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Capítulo 3: Pasar la noche

Las nubes se pasean en el cielo ocultando por momentos la luz lunar. En el suelo aquel felino yacía muerto, a un lado la joven limpiaba la sangre del animal de las hojas de sus oz, atrás del muchacho, otra bestia más peligrosa se posaba con su intimidante porte y presencia, tan asfixiante que el pensar expone la idea de que con el simple hecho de respirar, ya es motivo para que el animal ataque.

¿Qué debería hacer? ¿Correr? ¿Oscilar mi espada con la esperanza de cortar su cuello? El muchacho intentaba que su mente recreara un plan de escape de esa situación, de ese monstruo que lo único que hace (que seguramente lo hace, piensa él) es asesinar más por diversión que por subsistencia.

Oh, que su sed de sangre no era tan diferente al suyo.

Una electricidad le picaba por querer matar al menos a uno de ellos antes de que lo matasen a él. Me llevaré como mínimo a uno conmigo. Se juraba todos los días por si encontraba alguno en su vida de nómada obligado.

—Creo que su piel y carne nos será útil —la voz femenina le sacó de sus pensamientos suicidas antes de que actuara, al menos para caer en cuenta de que se había olvidado de alguien que “no se ha percatado de la nueva bestia que vino a devorarlos”.

Mierda —pensó al verla sonriente guardando sus armas con paciencia y recoger su capa.

—Los aldeanos pronto vendrán, ¿quieres que te vean así?

El chico cada vez tenía más confusión, en el habla de ella no se mostraba ápice de preocupación o miedo al tener la presencia de un monstruo, sino que era todo lo contrario: calma, despreocupación, también ¿alegría?

No sabía qué exactamente era eso, pero miedo o rencor a quienes les cazaban sin compasión, eso definitivamente no había.

—Tienes razón, podrían confundirme con el pobre animal al que servirás de desayuno —risas cómplices, luego la sombra del lobo que por un lado se veía, ahora cambiaba de forma a un hombre—. ¿Qué tal, muchacho? Te propongo que no hagas un escándalo y a cambio no me molestaré porque te hayas adentrado al bosque con mi cachorra.

Los ojos de lobo se iluminaban con intensidad adornando la sonrisa y el ceño fruncido del mayor. Esa última palabra se le repetía en la mente una y otra vez. Su cachorra. Eso era algo que tenía sentido por la forma en la que esa chica actuaba. No era una persona ni mujer normal, después de todo ¿qué fémina andaría siguiendo a un completo desconocido por el bosque para luego pelear contra una fiera de la forma en que lo hizo? Sí, sólo una cría de lobo podría.

Maldición, seguro que esta chica quiere devorarme, pensó bufando con una sonrisa forzada y el ceño fruncido. Es una loba, agregó a su mente apretando la empuñadura de su espada corta una vez más.

La otra figura atrajo de nuevo su atención, veía a hombre de melena y ojos ámbar, iguales que los suyos. Lo escaneó por un momento antes de que avanzara a cargar a la bestia muerta poniendo sus patas delanteras en los hombros.

—Vamos —enfatizó sonriente Kaira al chico caminando detrás del hombre.

—¿A dónde? —él permanecía parado y alerta.

—Dijiste que no tienes donde quedarte. No puedes irte de noche, es más peligroso que andar solo de día, así que te ofrezco un lugar en la cuál pasar la noche —rió afianzando su alegría mostrándosela antes de continuar el recorrido.

¿Ir con ellos? Es una locura, pensó, pero comenzó a caminar en su dirección de ellos, pues se dirigían con toda calma al pueblo. ¿Acaso ellos saben que conviven con una bestia? Quizá no, por que esa actitud con la que llegaron tan amistosos y alegres.

El hombre lobo dejó al futuro desayuno en manos de los aldeanos, quienes sorprendidos y agradecidos lo tomaron, claro que a diferencia de alguien con mucha fuerza, ellos necesitaron de seis hombres para llevarlo a la casa de Stuart, el carnicero. Quien a pesar de la hora de madrugada, con gusto aceptó hacer los cortes para que las y los cocineros hicieran su labor en la mañana.

En cambio, Derek y Kaira fueron a su hogar en compañía de su inquilino, que decidió ir por curiosidad.

Observó el lugar con detenimiento mientras su cuervo se posaba todo el rato en su hombro. La chica trajo consigo unas mantas y una almohada.

—No tenemos más habitaciones a excepción de las nuestras —el chico bajó sus pertenencias a un lago del sofá de madera, tomando las cosas que la chica le extendió.

—No hay problema, suficiente es con permitirme un techo esta noche.

—El baño está acá atrás —le guió hasta un pasillo largo al lado de otra puerta, donde se visualizaba una más al fondo de ese pasillo—. Pasa primero, si quieres comer algo…

—No es necesario, gracias —dio una leve sonrisa de lado.

Ella lo devolvió dejándole ir. Él suspiró mirando a su compañera negra en la sala sentada en uno de los apoyabrazos mientras tenía una especie de duelo de miradas con el hombre lobo.
El muchacho temía por que cuando saliera del baño (si es que lo era y no alguna trampa donde sea su inminente muerte) su amiga fuera la cena.

Se aventuró a seguir ese corto pasillo que se le hizo largo hasta llegar a la puerta y tomar la perilla, girándole con temor cerrando los ojos con algo de fuerza y abriéndolos despacio para quedar impresionado.
Un simple espacio era lo que había, nada de que asombrarse, pero eso fue lo que le impresionó, pues no había peligro aparente.

Dejó el cambio de ropa que tenía en sus manos es una canasta alzada a la pared y procedió a quitar la sucia depositándola en el bote de abajo.

Ver el embudo con tapa de orificio y una manija no le fue extraño, ya había visto esa estructura antes, pero en grandes ciudades, no en pueblos apartados, casi por llamarlos exiliados.
Abrió el paso y la lluvia que para su sorpresa esperaba helada, en realidad estaba cálida, haciendo agradable el momento y olvidándose por otro que estaba en el territorio de monstruos.

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