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11. El guerrero de los ojos azules


Arran, el apuesto guerrero de ojos azules que había llegado cabalgando desde su aldea, fue llevado a la presencia del jefe entre una multitud de interesados. Entre ellos estaba Mora, que no le quitaba ojo de encima.

Tras los saludos de conveniencia y aprestos de comodidad, proporcionándole todo lo que necesitara, como un buen trago para saciar la sed, se sentaron en concilio dispuestos a escucharlo. Mora y Diano habían conseguido colarse, además de todos los que había allí, aunque los importantes solo eran el jefe Yomenor, su hijo y el decano del pueblo.

—Bien, no hay mucho —empezó Arran—. Como supongo ya habréis oído, los oikos nos están invadiendo, junto a otros pueblos que se han aliado con ellos. Estos han irrumpido en mi pueblo a fuerza de armas, y tras luchar, los rebeldes nos hemos ido. Calculo que no tardarán en llegar, pues yo apenas iba en cabeza para traer la noticia.

El informe sobre las invasiones de los oikos venía a confirmar lo que ya sabían, y más de uno guardaba silencio pensando en qué harían si llegaba a ocurrir lo mismo allí.

—Es una mala situación —dijo el jefe—. Ya nos habían llegado noticias de que están viniendo, y mucho me temo que no tardará en ocurrir algo por aquí.

—Lo que no sé es qué quieren con hacerse de nuestras aldeas —dijo Arran, con un gesto de reflexiva impotencia.

—Nosotros sí —dijo Mora, adelantándose un paso. Todos los ojos, incluidos los azules de Arran, se fijaron en ella. La reacción de otro quizá habría sido de bochorno, amedrento, o de inflarse como un gallo; ella simplemente se quedó ahí, manteniendo la mirada, como si tal cosa. Diano tenía un asomo de sonrisa divertida.

—¿Y qué es? —preguntó Arran, con tranquila curiosidad. Se había quedado mirando a la chica, en la cual se fijaba por primera vez, y aunque ella se daba cuenta de que estaba sometida a un intenso escrutinio no pareció alterarse por eso.

—Quieren los secretos mágicos tradicionales de aquí. Los que guardan los viejos magos —respondió—. Por eso me raptaron y por eso están aquí y no nos han invadido todavía por la fuerza.

Todos asintieron, incluido el jefe y su hijo, dándole la razón a las palabras de la chica.

—Los secretos de los magos... —murmuró Arran pensativo.

En aquel momento se vieron interrumpidos por unos gritos, que anunciaban la llegada de más hombres a caballo. Eran los jinetes que seguían a Arran, los fugitivos de la invasión.

Todos fueron a recibirlos. En momentos así, la hospitalidad y amabilidad del pueblo se hacía patente; en ningún momento se dudó sobre prestarles ayuda y alojarlos en la aldea, y todo el mundo se desvivió por atenderlos. Los caballos fueron a las cuadras, donde tuvieron descanso sin las sillas de montar, bebieron agua limpia y comieron; lo mismo les ocurrió a los forajidos. Saciaron su sed y su hambre, y tuvieron donde limpiarse y descansar. Todo eran ires y venires y trajines.

Algunos curiosos se asomaban a las ventanas, otros iban dando la noticia y se pasaba entre vecinas como chisme caliente, otros corrían diligentemente a por cosas para los nuevos, y entre todo ello se debatía qué debían hacer. Pronto estuvieron todos instalados.

Esto venía a irrumpir de lleno en la vida tranquila de la aldea, y hasta el aire mismo que se respiraba parecía diferente. Esto a Mora le encantaba; si había algo emocionante ella era la primera en apuntarse.

Arran parecía haberse convertido en el capitán de la cuadrilla, y estaba allí donde hiciera falta, mientras hablaba con unos y otros. Y allí estaba Mora, arrimando el hombro, trajinando sin parar, y también enterándose de quiénes eran y conociéndolos.

Entre ellos había un chico que se acercó a ayudarla a acarrear agua para los caballos. Era muy joven, alto y delgado, con el pelo de un rojo muy oscuro y algo desmañado, y una radiante sonrisa que hacía que se le arrugara ligeramente la comisura de los ojos, color gris oscuro.

—Gracias —dijo alegremente Mora, cuando llegó a coger un par de cubos que ella intentaba llevar encima de otros dos.

—¡Nada! Vengo a ayudar. Por cierto, me llamo Reid.

—Yo soy Mora, un placer.

Los dos llevaron el agua a los establos, y viendo que allí no había nada más que hacer pues otros ya se habían encargado, volvieron por donde habían venido.

Mora echó una mirada a su alrededor. Todo bullía de alegre actividad, reinaba un agradable caos y novedad, y una gran sonrisa iluminaba su cara sin poder evitarlo.

—Esto me gusta —dijo.

—¿Te gusta el caos de que unos fugitivos vengan a instalarse en tu aldea? —respondió Raid detrás de ella.

—Por supuesto —replicó ella, mirándolo sonriente—. Soy parte del caos.

Y dejando así al chico, con una sonrisa en los labios, se marchó hacia otras cosas. 


༄ ༄ ༄

HEYAAA BABYYYS, AQUÍ ESTOY.

Creyeron que me había olvidado de esto, ¿verdad?
Pues sí. Jajajaja

Últimamente me he centrado mucho en Vigilando al toro y he olvidado todo lo demás (sin contar ideas que tengo empezadas), pero pienso al menos volver a publicar los capítulos que tengo de esta historia, y ya iremos viendo. 

Venga esos comentarios y opiniones, sobre Arran y los demás fugitivos, sobre Mora, el concilio y lo que se traen. ¿Qué ocurrirá?

Si tenía algo más que decir (seguro que sí), se me ha olvidado. Así que hasta la próxima, mis criaturillas de bosque.

¡Axé!

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