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16. Vamos que nos vamos


—VAMOS QUE NOS VAMOOOS —gritó Mora, levantándose de la cama de un salto. Podría haber hecho una pirueta triple con salto mortal.

En la cama contigua a la suya dormía plácidamente cierto chico de cabellos pajizos. Diano había dormido esa noche en su casa, la última que harían en la aldea durante mucho tiempo. Abrió los ojos, parpadeando lentamente, y enfocando a su amiga, que iba de un lado para otro como si tuviera una sobredosis de cafeína en la sangre. Se estiró en la cama, emitiendo extraños sonidos y gruñidos.

—Para desayunar tengo bizcocho —anunció Mora, bajando por la escalera de madera.

Automáticamente Diano dio un respingo, levantándose.

—¡Bizcocho!

—Oh, sí, bizcocho. Y siento mucho decir... que tenemos que acabar con él.

Con una inmensa sonrisa en la cara, Diano bajó con ella a dar inmediata cuenta de aquel bizcocho. La tarde anterior Mora había estado haciéndolo, con los ingredientes que le quedaban en la despensa; huevos, miel, harina y nueces era lo básico que llevaba.

—Esto es una puta maravilla —dijo Diano, hincando el diente a un generoso trozo.

—Una jodida, divina creación de dioses —corroboró Mora, haciendo otro tanto.

Cuando ya llevaban más de la mitad del bizcocho ingerida, acompañada con dos tazones de leche fresca recién ordeñada, llegó Zaha.

—¿Qué, desayunando tranquilamente? —dijo, y rodando los ojos añadió—: Debí habérmelo imaginado.

—¿Ge fafa? —preguntó Mora con la boca llena, intentando que no se le escapara nada. Cuando tragó, volvió a repetir con tranquilidad—. ¿Qué pasa?

—¡Cómo que qué pasa! Arran ya está reuniendo a la compañía. Están cargando los caballos.

Los ojos de Mora se abrieron de forma exagerada, y con mucho revuelo se levantó precipitadamente. Se echaron lo que quedaba de bizcochos a la boca y a los bolsillos, y seguidos por Rorro y precedidos por Zaha, salieron de la casa a toda prisa. Dispuestos a todo. Mora llevaba una mochila, su arco y carcaj, y el cinto con la espada.

Allí estaban, los caballos cargados con las vituallas y los cinco de la compañía; Arran, Hifenor, Yorsch, Xeriah y Reid. Rodeados de un buen puñado de gente de la aldea, que iban de curiosos y a ver la partida, para despedir a sus guerreros. Mora, Diano y Zaha se unieron a ellos. Arran les echó una rápida mirada, deteniéndose un instante en Mora, que estaba exultante.

—Bien, ya estamos todos —dijo Hifenor.

—No falta nada, ¿no? —preguntó Arran.

—No, señor —respondió Reid, que lo había comprobado cuatro veces—. Tenemos la comida y el agua, las cosas que carga cada uno de nosotros, y además cuerda, mantos, y lo básico para cazar y cocinar.

—Perfecto.

El jefe de la aldea se acercó a ellos, poniendo una mano sobre el hombro de su hijo, y otra sobre el de Arran. En un principio, a este habría podido sorprenderle ligeramente ser tan aceptado.

—Os deseo suerte, muchachos —dijo el jefe.

Podría haber preparado un buen discurso emotivo, pero no le salían las palabras.

El decano del pueblo dio un paso adelante, y alzando las manos le puso en el cuello un colgante a Arran, que agachó la cabeza para recibirlo.

—Ya que ahora eres el capitán de esta partida, pues tú fuiste el que la ideó, te doy este amuleto. Te dará suerte, para que guíes a la compañía a un buen éxito y podáis retornar.

Arran hizo un gesto de inclinación y agradecimiento. Allí plantado, todo noble, recio, con un aire resuelto, era la imagen de un capitán al que podrían seguir hasta el fin del mundo. Mora tenía los ojos sobre él, mientras todo esto ocurría. La gente se despidió. Los familiares de quienes partían fueron a abrazarlos, a decirles unas últimas palabras, la mayoría de suerte y esperanza, aunque hubo algunas lágrimas que no se pudieron contener. Mora abrazó a sus padres y se miraron, sin necesitar muchas palabras. Se querían y sus padres deseaban siempre lo mejor para ella, y lo sabía. Jamás la detendrían de embarcarse en una aventura a la que no renunciaría; sabían, como todos los que la conocían toda su vida, que era imposible ir contra su espíritu salvaje.

Después de este momento emotivo, los integrantes de la partida se rehicieron, dispuestos a partir. Montaron en los caballos; ocho ejemplares maravillosos. Y ahí iban, hacia fuera, sin mirar atrás. «Como si fuera un paseo», pensó Mora. Fueron a paso tranquilo por los campos que Mora conocía de toda la vida, y que le eran tan familiares como su casa misma. Iban dirección sureste, bordeando la linde del bosque. Nadie hablaba, simplemente seguían el camino, dejando a los caballos su paso. Algunos ensimismados en sus pensamientos y otros observando el paisaje. Rorro iba al lado del caballo de Mora, parándose de vez en cuando a seguir algún rastro o a orinar en la base de un árbol, para luego volver trotandillo con la lengua fuera a seguir a su humana, al fin del mundo si era necesario.

En aquel momento, Mora procuraba no pensar en nada, ni de lo que dejaba atrás ni de lo que le esperaba más adelante. Simplemente vivía aquel instante. Respirando el aire puro, mirando a su alrededor con sus ojos encendidos, sonriendo ligeramente. Sintiendo a su caballo y armonizando con su movimiento de paso tranquilo, percibiendo los aromas del campo y el bosque, escuchando a los pájaros que trinaban e iban de aquí para allá. Ya tendría tiempo de preocuparse luego, de pensar y reflexionar. Pero en aquel momento no había nada más.

Y así pasó un tiempo, en silencio, cada uno sumergido en sus meditaciones y acunados por el ambiente. Hasta que Reid rompió ese silencio, comenzando a cantar una canción que Mora no había oído nunca pero que en seguida la enganchó; al principio el chico cantaba bajito, como para él, pero luego fue subiendo el volumen cuando se le unió Xeriah, la chica de pelo negro y rostro serio. Arran, Yorsch, Hifenor, Diano, Mora y Zaha, todos se unieron y cantaron al unísono. Canciones que alegraban el cuerpo y el corazón, mientras sentían el sol en la piel y la brisa en el pelo.

Mora pensó que aquello valía la pena. A mediodía hicieron un alto, al pie de unos árboles. Los caballos pudieron descansar un rato, mientras ellos comían algo y charlaban.

Antes de seguir, al subirse a su caballo Mora echó una mirada a su alrededor, las tierras que se abrían ante ellos.

—Aquí empieza la aventura —dijo, sonriendo. 


༄ ༄ ༄

WOOOO, HERE WE GOO.

En serio, no sé por qué tardo tanto en actualizar esta historia. Quizá porque no he escrito más capítulos desde hace casi un año... literalmente esto está escrito de antes de marzo de 2022. Anyways, aquí estamos. Llevo varios meses con bloqueo escritor en todo, espero que poco a poco me vuelva la inspiración y ganas de escribir.

Este es un importante punto en la historia, la partida. Aquí empieza la aventura(? Veremos ;D.

Gracias por leerme, si es que acaso queda alguien aquí que lo haga?? Si es así, os espero en comentarios.

Axé, mis criaturillas del bosque <3

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