[4.3] "Cerezos en flor"
Maya
Tomé aire, sintiendo ese pesaroso malestar, y me esforcé por sonreír, tímidamente, a la taza de chocolate frío que tenía entre las manos. Mis dedos comenzaban a quedarse rígidos, pero no tenía en mente tomar de la bebida, así que mantuve mis manos sobre el recipiente, absorta en la espesura del líquido, ese que se cortaba conforme más tiempo pasaba, al igual que mis esperanzas.
No tenía apetito. Mi estómago se había cerrado con un fuerte nudo que incluso me hacía querer vomitar cada par de minutos.
Presioné con las yemas la taza y mordisqueé mi labio inferior en busca de un consuelo que sabía no llegaría por mucho que lo necesitara. La cortina de mi cabello se corrió, ocultando mi rostro de los ojos curiosos de cualquiera que hubiera reparado en la chica que estaba sentada en la mesa más próxima a la cristalera de la cafetería. En agonía, ladeé suavemente la cabeza para esconderme aún más de la gente, permitiéndome el amargo lujo de que mis orbes ardieran por culpa de las asfixiantes lágrimas que amenazaban con derramar.
En un triste intento por despejar mi angustia, fijé la mirada en la calle, llena de personas que no imaginarían la estúpida causa por la que estaba tentada a llorar como si se me fuera la vida en aquel lugar público. Pero, esa idea sonó tan ridícula para mi yo interior, que me negué a hacerlo pese a que las gotas estaban ya escapando prácticamente de mis ojos.
Porque sí. Aquella tarde iba a encontrarme con Lee Minho e íbamos a compartir unas horas que conformarían mis mejores sueños. Iba a confirmar por fin si merecía seguir adelante con lo que pudiese haber entre nosotros en un futuro. Era mi última oportunidad para decidirlo, así lo había aclarado días antes. Ese encuentro delimitaría de una vez por todos la línea entre la que bailaba mi corazón
¿Quería que surgiera algo entre él y yo? ¿De verdad era eso lo que buscaba? Tenía tantas dudas que ... Tonta de mí, creí que una cita, una salida como simples amigos, lograría despejar mi incertidumbre, que ... Que unas horas con Minho bastarían para que mi pecho retumbara de felicidad como hacía semanas que no lo hacía. Miento; mi mundo se tambaleaba desde el primero de sus cimientos, pero, por suerte o por desgracia, no era Lee el que me hacía sentir así.
Y no podría comprobarlo porque él no había acudido al lugar en el que nos habíamos citado.
Un par de vacías carcajadas escaparon de entre mis labios antes de que pudiera atrapar el inferior entre mis dientes.
No era desilusión. Lo que me estaba ahogando desde hacía más de una hora y media no era pena ni por asomo eso. Era una especie de veneno, uno que entró en mí desde que me fijé en Minho, haciendo gala de una inocencia que debería haber perdido para no sufrir así. Él se me presentó tan hermoso y tan perfecto, a mí, a una chica más del montón, pero que a diferencia de muchas, ya había padecido demasiado dolor.
Minho era genial a mis desgastados ojos, y yo era tan poco reconocida que ... Bueno, una niña de quince años que ha pasado por un torbellino de desgracias es fácil de engatusar, ¿cierto? Aunque, Minho nunca se había entretenido en algo así; había sido yo misma, hundiéndome en unas ilusiones de lo más lastimeras, la que se había dejado cegar por el brillo que desprendía un chico popular y exitoso como él. De alguna forma, vi en él a Jungkook. ¿Comencé a sentir cosas por Minho por todo lo que me recordaba a mi mejor amigo? Lo cierto era que no quería saberlo, descubrir una realidad de ese calibre sería la gota que colmaría el vaso que llevaba llenándose desde la muerte de papá. No quería más dolor, no quería sentirme desplazada de nuevo. Deseaba que alguien me viera por lo que era realmente, no sólo por ser el blanco de las burlas de todos los alumnos de la preparatoria o el mejor saco de boxeo para Sun.
Mierda, estaba tan cansada de creer que una mísera persona sobre la tierra decidiría gastar su tiempo en alguien tan antisocial y maltratado como yo, que ahora, la decepción de no ser suficiente para nadie, era lo único que me atacaba.
- Disculpa -volví el rostro apresuradamente hacia el lugar desde el que se dirigían a mí. El chico que me había servido la bebida tiempo atrás me escrutaba algo cohibido, a unos pasos de la mesa en la que había decidido sentarme a esperar algo que nunca llegaría. Nunca entendería que mi destino era estar sola-, ¿querrías que te trajera otro chocolate? -me regaló una bonita sonrisa-. El que pediste lleva helado bastante rato.
Sus espesas cejas daban paso a unos simpáticos ojos de color avellana. Era castaño oscuro y su piel blanca contrastaba de una forma irremediablemente atractiva con los mechones oscuros de su cabello.
- Gracias, pero no hace falta -le aseguré, devolviéndole el gesto con cortesía-. Estoy bien así.
-Oh, pero podría traerte un pedazo de tarta de manzana. Hoy es deliciosa -insistió con el único objetivo de seguir la conversación.
- Te lo agradezco, aún así -bajé la mirada al chocolate cortado que descansaba en la taza que apenas había probado. Primero habían sido los nervios los que me impidieron disfrutar del reconfortante sabor, después fue lo mal que me sentí conmigo misma-, no creo que me quede mucho más. Así que, no es necesario.
Escuché un sonido de aceptación por su parte, y a pesar de tener la vista clavada en la mesa, pude observar por el rabillo del ojo cómo limpiaba las palmas de sus manos en el delantal blanco que tenía atado a su cintura. Se me hizo curioso que ese chico siguiese allí de pie, sin intenciones de moverse.
- No quiero molestarte, pero -hizo una pausa cuando clavé mis pupilas en él- te ves un poco pálida. ¿De verdad no quieres nada? No es molestia. Incluso si es un poco de conversación.
Su mirada denotaba preocupación. ¿Tan mal lucía?
- Mi cita no ha venido, creo que la palidez ha nacido del plantón -hice una mueca y me encogí de hombros algo más relajada. La verdad era que ese chico me estaba distrayendo y no hubiera cosa que necesitara más que eso.
- Debe ser un poco estúpido, ¿no? Es de mala educación dejar a una chica sola. Y más aún si es bonita -yo le sonreí por el cumplido.
- O puede que yo sólo haya puesto demasiado interés en algo inútil -añadí.
- El amor no es inútil -frunció el ceño, contrariado por mis palabras, incluso levemente ofendido, pero sin perder la soltura a la hora de hablar-. Puede ser difícil a veces, pero si es la persona correcta ... Si es la adecuada, vendrá. Créeme, la relación con mi pareja no fue de color de rosa desde el principio, es más, hubo bastantes espinas -suspiró resignado-, pero sabía que merecía la pena, así que persistí hasta que me dijo que sí.
Persistir. Empezaba a pensar que eso no servía para nada. ¿Para qué hacerlo si la otra persona no aportaba ni lo más mínimo? Además, las dudas sobre mis sentimientos hacia Minho estaban cada vez más presentes. No hacía más que preguntarme si había hecho bien al aceptar su petición y encapricharme con la idea de que pudiera existir algo entre nosotros. Mi pecho ya no se volcaba por él. Mi pulso ya no se alteraba de la misma manera en que lo hacía cuando lo conocí.
- Creo que sacar mi vena cabezota no es bastante esta vez. No creo tener tu suerte -dije resignada.
- Mi chico odiaba que yo actuase con tanta vehemencia -yo amplíe la sonrisa-. Él y yo éramos amigos, pero me cansé de serlo. De no haber sido por mi empecinamiento, no estaría contándote esto.
- Eres afortunado -desvié mi vista hacia algún punto de la cafetería, tragando saliva-. Aún así, creo que me equivoqué con ese chico. No sé si ... Bueno, si ...
- Si no tienes claros tus sentimientos, entonces es que no es lo que buscas. Así que puedes cambiar esa cara larga y sonreír -me ánimo con un alegre tono que me hizo reír-. A lo mejor sólo tienes que buscar un poco más y seguro que encontrarás a quien te haga feliz -echó un vistazo a nuestro alrededor por si alguien demandaba su presencia y yo tomé mi abrigo tras dar un corto sorbo al chocolate y dejar la taza sobre el cristal.
Sería mejor volver a casa cuánto antes. La verdad era que la noche de cine con Tae se me antojaba una muy buena opción para pasar el sábado.
Me levanté del asiento llamando la atención de aquel chico tan amable. Ahora una risueña sonrisa adornaba sus labios, haciéndolo ver como un rayito de sol en medio de una tormenta. Por un segundo, me recordó a Hobi y a sus dulces empeños por levantar mi ánimo siempre que era lo requerido.
- La clave está en los ojos, en cómo te mira la otra persona -concluyó muy seguro de sus palabras mientras yo tomaba mi pequeño bolso-. Por ejemplo, ese chico -yo fruncí el ceño mientras él miraba por encima de mi hombro-. Él tiene ímpetu, sus ojos han brillado al verte, y diría que ... Ups, está viniendo. A lo mejor es tu cita, chica sin suerte -me guiñó un ojo antes de que tuviera tiempo de volverme, y se marchó hacia el mostrador con aire animado.
Yo lo examiné por un par de segundos más y eché la silla hacia atrás dispuesta a irme del cálido lugar, no sin antes acercarme a la caja a pagar por mi consumición y agradecer esa pequeña charla al misterioso chico. Entonces, la curiosidad me embriagó y quise dar la vuelta para buscar a esa persona por la que aquel camarero me había dejado sola, pero la delgada cadena de mi bolso se escurrió de entre mis dedos, estampándose contra el suelo. Yo me agaché y lo tomé de nuevo, aunque no llegué a incorporarme antes de ver ante mí un par de botas militares. Mis ojos se abrieron. Yo conocía esas botas muy bien.
- ¿Ya te ibas? -su voz era ... Santo cielo, era lo que había estado buscando-. De veras quería probar la tarta de este sitio. Dicen que es excepcional.
Me tomé mi tiempo para enfrentarlo. El pulso se me disparó sin aviso, por lo que necesité unos segundos para recopilar el valor de erguirme y mirarlo a la cara.
- ¿J-Jungkook?
Él alzó una ceja, divertido por mi torpe tartamudeo y la sorpresa que se podía percibir en mis palabras. Sin embargo, en sus labios no tardó en dibujarse una picaresca sonrisa, de esas con las que mi mejor amigo quitaba la vida a cualquiera.
- Ese es mi nombre. Creí que ya lo sabías, enana -ladeó la cabeza, juguetón.
- Yo ... Da igual -murmuré sintiendo el calor viajar por mi rostro. Él rió ante mi tímida respuesta y yo sólo pude virar la mirada para no perderme en sus ojos negros-. ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías ...
- Con los chicos, sí -sus manos estaban metidas en el ancho bolsillo de su sudadera oscura-. En realidad, ya volvía a casa. Sólo ... Decidí dar una vuelta antes de volver y te vi por el cristal -señaló con la barbilla el enorme vidrio que quedaba a mis espaldas y sus pupilas se oscurecieron-. ¿Dónde está?
Relamí mis labios, apartando la mirada de Kook, logrando así que su mandíbula se tensara. No entraba en mis planes decirle que Minho no había ido, que me sentía humillada y confusa hasta el punto de que me dolía más la ilusión que yo había demostrado por esa cita a el hecho de que él no hubiese aparecido.
Incómoda, volví a tomar asiento a la mesa que había estado ocupando por casi dos horas. Dejé en mi regazo el bolso y me planteé cómo explicárselo sin que quisiera matarlo.
Jungkook percibió mi nerviosismo, así que se aproximó a mí y se dejó caer en la silla más cercana. La acercó a la mesa y sus ojos me taladraron en silencio, esperando a que hablara, pero sin presionarme a hacerlo.
- No ha venido.
Coloqué correctamente las gafas sobre el puente de mi nariz, esperando cabizbaja a que Kookie dijera algo al saber aquello, pero lo único que escuché por su parte fue un molesto suspiro antes de revolver su cabello.
Sus orbes se perdieron en la bulliciosa calle que tenía frente a él, dejándome apreciar sin ningún impedimento su marcada quijada o su ceño fruncido, ese que usaba siempre que algo lo molestaba hasta la saciedad.
Yo, por mi parte, parpadeé un par de veces. Jungkook parecía tan irreal a mis ojos, aunque no lo encontraba inalcanzable, tal y como lo hizo en su momento Minho, sino una persona de carne y hueso, con sentimientos reales, con gestos que lo hacían ver como alguien dolido o enfadado. Y, aún así, no pude imaginar vista más maravillosa que su cabreado rostro. La vena de su cuello comenzó a ser más visible, hinchándose por momentos a causa de la congestión y la furia que lo recorría por dentro.
Su vestimenta era la de siempre; una sudadera negra y unos vaqueros que se ajustaban perfectamente a sus tonificados músculos de deportista. No podían faltar sus botas favoritas para completar el conjunto. A pesar de ser un vestuario de lo más sencillo y cotidiano, tuve que tragar duro al darme cuenta de lo bien que quedaba en él el color oscuro. Por no decir que esa tonalidad lo hacía mil veces más atractivo de lo que ya era.
Sus anchos hombros estaban bien delineados por la sudadera, y no tardé en observar que su respiración se volvió un poco más pesada. Su lengua empujó desde el interior de la cavidad bucal su mejilla. Él empezaba a enfadarse de verdad.
- Ese pedazo de ... -masculló entre el rechinar de sus dientes antes de cerrar los ojos, conteniendo la ira que amenazaba con dominarlo si no ponía un límite.
- Jungkook, no es para tanto -le aclaré, consiguiendo que él buscase mis ojos, alerta a cualquier movimiento en mi persona que pudiera denotar resentimiento-. La verdad es que nunca tuve la esperanza de que ... Ya sabes, él pensase seriamente en mí. No creo que lo haga, así que no importa que no haya venido -sonreí a medias-. No lo odio por ello. Es más, agradezco que decidiera faltar hoy. Así, no me haré más ilusiones. Es lo más fácil.
- Por favor, Maya -me suplicó de repente, con una voz que no se ajustaba a la furia que exhibía en su mirada-. No te sientas mal por esto. Ni se te ocurra pensar que no lograste que se fijara en ti, porque es un estúpido si no lo ha hecho. Date el capricho de maldecir a quien te ha hecho daño -sus orbes me lo pedían de una forma tan desgarradora que estuve a punto de hacerle caso.
- Se me pasará, Kookie -meneé la cabeza, aterrada por la velocidad que estaba tomando mi pulso-. Estoy bien, aunque ...
- No. No lo estás. Tú no mereces sufrir, así que no digas que es algo normal en tu vida porque te juro que con gusto le ... Le partiría la cara a ese imbécil de Minho -gruñó con los ojos inyectados en sangre.
- Jungkook, no exageres -solté una risa, tratando de que viera que me encontraba medianamente bien y que podía haberme afectado mucho peor-. Ya no hay nada que hacer y ... Estoy bien con eso.
Él frunció sus labios hasta que estos quedaron blanquecinos y finos por la presión que ejercía sobre ellos. Tras mirar a través de mí y entender que no le estaba mintiendo, que el peor momento ya había pasado porque él había llegado, su semblante pasó a tomar algo más de serenidad. Continuó así hasta que yo agrandé mi sonrisa y le agradecí con un vistazo que comprendiera mi situación. Él tenía la facilidad de ver mis deseos con una simple ojeada desde que volvimos a acercarnos, y me encantaba que pudiera entenderme sin más palabras de por medio. Nadie lograría hacerlo, sólo él.
- Vale -farfulló.
Bajó un poco el mentón. Su timidez era divertida, y más cuando esta le provocaba esos tiernos sonrojos como el que empezaba a invadir su tersa piel. Cuando sus mejillas se vieron enrojecidas, yo solté alguna que otra carcajada. A lo mejor mi mirada había sido demasiado intensa, pero me gustaba ese tipo de reacciones en Kook. Lo hacían tan humano, tan inocente a pesar de ser todo lo contrario casi siempre.
Olvidando momentáneamente la celeridad que había tomado mi organismo, llevé mis dedos a su barbilla y dejé allí un par de caricias que lo hicieron rodar la mirada, aparentando estar incómodo.
- Yah, Maya -se quejó en el instante en que mis dedos viajaron a su pómulo-. No me trates así.
- Oh, vamos, Jungkookie -lo nombré con extrema dulzura para que su piel se tintase de un carmín aún más potente-. No desprecies mi atención. Te estoy dando las gracias por ser tan considerado.
- Mmmm -murmuró no muy convencido por las risas que solté a continuación.
Estoy muy segura de que si él no hubiera aparecido por esa cafetería, yo habría terminado llegando a casa con las mejillas cortadas por el frío y las lágrimas que hubieran caído de mis ojos. Sin Jungkook, no habría podido seguir adelante porque él era una de las pocas personas que de verdad me demostraban lo mucho que yo le importaba. Y, por dios, cómo no sonreír teniendo a ese chico sonrojado hasta los tuétanos por unas simples palabras bonitas.
- Veo que el chico al que esperabas ha llegado.
Abandoné el avergonzado y sonrojado semblante de mi mejor amigo y alcé la cabeza para encontrarme con el chico que se había preocupado por mí minutos atrás.
Esbocé una grata sonrisa al muchacho, a la par que Kook se giraba para echarle un vistazo por su cuenta. Pude ver a la perfección cómo sus labios se fruncieron de nuevo, a la de defensiva. Lo más probable era que me hubiera visto charlando con ese camarero al llegar y Jeon Jungkook era la persona más desconfiada que conocería nunca.
La brillante mirada del chico me decía que estaba disfrutando de nuestra tonta pelea y de mi insistencia a la hora de incomodar a Kookie. Él creía que Jungkook era la cita a la que había estaba esperando por tanto tiempo.
Entreabrí los labios para negarle aquella afirmación lanzada, pero me callé antes de articular palabra porque tuve que detenerme al ver el sospechoso mohín que Kook hacía con su nariz, delatando la poca gracia que le hacía la presencia del camarero. Quise reír ante su infantil gesto, pero me resultó tan endemoniadamente adorable la desconfiada mirada que le echó, que sólo amplié mi sonrisa, sintiendo que su sonrojo llegaba también a mis mejillas.
- En realidad ... Él es mi mejor amigo -los ojos de Kook viraron hasta mí, relajándose como por arte de magia-. Sabe estar a tiempo siempre que lo necesito.
Sus cachetes se convirtieron en dos cerezas de lo más maduras, dejando claro lo poco que esperaba que yo dijera algo como eso. El chico rió por lo bajó al descubrir el tierno sonrojo de Kook, divertido por la forma en que podía moldear sus rubores a mi gusto.
- Me alegro -asintió-. ¿Debo deducir entonces que la tarta de manzana será bienvenida ahora?
- Creo que sí -confirmé sin apartar los ojos de Kookie.
- Genial -dijo, servicial-. Vuelvo enseguida con el pedido.
- Una cosa más -lo detuve antes de que volviera a su puesto-. Muchas gracias.
Supe que él comprendió que no sólo me refería a unos simples trozos de pastel por la radiante sonrisa con la que me obsequió al instante.
Jungkook siguió observándolo con aire sospechoso hasta que desapareció por la puerta que daba a la cocina.
- ¿Os conocéis? -me preguntó con ese mohín todavía.
- Desde hace unos diez minutos, sí -afirmé, desabrochando mi abrigo y dejándolo en la silla libre a mi otro lado-. Es simpático, ¿no crees?
- Parecía estar interesado en ti -dijo entre dientes.
- Estás un poco paranoico, Jeon -reí tras acomodarme de nuevo en mi asiento.
La conversación fue tomando todos los rumbos posibles, haciéndome estallar en todo tipo de risas que adulzaron mi corazón hasta el punto de emborracharme de la gruñona voz de Jungkook. Él continuó reprochándome el hecho de que lo tratara como a un niño con tal libertinaje.
Cuando salimos de la cafetería, el frío me golpeó de lleno, provocando que tiritase levemente. Metí las manos en mis bolsillos, pero Jungkook, que ya se había colocado su abrigo, volvió a fruncir el ceño, molesto por algo que se escapaba a mi entendimiento pero que lo hacía ver malditamente hermoso.
- ¿Qué pasa? -le pregunté.
Él sólo resopló, actuando más extraño que nunca. De repente, sus dedos ya habían atrapado la mano que yo había resguardado en mi chaqueta para llevarla al bolsillo de su abrigo, pues este era más caliente que el mío. Yo vi perpleja todo el proceso, lo rápido que actuó y la prisa que se dio en tirar de nuestras manos enlazadas para introducirlas en su cálido bolsillo.
Sintiendo el calor en mi cara, dejé que Kookie me condujera hacia la izquierda, el lado opuesto por el que se suponía que quedaban nuestras casas.
- ¿Kookie? ¿A dónde vamos?
Él aminoró un poco la marcha y yo lo observé con algo más de detenimiento para descubrir que el color rojo había decidido tomar también sus pómulos. Aunque, puede que no los hubieran abandonado.
- Tú estabas emocionada por la cita -dijo mientras yo me acercaba a su cuerpo, logrando que se removiera en su lugar, sonrojado-. Así que, tendrás una cita.
Al principio, no comprendí lo que intentaba decirme, pero en cuánto sus pupilas se movieran nerviosas de un lado a otro, tratando de evitar el contacto visual conmigo, yo aguanté la respiración.
J-Jungkook me estaba pidiendo salir. Oh, joder. En mi vida, en mi maldita vida habría esperado que eso ocurriera.
- P-pero ... -tartamudeé, incapaz de ocultar mi sorpresa.
- Tú estabas deseando ver los cerezos en flor, ¿no? -soltó, dejándome helada. Asentí algo cohibida y Jungkook entrelazó con fuerza nuestros dedos a salvo del frío-. Podemos ir a verlos, si quieres. Y, bueno ... Podríamos ir al cine o al sitio que más te apetezca -él escudriñó algún lugar al final de la calle, tapando sus labios tras el cuello de su abrigo en un inútil esfuerzo por esconder de mí el rubor de su rostro-. Es temprano, así que, si quieres, yo ...
- Quiero.
Las dudas estaban en su forma de hablar, en la manera en que jugaba con la punta de su bota o en el continuo temblar de su cuerpo. Él se estaba mostrando ante mí como un pedazo de gelatina, inseguro y tembloroso. Y, por todos los demonios, ardía en deseos de salir con él. No me me importaba que fuese en una cita, eso era lo de menos. Estar con Kook fuera de casa por unas horas era algo que ansiaba tanto que ni siquiera pensé la respuesta. Sólo supe que la había dicho cuando Kookie me miró, algo asombrado por la seguridad con la que le respondí, y asintió en completo silencio.
Yo sonreí tímidamente y fui hasta él, soltando nuestras manos para poder pasar mi brazo por el suyo. Dejé un rápido beso en su mejilla a modo de agradecimiento porque las palabras no salían de mi garganta y temía decir algo que lo incomodara más aún. Sólo me esforcé por tomar de nuevo su mano izquierda, cálida y suave, para volver a entrelazarla con la mía e introducir ambas en su bolsillo.
Hacía un frío que se te metía hasta en los huesos, pero la complexión de Kook era como una estufa gigante en esa época del año, así que me apresuré e hice que nuestros hombros chocasen con una palpable necesidad.
Unos segundos después de que comenzásemos a pasear en dirección al centro de la ciudad, Jungkook se pronunció.
- ¿De verdad el camarero no te pidió tu número o algo así? Él te miraba como si ...
- Por dios, Jeon -reí enganchada a su brazo-. Ese chico es gay.
- Oh, entonces, no ... -dijo, algo cortado.
- En realidad, creo que se ha fijado más en ti que en mí. Se notaba que eras su tipo.
Su risueña risa me hizo sonreír. Aquellas eran sensaciones nuevas que nunca había tenido el placer de vivir, pero que Kookie me hacía experimentar a todas horas. Y mentiría vilmente si dijera que no era delicioso. Estaría mintiendo si aseguraba que el calor en mi estómago se trataba de algo doloroso porque era lo más placentero que había sentido a lo largo de toda mi existencia.
Me apoyé en él sin dejar de caminar y sonreí cuando noté cómo apretaba más la unión de nuestras manos.
Al cabo de un rato caminando, llegamos a uno de los parques más céntricos de la ciudad. Había bastante gente, sobre todo niños corriendo con sus padres alrededor o personas mayores dando un paseo antes de que los últimos rayos de sol se fueran. Yo no me alejé en ningún momento de Kookie a pesar de sentirme algo intimidada por alguno que otro que nos miraba con cariño, imaginando que éramos pareja.
Consciente de mi sonrojo, decidí bajar la vista y dejar que él nos guiase a ambos por los caminos de tierra. Ni siquiera tuve tiempo de pensar y sacar el valor de asegurar que lo que me hacía vibrar era lo bastante profundo como para ser cierto y no una simple ensoñación, porque las suaves comisuras de mi amigo rozaron mi lóbulo, lo que me provocó un repentino escalofrío.
- Mira.
Su susurro me impulsó a hacer lo que decía, alzando la cabeza y chocando con una maravillosa vista, una de mis favoritas.
Me dejé llevar y corté de raíz el agarre que nos sostenía, dando una par de pasos hacia adelante para admirar desde algo más de cerca todos esos árboles que hacía un año no tenía el gusto de ver. El color rosa lo inundó todo, cada esquina del lugar estaba coloreado por el bonito tono pastel gracias a las finas hojas de los cerezos. Estas caían, flotando y viajando al son de la tranquila brisa del atardecer, iluminando aquel parque de la forma más espectacular que nunca vería, pues ya conocía lo hermoso que podía llegar a ser ver un cerezo en flor, pero aquella arboleda era, sin duda, la más espesa y radiante que mis ojos nunca tuvieron el gusto de ver.
Sentía la paz invadirme con aquel regusto dulce y amargo a la vez de sólo pensar que me acompañaba Jeon Jungkook. Aunque estaba concentrada en las hojas que llegaban hasta mí en un delicioso vaivén que las hacía brillar, pude ver perfectamente cómo él caminó en silencio hasta mi izquierda. La pequeña sonrisa en sus labios logró de un segundo a otro que mi latir se tornase más acelerado y palpitante, llegando hasta las yemas de mis dedos, ansiosos por volver a tomar su mano y dejar que nuestros dedos encajasen tan bien como lo habían hecho minutos atrás, sin necesidad de decir nada.
No sabía si era miedo o felicidad lo que me rodeaba, pero empezaba a entender una cosa. Viendo esas bonitas flores de cerezo caer por doquier, mi cabeza empezó a aceptar algo, para lo que pensé, nunca estaría preparada. Y, ciertamente, me gustaba alguien más. Mierda, Jungkook me gustaba demasiado. Mucho más de lo que alguna vez llegué a sentir por Lee Minho. Eso me llevaba aterrando desde hacía semanas, desde que volvió de Japón, para ser más exacta. Pero, allí, con el corazón revoloteando en mi agitado pecho, solo pensaba en él, en lo amable que había sido al llevarme de su mano hasta ese parque, en lo que se incrustaba en mí cada vez que Kookie sonreía o me tocaba, en lo ansiosa que estaba por comprobar si en él también había nacido algo por mí, por mínimo que fuera. Por que yo, empezaba a sentir cosas reales por Jungkook. Mis sentimientos se estaban abriendo a mi mejor amigo como ... Como una flor de cerezo en primavera.
Por miedo a romper la asombrosa sensación que me rodeaba, teniendo tal espectáculo ante mí y al chico que no dejaba de robarme el aliento continuamente, esperé cerca de cinco minutos más en los que sólo me perdí en los pétalos rosados que llegaban hasta nuestra posición, temblando y amenazando con estamparse contra nosotros en cualquier momento.
Cuando mis ojos decidieron buscar algo más en la espesura rosa, el estanque que visitaba con mi padre de pequeña apareció de repente, sacando del baúl de los recuerdos hasta la última ocasión en que visité el lugar junto a mi progenitor. Más ilusionada y alegre de lo que querría estar, alargué la mano hasta la muñeca de Kookie, casi sin fijarme.
- ¿Te acuerdas del estanque? Íbamos con ...
Un gruñido me detuvo en seco.
Cerré la boca y dejé de caminar, de arrastrar a Jungkook por el camino de hojas rosáceas. De manera automática, fruncí el ceño y me volví hacia él, cuestionándome por qué había escuchado un gemido suyo. Uno de dolor.
- ¿Kookie?
Ansiosa y empezando a notar la preocupación derramarse por mi felicidad, traté de encontrar sus preciosos orbes, sin embargo, sólo observé su cabeza gacha y parte de su mandíbula en tensión. Tragué saliva y esperé a que Kook se pronunciase para que mi terror se fuese tan rápido como había llegado antes de que calase en mi sistema y fuese demasiado complicado de controlar, pero, él no me concedió aquel piadoso deseo y continuó mirando el suelo que pisábamos. El único gesto que pude distinguir en su rostro fue cuando pellizcó con una intensidad peligrosa su labio, reprimiendo otra queja.
Entonces, caí en la cuenta.
Apresurada, miré su mano derecha, la que había tomado y todavía sostenía entre mis dedos. Esa que había estado escondiendo de mis curiosos ojos durante toda la arde, resguardándola en el ancho bolsillo de su sudadera.
Al ver ese familiar tono carmín en sus nudillos, que yacían encogidos y rígidos, negándose a mover esas articulaciones más de lo necesario, mi mente enlazó las pruebas, comprendiendo que Jungkook había destrozado la cara a alguien no hacía mucho, muy fervientemente.
- Kookie -lo volví a llamar, sin recibir respuesta por su parte, sólo un gélido silencio, roto por los gritos de los niños y las voces que giraban a nuestro alrededor-, ¿te duele? ¿Por qué ...? ¿Por qué no me lo dijiste en la cafet ...?
- No es gran cosa -dijo en voz baja mientras yo me aceraba a él, temerosa de que estuviera lastimado en algún lugar más que desconocía-. Podemos seguir. Casi no me molesta, Maya.
Ya frente a él, tomé la zona afectada con ambas manos y mojé mis labios resecos, tratando de creer lo que decía y de no imaginar que en realidad estaba agonizando. Intentando creer que había dejado de ocultarme cosas cuando sabía bien que así seguía ocurriendo.
Escudriñé sus dedos ensangrentados; sangre que no pertenecía a mi mejor amigo. Los delgados dedos de Jungkook estaban manchados por aquella sustancia, ya pegada a su piel, algo magullados por el derechazo que había plantado en el semblante del que se había llevado la peor parte del encuentro.
Me enfurecía que Kook perdiera su tiempo en peleas sin sentido, lo reconocía, pero el enfado se esfumaba en el mismo segundo en que recordaba que dar el golpe también hace daño. Imaginar el dolor que debía estar soportando allí mismo porque me había atrevido a tomar su mano, me hacía olvidar lo tonto que era participar en esa clase de asaltos y transformaba la furia creciente en una intranquilidad hacia su bienestar instantánea.
Envolví las palmas de mis manos alrededor de su puño, escuchándolo soltar un leve quejido, seguido de un cálido suspiro que calmó por momentos mi desasosiego. Asegurándome de que su mano malherida se hallaba segura entre las mías, alcé la mirada, a lo que Kookie me imitó, chocando sus ojos oscuros e inquietos con los míos, interrogantes por saber qué demonios había pasado. Qué no me había contado y por qué había decidido ocultármelo.
- ¿Quién es? -su gesto se ensombreció e intentó dejar de mirarme, pero yo fui más rápida y lo tomé de su otro brazo, ejerciendo poca presión pero la suficiente como para pedirle que no retirara la mirada. Jungkook me concedió aquello, con aire arrepentido y de decepción sobre su persona-. Kookie, ¿a quién ha sido?
- Enana, de verdad, sólo ha sido una tontería -dijo meneando la cabeza.
Contuve la respiración cuando sus ojos se clavaron en los míos, pidiéndome que parase antes de que el tema se nos fuera de las manos. Y, sinceramente, no quería preocuparme por nadie más que no fuera él, así que dejé un suave roce en sus nudillos, a lo que él esbozó una pequeña sonrisa.
- Odio que me mientas, y lo sabes -murmuré.
- Ha sido un estúpido metomentodo que tocó lo que no debía y con quién no debía, pequeña -sentí el tierno hormigueo de su aliento en mi mejilla-. Créeme. No es importante.
- Le has pegado, Jungkook -alcé la vista, escrutándolo con más firmeza de la que pretendía, y notando cómo, casi al instante, se tensaba de pies a cabeza por la forma en que dije su nombre-. No me trates como a una niña en esto. Soy lo suficientemente mayor como para saber que se necesitan más que un par de palabras sin sentido para hacerte enfadar hasta ese punto.
Sus dedos magullados se retorcieron en mis manos, buscando, con una angustia, que me resultó de lo más reconfortante, entrelazarse con mis dedos a pesar del dolor que debía estar atacándole. Kookie tomó mi mano y tiró levemente de mí para dejar un casto beso en mi frente. Su otro brazo se deslizó por mi cintura, aferrándose a mis caderas con soltura. Aguanté la respiración. Solo quería que él se quedase conmigo, que confiase en mí para decirme cualquier cosa. Que me abrazase y no me soltase nunca.
- No eres una niña, Maya. Lo sé -sus palabras me estremecieron a la par que sus dedos se hundían siniestramente en mi chaqueta-. Confía en mí, por favor. No ... No quiero seguir hablando de esto, enana.
- Me pones enferma, Jeon -le confesé, sabiendo bien que esa afirmación no iba únicamente por las cosas que trataba de esconderme de forma tan descarada, sino también por la extraña sensación que me recorría por su culpa, por sus palabras, por su tacto. Eso que no sabía cómo llamar y que se atragantaba en mi garganta con más y más frecuencia, enfermizamente.
- Maya -su voz se volvió algo más acaramelada, intentando transformar mi mosqueo en algo dulce. Tristemente, para mi escasa capacidad de oposición a ese chico, consiguió lo que se proponía demasiado pronto. Yo respondí a su gesto y entrelacé mis dedos con los suyos, cuidadosa de no hacerle daño-, sólo un poco más de tiempo, ¿bien? Y te prometo que lo sabrás todo. Hasta ... -escuché con una claridad abismal la urgencia con la que tragó saliva, en un intento de controlar el temblor de su voz-. Hasta lo que prefiero que no descubras.
- Jungkook, sabes que te apoyaré en lo que sea, demonios -lo encaré, sobresaltándolo-. Tendrás el tiempo que necesites, pero, prométeme, por lo que más quieras que, cuando decidas contarme, me lo dirás todo, sin omitir nada por miedo a lastimarme, por favor. Sea lo que sea lo que te atormenta, júrame que serás sincero, y que no debo preocuparme más. Por favor, Jeon.
Y él me miró con tanta dulzura en sus pupilas, con tal amor fundido en ellas, que fue imposible para mí no creerlo, no confiar en él, como siempre.
Él asintió, tímido, y besó mi mejilla, regalando un golpe profundo y certero a mi cordura, sin intención de hacerme ningún mal cuando, en realidad, no hacía otra cosa que confundir a mi inexperto y tonto corazón.
- Te lo prometo -dijo.
Y yo, como no podía ser de otra forma, lo creí, ciegamente.
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04/03/2018
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