó de los caballos, llevándolos a las cuadras oficiales, dándoles el agua, comida, sombra y descanso que merecían. Entretanto Arjon recibió a nuestros dos amigos. Llevaba una capa de piel de animal, el casco de jefe que se solía quitar y llevar bajo el brazo y una buena espada al cinto. En conjunto era imponente, alto, fuerte, un típico símbolo de guerrero, pero recibía y hablaba con amabilidad de campesino.

—Bienvenidos seáis, amigos. Poneos cómodos, por favor, mi casa es vuestra casa. Y más si venís con noticias del bueno de Yomenor —dijo—. ¡Shaila! Ven a atender a estos amigos.

Shaila era la hija, la verdadera hija de Arjon. Mora se preguntó por qué carajo los oikos la habían confundido con ella. Ambas tenían el pelo oscuro y largo, pero Mora lo llevaba peinado con trenzas entrelazadas, y vestía de forma mucho más silvestre, como los cazadores, mientras que Shaila tenía un no sé qué de refinamiento delicado y buenos modales, con el pelo suelto y con un vestido sencillo y clásico. No eran tan distintas, pero desde luego no eran iguales. Tras las sonrisas, cortesías, palabras amables y demás, Arjon se interesó por el motivo de la visita.


༄ ༄ ༄

¡Y aquí hay un nuevo capítulo para todos mis entusiastas lectores! *mira la sala vacía* ...nevermind.

¿Qué os ha parecido el caceroleo de hoy?

Tengo que comentar los ✨sonidos de Mora y Diano al despertar ✨. Ajá, soy yo al despertarme JAKAJAJSJ. 

Nos vemos mañana en el siguiente capítulo. Ese mañana que a veces es un día y otras un mes ;).

Gracias por leer, y apoyar, y comentar, y todo, mis bichejos lindos <3.

PSD: yo me pongo a releer un capítulo y lo reviso, y digo "está good", pero cuando le doy a publicar me entra el pánico escénico y pienso que tendría que revisarlo más y que está mal :D.

PSD 2: Para la perra de la perra. Ya sabes, Fula, a trabajar.

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