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Capítulo 11: Bienvenida I

El alba se asomaba tras las montañas, el color se abría paso reduciendo las sombras como si fueran barridas, y algunos animalitos como aves y ardillas salían de sus casas para recibir el día, mientras la caravana de militares iba en su camino hacia Rosenwolf. Habían salido un par de horas antes que el sol saliera por el horizonte. Raven dormía plácidamente en la carreta, arropado con su sábana cuando el anciano Allan le movió. El muchacho se quejó bajo por ser despertado y se ovilló más mientras que Nero, que estaba sentado y recostado a su cabeza, le empezó a jalar con suavidad un mechón.

—Ya estoy despierto —dijo adormitado sentándose y frotando los ojos.

—Buenos días —Allan rio bajo observando al frente, a la leve luz del sol mañanero.

El viejo le despertó para que no se perdiese el inicio del día, pues creía que un amanecer en cada lugar era único, y Raven lo veía, se fijó en ese paisaje en silencio mientras escuchaban el andar de las ruedas, las pisadas de los soldados, y las pezuñas de los caballos sobre el camino, había algunas conversaciones a su alrededor, pero nada que valiera la pena para prestar realmente atención. De hecho, lo que se la robó fue la figura que se alzó en una carreta atrás de la suya, en donde una pelinegra se estiraba bostezando, sonriendo apenas vio al lobo herido que le acarició la cabeza, como si fuera una niña.

Allan miró a Raven de forma divertida, sin decir nada se acomodó para ver la expresión un tanto molesta del muchacho mientras Raven observaba a Kaira, y cómo desvió la mirada cuando ella se giró casi encontrando que era observada. Raven se avergonzó un poco por el mirar del anciano e hizo como que apreciaba todo a su alrededor, con tal de no tener que dar explicaciones, a pesar que nadie se las estaba pidiendo. Eso le hizo sentirse tonto.

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Pasando más del medio habían alcanzado el siguiente pueblo, en donde hicieron una parada para beber más que nada. Raven se quedó sentado en la carreta, simulando no tener interés en nada. Discretamente miraba a Kaira y la interacción que tenía con Derek y Carther, y si Allan se acercaba a hablarle, Raven fingía que no la veía.

—Sabes, muchacho —habló antes de morder una manzana y dejar una canasta con más—. La sinceridad es buena.

—¿Qué? —Raven enarcó una ceja, a lo que Allan se encogió de hombros para seguir comiendo su fruta— ¿Cómo es que unos lobos y las Capas Rojas tienen una amistad? —se aventuró a preguntar.

—No lo sé —dijo honesto, partiendo pedazos de manzana que daba al cuervo—. Tengo entendido que sir Owen sugirió encontrarlos, y que tenía mucha confianza en sir Derek y lady Kaira.

—¿Lady? —mencionó jocoso, con algo de burla por el título— ¿Y para qué les necesitan?

—Detalles que no podemos mencionar hasta que lleguemos a la capital. Ahora toma, lleva esto allá.

Sin más le entregó la canasta de manzanas para después irse como si nada. El rubio miró lo que quedó en sus manos, luego vio a donde el mayor le pidió llevar la encomienda. Suspiró resignado cuando vio que Derek y Carther se iban dejando a Kaira en la carreta.

—Hey —sonrió tratando de ser simpático, pero la muchacha le frunció el ceño hasta que se giró para ignorarle—. Allan me va pedido que trajera esto.

Puso la canasta a su lado, pero la chica le seguía ignorando. Raven se quedó quieto un momento observando la espalda de ella, esperó a que Kaira no fuera tan paciente para no hablar cuando en el corto tiempo que pasaron juntos en el pueblo, ella era toda una parlanchina. Raven se desesperó.

—¿Puedes explicarme por favor la razón de tu actitud? —trató de no sonar tan exigente, pero la chica le ignoraba. Él frunció más el entrecejo y regresó a su carreta para imitar a Kaira.

Luego de la corta visita al pueblo en el que se alimentaron un poco, volvieron al recorrido. El viaje duraría al menos cuatro días si no había inconvenientes en el camino, y durante ese tiempo el grupo convivió de manera amistosa, los tres nuevos integrantes estaban sorprendidos por que la compañía de linaje lobuno estuviera con ellos, a Raven en especial le asombraba, y por otro lado le molestaba que Kaira hablara con todos menos con él. Ya había entendido que la ley del hielo que le aplicaba fue por no comunicarle sus poderes y, haber dañado un poco a Derek con ellos pero, él se molestaba más porque le daba importancia.

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Ya era la tercera noche y hasta entonces no se dirigieron palabras, solo miradas que Kaira le quitaba en pocos segundos junto a una actitud altiva, y justo eso hizo cuando desde la alcoba de la posada en la que Raven estaba, la chica se volteó y siguió su paseo nocturno.

Raven chasqueó la lengua, se dijo a sí mismo que no la siguiera, que volviera a la cama y durmiera al lado de la chica que ya olvidó su nombre. Pero no pudo. Tomó su camisa, salió de la habitación y recorrió el mismo camino por el que fue Kaira.

Observaba el alrededor, había contados habitantes fuera de sus hogares debido a la hora de la noche. Tampoco era que el pueblo fuera enorme, pero obviamente no era tan pequeño como para recorrerlo en minutos, menos si Kaira jugaba a las escondidas. El rubio exhaló aire con irritación y encaminó sus pasos al bosque.

A ella le encanta el bosque, pensó porque en el pueblo donde se conocieron, le era usual ver a la joven entrar y salir de allí.

—¿Qué estoy haciendo? —susurró irritado habiendo llegado al lago. Suspiró cansino admirando el paisaje, al agua con la mangata, a las hojas que caían y flotaban en el agua, incluso las luciérnagas le daban un aspecto más bonito— Ya qué… —se dijo quitando su ropa, dejándola en la orilla.

Se apoyó en la gran roca y se sumergió con pequeñas maldiciones hacia el agua fría, a pesar que se lo esperaba. Se relajó un poco mirando a la luna y las pocas nubes que pasaban, no eran espesas, pues incluso cuando cruzaban por enfrente del astro, este seguía reflejándose. Estaba tan a gusto en ese momento, con la espalda sobre la roca y el agua que ya no la sentía tan fría, que el movimiento del líquido por alguien entrando al lago le sorprendió de golpe.

Se quejó en sus adentros por quien le interrumpiera su instante de calma, y para lograr visualizar el rostro de la persona que mataría en sus sueños, se asomó discreto, llevándose la enorme impresión de ver la figura de espalda (y desnuda) de una chica. De Kaira.

Se quedó paralizado pero escondido tras la roca, le observó frotar su piel y sumergirse en el agua con deleite, como si la temperatura no tuviera tanta importancia. Sin embargo, un trozo de la roca estaba suelta y esta se desprendió, haciendo que el agua sonara por el repentino zambullido, obligando a Raven a moverse de inmediato para ocultarse.

—¿Quién está ahí? —exigió la chica cautelosa acercándose a la orilla para tomar el arma entre sus ropas.

Raven musitaba para sí mismo las maldiciones por las circunstancias. Renegando y con las manos en alto se entregó.

—Raven, me asustaste —dijo en reproche volviendo a dejar la oz en la orilla, mientras seguía cubriéndose los pechos con un brazo—. ¿Qué haces aquí?

—Yo llegué primero —atacó el otro bajando los brazos, caminando para salir. Kaira puso los ojos en blanco.

Ambos se dieron la espalda para vestirse, pero cuando uno no miraba el otro sutilmente volteaba de manera furtiva. La chica fue la que terminó primero y ahora observaba al chico que se ponía las botas antes que la camiseta. Raven no era un fortachón, pero tampoco un enclenque. Ella estaba ensimismada en la figura del chico que tenía un poco de brillo por el agua y la luz lunar, que la voz de él la sacó del pequeño transe.

—Pensé que no me hablarías más nunca —Kaira agitó la cabeza fingiendo que veía a cualquier lado menos a él.

—No lo iba a hacer.

—Qué cruel.

—Lastimaste a Derek —le fulminó con la mirada cuando él terminó de vestirse.

—Lo siento, ¿de acuerdo? Mi intención era que esos monstruos no se comieran a todo el pueblo —rechistó guardando sus dagas con molestia.

Kaira meditó las palabras, miró al lado de forma deductiva antes de bufar y asentir, para después ver indulgente a Raven.

—No es conmigo con quien te debes disculpar —agregó comenzando a caminar para volver al pueblo.

Raven le siguió a una distancia moderada hasta que de nuevo en la civilización encontraron a Derek, ya sin ninguna venda pero con algunas heridas sin importancia y que seguro desaparecerían en un par de días. El lobo dirigió su mala mirada al muchacho que se encogió de hombros y detuvo, mientras que la joven caminó hasta llegar con Derek, siendo ambos los que caminaran juntos ahora. Raven suspiró agotado, les frenó para ofrecer sus disculpas al hombre que sorprendido asintió sin saber muy bien cómo tomarlo, mas no dijo nada y regresó a su andar. El rubio los vio irse, y vio también que la joven volteó para sonreírle.

En la mañana siguiente, la propia Kaira le invitó a subir a su carreta y hablarle como buenos amigos, aunque el chico no decía casi nada. Le pareció curioso la forma en que se comportaba Kaira.

—Muy bien —Rodrik, a caballo se les acercó con la usual sonrisa carismática—. Hemos llegado.

Las vistas se dirigieron al frente. Había una gran muralla de piedra, el alrededor era pasto, flores y árboles vivos. Había un canal de agua que rodeaba la ciudad y puentes pequeños para cruzar la zanja, cada entrada custodiada por al menos dos guardias reales. Pero al puente al que se dirigían era más ancho y grande que los otros, pues era la entrada principal a la enorme ciudad con el castillo en medio, cuya vista se alzaba sobre la muralla. Los ojos orgullosos de los pueblerinos al ver a la tropa entrar era notoria, y más por los vítores de alabanza, incluso había algunos nombres que se alcanzaban a escuchar, como el del comandante Rodrik, o unos tales Stephan y Diana.
El recibimiento fue caluroso, nadie lo negaba, como tampoco lo hacían con el aspecto del lugar. Calles anchas y limpias, estructuras bien mantenidas y organizadas, incluso el tráfico era ordenado, con lo cual no tardaron en llegar a la entrada rodeada de otra muralla y una segunda fosa de agua. Bajaron la plataforma y los soldados entraron, pero no todos, solo el escuadrón principal de Rodrik, conformado por cuatro hombres y una mujer, junto a Derek, Kaira, Raven y Carther.

Se detuvieron frente a las escaleras que llevaban a las grandes puertas de madera de la entrada al castillo, los adornos en esta era la figura de un león rugiendo y dos lobos, uno a cada lado. La entrada fue abierta, del interior se escuchaban pasos firmes y seguros, salió la figura de un hombre que no parecía ser mayor de los veinticinco años y de piel apiñonada, el cabello pelirrojo y ondulado le llegaba un poco debajo de las orejas, tenía un color miel pálido en los ojos, el traje casi parecía militar, y si no fuera por la capa elegante y la corona habrían pensando que era un soldado más.

—Les doy la bienvenida a Rosenwolf —dijo con sonrisa serena y una voz fuerte y limpia—. Soy Kila Solion, rey de Alten.

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