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Capítulo 10: Don

El estado de somnolencia y confusión poco a poco se iba dispersando del joven muchacho, sus ojos cansados se acostumbran a la luz que le molestaba antes de que un segundo mal le recordara el origen de éste. Ve a su derecha la tela que es ligeramente empujada hacia adentro por el viento, recorre la vista hasta la parte del techo y luego termina a la izquierda, donde ve a la chica que ha hecho barrunto de lo que no está dispuesto a admitir. Traga en seco observando alrededor, no hay nadie excepto ella sirviéndose alguna bebida caliente en un vaso grueso, y que le causa gracia por la forma en que le sopla para mitigar la temperatura.
Ella se quejó cuando al confiarse de que el sorbo estaba templado, sacónla lengua y usó una mano para abanicar el órgano sufrido.

Raven no pudo evitar reír ante la imagen de lo que considera una niña aprendiendo cosas nuevas, en especial cuando los ojos abismales se tornaron tan tiernos por esas gotitas de agua. Kaira, al verlo colocó el líquido en la mesa y se aproximó rápido a sentarse en la orilla del catre, en la que el chico ya estaba sentado carcajeando, lo cual él detuvo cuando las manos tan cálidas le estremecieron con el simple contacto de la captura de su rostro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó suave habiendo conectado sus miradas, Raven quedó inmóvil, enigmático de esos agujeros negros que se lo tragan, que lo está atrayendo acortando sus distancias— ¿Raven?

Vuelve a tragar nervioso. —Estoy bien —dice viendo que la joven lo analiza minuciosa, como si buscara encontrar la mentira, pero finalmente sonríe, una sincera y tierna que a él sorprende y sin darse cuenta se dispone a acercarse más para ejecutar una acción, movimiento que no fue descubierto porque el sonido de la palma y la mejilla fue producido con confusión para el chico.

Raven estaba perplejo por la bofetada, tardó unos segundos en reaccionar para dirigirle el mirar a la muchacha, que ha quitado su gesto amable y ahora lo ve retadora. —¿Qué ha sido eso?

—Eso es por Derek —ataca con otra bofetada en la otra mejilla—. Esto es por no decírmelo.

—Vaya mano que tienes, es pesada —se quejó mascullando sobándose ambos cachetes, fue entonces que a la carpa entró el comandante con sonrisa inocente junto a su hombre de confianza, y al otro lado, el lobo con las manos en los bolsillos de su abrigo y unos cuantos vendajes en la cabeza y otros que sobresalían en el cuello—. Y, veo que él no está encerrado —otra bofetada fue hecha con más fuerza—. ¡Quieres parar ya! —la sostuvo de las muñecas encarándola de cerca.

Sin embargo, la otra de forma retadora lo observó clavándose en sus ojos, por un momento la molestia estaba siendo mitigada, no, él juraba que se lo estaba engullendo, casi deshace la mortificación y por poco afloja el agarre en las muñecas femeninas, cuando sin esperar, otro modo de golpe recibió, que le obligó a caer en el catre, de lado y con ambas manos en la frente por el dolor del cabezazo con que la chica arremetió. Los dos militares estaban sorprendidos por el acometido, en cambio Derek hinchaba su pecho con orgullo, su sonrisa complacida confirmó el sentimiento de satisfacción por lo que su cachorra ejecutó.

—Salvaje —farfulló apuñalándola con sus orbes doradas.

—Brujo —se levantó con dignidad cruzada de brazos posándose al lado del lobuno, que dedicaba la mirada burlesca al muchacho enfurruñado.

Raven se sentó sintiendo la frente palpitar un poco. ¿Acaso es de piedra esa cabeza? Se preguntaba al ver a la muchacha sin inmutarse de su propia acción. Mas no se adentró en eso para hondar en lo que se le acusó. El hombre al lado del comandante retiró su capucha, el hombre de cabellos ya canos prefirió dar un cálido abrazo al par de salvajes, como ya los consideraba el rubio, sin embargo, esa acción no hizo más que darle confusión. ¿Por qué hablan con tanto ameno si antes escapaban de ellos? Ahora se sentía excluido, como si estuviera afuera viendo a través de una ventana. Entonces, el comandante que si bien estaba presente, se sentó al lado del joven a rodearlo con un brazo los hombros. Ese sujeto tenía una peculiar actitud que muchos le dicen extravagante. El hombre le tomó la mano en un caluroso apretón mientras se presentaba como Rodrik Woodless, comenzó a hablar de lo fabuloso que es el vino compartido entre camaradas para crear lazos, no sólo de amistad, también dependiendo de la persona con la que se sirva, puede ser algo más. El muchacho, sin entendimiento de lo que el mayor le decía más allá de catalogarlo como una cortina para no sentirse excluido como él, quedó prendado a merced de la confusión con cara descolocada, de ceño fruncido, ojos amplios, boca un poco entreabierta y cabeza ladeada.

—Rosenwolf tiene el mejor vino que jamás hayas probado —juntó los dedos en la boca formando un pico, que luego expandió con un beso aludiendo a hacer elogio de la recomendación.

—No le entiendo.

—Claro que no, eres un mocoso que no sabe lo que es el placer del elixir resbalar por tu garganta —carcajeó dándole palmadas fuertes en la espalda—. Pero ya lo conocerás una vez estemos allá.

El chico palideció de inmediato. ¿Sería llevado a un juicio? Es lo que intuía sin dudar, no obstante, el viejo que había dejado fuera al muchacho y a su superior, le dirigió la atención para calmar el angustioso pensamiento en el que se había enfrascado. Primero se disculpó por la conmoción que hubo, la intención de la caballería no era la de llegar para encarcelar a nadie.

—Me llamo Carther Owen, soy un antiguo amigo de este par —señaló con la palma a los susodichos contentos de volver a ver al viejo que les ayudó, y permitió que se quedaran en su cabaña—. Pero chico, déjame felicitarte —se acercó estrechando manos—. Lo que hiciste no es común verlo, menos de forma tan poderosa.

Raven miró cabizbajo, el legado que tiene no lo comparte con nadie, pues muchos lo malinterpretan y acusan de monstruo.

Como ya antes se dijo, hay dos formas en que la dama de la noche da sus bendiciones, una es la transformación, la otra es el don, con este último se caracteriza a aquellos a los que erróneamente llaman Brujos, pero esos seres son considerados como meros charlatanes por los que verdaderamente tienen magia, unas copias viles de aquellos que usan objetos como complemento, como las plantas, ellos usan venenosas o alucinógenas para sus maleficios, mientras que el legado de Raven utilizan las medicinales, y si acaso una que otra para protección, como la que usó en el pueblo de Kaira.

Ese polvo amoratado opaco que guarda en uno de muchos otros frascos que carga consigo, vertió lo poco que le quedaba en la mano y, estando en la colina más alta que halló, recitó unas palabras que dejó que él viento lo llevara junto al polvo.

—¿Puedes repetir esas palabras? —pidió el mayor de ellos, parado al lado del par de familiares.

—¿Para qué?

—Mera curiosidad.

El mayor le mira con cara sonriente, su superior burlón, en cambio el lobo y la chica están curiosos, pero inexpresivos. El muchacho por su parte, se encontraba discreto y desconfiado, no sabía si era buena idea revelar el conjuro con el que tantas veces se ha salvado de ser devorado, frente a uno de los monstruos, sin embargo, antes de seguir pensando en ello, la cabeza hizo reparo en otra cosa, no en su mochila que de por sí ya traía sus implementos, sino en algo más importante. Miró preocupado por todo el lugar buscándola, sin hallarla.

—¿Dónde está? —cuestionó apartándose errático— ¡Nero! ¡¿Dónde está?!

—¿Nero? —el comandante Woodless permaneció sentado y despreocupado.

—¡Mi amiga!

—No trajimos a nadie más —movió la mano de lado a lado negando.

Kaira le aclaró que se refería al cuervo, entonces de manera burlesca se levantó asomándose afuera, ordenando a un soldado que la trajera. Y no tardó mucho para que uno de ellos llegara con una jaula que se movía con violencia, Nero estaba dentro, graznando con enojo por ser prisionera, lo que hizo a Raven arrebatar de las manos del oficial la cárcel y abrirla dando libertad al ave, que comenzó a dar picotazos al pobre hombre que hacía su trabajo. Solo podía cubrirse con la capucha y los brazos la cabeza para protegerse de la rabia del pájaro, mientras huía de la casa de campaña a tropiezos. Una vez se fue, quiso ir contra el superior, mas el dueño la atrapó y acunó en sus manos para calmarla con caricias.

—Qué agresiva —rio el castaño con inocencia—. Como sea, ya tendremos tiempo para conocernos —fue al extremo de la cama, en dirección a donde reposan los pies hay un baúl del cual sacó la mochila del joven.

—¿A qué se refiere?

—Iremos a la capital —regresó las pertenencias—, y tú vendrás con nosotros.

El ocaso estaba pintado, el pueblo tranquilo haciendo acomodos de juntar varias mesas para formar una sola, las antorchas dan luz a las caras felices y lo que una noche atrás ocurrió parecía que ya hace tiempo había transcurrido, pues se sentían seguros con las tropas de las Capas Rojas que compartirían sus alimentos. Harían una gran bienvenida y a la vez despedida para los tres que fueron miembros de la comunidad por años, aunque no hubo quien quedara exento del asombro de saber que el viejo Owen era parte de tan poderoso ejército. Mientras tanto, los ojos dorados no lograban despegarse del ambiente extrañamente acogedor, menos sus ojos evitaban dejar de poner en su campo de visión, a la pelinegra siendo rodeada con calurosos abrazos, no sólo de abuelos y niños, sino también de jóvenes que buscaban suerte de tener algo de ella antes de no poder tener más oportunidades de conseguirla, y sin entender el por qué de su repentina molestia, el muchacho se quitó del tronco en el que estaba sentado, con el pájaro oscuro cómodo en el hombro. Raven deseaba adentrarse en el bosque para mitigar la frustración, sin embargo unos soldados que vigilaban no lo permitieron, pues un grupo terminaba de poner un área de protección para el pueblo.

—¿Protección? —musitó confuso, añadiéndosele el enfado por la idea que cruzó su mente— ¿Cómo lo harán? ¿Están trabajando con brujos?

—¡Qué infame pensamiento! —la voz sacada entonada y guasona atrajo la atención hacia quien provenía del bosque— Debes ser tú el nuevo recluta.

Raven enarcó ambas cejas por el comentario del hombre de mediana edad, de barba larga llegando al pecho, de cejas pobladas y cabello largo debajo de los hombros, sus hebras son canosas y sus ojos violetas. El anciano, que reía con jovialidad invitó al chico a dar un paseo, objetando que no habría problema alguno, y al soldado le dio el recado para el comandante de que iniciarían el hechizo. El militar asintió. Así, caminaron con el mayor guiando, el rubio observando a los lado a otros vestidos como el hombre, todos llevando la capa roja característica de la policía militar, pero en vez de portar un traje negro, ellos llevan uno azul marino.

—Entonces, jovencito. ¿De dónde provienes? —a la pregunta prosiguió su habla, el peliblanco no era precisamente de esperar respuestas cuando le gusta charlar— Yo vengo de las montañas, para más precisión al sur del reino, en donde la gente los llama vulgarmente Los colmillos del diablo —carcajeó con estruendo irrumpiendo la paz del bosque y la concentración de sus compañeros—. Soy Allan Brown, por cierto.

Raven se quedó en la parte que mencionó sobre su lugar de venida. Recuerda que uno de los intereses de su viaje era visitar a los habitantes del pueblo resguardo por ese círculo de peligrosas rocas, cuyas formación la hacía de sumo cuidado y una proeza la caminata, deseaba conocerla porque además de ser una defensa natural, también era el lugar de asentamiento de otros como él.

—Fue un encantamiento con mucha habilidad —habló el hombre con las manos a la espalda—. ¿Quién te lo enseñó?

Raven bajó la mirada sin dejar de caminar, en su pecho se instaló el sentimiento de calidez y tristeza. —Mi madre.

—Ya veo —pararon, llegaron a una roca en la que otro joven, con cincel en mano gravaba algo en la piedra. El mayor se recargó con las manos en las piernas analizando el gravado, el último que faltaba—. Bien, comencemos.

El chico analizó el dibujo, siendo dos lunas: una menguante y una creciente, cuyas puntas se unían encerrando una estrella de cuatro picos, y al lado de cada luna por fuera, tres líneas separadas y onduladas en posición horizontal.

Raven lo reconoció. —La adversidad, la protección y el tesoro —dijo anonadado.

El viejo sonrió complacido por el conocimiento de esos garabatos. Se agachó a tomar un puñado de tierra que vertió sobre la roca mientras pronunciaba unas palabras.

Gracia del cielo, mi señora lucero.
A voz te imploro proteger
con tu luz mi tesoro.
Cúbrenos con tu manto e
ilumínanos los pasos.

La marcas en la piedra emitieron luz resaltando el dibujo, al igual que en las otras distribuidas alrededor del poblado, luego una estela blanquecina se alzó en forma de domo que al final se desvaneció, pero que ahí seguía sin estar a la vista.
Con ese pequeño trabajo Raven observó al orgulloso anciano confirmando lo que le había confesado. No era un brujo, sino un bendecido, un chamán.

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