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Capítulo 9: No des las gracias

La penumbra abraza con maldad al centro del bosque en donde apenas rastro de luz queda de la fogata casi apagada, el cielo está fragmentado por las nubes ocultando la presencia de la dama Luna y sus hijos, y dentro del hueco del tronco de un árbol, los ojos de sangre se iluminan en esa oscura calamidad, ese par de luceros se mueven y como si hubiera alguna clase de sincronización con las nubes que abren paso a la luz de la señora de plata, a la vez que esa criatura sale del recoveco. Se alza con su gran tamaño, se impone con su amenazante presencia y, ruge con fuerza al resto de las bestias que responden el grito de furia del alfa de la manada.

Los animalejos salen huyendo del canto lobuno, se apresuran a irse mientras ese gran lobo rojo como la propia sangre encamina las patas con las filosas garras hasta el hombre arrodillado en una pierna en son de respeto. La criatura gruñe al quedar a su frente, acerca los colmillos pertenecientes a ese hocico molesto, pero luego se calma y aleja.

El hombre cuya apariencia no llega a los cincuenta años alza la vista a la figura del cambiante. Al pelaje que se achica, desprende y cae a la tierra destapando el cuero trigueño, las garras que se contraen pero se quedan como uñas largas y puntiagudas de tamaño proporcional, al erguimiento del cuerpo y reacomodo de los huesos, el contraer del hocico hasta ser boca y nariz humana, pero conservando los ojos de la bestia.

Morgan Bloack jamás regresaba por completo a su lado humano, gusta por conservar algo de monstruo, como sus garras, colmillos caninos y las pupilas verticales en sus distintivas orbes. Está de pie sonriendo altivo y orgulloso, con más de los suyos en figuras de lobo o humanos, la mayoría sin camisa ni zapatos y solo un pantalón, algunos agrupados y otros solitarios.
Uno de piel morena teniendo agregado una camisa de lino se acercó lanzándole unos pantalones y un abrigo que su líder atrapó y colocó, acomodó la cabellera larga hasta el cuello de color castaño oscuro casi llegando al negro, por fuera de las orillas de la prensa que mantiene descubierto el torso, mira burlón al subordinado arrodillado antes de dar una vuelta mirando a los lacayos que tiene de manada y que le miran de regreso.

—Debo admitir —menciona con voz gruesa mientras alza las manos a sus costados y camina con lentitud— que no me es posible comprender tu incompetencia.

—Nos superaban en número —se excusó de inmediato, Morgan se detuvo dándole la espalda, con los brazos abajo quedándose quieto—. Ellos no cederán a la alianza.

—Claro que no —suspiró por la nariz teniendo entreabierto los labios, pero los dientes unidos—. Menos —se da la vuelta mirando burlón al hombre— si lo haces dándole la opción de elegir.

—¿Qué podíamos hacer?

Morgan mueve su cabeza de forma guasona haciendo parodia de la pregunta. Camina a él bajando la pequeña inclinación hasta quedar a su frente y sentarse en cuclillas reposando la cabeza en la mano, jugando con las puntiagudas uñas dando toquecitos a la mejilla.

—¿Qué podías hacer? —rasca con el pulgar el entrecejo, sonríe ladino antes de verle más de cerca con seriedad— Qué tal… —con velocidad da un zarpazo que hace caer al otro caer al suelo, el hombre tose, se queda de rodillas mientras toca su mejilla en la que ha quedado la marca del golpe— Haberlos forzado a aceptar.

El silencio es profundo, no hay nada que interrumpa el dormir del bosque más que las pisadas de Bloack y su gruñir molesto, sus aliados posan la vista en su andar, atentos a lo que tenga que decir o hacer. El hombre no es alguien paciente precisamente, menos cuando no es obedecido con exactitud, en sus años se ha ganado fama por arranques de furia en los que destroza a quienes le han hecho enfadar.

—Hambre, rechazo, muerte. Por siglos eso es lo que a nosotros se nos fue dado por esos inferiores seres que se creen superiores. Éramos reyes, ahora no tenemos más que migajas por la cual pelear. Si esos perros están dispuestos a soportar lo que se nos fue quitado, entonces son unos traidores —mira burlón a ese aliado recién marcado del rostro—. Así que te diré qué vamos a hacer. Vamos a recordarles quién manda.

Mientras tanto, en aquella aldea que hace poco había frustrado el ataque de monstruos, ahora yacía con una caballería de los mejores soldados. Cuatro de ellos transportando en una camilla al inconsciente Derek hasta un carruaje con techo semicircular, y a un lado, ese hombre de barba está parado cerca de una casa dando la espalda, observa al pueblo que se preocupa por al que se llevan.
Un niña que carga una muñeca de trapo con algo de polvo le jala delicadamente su capa para hacer que la vea, él sonríe, se inclina a su estatura y escucha lo que le pregunta.

—¿A dónde lo llevan? ¿Le van a hacer daño?

—¿Te preocupa? —ella asintió. La madre, quien fue de inmediato a cargarla en brazos por temor a alguna represalia y porque momentos antes casi la devora un lobo, se disculpó con el hombre— No, no se preocupe, la curiosidad no es algo malo.

—Que bueno —expresa con molestia una voz femenina a su espalda, que ha puesto el filo de su oz en el cuello del mayor—, porque tengo mucha curiosidad por saber qué intentan hacer.

—Señorita —dijo sin perder gracia, algo que a Kaira extrañó ya que ni siquiera se notaba sorprendido ni preocupado. ¿Acaso era soberbia?—. Un gusto, pequeña. ¿Por qué no baja su arma?

—Porqué mejor no dejan de vuelta a Derek dónde estaba; y no abriré su garganta.

—Lamentablemente no podemos hacer eso —bufó tranquilo, los ojos marrones van apacibles yendo de un lado a otro observando lo que la joven nota también. Solo unos cuantos de esos militares estaban quietos mirando a la escena de su general, los otros seguían en sus labores de llevar cadáveres a la fosa de llamas, atendiendo a los heridos o acomodando a su protector en esa carreta—. Nos llevaremos a, ¿cómo dijo? Ah sí, Derek —la joven está perpleja mirando que él transporte se mueve—. Nos llevaremos a Derek y usted va…

—¡No! —el nerviosismo le atacó como agujas en el pecho, empujó al hombre intentando herirlo sin matarlo para correr tras de él, pero el contrario esquivó el acometido empuñando su espada— No se lo llevarán.

Kaira muestra fuego en sus ojos negros, los usa anticipando la ferocidad con que sus acciones empezarán a atacar, lo deja en claro cuando comienza a dar y retener acometidos entre los pocos que se aventuran a enfrentarla con permiso de su oficial mayor, quien está entretenido con el desenfreno de la batalla que la chica enseña con tal de salvar a quien la ha criado con dedicación y entero amor paternal. Hombre y bestia, uno mismo tenga una forma u otra, que le ha enseñado a ser quien es, y que todavía tiene mucho por aprender. Es una cachorra aun, él el alfa que cuida de su manada, y ahora ella tiene que tomar el mando un momento. Las chispas emanan del coque con otras hojas de acero, el sonido de estás se clavan en los oídos de todos, los gimoteos de temor y preocupación de los aldeanos toman lugar. Kaira enfrenta a tres hombres, estos no titubean ni la subestiman, están atentos, calmados, también curiosos de una mujer combatiente que lucha por una criatura.

El líder del grupo mira encantado a otro cuyo rostro está cubierto por la capucha de su capa, pero que ve la mueca de disgusto en la boca longeva. Suspira asintiendo y alza la mano en señal de acabar, sin embargo, antes de dar la orden, los caballos del carruaje donde Derek fue dejado comenzaron a relinchar y luego a correr, obligando a los que estaban a su paso a quitarse del camino para no ser llevados entre las patas.

—¡Kaira! —la joven no pudo evitar dibujar un gesto alegre por quien pronunció su nombre, mismo que ha robado ese transporte y exige subir a él, cosa que hace en cuanto cruzó por su frente y emprenden la corrida con prisa— ¡Eres puros problemas, niña!

—Deja de llamarme así —se queja mirando atrás, a los soldados que empiezan a perseguirle tomando caballos.

Raven, quien estaba casi histérico por haber cometido el crimen de interferir en asuntos oficiales de las Capas Rojas, se dio un poco de tiempo para ver confuso a la cara destellante de alegría como si tuviera brillo propio. —¿Qué?

—Gracias por volver.

—No me des las gracias hasta que salgamos de aquí, por lo menos vivos.—masculló eso último con una sonrisa forzada.

Kaira rio sin ocultar su gracia causando que el chico se sorprendiera de la frescura que podía tener en un momento como este, y sin temor de lo que significaba rebelarse. Ese simple gesto reflejaba estar cargado de calidez, pero eso el oficial cabalgando a su lado no le daría más tiempo para seguir apreciando tal cuadro para recordar, menos cuando puso el equilibrio sobre el equino corriendo y más cuando usó el impulso para saltar con espada empuñada, hoja que chocó con la que está curveada. Caballero y dama se miran burlescos, se empujan permaneciendo tambaleantes por el mutuo esfuerzo en hacer ceder al otro. La chica dicta al muchacho seguir el rumbo mientras ella se enfrasca en una nueva batalla andante sobre el transporte.

Chocan sus filos con vigorosidad, el mayor extasiado de la pasión de la joven chica que no se somete a lo que sería una locura. Le encantaría entretenerse más viendo como protege al que toma las riendas de los caballos y al que está durmiendo en la caja de atrás, pero la noche no tarda en acabar y él debe de culminar junto a ella.

Más rapidez, una que deja perpleja a la muchacha que le es difícil seguir, él esquiva una tajada de ella agachándose, aprovechando para golpear su pierna con la empuñadura de la espada y lograr tumbarla arrebatando sus oses.

El chico voltea, ve que la joven ha sido sometida con los brazos por detrás y el metal mortal en la garganta, también nota a los demás soldados que le alcanzaron, unos habiendo subido a donde está el lobo dormido.

—Detente —pide el que ha apresado a Kaira, quien sigue intentando luchar—. Esto se acabó —la sonrisa se muestra orgullosa, presiona un poco más el filo en amenaza y el chico chasquea la lengua por la derrota.

Detiene la huía, es ordenado a bajar primero y hecho arrodillarse para ser amarrado de sus manos por detrás, luego bajan con dificultad a la salvaje chica que hace a Raven cuestionarse si el cansancio es parte de ella. Es una loba. Se contesta en su mente mientras se enfada de ver la forma tan tosca en que es puesta bocabajo para amarrar sus manos, pues un soldado mantiene su cabeza en el polvoriento camino mientras otro es rudo para tenerla sujeta.

Raven es levantado, dirigido a estar más cerca de la joven y del sujeto que envaina su arma en el estuche. Cuenta a seis Capas Rojas en total: uno que lo toma, dos que tienen a Kaira, el líder, y los dos últimos que se cercioran del lobuno.

No tengo oportunidad. Admite sincero, lo mejor es permanecer sumiso esperando obtener piedad de su crimen, no obstante, la brusquedad que hace a Kaira chillar (obligándose a no soltar su dolor) por lo apretado de la cuerda en sus muñecas, hizo al muchacho lanzar su cabeza atrás golpeando la cara del que lo lleva, logra zafarse, darse la vuelta propinando una patada al estómago.

Uno del par que tenía a Kaira y otro que estaba con Derek, se apresuraron detener al chico que empezó su pelea con las manos atadas, que lograba impedir los golpes que se le daban y, a base de usar sus piernas se las arregló para tener su pequeña victoria.

—Muy hábil —pronunció el hombre que reverenció un poco la destreza de su prisionero, se posó a su frente y sonrió ladino, el contrario imitó su gesto.

—Tú y yo, una pelea, si gano

Sus palabras fueron cortadas por la espada desenvainada, cuya punta fue puesta a colgar en la cabeza de la chica. —Las cosas no funcionan así.

La sonrisa de Raven se hizo forzada, frunció el ceño y apretó los puños. —¿No se supone que tiene código de honor?

—Bueno —echa una risita burlona—, depende de la situación. Ahora mismo no tenemos esos lujos de hacer —inquirió con la cabeza a uno de sus compañeros, quien se puso detrás del muchacho cuyos ojos ámbar se posaban en la rabiosa chica—. Así que hagamos esto más fácil.

Lo último que vio fue la cara cercana de Kaira al haber caído por el golpe que se le fue otorgado en la cabeza, y lo último que escuchó mientras caía en la oscuridad fue la voz llamándole que incluso en esa situación se le hace agradable.

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