
[1.8] "Trauma"
Maya
La música cesó y yo detuve la grabación.
- ¿Bien? -inquirió Kook falto de aliento y apoyando las sudorosas palmas de sus manos en las rodillas.
Asentí dándole a entender que por fin habíamos completado el video. Cuando me pidió ayuda para grabar una cosa, no pensé que se referiría a un baile.
- ¿Para qué es? No me lo has dicho -dije pagando su móvil a la vez que me incorporaba-. Es una coreografía nueva, ¿no? Y la canción tampoco me suena.
- Sí ... -tomó el movil y se rascó la nuca escondiendo un leve sonrojo-. La canción es de un amigo y me pidió que le ayudase con la coreografía ... Es un genio.
Sólo con mirarlo pude ver la emoción y la devoción en sus ojos. No sabía quién era ese chico, pero debía ser genial para que Kookie hablara así de él.
- ¿Quieres salir a cenar? -la sorpresa era notable en mí. Nadie me había preguntado eso antes-. Es tarde, tengo hambre y ... Es viernes. Además, recuerdo bien lo mucho que te gusta la pizza.
- Pero ... -dejé caer mi flequillo para ocultar el sonrojo que me atacaba-. Podrías estar engañándome para llevarme a uno de esos suburbios y vender mis órganos en el mercado negro después de matarme dolorosamente.
- Acordé diez puñaladas con el comprador -musitó Kookie lo suficiente alto como para que yo lo escuchara-, pero podría dejarlas en cinco si aceptas y no te resistes.
Tomó mi mochila de la esquina de la sala y comenzó a acercarse a mí. Yo sonreía como una boba, pero me gustaba que nuestro sentido del humor siguiera allí.
- Sin anestesia, no hay trato -fruncí mis labios reteniendo la risa.
Jungkook perdió y esa graciosa risa se escuchó por todas partes, contagiándome a mí también.
Fueron unos segundos relajados para ambos, pero apenas duraron. Kook se aclaró la garganta y me miró a los ojos, aunque no se preocupó de esconder la sonrisa.
- Lo digo en serio, Maya. Podemos ir a cenar.
Tragué duro, incapaz de desviar la mirada de sus pupilas castañas.
Llevaba ensayando casi dos horas, estaba sin aliento y agotado. No podía creer que dijera aquello de verdad. Con sólo echarle un vistazo, te dabas cuenta de que pedía a gritos descansar de una vez por todas. Y, a pesar de eso, con el sudor frío resbalando por su cuello, me estaba invitando a cenar un viernes a las diez de la noche.
- No tienes que agradecerme nada, Kookie. He venido porque quería y ... -mi voz temblaba, los dos lo sabíamos.
- Enana -un escalofrío me recorrió de arriba a abajo cuando cogí mis cosas y su voz retumbó a mi alrededor-, no busques excusas. Quiero salir a cenar. Da igual que nos encontremos a alguien de clase. Quiero cenar fuera. Con mi mejor amiga.
Confiaba en él, era ... Mi mejor amigo, al fin y al cabo.
- ¿Entonces, no jugarás con mi vida? -le pregunté mandando todas las preocupaciones que rondaban mi cabeza al cuerno.
Kook ensanchó su sonrisa y se encogió de hombros entendiendo mi respuesta.
- Si encuentro una buena oferta, puede que ... -yo le di un suave empujón en el brazo provocando nuestras risas.
- Está bien. Pero recuerda que mi vida vale mucho. No me vendas por una miseria, Jeon -revolví su flequillo mientras su bonita sonrisa me ensombrecía.
- Eso nunca -me guiñó un ojo y deslizó su brazo por mis hombros para acercarme a él antes de salir del aula.
Cerró la puerta tras nosotros y acordamos que yo iría a recoger sus cosas del vestuario mientras que él bajaría a dejar las llaves al conserje. Tuve que llevar una mano al lugar donde mi pecho se agitaba; estaba feliz. Era un sentimiento que había guardado tan hondo que, sentirlo a diario, todavía se sentía de lo más raro.
Mis piernas se movían solas debido a que las últimas semanas había frecuentado bastante aquellos pasillos. Ya no me resultaban extraños y oscuros, sino cálidos. Se podría decir que me gustaba estar allí con los chicos.
Estaba segura de que los vestuarios masculinos quedaban cerca ,cuando vi a un hombre salir de una clase algo apartada. Me sobresalté un poco al ver a alguien más en la academia a esas horas. Los viernes cerraban antes, según me había dicho Kookie, así que me sorprendió que quedase algún maestro.
Aún así, y pese a la tensión que me atacó al ver a aquel hombre pasar por mi lado tras cerrar el aula del que había salido, no olvidé mis modales e hice una pequeña reverencia. Puede que fuera una miedica, pero no una maleducada.
Aquel tipo asintió, agradeciendo el gesto, y desapareció de mi vista tan rápido como llegó. Lo que terminó por asustarme fue pasar por delante de la clase en cuestión y que esta se abriera con un chirriante sonido. Me recordó a una de esas casas encantadas de las películas infantiles, pero me congelé al presenciar la escena en mi propia piel.
Mordisqueé mi labio inferior y volví a mirar a mi espalda para llamar a aquel hombre. Todos me habían dejado claro que las clases no podían quedar abiertas los fines de semana, así que, al no ver a nadie más, me acerqué al aula.
Jimin me dijo que había alguna que otra clase de armonía en el edificio, pero no sabía que había instrumentos.
Con la mano en el pomo de la puerta, me quedé de piedra al ver un piano de cola a unos metros de mí. Nunca había estado tan cerca de uno. Era ... Majestuoso.
Recordé las palabras de mi padre, la forma en que hablaba siempre del instrumento y del sonido que ofrecía, y no pude resistirlo. Olvidé hacia dónde me dirigía y entré ensimismada en las teclas blancas y lo reluciente que se encontraba la pintura negra.
Estaba sola con un piano después de muchos años, y un ritmo comenzó a vibrar en mi mente hasta que, sin darme cuenta, estaba tarareando esa melodía que mi padre tocaba a diario en casa. No era capaz de darle nombre a la canción, pero las notas seguían impresas en mi memoria y mis dedos ardían en deseos de hacerla sonar tras tanto tiempo.
Me detuve frente a la banqueta y barrí con la mirada todas las teclas, intactas. La necesidad de tocar se hizo presente en mí con una urgencia aterradora, así que aclaré mi voz y estiré el brazo derecho dispuesta a volver a hacerlo.
Quería. Mi corazón lo pedía a gritos. Sin embargo, mis músculos se congelaron a una distancia prudente.
Extrañada y nerviosa, traté de acercar las yemas de mis dedos hasta cualquier tecla.
No podía.
Mi respiración cambió y necesité respirar más hondo que nunca para no salirme de control.
¿Por qué no llegaba hasta el piano? ¿Qué le pasaba a mi cuerpo?
- ¿Maya? -Jungkook parecía tan alejado de mí en esos momentos. Estaba tan sola en esto, que el miedo me paralizó-. ¿Qué haces?
Sus pasos sonaban cada vez más cerca de mí hasta que sentí su presencia tras mi cuerpo. Su aliento provocó un extraño hormigueo en mi nuca, pero yo sólo podía pensar en la barrera que se interponía entre ese piano y yo.
- No puedo ... -estiraba el brazo, juro que lo hacía, pero este no se movía-. No puedo tocar.
Al cabo de unos segundos, Kookie pareció comprender a qué me refería.
Trauma. Esa fue la palabra que escogí para una explicación que tuviera sentido. Era comprensible, sí, pero me negaba a aceptar que algo así me estuviera pasando a mí.
Sólo quería tocarlo. Con rozarlo bastaría, estaba segura, pero mi cuerpo no iba a ceder.
Kook tomó mi mano, en contra de mi voluntad, y la llevó hacia él con suavidad.
- Está bien -el miedo estaba ahí.
- Pero, mi mano ... No ... -las teclas desaparecieron, y para cuando quise darme cuenta, estaba abrazándome a mi amigo, aterrada.
- Tranquila, Maya -dejó su barbilla en mi cabeza y tomó con fuerza mi cintura.
Dejé la vista perdida en su camiseta blanca y me hundí en su pecho notando que dolía, dolía más que nunca.
Por mucho que quisiera volver a tocar, no podría. Algo en mi cabeza me prohibía hacerlo. Algo más fuerte que yo y que mis ganas de escuchar su sonido de nuevo.
Jungkook lo sabía. Durante el rato que me retuvo entre sus brazos, repitió varias veces que lo arreglaríamos, que no era irreparable.
Pero, ¿y si lo era? ¿Y si nada podía darme la tranquilidad necesaria como para volver a tocar un piano?
Esa noche, me di cuenta de que mi vida no había cambiado. Seguía siendo lo mismo. Exactamente lo mismo.
Jungkook
Salí de aquella página y entré en el siguiente enlace que me aparecía recomendado. Mientras el blog se cargaba, eché un vistazo a Maya. Llevaba toda la mañana tirada en la cama, ni siquiera se había movido. No había hablado, no me había saludado, ... Se limitaba a respirar y a mirar el techo de su habitación.
Pellizqué el interior de mi mejilla, frustrado por no saber qué hacer para animarla. Ni siquiera Hobi había logrado hacerla reír un rato antes.
Le di al botón de enter cabreado y suspiré. Quería ayudarla, pero si se trataba de algún trauma relacionado con su padre, yo era el menos indicado para echarle una mano. La abandoné poco después y ... Mi cabeza no dejaba de repetir que si no podía tocar, en parte, yo había contribuido a ello al dejarla sola en el peor momento.
- Puedes llorar -dije sentándome en su alfombra con el portátil en las piernas-. Sabes que no diré nada.
- No quiero llorar -musitó de pronto.
- Entonces, dime algo. Lo que sea para que te sientas mejor -la urgí deslizando la barra de la página web.
Pero ya no volvió a abrir la boca.
Los minutos pasaron, y al cabo de media hora, me apoyé en la puerta de su armario, agotado de buscar información para ese estúpido trabajo de química y no encontrar nada.
Solté un largo suspiro y cerré los ojos. No podía soportar aquello. Quería abrazarla y convencerla de que las cosas mejorarían, que llegaría a dar recitales si se lo proponía. El problema era su silencio. Al no decirme nada y guardárselo todo, me hacía pensar que, de algún modo, me inculpaba a mí de ese dolor. Por no haber estado con ella cuando debí estar. Y lo peor es que era verdad.
- No son ganas de llorar.
Dejé de pensar y sólo me incorporé para verla sentada sobre su colcha, al estilo indio y con los labios fruncidos, mirándome directamente a los ojos. Al verme despertar, bajó la mirada sin ningún interés y su cabello me impidió ver su rostro.
- Es miedo.
Sé que debía concentrarme en sus palabras. Por fin se estaba comunicando conmigo desde la noche anterior, pero ... La forma en que su pelo castaño caía, el mohín que hacía con la nariz por no llevar las gafas, ... Me desconcentré sólo por unos segundos. Cuando me di cuenta de que me había quedado mirándola sin siquiera parpadear, carraspeé y clavé la vista en el suelo, sintiendo cómo el calor se adueñaba de mis mejillas.
No debía hacer que estuviera incómoda, y siempre que la miraba así, ella se revolvía en su lugar. Me gustaba, pero eso no importaba. No en esos momentos.
- Es el mismo miedo que sentí cuando te fuiste -su flequillo se movió más, escondiéndose más de mi mirada, haciéndola ver como una niña de seis años, avergonzada de sus palabras-. El mismo miedo a no poder hacer algo que me gusta, como ... Estar contigo.
- Pero yo estoy aquí, Maya -dije, al fin, cabreado conmigo mismo por querer sonreír-. Podrás volver a tocar.
Ella negó convencida. Hizo un gesto, como si estuviera a punto de romper a llorar pero se estuviera conteniendo desde hace rato.
- No puedo tocar. Y no es sugestión, estoy segura.
Fruncí los labios intentando no decir nada innecesario.
- Ven.
Entonces volvió a mirarme a los ojos.
Estiré el brazo hacia ella. Sé que volvió a recordar su mala experiencia de la noche anterior. Sé que no le hacía falta otra cosa que ser escuchada, pero yo la necesitaba a ella.
Me había prometido a mí mismo que no pensaría en lo que yo quería, pero soy famoso por romper promesas, así que sonreí de lado y Maya bajó de la cama a regañadientes.
Pude ver su cara roja cuando tomé su brazo y la acerqué a mí. Intenté hacerme a un lado para que se sentase a mi lado, pero ella actuó más rápido y se acurrucó sobre mi hombro, haciéndome sonreír como un imbécil.
- ¿Qué quieres hacer? -le pregunté permitiéndole jugar con mis dedos y con los latidos de mi corazón.
- No pienso ir a un psicólogo -masculló-. Si mamá no se entera, claro.
- Sólo lo sabe Hoseok -le aseguré fijándome en que los lugares por los que pasaba sus dedos quedaban con un reconfortante hormigueo.
- No quiero que piense que su hija es ... Tan inútil como para no poder tocar un simple instrumento.
- Maya ...
- Quiero tocar, Kookie -siguió diciendo-. Pero no creo que pueda nunca más.
Deslicé el brazo por su espalda para acercarla más a mí y respiré hondo mientras se acomodaba bajo mi quijada.
- Ve al conservatorio.
- ¿Para qué? No podría tocar por mucho que quisiera.
- A lo mejor algún profesor te puede ayudar. Como si fuera una especie de ...
- Terapia -bufó entrelazando nuestros dedos meñiques.
Sonreí levemente y recordé lo mucho que le gustaba sentarse al lado de su padre para tocar lo mismo que él. Daría lo que fuera por verla así de feliz otra vez.
- ¿Eso es un sí? -ella tardó un poco en asentir-. Entonces, vamos. Todavía queda una hora para que el conservatorio cierre.
•••
Y aquí estoy; editando a las dos menos diez de la madrugada un jueves 😂
PERO MIRA ESA OBRA DE ARTE 😭😭😭😭
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