4. Que te lo has creído tú
La llevaron al campamento, atrapada en la red, la cual habían atado a un palo que acarreaban dos de ellos, llevándola como a una presa.
—¡Salve! —dijeron los oikos presentándose ante el puesto del jefe.
—Hemos atrapado a una loca de la aldea.
Mora hizo un sonido parecido a un gato montés furioso. Podía ser interpretado como despectivo o jocoso.
—Bien, bien, bien —dijo complacido el "jefe", superior, sargento, capitán o lo que puñetas fuera. Tenía una nariz exagerada, muy poco pelo y la mandíbula como descolocada. Mora se habría permitido hacer algún chiste, pero ni siquiera lo miró. — ¡Vas a revelarnos los secretos mágicos de las aldeas! Nos llevarás hasta los magos.
—¡Que te lo has creído tú! —replicó Mora a la tremenda.
—... Y si te niegas, te torturaremos. ¡Llevaosla a una tienda y montad guardia!
El precioso protocolo hospitalario de los oikos fue sacar a Mora de la red, al modo en que trataban a los prisioneros, y la ataron a una mesa de madera, con grilletes en manos y pies.
Ella se resignó, tomando la situación como si simplemente estuviesen preparando una sesión de maquillaje.
—Muy bien, muchas gracias —dijo a los dos que la estaban atando—. ¿Puedes atar un poco más fuerte ese nudo? Así, perfecto. Qué gusto da encontrarse en la madera dura, con los grilletes fríos y las cuerdas, dejándote totalmente inmóvil. Una gozada la hospitalidad aquí, tendré que hacer correr la voz por el pueblo. Gran servicio, sí señor.
El oiko número uno y el número dos se miraron entre ellos, uno dándose varios toques en la cabeza con el dedo. El típico: toc, toc, toc, está tía está majara. Mora se habría reído de buena gana de sus caras de: what a fuck.
La dejaron sola y salieron; en la puerta de la tienda quedarían unos centinelas, de guardia permanente.
—¡La soledad, la inmovilidad! ¡La tortura de no poder moverse, durante laaargas horas!
Mora se echó a reír como loca, básicamente porque era mejor opción que echarse a llorar. Le costó unos minutos rehacerse y dejar de reír, pues una vez empezaba seguía y seguía. Pero no la dejaron sola mucho tiempo. Llegaron el jefe mandón del campamento seguido de un "simio capullo torturador", según lo definió mentalmente la chica.
—Je, je, je, por fin algo de trabajo —comentó éste último frotándose las manos de satisfacción. Traía unos cuantos juguetitos, cacharros de tortura, y Mora se lo imaginó durmiendo con ellos como si fuesen sus peluches preciados.
—Quitadle las botas —ordenó el jefe a uno de los mandados que venía con ellos.
—¡Oye, cuidao' con mis botas! Son de piel de venado y llevo con ellas solo dos inviernos, así que están casi nuevas —replicó Mora. Le quitaron sus botas, que fueron a parar a un rincón, y la dejaron descalza.
Movió los dedos de los pies, cosa que hacía siempre que se liberaba del calzado. Muchas veces iba descalza, paseando por hierba, tierra o rastrojos sin importarle, con lo que tenía los pies algo curtidos y acostumbrados a ello; también se le llenaban de tierra y las uñas se le mantenían cortas de forma natural.
Lo siguiente que hicieron fue, ni más ni menos, que ponerse a hacerle cosquillas en las plantas de los pies con una pluma. Mora estuvo a punto de echarse a reír, no de las cosquillas, sino de lo ridículo de la situación. Pero recordó su táctica, y prefirió quedarse inmóvil, en silencio y con los ojos cerrados, como si nada fuese con ella. Un minuto, dos minutos, tres minutos haciéndole cosquillas en los pies, ella sin inmutarse y los que se lo estaban haciendo y la miraban intensamente, perdiendo la paciencia.
—¡Pero bueno! ¡Llevamos minutos así y como si nada!
—Como si nada no, siento unas cosquillitas...
—¡Es insensible!
—Una dura vida me ha tratado así, y así se lo devuelvo yo —pronunció Mora muy solemnemente, como si de palabras de epitafio en un entierro se tratara. Más miradas de incredulidad hacia ella, cruce de miradas iguales entre los dos oikos y el gesto de entendimiento que venía a decir que estaba mal de la azotea sin remedio.
Para gran satisfacción personal del "simio", pasaron a tácticas más rudas, crueles y firmes. Mora empezó a reírse a carcajada limpia, con más ganas que si le hubieran contado el mejor chiste del mundo, hasta que se le empezaron a saltar las lágrimas de los ojos. Y siguió riéndose, pasando a esa risa muda y estertórea, en la que casi se ahoga de no poder parar de reír.
En ese punto los señores que tan atentamente la atendían, la miraban raro, muy raro. Harto del numerito, el torturador fue a aplicarle sus ingeniosos inventos de diversión. Apenas se los empezaba a colocar, con un leve roce de pinchos, cadenas, bolas, alambres erizados y cuchillas, en aparatos que Mora no se entretuvo en calificar y definir. Y entonces Mora empezó a gritar, a llorar, a decir cosas incoherentes y a intentar moverse, cosa que antes no había hecho.
—¡Basta, por favor! ¡Soy muy joven para morir! ¡Yo tenía un futuro próspero, comiendo cerezas! ¿Qué será ahora del cajón de nueces que tengo guardado? ¿Quién se lo comerá, eh? ¡No puedo soportarlo! ¡Piedad! ¡Ayuda, socorro, me muero, siento la muerte! ¡Este es mi fin! ¡Adiós mundo, siempre te quise! Adiós Rorro, y Diano, y Zaha, y padre y madre, y la aldea entera. Menos a la puta de Murty, a esa no. ¡Se acabó! ¡Hasta aquí ha llegado mi dulce, tierna y fructífera vida, que pensaba pasarme recorriendo los bosques y cazando, sin jamás preocuparme de nada más! Ahora todos se verán privados de mi contemplación, ¡todos se deprimirán! Oh, cruel destino, que arrebatas los frutos jóvenes antes del otoño...
—¡BASTAAA! —bramó el superintendente de la operación, hasta el cogote del discurso melodramático—. ¡Empieza ya!
El primero de los aretes con pinchos fue a clavarse en la carne de Mora, pero esta ya estaba volviendo al ataque.
—¡PIEDAD, NO, POR FAVOR, NO! ¡NO LO SOPORTO! ¡BASTA, ME MUERO! ¡HARÉ LO QUE QUERÁIS!
Ante eso, volvieron a parar la ya muy interrumpida operación.
—Suéltala —ordenó de nuevo el mandón.
Mora fue liberada, y se tiró al suelo como un fardo, empezando a retorcerse con extraños estertores y haciendo diversos sonidos ahogados. Los oikos no podían tener mayor cara de: what the holy fucking shit. Hasta que se dieron cuenta que esos extraños ruidos y retorcimientos no eran otra cosa sino que se estaba mondando de risa hasta el ahogamiento. Las risas arreciaban, y ya le corrían lágrimas desde los ojos, daba patadas, puñetazos, se revolvía y se sujetaba el estómago, sin poder contener el creciente ataque de hilaridad por la escena causada y las caras de los oikos que estaban literalmente flipando.
—Putísimamente loca —dijo el torturador.
—JAJA, JOJOJO, ¡basta, no puedo más! ¡JAJAJAJA!
—¡Se acabó! ¡Guardias! —llamó el jefe—. ¡Coged a esta puta loca y encadenadla! Cuando se le pase vendremos a negociar eso de que hará lo que digamos.
༄ ༄ ༄
JAJAJAJAJAJAJASJAJJASAJJASJASJ
A ver, qué tenía que decir yo... (me presento como la escritora que se retrasa en subir un capítulo por no saber qué poner en la nota o en el título).
Okay okay, ¿qué os ha parecido? Venga venga, comentad. No me digáis que no es una maravilla la loca salvaje.
Este capítulo tiene cosas un poco (muy) inspiradas en Astérix el galo, just look;
Era irresistible, we, es demasiado AJSJASJASJSA.
En fin, que todo maravilloso hasta que se demuestre lo contrario. Gracias por leer, apoyar y comentar, criaturillas de bosque <3. Nos vemos muuuuy prontitooo.
PSD: Tengo una propuesta no indecente para vosotros. Si se os ocurre una canción que vaya con la historia, os recuerde a ella o a alguna escena, ¿me la decís? :3.
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