26.Lágrimas derramadas en otoño
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Otro otoño llegó y con ello algunas noticias inesperadas cayeron cual hojas secas del árbol en el patio de la pareja Son-Yoo, dejando un halo de tristeza en sus vidas.
Fue a principios de noviembre cuando la Sra. Hyunhwa falleció.
Esto resultó ser un golpe inesperado porque unas días antes del deceso la pareja la había visitado y parecía todo normal en su salud. Luego el Dr. Minseok les había que había sido muerte natural y que la Sra. Hyunhwa no había sufrido porque había pasado durante su sueño.
Todo lo siguiente pasó de forma tan vertiginosa que Kihyun sintió todo como un mal sueño del que quería despertar, pero sabía que no lo haría. La señora se había convertido como en una segunda madre para él y sintió su cálido trato cada vez que la iban a visitar, por lo que le dolió su fallecimiento.
El rito fúnebre se llevó a cabo en la casa de la fallecida y sus cenizas fueron puestas en una urna de cerámica, la cual colocaron en la sala junto a su foto y un montón de adornos florales mandados en señal de respeto. La gente del pueblo entraba y salía de la sala para dar su pésame a los familiares y presentar su despedida a una de las mujeres más respetadas del pueblo. Kihyun se esforzó en apoyar en recibir a la gente y ofrecerles un refrigerio como se acostumbraba en esos casos.
Los hermanos habían decidido esparcir las cenizas de su madre en el mirador del pueblo. Ella misma había dicho en contadas ocasiones, aunque sus hijos no gustaran de escucharla hablar sobre eso, que no deseaba que sus restos quedaran almacenados en un frío recipiente y prefería que su polvo se fundiera con el viento, viajando libre. Todos los integrantes de la familia, incluida las tías Dodo y Hyunja, formaron parte de la comitiva y salieron de la casa hacia el mirador en una tarde de jueves.
Hyunwoo se mantuvo con el rostro imperturbable en todo el empinado trayecto y Kihyun sintió que se le estrujaba el corazón al verlo en ese estado, sosteniendo el retrato de su madre y con la mirada fija, vacía. Desde que había recibido la noticia, se mantenía con esa actitud, y mientras Jisub y Wheein habían llorado desconsoladamente en algún punto del rito funerario, él mantenía la mandíbula tensa y los ojos vidriosos. Sabía que estaba conteniendo su dolor bajo una capa de aparente hermetismo.
Estando en la cima, en una de las partes planas del pequeño cerro, desde donde se podía observar una gran porción del pueblo rodeado de montañas, Jisub, como correspondía por ser el hijo mayor, hizo la ceremonia de acercarse al acantilado para soltar las cenizas que rápidamente fueron llevadas por el viento.
Al bajar de nuevo al pueblo al terminar el rito, una ligera llovizna fría los cubrió, haciendo que cada uno de los asistentes se retirara a su casa para no mojarse más.
Luego de eso, en los siguientes días Hyunwoo se comportó de manera extraña, aparentando normalidad. Kihyun no sabía qué hacer. Lo notaba ausente a pesar de seguir con sus actividades regulares, no paraba de trabajar y exigirse más.
Lo sentía distante en esa conexión que siempre había existido entre ellos. Incluso resultaba físicamente doloroso estar presenciando cómo se comportaba Hyunwoo, cómo se apartaba sutilmente de él cuando deseaba acercarse un poco, incluido los abrazos, cómo le hablaba sin inflexiones en la voz, monótono.
Para Kihyun incluso la pregunta "¿estás bien?" podría resultar incómoda de formular en esa situación. Sabía que le diría que estaba bien, que no le pasaba nada. Hyunwoo podía llegar a encerrarse en sí mismo de esa manera.
Quizás necesita su espacio, pensó Kihyun, por lo que dejó pasar esa actitud y trató de consentirlo y apoyarlo a su manera, con pequeñas acciones, por ejemplo haciendo su comida favorita o cantando por toda la casa, sabiendo que él lo estaría escuchando.
En esos días visitó a su cuñada Wheein, quien se estaba quedando a dormir con la tía Hyunja, y supo que la chica había decidido irse a vivir a la capital junto a su amiga Hyejin. No deseaba seguir allí y esperaba que sus hermanos respetaran su decisión.
Kihyun era el único que sabía el secreto de Wheein: había sido aceptada en la audición a la que había asistido meses antes, pero la muchacha al final había rechazado la oferta para no dejar a su madre. Era el momento en que pensara en lo que ella realmente deseaba hacer con su vida, ser cantante, y Kihyun le dio su total apoyo.
Por otra parte, la situación de Hyunwoo cambió. Luego de tres semanas de silencio, Hyunwoo no pudo aguantar más y sus emociones estallaron en fuga, incontrolables.
Estaban ya acostados en la cama, listos para descansar. Hyunwoo se había acomodado de costado, dándole la espalda a Kihyun y éste acababa de apagar la lámpara de la mesilla de noche. En la total penumbra, Hyunwoo empezó a removerse con inquietud, tratando de conciliar el sueño.
—Kiki, ¿me abrazas? —escuchó que le susurraba al oído, con la voz sollozante, acercándose lo más posible a él.
Sintió la calidez de su corpachón luego de días sin contacto físico y se le formó un nudo en la garganta por la abrumadora sensación de saber que Hyunwoo buscaba su cercanía.
Automáticamente se movió para abrazarlo, sin pensarlo dos veces, y sintió cómo Hyunwoo se estremecía ante su tacto y empezó a llorar cada vez más fuerte. A veces el silencio era la mejor manera de acompañar en el dolor a la persona amada. Kihyun lo supo como una revelación espontánea, definitiva.
Lo que pudo hacer fue estar allí para Hyunwoo, quien decidió asirse a él como un chaleco salvavidas, sin que las lágrimas dejaran de correr por su rostro, sollozando quedamente mientras Kihyun le daba palmaditas en la espalda con suavidad, arropándolo con sus cortas extremidades, tratando de transmitirle su determinación a estar con él en las buenas y en las malas, no importándole que a la mañana siguiente probablemente tuviera entumecido el brazo.
Hyunwoo fue descargando todo ese peso emocional que había retenido por varios días y se sintió cansado de hacerlo, pero tan aliviado al mismo tiempo que pronto se quedó dormido, aún con el rostro húmedo pero sin sentir las manos temblorosas y el corazón pesado.
A la mañana siguiente se despertó con los ojos hinchados y la boca reseca. La puerta del cuarto estaba descorrida y le llegó a la nariz el olor inconfundible de comida recién hecha.
Se levantó de la cama y luego de ir al baño, se dirigió a la cocina. Vio desde el marco de la puerta a su adorada pareja acomodando la comida en el centro de la mesa. Lo recibió con una cálida sonrisa.
—Hice el desayuno. Ven, siéntate.
Hyunwoo procedió a sentarse en la silla que le correspondía y Kihyun acomodó el plato en la mesa, pero no pudo volver a la cocina porque Hyunwoo lo retuvo cerca de él, pasándole un brazo sobre su cintura y enterrando el rostro en su pecho. Aspiró su aroma fresco y sintió cómo sus músculos se relajaban y sentía cómo sus males desaparecían con él a su lado.
—Gracias, mi amor. Lamento hacer que te preocuparas en los últimos días.
Sabía que su actitud pudo haber herido a Kihyun y eso era lo menos que quería. No deseaba lastimar a quien tanto bien le había hecho y hacerse el fuerte no era la mejor manera de protegerlo.
—No lo lamentes. Estoy aquí contigo, siempre, lo sabes —le dejó un casto beso en la coronilla de su cabeza antes de repararse y regresar a la cocina por su propio plato.
No perdieron el contacto visual durante el desayuno y en sus miradas se reanudó ese brillo que se había perdido durante unos días.
—¿Te gustaría ir a pasear? Sería bueno despejarnos por unas horas.
—Vamos a caminar por la alameda y aprovechamos para ir un rato al río.
Así lo hicieron. Por la tarde dieron un paseo por las calles del pueblo, cruzaron la larga alameda de árboles para dirigirse hacia el río, con su fiel Hyunki siguiéndolos de cerca. Estando caminando al lado de Kihyun, Hyunwoo pudo sentirse mucho más tranquilo.
Aunque el dolor estaría alojado en un rincón de su alma, era más fuerte el amor que había recibido de su madre, muchos más los buenos recuerdos juntos y esos se quedarían en su memoria como una fuente de inagotable alegría.
Al entrelazar su mano con la cálida pequeña mano de Kihyun, supo que estaría bien. Tenía el apoyo de una gran persona que no lo soltaría en los momentos difíciles, con quien compartía las alegrías y tristezas de sus días, con quien envejecería viendo impreso en sus cuerpos el resultado del paso de los años, a quien besaría su rugoso rostro y sus blancos cabellos, a quien podría mostrar su lado más vulnerable sin sentirse avergonzado por ello.
El ciclo de la vida era implacable, el mundo seguía girando, el tiempo no se detendría, y ellos continuarían viviendo a su manera en Hannamri, su hogar, tierra fértil de naranjos en flor.
¦B&N*24/10/20/¦
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