14. Tiene cojones
—¡Estás loca! Rematadamente loca.
—Completamente —confirmaron Diano, y Mora con él.
—Tú también estás loco si quieres irte con ella —apeló Zaha dirigiéndose ahora a Diano, que la miró haciéndose el sorprendido.
—¡Precisamente tengo que ir con ella por eso! ¿Qué crees que la voy a dejar ir sola?
—¡Ahora soy yo la que tiene que ir con vosotros por capullos!
Mora veía tranquilamente a sus dos amigos discutir, mientras disfrutaba de una buena tostada de pan con miel. Estaban ellos tres reunidos, Mora, Diano y Zaha, en uno de sus rincones favoritos del pueblo; debajo de una gran higuera al lado de la fuente. Después de la reunión en la que habían decidido que un destacamento partiría a la ventura contra los oikos y Mora soltara que quería ir, Diano y ella fueron a buscar a Zaha para darle la noticia. Y es que cuando Mora saltó gritando que ella iba, y todos la miraron con la consiguiente sorpresa general, Diano dijo que si ella iba él también. Los miraron fijamente, y con una ligera sonrisa, mitad de agradable asombro por el arrojo de la chica, mitad divertimento, Arran aceptó que fueran. Y sorprendentemente, el jefe de la aldea también.
Pronto la noticia corrió como la pólvora. Comenzarían unos días de agitados preparativos, antes de que unos cuantos elegidos o voluntarios partieran. Y entre ellos estaría Mora.
La chica sonreía, con esa sonrisa que parecía imposible borrar; masticaba su pan con miel, que sabía a maravilla. Acariciaba a Rorro, que se había echado a su lado, con las orejas enhiestas. Y observaba a sus mejores amigos; Diano, cerca de ella, con el pelo pajizo permanentemente revuelto, y arrugando la nariz ligeramente, como siempre; y Zaha, sentada a lo indio y con los brazos cruzados, mirándolos con sus ojos casi verdes.
—Es que tiene cojones —dijo Zaha.
—Sí que los tiene —respondió Diano—. Vaya si tiene cojones.
Mora se echó a reír.
—¡Sí, qué cojones! —exclamó.
Dejando a estos amigos charlando y riendo, vayamos a donde acampaban los fugitivos del norte. Allí estaba Arran, que había reunido a los hombres y mujeres que vinieron con él, explicándoles la idea de la partida.
—Pasarán unos días antes de que nos vayamos, haciendo preparativos, pero la idea es salir pronto —decía—. Hifenor, el hijo del jefe, y yo mismo, iremos en cabeza. Hemos decidido elegir a unas pocas personas para la compañía, pero el que venga debe hacerlo voluntariamente. No sabemos qué puede esperarnos.
Muchos de los que había allí se pusieron en pie, proclamándose voluntarios para la misión. Al rostro curtido de Arran asomó una ligera sonrisa, hasta que volvió a hablar para apaciguarlos.
—¡Calma, calma! No podía esperar menos de vosotros, lo mismo que con la gente de esta aldea. Pero no podemos ir todos. De entre los valerosos voluntarios serán seleccionados solo unos pocos. Es necesario que seamos pocos —añadió, adelantándose a las protestas—. Es mejor y más discreto.
Un hombre joven, de pelo y corta barba castaños, dio un paso al frente.
—En ese caso sería un placer ser elegido —dijo.
—Yorsch, si estás dispuesto a venir ganaremos mucho contigo —respondió Arran.
—¡Yo también quiero ir! —replicó un chico joven, pelirrojo oscuro y de ojos grises; Reid.
El hombre que había sido nombrado como Yorsch levantó una ceja.
—Eres demasiado joven —dijo.
Reid se cruzó de brazos, alzando la cabeza en actitud desafiante.
—¿Quién ha dicho la edad que hay que tener para ir?
—Tienes razón —dijo Arran, intercediendo—. Pero aún así habría que ver si estás preparado.
Reid, arrugando ligeramente la expresión, se retiró. Al menos podía tener esperanzas. Entonces, antes de que los demás pretendientes se adelantaran, un hacha cayó en el tronco que había en el centro, haciendo de mesa. Quien lo había tirado era una mujer, de cabello negro como el azabache y liso como una espada.
—Yo —dijo.
—Xeriah —dijo Arran, mirándola a los ojos.
—No te sorprendas.
—De acuerdo —respondió él.
En aquel momento se acercó por el camino el hijo mismo del jefe, Hifenor, que fue directo hacia ellos. Se saludaron cordialmente.
—¿Cómo te va? —preguntó Hifenor, refiriéndose a los reclutas.
—Gente valiente no falta.
—Bien.
Y así, pronto hubo algunos seleccionados para la misión, tanto de la aldea como de los fugitivos del norte. Mora, desde su puesto junto a sus amigos, echaba un vistazo a las idas y venidas de estos.
—Esto promete —dijo como para sí misma, con una sonrisa en la cara.
—Ay que se pone cachonda —dijo Diano. Inexplicablemente le cayó una colleja.
—Bueno, ¿qué? —exclamó Mora, poniéndose de pie repentinamente.
—¿Cómo que qué? —respondió Diano, mirándola con una media sonrisa, lo mismo que Zaha y Rorro.
Mora les devolvía la mirada con una sonrisa, y de un instante a otro echó a correr, perseguida rápidamente por Rorro, Diano y Zaha, iniciando un juego de persecución. Corrieron casi por toda la aldea, parando de vez en cuando cuando se alcanzaban y se tiraban al suelo, o se escondían detrás de un establo o trepaban a un árbol, entre risas, gritos y exclamaciones. Después de la intensidad del juego y las carreras, Mora trepó a las ramas de la higuera, y Diano hizo lo mismo.
—Desde luego, sí que tiene cojones —dictaminó muy serio. Mora se echó a reír hasta casi caerse del árbol.
༄ ༄ ༄
... tiene cojones.
Varios motivos por los que me gusta este capítulo: 1, tiene cojones, y 2, empiezan preparativos, conocemos a gente nueva and... a partir de ahora ¿pasan cositas?
Lo sabremos en los próximos capítulos. Aka dentro de otro siglo :D
Espero vuestros comentarios, cojones.
Tostaditas de pan con miel para todos :3
nos vemos, no se sabe cuándo.
¡Axé! <3
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