[1.0] "Honor"
Maya
El dolor de cabeza que tenía encima era el peor que nunca me había atacado, pero aún así, conseguí abrir el ojo derecho. Aunque no logré mantenerlo y tuve que bajar las pestañas a regañadientes al sentir la luz del día entrando con intensidad por la cristalera.
¿Por qué narices estaba subida la persiana? ¿Y las cortinas? ¿Por qué no estaban corridas? Yo no podía soportar los rayos de sol cegarme por las mañanas, por eso bajaba las persianas hasta abajo, aislándome del exterior siempre. Así que, cuando esa luz impactó de lleno en mis pupilas, no pude evitar soltar un gruñido de cansancio. Quería dormir más, sólo un poco más.
El cuerpo me pesaba y apenas tenía fuerzas para pensar en todo lo que tendría que hacer ese día. Intentando recordar cómo demonios había acabado tan deshecha la noche anterior, borrosos recuerdos comenzaron a desfilar por mi mente.
Sangre, sudor y lágrimas.
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Recordaba ese líquido viscoso en mis dedos y su olor invadió mis fosas nasales al poco de estar despierta. ¿Por qué sangre?
El sudor también había estado presente en mí por miedo. Un miedo que no conseguía localizar en el espacio ni el tiempo pero que desencadenó todas las lágrimas que hacían de mi pobre cabeza un verdadero hervidero.
Cuando intenté hacer memoria de por qué había derramado tantas lágrimas, di la vuelta envuelta entre las sábanas chocando con algo. Sin ganas de descubrir qué era, me obligué a abrir los ojos sólo para terminar de acostumbrarme al ambiente que ...
- ¿Kook ...? -farfullé alejándome de él.
Fue en ese momento cuando volví a sentir el ardor que provocaban sus cálidos brazos a mi alrededor, tal y como había sucedido esa madrugada.
Había sido él. La sangre era suya y yo había intentado curarle las heridas; el miedo había nacido en mi interior al ver que se marchaba de mi lado otra vez; y las lágrimas ... Esas llegaron cuando se aferró a esa amistad que parecía extinta desde hace mucho tiempo.
Llevé una mano a mis labios más despierta que nunca, tratando de asimilar que las cosas estaban cambiando entre nosotros a una velocidad vertiginosa.
No recordaba haberme quedado dormida mientras me abrazaba, pero al final, los dos caímos rendidos. Supuse que era ya muy tarde cuando el sueño nos pudo porque la fuerza con la que me sostuvo seguía palpitando en mi piel, pero el cansancio se desvaneció en cuanto lo vi allí tumbado. A mi lado.
Ciertamente, había olvidado lo inocente que podía resultar Kookie estando dormido. Sus labios, algo hinchados y con rastros de sangre, estaban entreabiertos. Respiraba tan hondo que dudé si seguía durmiendo o ya había despertado, pero sus párpados lucían morados, derrotados sobre sus ojos.
Justo entonces, Jungkook se movió, como si aquella posición se hubiera vuelto de lo más incomoda. Intentó acercarse a donde yo me encontraba y extendió su brazo entre murmuraciones, pero no tardó mucho en regresarlo a su estómago con una mueca de dolor.
Yo lo observé nerviosa. Sí, había curado los cortes de su rostro. El golpe de su frente parecía haber dejado de sangrar a lo largo de la noche, pero no había descubierto por qué ese afán por llevarse el brazo a la barriga.
Me incliné con cuidado e inspeccioné por encima el estado de la herida de su frente tras mover el flequillo que me impedía verlo. Yo dejé unos segundos los dedos sobre su piel y supongo que ese contacto fue suficiente para que Jungkook abandonase su sueño reparador y volviera a la realidad.
- Maya ... -susurró antes de abrir con dificultad los ojos y verme a mí ante él. Tanto mis mejillas como las suyas tomaron un color rojo de lo más gracioso al mirarnos fijamente-. ¿Qué ...? ¿Qué haces aquí?
- En realidad -dije mientras me acomodaba parte del pelo a un lado imaginando lo revuelto que estaría-, es mi habitación.
Kookie me observó confuso, como si a él también le estuviera costando mucho trabajo hacer memoria sobre lo que había pasado en mi cuarto unas horas antes.
Cuando se intentó sentar y volvió a gruñir por su malherido cuerpo, pareció recordarlo todo de golpe. Al verlo así y con esa cara de adormilado, no pude evitar recordar las noches que pasábamos juntos de pequeños, cuando me abría sus brazos y yo me aferraba a él como si de un peluche se tratara.
- Ese desgraciado me dejó hecho polvo, lo reconozco -comenzó a desabrocharse un par de botones de la camisa como si el calor lo estuviera ahogando, y yo solo pude agachar la cabeza para no caer en la tentación que me estaba mostrando-. Me duele hasta respirar.
Esas palabras me alarmaron hasta el punto de acercarme un poco más a él sabiendo lo peligroso que podía resultar. Dejé caer mis dedos en su estómago con cuidado y lo miré a los ojos.
Jungkook mordió levemente su labio inferior resistiendo las punzadas que lo acuciaban cada vez que algo rozaba esa parte de su abdomen. No miento al decir que el calor se extendió por los poros de mi piel en un par de segundos. Con solo posar mi mano sobre la tela de su camisa negra, era capaz de distinguir donde aparecían sus abdominales, y eso apenas tardó en alterarme.
- Puedo intentar ... -no sabía cómo explicarle mis intenciones, y mucho menos, sintiendo su mirada sobre mí-. Hacerte un vendaje. Es temprano. No creo que Hobi se haya levantado aún.
Mientras estaba hablando, su mano hizo camino hasta llegar a la que yo había dejado en su trabajado vientre. Una relajante tranquilidad me envolvió acompañada de unos tontos nervios, a los que no supe darles explicación, que se aferraron a mis movimientos al sentir que sus dedos se entrelazaban con los míos.
- Va a doler, ¿verdad? -su rostro lucía contrariado pero calmado, y ambos sabíamos que para sacar a la luz esa calma había tenido que recurrir a tomar mi mano entre la suya. Yo asentí francamente. No tenía ni idea de lo que podría encontrarme al destapar su pecho, pero iba a hacerlo, sin importar la reacción que tuviera mi corazón-. Está bien, pero ... ¿Temprano? Hoy ...
Frunció el ceño, y de pronto, sus dedos se enredaron con fuerza a los míos. Yo contuve la respiración al sentirlo, pero ni siquiera me permitió disfrutar de aquel momento.
- Maya -tragó saliva antes de clavar sus ojos en los míos-, hoy es el partido.
- ¿Part ...? -pero recordé perfectamente que Hobi llevaba recordándomelo sin parar desde hacía más de dos semanas.
- Sí -confirmó con seguridad-. Hoy es sábado.
Sábado. Todo a mi alrededor quedó paralizado al escuchar esa palabra. Fue un mazazo porque había temido ese sábado durante días y no había sido capaz de recordar que ya no tenía que esperar más para ...
- ¿Sábado? -mi semblante de terror terminó por asustar a Kookie.
Intentó reconfortarme uniendo con fuerza nuestras manos, pero mi cabeza ya no estaba concentrada en lo que eso significado ni por asomo.
Y, antes de que pudiera pensar en cómo le iba a explicar a Jungkook que la arpía de mi madre debía estar ya en camino para amargar mi existencia por unos días, un grito demasiado familiar para mí hizo que ambos nos girásemos hacia la puerta de mi habitación con el corazón en un puño.
- ¡Maya! !No puedo creer que sigas durmiendo, niña! -su voz había sido la protagonista de tantas de mis pesadillas que mi garganta se cerró de sólo imaginar que nos viera allí a Kook y a mí. En la cama.
- ¿Tu madre está aquí? -él parecía tan sorprendido que quise explicarle lo que ocurría el sábado, ese sábado, pero sus tacones resonaban en los escalones de madera, dándome a entender que su próximo destino era visitarme.
- Mierda, mierda -salté de la cama y cerré la puerta con pestillo ideando algo con lo que salvarnos de una buena-. Mierda. Si te ve aquí, estamos muertos.
- Esta situación sería graciosa si nos encontráramos sin nada encima pero como no es precisamente así ... -añadió junto con una mueca de las suyas. Yo le reí la gracia con una mirada de asco y Jungkook sonrió mientras se incorporaba-. Nos vemos lu ...
Pero varios golpes en la puerta me hicieron retroceder a toda prisa. Ya estaba ahí y Kookie no iría muy deprisa en su estado, así que ya podía ver lo que ocurriría, y ... No era nada digno de recordar en un futuro.
- ¡Maya! Vergüenza te debería dar no recibir a tu madre -sus palabras rasgaban el aire y me hacían temblar de pies a cabeza- Abre la puerta, Maya. No me hagas repetírtelo.
Regresé a la cama, donde Kookie me observaba sin saber qué hacer. No le daría tiempo a escapar antes de que ella abriera la puerta a golpes, así que sólo me quedaba una cosa. La más estúpida y poco factible de todas, pero la única que podía probar llegado ese punto.
- Tápate, rápido -dije entre susurros mientras ponía las manos en sus hombros obligándolo a volver a la cama-. Tápate y olvídate de respirar.
- Maya, no -pero cerró la boca en cuánto vio la urgencia brillando en mi mirada-. Vale.
Se tumbó bajo mis órdenes sin decir una palabra más y yo eché todas las sábanas y mantas que tenía por encima. Corrí a toda velocidad hasta mi armario y agarré las sudaderas y las camisetas recién lavadas para esparcirlas por encima de Kook. Cuando vi la obra de arte que había creado, me insulté a mi misma. Mi madre no sería tan estúpida como para tragarse que yo había dejado todo eso tirado por mi cama, pero la puerta de madera parecía estar a punto de romperse. Sólo me quedaba rezar por una vida larga y duradera.
•••
- ¿Estás listo, Hobi? -le pregunté entrando en su cuarto.
Mi hermano andaba de un lado para otro, intentando pensar si olvidaba algo.
Yo me apoyé en su puerta tras coger su equipamiento del suelo y mostrárselo. Él rodó la mirada y me lo quitó de las manos antes de que pudiera estallar en carcajadas.
- No te rías del pobre de tu hermano mayor -dijo colocándose la camiseta que tenía el número seis y su nombre-. Es un partido importante, ya lo sabes. Tenemos que ganar sí o sí, da igual cómo.
- ¿Y quiénes son esos a los que tenéis que dar una paliza?
- El equipo que nos dejará el camino libre para la final, pero es el peor. Sus jugadores son unos orangutanes auténticos -yo solté una carcajada, pero su rostro permaneció serio-. Son conocidos por romper los huesos de todos a los que se enfrentan, Maya.
- No exageres. Seguro que ganáis -dije entre risas.
- Recuérdalo -dijo tomando sus deportivas y guardándolas en la mochila que usaba siempre que había partido-. Si hoy muero, llévame unos cuántos girasoles a la tumba.
Esa conversación con Hoseok siguió revoloteando por mi distraída mente hasta que salimos de casa junto a mi madre. Seguía sin entender muy bien cómo había accedido a ir a ver el partido, pero no quise pregúntale por los motivos.
Sin embargo, ya no estaba preocupada por ella, sino por Hobi, por Tae y por Kookie. Ese temor que había ido creciendo en mi interior se acrecentó aún más al verlo salir de su casa a la vez que nosotros con la camiseta de tirantes negra y roja puesta. ¿Acaso pensaba salir a jugar así?
Todavía me resultaba increíble que la idea que había urdido en unos segundos hubiera resultado. Habíamos logrado escapar de las garras de mi madre esa misma mañana por los pelos, ¿tantas ganas tenía de morir ese chico?
La verdad es que no pareció estar hecho polvo por la pelea de anoche sino algo cansado. Como si esa mañana se hubiera levantado con el pie izquierdo, pero nada más.
Por eso, cuando mi hermano corrió hacia él con la ilusión y los nervios por bandera para darle un fuerte abrazo, él cerró los ojos y apretó la mandíbula, resistiéndose a revelar lo que le pasaba.
- ¿Ese es Jungkook? Ha crecido desde la última que lo vi -dijo de repente mi madre observando a su joven vecino.
- Sí -concluí yo buscando la forma de hablar con él a solas para convencerlo de que no jugase.
Si jugaba y esos chicos del otro equipo eran tan bestias como Hoseok me había contado, podía acabar mucho peor a cómo lo había encontrado esa noche.
Cuando los dos se acercaron y Kook saludó a mi madre haciendo creer a todos que no sabía de su regreso, yo le rogué con una sola mirada que no siguiera por ahí. No se encontraba en condiciones de jugar ningún partido, y menos ese.
Me pasé todo el trayecto hasta el instituto desesperada por agarrar a Kookie y decirle lo que me rondaba por la cabeza, pero él pareció refugiarse en las preguntas que le lanzaba mi madre sin parar. Sabía bien que yo no aprobaba esa idea suya de salir a la pista, por eso buscaba la conversación de cualquier persona, esperando alejarse de mí y de mis súplicas.
Cuando entramos en el pabellón, había más gente de la que habría esperado. Niños y niñas corrían de aquí para allá entre gritos, grupitos de chicas susurraban entre ellas desde las gradas escogiendo al que tenía mejores músculos, y decenas de madres y padres hablaban con sus hijos, ya fueran a jugar ese día o sólo estuvieran allí para apoyar al equipo del instituto que les correspondiera.
Tae no tardó en aparecer ante nosotros con una radiante y nerviosa sonrisa que expresaba tanto las ganas como los nervios que lo atacaban en esos momentos. Lo que me sorprendió fue ver a su lado a Jimin, con su pelo naranja, llamando la atención y alborotando los corazones de todas las adolescentes que buscaban al más guapo del lugar.
Me regaló una dulce sonrisa y yo se la devolví antes de que Tae se tirara hacia mí hecho un manojo de nervios. Pensé en contarles lo de Jungkook, pero sabía que si lo hacía, Kookie me odiaría por todos los siglos. Sólo podía intentar retenerlo unos segundos antes de que el partido diera comienzo y fuera demasiado tarde.
- Entonces, ¿decís que lo tenéis difícil? -dijo Jimin cruzándose de brazos tras llevarse a la boca un chupachups de fresa-. Yo diría que podéis con ellos. No parecen tan duros.
- Espera a verlos ahí -aclaró Hobi más serio que nunca-. Para esos tíos no hay amigos en el terreno de juego.
- ¿Alguien quiere ser mi escudo humano? -preguntó Tae en un intento de sonrisa-. A uno de ellos no le he caído muy bien en los vestuarios.
- Seguro que le has contado el chiste de la vaca -añadió Jungkook divertido, tratando de relajar el ambiente.
- Es que es muy bueno -respondió justificando sus acciones-. Maya siempre se ríe.
- Pero ellos son unos animales a punto de embestirnos, TaeTae -dijo Kook acariciando su cabeza para que mi mejor amigo entrara en razón-. Maya, no.
- Bueno ... -masculló mi hermano haciendo que los ojos se me saliesen de las órbitas al instante.
- Hobi, las flores de tu tumba están en juego -le di un par de palmadas en la espalda, a lo que Jimin comenzó a reír y Jungkook sonrió-. Todavía puedo comprar unas cuantas cartulinas de colores y hacerlas yo misma para después ...
- Y yo me llevo el mechero para la hoguera -saltó Jimin con lágrimas en los ojos por las carcajadas.
En apenas unos segundos, los cinco estábamos riendo por su comentario. Casi sentí que el tiempo no había pasado, que nada había ocurrido y que nos conocíamos desde niños todos.
Ya rozaba la felicidad cuando un agudo sonido nos interrumpió de sopetón, rompiendo el buen rollo que había surgido entre nosotros.
- ¡En dos minutos comienza el calentamiento! -gritó el entrenador de los chicos después de abandonar el silbato.
La garganta se me secó y volví a mirar a Jungkook. No me hizo falta más que tirar de su camiseta para que los cuatro posasen los ojos en mí.
- Necesito hablar contigo.
Él pareció dudar si escapar de allí corriendo, pero acabó por asentir con algo de reticencia en sus actos. Les dio a sus compañeros una mirada de confianza, y estos pasaron a despedirse de mí. Tae me envolvió en sus brazos y yo le deseé suerte. Sabía lo niño que podía ser a veces, pero era consciente de que daría todo lo que tenía en ese partido.
- Suerte, hermanito -dije al oído de Hobi cuando se acercó a mí tembloroso.
- Después no te escapas -me dijo refiriéndose a lo que fuera que Jungkook y yo estuviéramos tramando.
Una vez los dos se hubieron alejado, Jimin me miró alegre.
- Te guardo un sitio, Maya -dejó una mano en el hombro de Kookie para comprobar lo que había estado sospechando desde que llegamos y lo miró preocupado-. No hagas el tonto, gaviota.
Jungkook asintió cabizbajo y los dos observamos cómo se marchaba hacia las gradas revolviendo su pelo. Yo quise averiguar cómo había descubierto que Jungkook estaba hecho polvo, pero deduje que sería porque lo conocía bien y sus prácticas de baile habían hecho que supiera de su estado físico sólo con un vistazo.
- Odio cuando hace eso -Jungkook parecía asustado, pero nunca admitiría algo así, o eso pensé-. Cuando me trata como a un niño que no sabe lo que hace.
- Puede que tenga razón -dije pensando en qué podría hacer para convencerlo a que me acompañase a las gradas como un espectador más-. No estás en condiciones de salir ahí, y lo sabes, Jungkook.
- No, Maya. No sigas porque voy a ayudarlos a ganar. Tengo que hacerlo.
- ¿Y tu estómago, qué? -mi voz sonaba acusadora, pero tenía que hacer fuerza para evitar su propósito suicida.
- Estoy bien. Me encuentro mejor -acabó susurrando, incapaz de convencerse a sí mismo siquiera.
Puede que ya no necesitase estar continuamente agarrando su vientre por el dolor y que el corte de su labio pasara bien desapercibido, pero por dentro, el malestar lo corrompía. Sólo de imaginar el infierno que le supondría una vez tuviera que correr, me quise poner en su lugar con tal de que no se metiera en la boca del lobo.
- Por favor -dije acercándome a él-, puedes acabar muy mal si descubren tu punto débil.
- Créeme, enana -me miró a los ojos con renovadas energías y una simple sonrisa adornando sus rosados labios-. No tiene por qué ir en mi contra.
- ¡Chicos, venid todos de una vez! ¿Y Jeon? -berreó a nuestras espaldas su entrenador-. ¡Jeon Jungkook!
- Por dios, esto es una locura -me dije a mí misma para intentar calmar al acelerado de mi corazón-. Es una maldita locura.
Entonces, con las llamadas del prepotente de su entrenador de fondo y el barullo de la gente que comenzaba a impacientarse, Jungkook se inclinó hacia mí y enterró la cara en mi cuello mientras sus brazos me acercaban a él.
Yo al principio me quedé de piedra, pero terminé por relajar los músculos y respirar hondo antes de pasar las manos por su espalda, ansiosa por que la mañana pasara sin incidentes.
- Deséame suerte -sus palabras me hicieron sonreír. Jungkook no era alguien que se echara atrás con tanta facilidad, pero esa cualidad suya, en ese momento, me hizo temer por más cosas que nunca-. La voy a necesitar.
- Ya la tienes -dije confiando en él demasiado-. Ten cuidado, Kookie. No quiero preparar tu tumba antes que la de Hobi.
Su adorable risa me envolvió antes de notar el beso que depositaba en mi mejilla. Con esa sonrisa de falsa seguridad, me dijo adiós. Sus pasos parecían limpios, sin tropiezos, pero estaba esforzándose tanto que me daba miedo lo que pudiera ocurrir a partir de ese momento.
Busqué con la mirada a Jimin, y vi que, efectivamente, había reservado un asiento a su derecha. No tenía idea de dónde podía haber acabado mi madre, pero prefería miles de veces la compañía de ese chico de pelo naranja que la de mi madre y sus cuestionarios de siempre.
Cuando me senté a su lado, él relajó el gesto y continuó mirando hacia el grupo de mi hermano. Su mandíbula estaba tensa y los músculos de sus brazos en una tensión permanente.
- ¿Quién le ha dado la paliza? -me preguntó sin apartar los ojos de Jungkook, analizando cada uno de sus precavidos pasos-. No creo que el otro haya salido mejor parado que él, pero no resistirá mucho así. Ni siquiera esa gaviota puede.
- No lo sé -admití recordándome que tenía que descubrir la respuesta a esa pregunta lo antes posible-, pero no se va a rendir hasta que esto acabe.
- Sí -una pequeña mueca hizo que sus labios se curvasen hacia arriba en un pobre intento de sonreír-, es demasiado testarudo. Demasiado honorable con sus amigos.
Honor. Pero, no era el suyo, sino el de su equipo. Todos estaban realmente emocionados por llegar a la final y Kookie no iba a dejarlos tirados habiendo llegado tan lejos.
En el momento en que el árbitro dio inicio al partido, deseé que ese honor no estuviera allí. El honor no te salva de las lesiones. No te salva de los que están dispuestos a cualquier cosa por ganar.
El honor, esa mañana, fue el que hizo que la sangre corriera en la cancha.
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