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Capítulo 4: Rumbo

Fuego, cenizas, olor de madera y paja quemada, también otra esencia se respiraba en el aire. Gritos, súplicas, lamentos, maldiciones, adultos, ancianos, mujeres y niños, no hay quien fuera inmune a la desesperación. El crujir de las casas de maderas siendo consumidas por las llamas era lo resonaba en la noche, las sombras parecían vigilantes.

Mastique de carne, chorreo de sangre, gruñidos satisfechos. Un niño escondido entre la leña quemaba, envuelto en barro y sangre aferrado a una espada. Todo le sofocaba, el humo no le desagradaba más que hedor a muerte de su pueblo.

Un grito de suplicio se encontró a su espalda cubierta por la pared ennegrecida por el polvo cenizo. Conocía esa voz joven que cada día le regalaba una manzana cuando cruzaba por su casa.

El infante tapó sus oídos ante la agonía de su amor platónico.

Raven despertó sentándose en el sofá de madera, descubriendo de golpe las sábanas que le abrazaron por la noche.

Miró a su alrededor notando que esas escenas pertenecían únicamente a sus sueños. Frotó su cuello manteniendo la mirada y cabeza baja con los codos apoyados en sus piernas. Echó una ojeada más al lugar donde estaba, recordó lo que aconteció durante las horas oscuras en el bosque y a esa chica que se mezclaba entre las sombras, como si estas fueran sus ayudantes sin condición.

Un graznido le hizo voltear a ver a su emplumada amiga negra recibiéndole con su cabeza ladeada. Sonrió para acariciarla un momento antes de levantarse a estirar su cuerpo y doblar las sábanas prestadas.

—Buenos días Raven —la voz de la chica atrajo su mirar a su figura con dos cuencos que colocó en la mesa de madera—. Derek salió un momento, tú y yo podemos degustar una deliciosa sopa de carne de gato gigante que los aldeanos nos trajeron anoche —emitió una pequeña risilla.

El muchacho analizó más a la joven, a diferencia de su apariencia de pantalón y camisa de cuero de anoche, hoy traía un vestido sencillo, la parte de arriba blanco y de mangas largas un poco acampanadas llegando a las muñecas, y la parte de la falda verde con el vuelo a los tobillos, notando que las botas son algo esencial en su vida, pues las traía puestas.

Ella también le escaneaba, sus pantalones oscuros, camisa de lino algo suelta, cabellos despeinados, descalzo. Rió bajo ofreciendo el asiento frente a ella, cosa que el contrario aceptó con una sonrisa amable y reverencia como si hablara con la realeza. La chica puso al lado un cuenco más pequeño sirviendo algunas semillas para el animal, que con confianza comía, algo que el muchacho tomó como buena señal.

Comió con tranquilidad y una sorpresa que su cara reflejó a la dueña de la casa, la comida le era agradable, pues el joven si bien es viajero, su sazón le dejaba que desear para él mismo. Las miradas fueron lo único que se dedicaron durante ese lapso antes de que el hombre-lobo atravesase la puerta, retirando su largo saco dejándolo caer en el respaldar del sofá.

El mayor escudriñaba de pies a cabeza al muchacho sentado al frente, su mirada de soslayo no lo ocultó y pareció que tenía toda la intención de mostrar algún descontento antes de pasar a besar la cabeza de su cachorra, e irse a encerrar en su habitación.

—Creo que no le caigo bien —dijo regresando los ojos dorados a la chica que jamás deja de sonreír.

—Es así con todo extraño que se adentra al pueblo. No ha habido casos de ladrones que no intenten hacerse de nosotros por ser próspero y apartados —indicó con la palma preguntando al contrario si quería más comida.

—No, gracias —rechazó con mano arriba y cortesía—. Bien, agradezco su amabilidad, pero debo seguir mi camino.

—¿A dónde se dirige? —esos ojos oscuros parecían tener cierto brillo al mostrar su curiosidad.

—A la ciudad de Rosenwolf —un pequeño y instante alzamiento de los párpados femeninos se mostró rápido sin perder la sonrisa—. No diré nada a las autoridades.

—Te lo agradecería. Derek y yo hemos vivido en armonía por años aquí sin ningún problema, no hacemos daño a nadie y él lo único que hace es proteger el pueblo y a sus habitantes.

El rato agradable que hace minutos había se vio sepultado por un denso ambiente de miradas clavadas en el contrario. Que la chica se preocupara por el destino del muchacho no era extraño y eso él lo sabía bien, pues esa ciudad era la capital y el lugar más importante de todo el reino de Alten, pues es sede de la organización más reconocida llegando estar por encima del poder militar del reino propio.

Las Capas Rojas encargados de la caza y aniquilación de aquellos monstruos que andan provocando la matanza de los pueblos en los que arriban.

—¿Qué harás allá?

—Solo pasar para el siguiente pueblo.

La joven no sabía si bien creerlo o no, pues la noche anterior había notado ese momento en que la ira pareció brotarle por cada poro que tuviese. Sin embargo optó por darle el beneficio de la duda y añadió regresando alegría: —¡Te enseñaré el pueblo!

—¿Qué? No, no es necesario —nada pudo hacer cuando su brazo fue capturado por esa chica entusiasta que le obligaba a mover sus pies.

Todo el día hasta el ocaso caminaron recorriendo el pueblo, que si bien no tardarían ni medio día, el tiempo se fue más en las charlas y saludos que cada habitante podía ofrecer a la chica como si de una doncella o princesa fuera, amén de algún pretendiente que se le acercase aprovechando verla sin la mirada bestial de su protector. El muchacho podía notar el cariño que el lugar tenía a esa muchacha y la razón de ello, pues poseía el carisma que encantaba.

Él tampoco pasaba desapercibido, menos con las chicas jóvenes que buscaban hacerle alguna plática o atraerlo con encanto, algo que él correspondía con picardía y parecía devolver cualquier hechizo que quisieran poner en él.

Así la noche se avistaba en el horizonte con el ocultamiento del sol, ambos había pasado a tener alguna charla en el bosque mientras el cuervo les seguía volando o posaba en las ramas. La señora de plata les acompañaba una vez más, un poco más grande que ayer, bañándoles con su luz y donde ambos sin saber, sus caminos les hizo cruzar.

El canto y baile resonando junto a los instrumentos musicales como tambores, bandolines, violines y flautas, las risas y aplausos acompañan a cualquiera, el graznido del cuervo en una mesa era dirigido a su dueño en medio de la multitud saltando y coreando con mano a su espalda y la otra tomando una de la joven doncella del pueblo, ambos en un baile movido y rítmico junto a otras parejas que deleitan a los que miran y a ellos mismo en la fiesta del lugar. Si algo el chico tenía de lo cual sorprenderse era que esa tierra era un carnaval casi diario, pues no necesitaban de un día especial, en los casi diez días en los que se había quedado, el ambiente constantemente terminaba por hacerse jelengues divertidos y sanos, sobretodo porque la castaña a su lado era la que naturalmente incitaba todo.

Un momento en que se separaron y un puñado de muchachas contemporáneas o un poco menores se acercaban al chico por un poco de su atención, quien con carisma hablaba con ellas mientras Kaira se iba a sentar con el hombre con el que ha vivido desde que lo conoció.

—Parece que se va a quedar a vivir para siempre —enfurruñó con un sutil gruñido antes de beber su cerveza—. ¿Y por qué te paseas a diario con él?

—Es agradable.

—Sí, lejos de ti —la chica sonrió divertida ante el comentario de su cuidador—. Míralo revolotear con cuánta chica quiere con él, es de los que no se conforman con la monotonía.

—¿Quién dijo algo de una relación? —un pequeño tic se le produjo al mayor causando en su cachorra una risa casi estruendosa— Se irá eventualmente, pero debe ver que no eres peligroso —su mirada se ensombreció a pesar de mantener la curvatura de sus labios—. No quiero que te lleven.

El hombre resopló con jarra abajo, llevó su mano a acariciar la cabeza de la muchacha y cruzar las miradas en un cálido y mutuo sentir de compañía, momento que el muchacho no perdía de vista.

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