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Capítulo 2: El extraño

Caminata sigilosa tras la misteriosa persona con capa marrón y rostro oculto por su capucha, cada tanto su cabeza se inclinaba para mirar atrás por sentir que su persona era perseguida por las calles hechas de una capa de piedras, pero que al voltear, lo único que sus ojos captaban no era más que el vacío que si no fuera por el bullicio de la taberna, mermaría un silencio sepulcral, pues siendo que las horas tardes eran de noche, sería un milagro que alguna casa mantuviera una vela encendida.

El extraño volvió a su andar, uno más apresurado sin llegar a correr. La joven, quien lo vigilaba desde el techo de losas tras una chimenea, regresó a su persecución, saltando de casa en casa mientras cada vez más el anónimo aumentaba la velocidad con que sus pies se movían, ahora sabía con seguridad que alguien le seguía con vehemencia, pues el correteo continuó dentro del bosque. No sabía si el viento le guiaba o si también le seguía, posiblemente pensaría que aquella persona —si es que lo era, pensó— se había convertido en él o era su ayudante. Se detuvo sacando del porta-espadas a su cadera por el lado izquierdo, una espada corta que apuntó a quien le pisaba sus pasos, sin embargo, nada. No había nadie detrás ni a sus laterales, como si sólo fuera una paranoia.

Error al relajarse y guardar su espada, pues del árbol cayó como hoja silenciosa, desapercibida, pues aquel sujeto no se dio cuenta de ella más que cuando viró, quedando a pocos centímetros de un rostro femenino cuyo rasgo más característico eran esas iris tan negras como la oscuridad misma, sosteniendo una hoja de acero curveada a su cuello.

Ahí, en esa penumbra rebajada por la luz atravesando las delgadas nubes, ella pudo ver mejor al quedar tan cerca del rostro masculino. Ojos ámbar que parecieran destellar como oro haciendo juego con algunos mechones rubios salidos por su capucha.

—Creo que no nos hemos presentado —el chico mostró una sonrisa carismática junto al ofrecimiento de un saludo de manos—, Raven, un gusto conocerte, eh…

—Kaira. —simple y borde, nada de rodeos era como se manifestaba en su mirada.

—¿Sólo Kaira?

—Tú no mencionaste más.

—Cierto, un gusto Kaira, ahora ¿podrías quitar tu arma de mi cuello?

—¿Por qué has venido aquí? —el muchacho suspiró con su leve sonrisa y manos en el aire en son de paz.

—Pasé por un trago, pero con tanto ruido no era posible relajarse, tú estabas ahí.

—¿Y viniste a este pueblo por?

—Me quedaba de pasada, pensé en que tal vez tenía una posada o algo, pero no hay.

Podría creerle, el pueblo no es señalado en los mapas, quizá en los más antiguos, pero ahora era como algo en que muchos cartógrafos se ahorraban el tiempo en especificar como una simple mancha en sus trabajos.

Eran pocos los que conocían que el lugar existía y por ende, era más preciso decir que los pobladores subsistían más por comercio casi enteramente local, que por compradores del exterior.

La joven se acercó más al contrario, analizando meticulosamente el rostro en busca de la mentira que tal vez el muchacho trataba de ocultar tras su explicación. Él permanecía expectante de la cara tan seria y ojos penetrantes como si el abismo de ellos fuese a tragarlo en algún momento, sin posibilidad alguna de escapar.

La sonrisa carismática que antes mostraba se fue al tener a tan corta distancia la cara femenina, a centímetros estaban de que sus narices se chocaran. Tal vez eso pudo haber pasado, de no haber sido por la pronta reacción de Kaira al alejarse y empujarlo con el pie por el estómago.

Apenas la confusión del rubio apareció, la explicación de esa acción fue dada con tal claridad como esa bestia felina que cruzó en el medio de los humanos. Kaira había salvado a ambos de no ser capturados por ese enorme animal de pelaje café claro y orejas puntiagudas con algunas pequeñas melenas en la punta, colmillos filosos sobresaliendo los caninos de su hocico, las garras largas dejando ver que un simple zarpazo sería capaz de dejar una herida de gravedad.

—Hey —habló con firmeza la chica empuñando una segunda arma igual que la primera en su otra mano. Las hojas curveadas tan resplandecientes eran como si pudieran atrapar la luz en ellas—, ¿puedes correr?

—¿Qué? ¿Acaso piensas enfrentarte a esa bestia tú sola?

—¿Me vas a ayudar?

—Estás loca. —ella sonrió ante su comentario.

No es la primera vez en recibir ese título de algunos chicos que han intentado cortejarla, y que dejan de hacerlo cuando la ven enfrentarse a las pocas fieras que salen de su área de caza y amenazan con extender su territorio, nuevamente.

El felino corrió, su objetivo era la muchacha que hizo girar un par de veces sus oz en sus manos. Con la parte exterior del metal, desvío el zarpazo por un costado mientras ella se alejaba al lado contrario. Una pequeña sacudida del animal que se volteaba le dio oportunidad de guardar sus armas y desprender los tres botones hondos de su capa, haciendo escuchar el clic de ellos.

Ella dio media vuelta dándole la espalda al gran gato.

—¡¿Pero qué haces?! —espetó con alteración el muchacho levantado tomando sus cabellos dorados.

El felino saltó, la figura oculta de la capa fue atrapada y ahora yacía siendo revolcada en el suelo junto a los rugidos rompiendo todo el silencio del bosque y más allá, alertando a los pobladores, pero antes que a ellos, ese sonido ya había sido captado por otra criatura, una que lo escuchó desde que intentó atrapar al par de jóvenes.

Ahora se dirige en cuatro patas soltando la tierra tras su carrera enfurecida.

—¡Maldita sea! —ladró exasperado por ver la matanza de una desconocida que solo supo su nombre minutos antes.

Juntó sus dedos pulgar y medio llevándolos a su boca, emitió un silbido que captó la atención del felino al que le calculaba llegar a los tres metros. Eso se volteó, comenzó con lentitud a caminar hacia él, apenas se escuchaban las ramas a sus patas crujir por su pisar.

El chico chasqueó la lengua sacando su espada de nuevo, empuñándola una vez más ahora contra ese gato montañeses.

—Vamos, ¿por qué tardas? —se preguntó en susurro sin moverse y estando preparado para salta, aunque pensaba que quizá eso no fuera a funcionar del todo.

Rugido, y sobre él, aunque poco audible por el mismo felino, un canto. Un cuervo cayó en picada para rasgar con sus garras a uno de los ojos del animal.

Otro rugido, ahora de dolor. El felino agitó su cabeza por la reciente lesión, pronto fijó su mirada sana con intensa ferocidad en él, mientras que el cuervo se posó a graznar.

—Gracias amiga. —se puso en posición para atacar, y emprendió un paso, pero no avanzó más cuando vio una figura caer encima del animal.

La impresión sorpresa le detuvo en seco, casi por impulso su cuerpo se iba de frente. Miró a la dirección donde la cortina de polvo se levantó hace unos segundos. El silencio había vuelto a mermar el lugar a excepción del muy suave viento que poco a poco levantaba los rastros como si de gas se tratase.

La luz iluminaba de nuevo esa parte para que pudiera ver como aquella chica pareciese salir de las sombras cuando antes estaba siendo herida en el suelo.

Espera, pensó. ¿En el suelo? Él miró de nuevo a ese punto donde se supone debía de estar moribunda, más sólo su capa era lo único que se tendía ahí. Volvió su vista asombrada mientras el cuervo se paraba en su hombro. Sonrió, quizá ese pueblo no era tan aburrido como pensó en un principio al entrar.

Gruñido. La sonrisa se fue cuando ese sonido de un gran animal —y el cual reconocía bien— apareció a su espalda. Haciendo que apretara la empuñadura de nuevo, pero ahora con enojo.

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