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xlviii. las alas de la libertad

capítulo cuarenta y ocho:
las alas de la libertad.

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—¡Despegamos en una hora!

—¡Entendido!—Hange miraba a su tropa prepararse—. Ya lo escucharon, todos verifiquen su equipo una vez más.

Leyna obedeció ajustando una vez más su equipo, inevitablemente su mirada se posó en Annie, quien con un corto abrazo terminaba de despedirse de Reiner, tras ello, la rubia miró a Leyna, ese instante de contacto visual hizo que Annie levantara su mano para despedirse, a lo que la pelirroja respondió de igual forma.

—¿Leyna, estás bien con esto?—preguntó Armin.

—Eso creo, veo que Annie sigue siendo Annie—soltó ella—. Solo... esperaba contar con ella, al menos esta vez.

Sin más, Becker regresó su vista a lo que hacía, comprendía que era momento de dejarla ir.

—¿Estás segura que quieres unirte?—Giselle, acompañada por Hange y Levi, hablaba con Pieck—. La situación para los eldianos será mucho más complicada a partir de ahora.

—Magath nos hubiera dado como última orden unirnos e intentar todo lo que fuera posible—respondió.

—Oye Pieck—dijo Hange—. Me gustaría montar en el lomo del titán carguero la próxima vez, sentir la temperatura.

—No ¿De dónde ha salido eso? Es extraño —soltó Pieck con un tono irritado, antes de acercarse a Reiner.

—¿Qué paso cuatro ojos, por fin decidiste dejar en paz a mi hermana por ese amor no correspondido?

—¿Acabas de decirle a otra mujer que quieres montarla?—bromeó Giselle—. Increíble, me están siendo infiel con un titán cuadrúpedo.

—No lo tomes así, podríamos ser grandes amigas—dijo Hange, para luego mantenerse en silencio por un momento—. Oigan ¿Acaso piensan que todos ellos nos están observando?

—¿De qué hablas?

—¿Finalmente podremos mirar con la frente en alto a nuestros compañeros caídos?

—Oye, detente con esa mierda—intervino Levi—. No empieces a hablar como ellos.

Giselle le dio una mirada de reojo, tratando de pretender que las palabras de Hange no le preocupaban, sus ojos se dirigieron hasta dónde Zöe miraba, el avión estaba listo, pronto podrían partir, lo habían logrado.

—¡Empieza a cargar el combustible!

—Subamos a ese avión, vámonos de aquí ¿Sí?—Giselle trató de alejar todo mal presentimiento mientras palmeaba el hombro de su amada.

Pero la mirada de Hange se mantuvo fría, se limitó a observar a Giselle alejarse, siempre disfrutó verla distraída, pues la serenidad que emanaba le traía paz, Zöe suspiró entrecortado, sin decir nada.

La tropa se preparó para comenzar a embarcar, pero en cuanto notaron como algo se arrastraba hasta la parte trasera del avión quedaron sorprendidos, se trataba de Floch, completamente malherido y mojado comenzó a disparar contra el hidroavión.

Mikasa disparó el gancho de su equipo contra el cuello del pelirrojo atravesándolo, inmediatamente Jean, Giselle y Hange se acercaron a verlo.

—¿Te enganchaste al bote?—dijo la Ackerman en un murmuro.

—No se vayan...—susurró Forster, con la poca fuerza acumulada en su ser—. Matarán a todos en la isla, nuestro demonio... es la única esperanza.

Las pupilas del pelirrojo comenzaron a dilatarse, anunciando su muerte.

—¡Floch!—exclamó Jean.

—Tienes razón, Floch—dijo Hange, cerrando los ojos del joven pelirrojo como un último acto de piedad—. Pero no podemos rendirnos, aunque no sea hoy, tal vez algún día...

Giselle observó en silencio aquella escena, mientras Leyna tomaba por los hombros a Jean para alejarlo.

La pelirroja no quiso mirar el cadáver, por más que Forster no fuera su amigo, sabía que la imagen de su cuerpo sin vida la atormentaría.

—¡No podremos despegar con esos agujeros!—dijo Onyakopon.

—¿En cuánto pueden repararlo?

—En una hora estará...—el ingeniero se vio interrumpido tras aquel temblor, y el sonido de esas enormes pisadas aproximándose.

Becker cruzó miradas con Kirschtein, ambos corrieron hasta afuera para observar lo que estaba ocurriendo, no muy lejos, los titanes caminaban hacia ellos destruyendo todo a su paso.

El retumbar llegó hasta ellos.

Los latidos en el corazón de la pelirroja aumentaron, un sentimiento de terror la invadió de golpe, la única forma de escapar era por el avión, y no estaba listo.

Ante el miedo, la chica Becker sujetó el brazo de Armin, ambos se miraron con el mismo terror reflejado en sus ojos.

—¿Qué hacemos?—susurró ella.

—No podemos hacer más—respondió el rubio—. Me quedaré para enfrentarlos.

Aquellas palabras bastaron para que el pánico creciera dentro de Leyna, completamente decidida, la chica se posó frente a él.

—De ninguna forma.

—Soy el único qué...

—¡Qué no, Armin!

—Eres la mejor baza para detener a Eren—interrumpió Reiner—. Me quedaré yo.

—¡Ya basta, de ninguna forma un titán cambiante se quedará!—Giselle se puso en medio separándolos—. Yo les daré el tiempo que necesitan.

—¿Teniente?

—Tiene sentido—la azabache recordaba las palabras de Hange de la noche anterior—. Quizás esa es la razón por la que...

—No, no la es—la voz de Hange intervino, llamando la atención de todos—. Ningún titán cambiante o Ackerman se quedará aquí, seré yo.

La Ackerman no volteó, sabía que al hacerlo se encontraría con una imagen que no deseaba ver, pronto, ese sentimiento que tanto odiaba comenzó a recorrer su cuerpo: el miedo.

Ante aquella oración, Giselle sintió que todo se derrumbaba para ella, todas las palabras que Hange le había dicho los últimos días comenzaban a cobrar sentido.

Estaba lista para morir.

—Tomaré la responsabilidad por esto—Hange se acercó al grupo, quedando frente a la teniente—. Giselle Ackerman, te nombro la décima quinta comandante de la legión de reconocimiento, como debió ser desde el principio.

—Hange—la azabache mantuvo su mirada estática, su primer impulso fue tomar la mano de Zöe, pero esta la apartó con suavidad, Hange se dirigió a Armin.

—Armin Arlert, eso te convierte en el teniente de la legión, el segundo al mando—explicó—. Las tropas necesitan de sus habilidades, la fuerza del clan Ackerman, la voluntad de comprender absolutamente todo, no confiaría en nadie más que ustedes para esto, les dejo el resto.

—¡Hange!—llamó Giselle una vez más, siendo ignorada.

—Por cierto, Levi será su subordinado, explótenlo bien—bromeó la castaña.

La tranquilidad en las palabras de Hange tenía a todos confundidos, pero Giselle la conocía lo suficiente como para comprender que hablaba en serio. Pronto, sintió su respiración volverse cada vez más pesada, era un miedo distinto al que conocía, sin articular una sola palabra, la Ackerman comenzó a caminar detrás de Hange.

—Comandante—llamó Armin tratando de pararla mientras ponía una mano sobre su hombro.

—Ya basta—murmuró la mujer, quitando el gesto con brusquedad—. Hange, espera...

Armin dio un paso al frente dispuesto a detenerlas a ambas, pero Leyna intervino una vez más tomándolo por los hombros, con la mirada, le suplico que no avanzara, no había forma de detener a ninguna de ellas.

—¿¡Qué estás diciendo!? ¿¡Crees qué puedes decir eso y esperar que me quede quieta sin hacer nada!? ¡Dije que yo lo haría!—la azabache aceleró sus pasos para tratar de detenerla, pero no obtuvo respuesta—. ¡Hange, mírame, estoy hablándote!

—¡Maldita sea, Giselle, solo obedece!—exclamó Hange volteando de golpe, su mirada trataba de reflejar enojo, pero fue imposible, la mirada de Gisy completamente asustada e inmóvil ante su reacción hizo que sintiera culpa.

Pero sabía que era la única forma de pararla. Giselle, quien aún parecía encontrarse en total quietud solamente observó como su amada le dedicaba una última mirada, mientras Zöe se dirigía a Levi.

—Ahora Giselle te dará órdenes, suerte.

—Maldita cuatro ojos—soltó el Ackerman al tenerla cerca—. Si lo haces, ella te seguirá.

—Lo sé, es mejor irme antes de que no pueda soltarla...—dijo Hange—. Siento que mi hora ha llegado. No permitas que me siga, Levi, algo me dice que ella es importante para el desenlace de esto.

Levi sostuvo la capa de su amiga una vez más—Dedica tu corazón.

Hange no pudo contener una risa mientras avanzaba hacia los titanes—¡Jamás te había escuchado decir esa frase!

A pesar de encontrarse inmovil, Giselle sentía como el de terror la consumía, aquella reacción comenzó a invadirla de forma incontrolable. Ignorando la orden recibida, la mujer comenzó a caminar de forma lenta, se acercó a Hange, dispuesta a detenerla a como diera lugar.

—Dijiste que nunca me darías ese tipo de órdenes...—aquella exclamación hizo que Hange dejara de caminar, pero sin voltear a verla—. ¿¡Y ahora, tú también vas a dejarme!?

La castaña quedó perpleja ante aquella oración, inmediatamente los recuerdos golpearon su mente, la mirada de su amada tras haberle prometido que jamás la abandonaría la obligó a parar. En cuestión de segundos, la azabache ya corría hacia ella para evitar que volviera avanzar, pero Hange debía mantenerse fuerte, no permitiría que su debilidad por ella la detuviera en ese instante, así que se limitó a continuar caminando esperando que Giselle comprendiera.

—No puedes hablar en serio, ¡No voy a permitirlo, si no paras de caminar ahora mismo jamás voy a perdonarte!—la voz de la Ackerman estaba rota, aquellas palabras bastaron para que Hange voltee, siendo atrapada por un abrazo de Giselle—. ¿¡Cómo se supone qué viva así!? ¿¡Quién es la tonta qué quiere abandonarme ahora!?

Por primera vez en más de veinte años, Giselle Ackerman lloraba, las lágrimas cayeron por su rostro mientras la abrazaba, los sollozos eran incontrolables ya que se habían mezclado con esa respiración entrecortada, pero no planeaba parar, esperaba que sus lágrimas lograran detenerla. Estaba desesperada, como nunca en la vida, se sentía como una pesadilla, la peor de todas.

La azabache agachó la vista entre jadeos desesperados por respirar ante el llanto, en medio de su abrazo, Giselle sujetó con fuerza la camisa de Hange.

—Giselle...

—¡No, nada de Giselle! Sé que todos estos años has sufrido por algo que no era tu responsabilidad, debí hacer más para evitar que te hundieras de esta forma—habló en medio de su llanto—. ¿¡Pero si ahora te vas, que voy a hacer yo!?

Las palabras de Giselle hacían que el alma de Hange se estrujara, en realidad no deseaba dejarla, por más que todos esos años su único pensamiento era morir de forma pronta, en el fondo aún la amaba.

Aún amaba vivir.

—También sé que si detienes esto tendremos tiempo de alcanzar a Eren, de acabar con este maldito retumbar de una vez por todas—la azabache sollozaba fuera de control, esperando que su abrazo logre salvar al amor de su vida, su egoísta deseo de tenerla consigo para siempre volvió a invadirla—. ¿Pero qué hay de mí?

Aquella escena conmovió a todos los presentes, quienes quedaron inmóviles ante el momento.

—Te lo suplico—pidió una vez más—. No me dejes.

A lo lejos, Armin observaba la escena con los ojos cristalizados, pero lo tenían con la espalda contra la pared, el tiempo corría, no podía esperar por ellas, debían salir de ahí lo antes posible. EL rubio apretó los ojos, espantando cualquier lágrima que se atreviera a asomarse.

—Debemos comenzar a embarcar—dictó—. ¡Hay que irnos!

Leyna no protestó, se limitó a tragar el llanto desconsolado que amenazaba por salir y obedeció a la orden. Absolutamente devastados, toda la tropa comenzó a preparar el hidroavión para el escape.

—¡Capitán, suba!—Becker llamó a Levi esperando que el hombre se aproxime, pero no recibió respuesta, Levi no se iría sin su hermana.

Giselle no soltaba a Hange, por más que estuviera consciente de que sus acciones condenarían a todo su escuadrón,  se negaba a dejarla ir con tanta facilidad.

Tras ese momento, la castaña decidió hablar.

—¿Y tú, vas a romper tu promesa?—Hange tomó los hombros de la mujer, logrando separarla de ella, y con las lágrimas a punto de salir, tomó el rostro de la azabache una vez más—. Dijiste que ibas a pelear, por algo más grande que tú y yo.

—Entonces iré contigo—insistió tratando de caminar junto a ella, pero una vez más fue detenida por los brazos de Zöe.

Giselle sintió nuevamente un nudo en la garganta, por que en el fondo lo sabía, sabía que la única forma de salvar a todos era con su sacrificio, pero lo negaba rotundamente.

No quería un mundo sin ella.

El tiempo estaba aplastándolos, Hange tomó la mano de la mujer esperando así poder conseguir que se fuera, sin más, Zöe pronunció una última petición mirando aquellos ojos verdes que tanto amaba.

—Gisy, por favor.

Los ojos verdes de Giselle dejaron de reflejar miedo, y adoptaron un tinte de tristeza, derrota.

Soltando un suspiro entrecortado, aceptando el final. Giselle observó a su amada por una última vez, se quitó la capa que Hange le había dado cuándo la encontró en el bosque, para ponérsela a la castaña.

Con las lágrimas rodando por su rostro, una mano acariciando el rostro de Zöe mientras la otra se aferraba la capa, Giselle apretó el puño que sujetaba la tela verde, tomando valor para soltarla.

Y finalmente, renunciando a su gran amor, a la única persona capaz de hacerla sentir viva, dio un paso atrás.

Hange sabía que era el momento indicado, con una mirada de agradecimiento, dio media vuelta para impulsarse hacia adelante con su equipo tridimensional, elevándose para acabar con los titanes.

Hange espantó todas las lágrimas acumuladas, debía mantenerse fuerte, debía aceptar el destino que trazó, debía aceptar que Giselle Ackerman, su alma gemela, estaba destinada a una vida sin ella. Ya en el aire, la castaña apreció la vista frente a ella, sin poder creer lo que observaba.

—Los titanes... siempre han sido tan geniales.

Tras ver a Hange derribar al primer titán colosal, Giselle sintió a la desesperación dominar su cuerpo, los impulsos eran más fuertes que su palabra. Se apresuró a enganchar su equipo de maniobras en la pared más cercana, estaba dispuesta a seguirla, pero el agarre de su hermano le impidió avanzar.

—¡Suéltame!—gritó ella, pero todos sus intentos por librarse fallaron, solo pudo llorar en los brazos de Levi mientras él la sujetaba con toda su fuerza.

—¡No puedes correr tras ella por siempre!—exclamó Levi.

La mente de Giselle se encontraba en un auténtico tormento, su cuerpo no le permitía reaccionar, un impulso en su interior la incitaba a correr tras Hange, evitar que arriesgara su vida, debía protegerla.

Pero su amor hacia ella era mucho más grande, por una vez en su vida la Ackerman se mantuvo quieta, reprimiendo todos sus egoístas deseos.

Hange estalló otra lanza en la nuca de un titán haciendo que este caiga sin vida inmediatamente. Al ver aquello, Giselle aceptó la decisión de su amada Hange, y con el dolor de su alma, se despidió de ella.

—Perdón...—pronunció la Ackerman, sintiendo como su hermano la sujetaba del brazo, poco después se dispuso a ayudar a Levi a correr hasta el hidroavión donde la tropa se encontraba a bordo.

No voltees, no corras hacia ella, no seas cobarde》 Giselle tuvo que repetir esa oración con los ojos estallados en lágrimas para no evitar correr atrás de Hange.

Jean y Connie ayudaron a Levi a subir, inmediatamente, el Ackerman volteó hacia Giselle, quién aún corría tras el avión.

Levi extendió su mano para sujetar la de su hermana, logrando que finalmente suba.

Al estar en el avión, Giselle cayó de rodillas al suelo, con la vista baja, sin contener las lágrimas que caían de sus ojos, la mujer abrazó su abdomen, apoyando su cabeza contra el suelo, como si el dolor de perder a Hange estuviera matando su cuerpo.

La mujer podía sentir las lágrimas caer con intensidad, no tenía idea de como pararlas, tampoco la voluntad de hacerlo. Giselle no emitía un solo rudio, su respiración volvió a regularse a pesar de ser consumida por el impulso de gritar del dolor.

Mientras Levi la sujetaba por la espalda, el resto de los tripulantes lloraban desconsolados, Armin dejó que Leyna lo abrazara, púes Arlert fue el único que vio el cuerpo de Hange caer envuelto en llamas.

La pelirroja no era ajena a la tristeza, su llanto era igual de intenso que el de sus compañeros, pero, inevitablemente solo podía pensar en la tristeza que estaba viviendo Giselle.

La guerra le había quitado al amor de su vida, y se sentía tan abandonada como aquella niña solitaria en la ciudad subterránea.














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Hange despertó en el suelo, su vista no tardóen reconocer el cielo despejado sobre ella, no lograba comprender lo ocurrido.

—¿Uh?—en cuanto la castaña se reincorporó, lo primero que hizo fue buscar el hidroavión en las alturas, pero no logró encontrarlo—. ¿¡Qué ocurrió, dónde está!? ¿¡Giselle subió...!?

—Ellos partieron.

Aquella voz hizo que Hange volteara, Erwin Smith, Mike Zacharius, Moblit Berner y todos sus compañeros caídos se encontraban junto a ella.

—Erwin... todos—la castaña trató de sonreír tras reencontrarse con sus caídos, cuando un par de manos sostuvieron sus hombros por detrás, la expresión de Hange se llenó de alegría por un corto instante—. ¡Emily!

La mencionada, una mujer de cabellos negros y piel morena la abrazó con fuerza, a un costado.

—Ha pasado tanto, Giselle jamás paró...—apenas mencionó nuevamente el nombre de su amada, la castaña sintió como una tristeza irremediable la agobiaba, ante aquella expresión, Emily preguntó que ocurría, ganando una mirada de melancolía por parte de Zöe—. Ella me odia.

Los recuerdos de su Ackerman la bombardearon de forma que por un instante, Hange se sintiera arrepentida de su decisión de haberla abandonado.

—Cuándo apenas la conocí, le dije que nunca más la dejaría sola—pronunció—. Y antes de abandonarla, dijo que jamás me perdonaría.

Tras un instante de silencio, la mano de Emily Ciprianno giró el rostro de Hange, la morena la miraba con una sonrisa llena de orgullo reflejada en sus labios.

—"Mi querida Hange, ella jamás podría odiarte"—expresó Emily con sus manos, Hange la comprendió enseguida—. "¿Alguien qué carga el rencor en su alma, haría todo Giselle hizo por ti?"

—Emily tiene razón—soltó Mike—. Debemos confiar en ella, ya que todo lo que hizo, fue por amor.

Aquellas palabras hicieron que Hange los mirara en silencio, Emily y Mike tenían razón, después de todo, si Giselle no la había seguido era por que estaba dispuesta a cumplir su promesa.

Giselle Ackerman amó tanto a Hange Zöe, que tuvo que dejarla morir para salvar a la humanidad.

—Lo lograste, Hange—dijo Erwin, mientras Emily y Moblit ayudaban a la castaña a ponerse de pie.

—Me complicaste la vida desde que me nombraste comandante—soltó la castaña con burla—. Y ese estúpido mocoso de Eren...

—Si, debió ser duro—dijo el rubio, mientras sentía como Emily rodeaba su brazo, abrazándolo con cariño—. Todos escucharemos tu historia.

—Pero me temo que aún no tiene un final—Hange sonrió cabizbaja—. Ella lo escribirá.








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¿Por qué las aves siguen cantando?

¿Por qué las estrellas aún están brillando?

¿Acaso no saben que es el fin del mundo? 

Terminó cuando perdí tu amor...

The end of the world, Skeeter Davis.

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