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[0.9] "House of cards"

Capítulo largo xD

Maya

Las manecillas del reloj que había colocado en mi mesilla de noche, me destruían poco a poco. El tiempo se había convertido en una pesada carga que llevaba sobre los hombros desde las doce de aquella madrugada.
Si me paraba a pensar que llevaba sentada en la cama más de dos horas, el mundo se me caía encima y la desesperación hacía acto de presencia en la penumbra de mi cuarto.

¿Por qué había confiado en él? ¿Por el estúpido detalle de haber hablado de mí en su círculo de amistades? Cada vez que recordaba cómo le dije que nos veríamos en mi habitación el viernes por la noche, con esa sonrisa de idiota, me arrepentía de ser tan débil con él.

Mil veces me dejaría llevar por aquellos sentimientos que ocultaba bajo capas de mentiras, y mil veces lloraría como una verdadera estúpida al ver la cruel realidad de que, ni en sueños, Jungkook volvería a ser mi amigo. Mi confidente.

Deshice la coleta que recogía mi pelo desde la tarde y me dejé caer en la cama con la desilusión escrita en mi frente. Quería pensar que nunca hubo una oportunidad, que en ningún momento tuve esa esperanza corriendo por las venas, dándome una razón para sonreír. Sin embargo, durante ese día, no había hecho otra cosa que imaginar en mi mente todo lo que podría ocurrir una vez se sincerara.

Pensé que conseguiría salvar los resquicios de nuestra amistad y volverlos a juntar, como si esa relación fuera un sencillo puzzle de lo más fácil de terminar. El problema era que las escasas piezas que había logrado rescatar a lo largo de los años, no eran las correctas, y se escapaban de mis manos con tanta facilidad como mis lágrimas amenazaban con aparecer.

Con la garganta seca como señal de que el llanto se aproximaba, llevé ambos brazos a mi rostro para taparlo por la vergüenza que sentía. ¿Vergüenza? Era más que eso y mi cuerpo lo gritaba sin necesidad de abrir la boca.

Puede que me sintiera avergonzada porque me había usado como había querido y yo no se lo impedí, es más, le dejé el camino limpio y sin ningún obstáculo. Pero también notaba rabia y menosprecio. En un primer momento, tras morderme el labio y cerrar los ojos con demasiada fuerza resistiéndome a llorar, creí que la mezcla de esos dos sentimientos era de pura impotencia, por verme incapacitada.

Al cabo de un par de minutos creyendo esa mentira que mi propio subconsciente había creado, las lágrimas surcaron mis mejillas sin previo aviso, deslizándose por mi piel para acabar derramadas en mis sábanas de ositos. Cuando las noté, me mantuve en silencio, pensando que así me calmaría y lograría cerrar los ojos unas pocas horas. Y haciendo gala de las buenas decisiones de esos últimos días, no tardé en sollozar como una niña pequeña antes de enrollarme entre las finas mantas y hundir la cara en la almohada, cabreada conmigo misma y con todo lo que me rodeaba.

Imaginé lo simple que habría sido mi vida si aquella mañana, después de separarme de él, hubiera construido un muro más alto. Uno lo suficientemente grande como para que nunca se le pasara por la cabeza poder escalarlo, pero ese error me iba a perseguir siempre. Siempre lo sufriría. Siempre me lamentaría. Siempre me sentiría atrapada en una mentira.

Eso pensé mientras me desahogaba aquella madrugada.

Me faltaba el aire. Se podría decir que agonizaba por momentos, y la verdad es que, podría haber parado. Estaba frustrada y enfadada, pero eso no quitaba que las fuerzas me hubieran abandonado. Lo que pasó es que decidí soltarlo todo, sin dejarme nada guardado.

Y, lo habría seguido haciendo, pero un cortante ruido me hizo contener la respiración. Apenas lo hube escuchado, supe de dónde provenía. Fue por eso que salté de la cama mientras hacía desaparecer con las palmas de mis manos todas las lágrimas que habían bañado mi rostro los últimos diez minutos.

Una vez deslicé las cortinas, dirigí mi acuosa mirada a su casa, demostrando esa tonta ilusión de nuevo.

Lo que vi fue su sombra, deshecha, prácticamente doblada por la mitad intentando apoyarse en su escrito. Podía ver el desastre que había causado desde mi habitación a la perfección, sin importarme que se girara y me viera allí parada, con la cara roja e hinchada de haber llorado como nunca.

Sus pasos eran torpes e indecisos, como si quisiera evitar romper algo más que el cuadro de una foto y le estuviera costando más de lo planeado.

Me restregué otra vez los ojos queriendo aclarar mis ideas y me fijé mejor en Jungkook. Su forma de andar era extraña, lenta y ... Rota. Cuando me di cuenta del motivo, abrí la cristalera sin pensarlo. ¿Cómo había acabado así? Hacía apenas unos segundos pretendía sacar las fuerzas necesarias para odiarlo con toda mi alma y ahora tenía el estomago hecho un ovillo de solo pensar en cómo podía haber acabado así de mal.

Nunca había visto a Kook pelear, pero todos en el instituto lo alababan y veneraban por sus golpes siempre que surgía la ocasión. Así que, caminé con una determinación increíble hasta su ventanal, incapaz de quedarme allí encerrada viéndolo retorcerse de dolor.

Jungkook

Apenas podía caminar debido a los lacerantes y dolorosos pinchazos que sentía por todo el cuerpo, como puntiagudos aguijones inyectando el peor de los venenos en cada fibra de mi ser. Fue entonces, mientras resistía el sufrimiento forzándome a pensar en por qué lo había hecho, cuando acepté que no era más que un saco de huesos y músculos. Podría ser Jeon Jungkook, pero eso no me haría salir indemne de una pelea como aquella, ni mucho menos.

Las escenas viajaban por mi cabeza a la velocidad de la luz, desde el primer empujón de ese energúmeno hasta su maldita razón para empezar una pelea conmigo. Lo odié tanto como pude, pero eso no valió nada cuando me agarró del cuello de la camisa y me arrojó sin miramientos contra la pared más cercana.

Una vez en mi cuarto, dando gracias porque mi madre no estuviera allí, quise volver a donde lo había dejado hecho polvo, deseando poder volver en el tiempo y romperle esa sonrisa de superioridad a puñetazos. Sin embargo, por mucho que quisiera hacerlo trizas con aquella intensidad, nada cambiaría que yo también había recibido. Más que en ninguna otra ocasión.

El corazón me palpitaba inquieto todavía en la garganta y tenía que sujetarme el vientre con ambas manos, temeroso de que algo se desencajara en mi interior de un momento a otro. Si me paraba a pensar en lo resentidas que habían quedado mis costillas por la pelea, me insultaba a mí mismo por haber acudido a su llamada. ¿Quién me mandaría ir? Tendría que haberlo mandado a la mierda cuando pude y no haber caído ante sus innecesarias provocaciones.

Si le hubiese hecho caso a mi mente en vez de a mi corazón, ahora no estaría en ese estado y ... Joder, Maya. No le habría fallado de nuevo.

Quise golpearme con toda la furia que corría por mi sangre al pensar en ella, decaída otra vez por mis esperanzadoras palabras.

En esos instantes en los que el mundo se me venía poco a poco abajo y todos mis músculos gritaban por un descanso, quise huir de casa, correr hasta dónde mis magullados huesos me permitieran. No podía mirarla a la cara, no después de haberle regalado unas promesas que había roto con creces a esas alturas de la noche.

Pensando en cómo me vería, en cómo podría disculparme sin hacer que sus alarmas de madre sobre protectora saltasen, unos golpes en mi ventana me hicieron girar la cabeza. Intenté tomar algo de aire cuando la vi al otro lado con gesto preocupado y rogándome que le abriera.

Me apoyé como pude en la pared y miré al suelo arrepentido de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Lo más sabio era impedirle el contacto visual, y menos aún, el físico, pero por mucho que creyera eso y supiera que era lo correcto, mis acciones no hacían caso a lo que realmente pensaba.

Estaba siendo egoísta, un egoísta sin precedentes al caminar con cuidado hasta el cristal. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué excusa diría esta vez? ¿Cómo resistiría la tentación que suponía contar la verdad? No importaba. Nada de eso importaba porque lo único que buscaba era su tacto aún sabiendo lo que significaría.

Dejé caer mi costado en el inmenso ventanal mientras mis doloridos dedos, todavía manchados con su sangre, intentaban agarrar el pasador.

- Abre, Jungkook -su voz era de lo más lastimera y pesada-. Abre, por favor.

Relamí mis labios descubriendo otro corte en ellos y empujé la cristalera a ciegas dejando que el aire fresco entrara en mi cuarto junto a Maya. Al segundo, ella movió el cristal para poder pasar y mirarme de cerca, como si lo que estaba viendo le resultara imposible, inviable.

- Maya ... -dije apoyando mi espalda en las cortinas-. Siento no haber podido ... Venir antes. Era complicado.

- Haz el favor de callarte -murmuró ocultando gran parte de su miedo-. Te tengo que curar eso -a lo que llevó sus dedos a mi frente, apartando suavemente mi flequillo y ofreciéndome la paz que tanto había añorado desde que la perdí.

- Sólo son golpes -añadí viendo mi error al haberla dejado entrar no sólo en mi habitación, sino en mi vida -. En unos días serán ... Espera ...

Me quejé al sentir las yemas de sus dedos en mi herida. Sabía que intentaba reconfortarme de la mejor manera posible, pero ese corte dolía demasiado, por lo que no me resistí y tomé su brazo lejos de mí sintiéndolo en lo más hondo de mi corazón.

- Ven -dijo sonando algo extraña. Se colocó a mi derecha pasando el brazo izquierdo por mi espalda sin apenas tocar mi ropa-. Necesitas una cura rápido.

Y antes de que pudiera pestañear, Maya me estaba guiando hacia su habitación, abierta de par en par para mí.

Al cruzar el ventanal, ella lo cerró sin olvidarse de mi estado y me llevó entre cargados suspiros hasta su cama. Con delicadeza, me senté en ella, liberándola de mi carga para poder quejarme ante su nublada mirada.

Maya se mantuvo de pie frente a mí, examinándome con los brazos en posición de jarra, pensando en lo mal que me veía mientras yo me limitaba a contener los lamentos que comenzaban a acumularse en mi traquea. No quería que me viera así de débil, pero por otro lado, no había nadie más con quien quisiera estar tanto.

Habría dicho todos los improperios que pasaban por mi mente como barrera entre los dos, pero sus ojos me anestesiaron tan bien, que no necesité más que seguir mirándola. Ni la mejor de las curas podría haberme hecho sentir tan renovado como lo hizo Maya con sus bonitos ojos oscuros.

- No te muevas -me ordenó rompiendo esa conexión que habíamos establecido-. Voy a por ... El desinfectante.

Pero habría sacrificado mi salud sólo por mantener lo que había experimentado cuando Maya me tocó. Todo mi cuerpo respondió con un delicioso escalofrío mientras mi estómago giraba vertiginosamente de sólo recordar todas las veces que había suplicado su compañía en silencio.

Es normal que intentase agarrar su mano antes de que saliera de la habitación, alejándose de mí. Hacía mucho tiempo que no pedía con esa angustia su roce ni su presencia.

En el momento en que la vi entrar de nuevo a toda prisa y de puntillas, la miré sintiendo que el dolor era cada vez menor. La miré y pensé que era más madura que nunca. Que estaba más guapa que nunca.

Maya

Cogí todo lo que encontré en el baño, pensando en Kookie. No sabía por qué había peleado ni quién le había hecho todo eso, pero se lo iba a sacar. Estaba harta de mentiras y más mentiras, así que no dudaría en exigirle una explicación real.

Pensé en cómo reaccionaría Hobi al saber del estado de Jungkook. Por eso llevé un dedo a mis labios dándole a entender que no teníamos que hacer ruido. Si mi hermano nos descubría, se pondría histérico.

Él entreabrió los labios con la intención de decirme algo, pero cuando me senté a su derecha en la cama dejando todos los productos en el suelo, su boca volvió a sellarse.

- Explícame qué te ha pasado -omití el "por favor" por puro orgullo, pero mis palabras esperaban su respuesta, agonizando desde que lo vi.

- Yo ... -dijo apoyando su mano a mi lado mientras que con la otra sujetaba su abdomen-. No he logrado salir limpio de esta.

- ¿De esta? -cuestioné exasperada por la tranquilidad con la que se expresaba. Cogí el alcohol y lo abrí de mala gana-. Si ha habido otras peleas, dime quién narices era el otro para que estés así.

- ¿Y qué conseguirías con eso? ¿Odiarlo? ¿Irías a vengarte del pobre Jungkook? -dijo intentando sonar gracioso.

Fruncí los labios evitando mirarlo a los ojos y vertí el alcohol en un pedazo de algodón. Quería decirle tantas cosas que ... Preferí continuar muda.

- Lo siento -dijo al notar mi incomodidad-. Sé que sólo estás intentando ayudarme.

- Pero tú te empeñas en hacerlo todo más difícil, como siempre -refunfuñé antes de tomar su mejilla en mi mano y comenzar a limpiar ese corte que estropeaba su carnoso labio.

- Lo siento -su aliento chocó con mi nariz, mostrándome lo cerca que estábamos y acelerando mi ritmo cardíaco-. De verdad.

- He ... He estado horas esperándote, y ahora te encuentro así -yo nunca tartamudeaba, ni en la peor de las situaciones, pero aquella escena ... Me estaba alterando, tanto por él como por su sangre en mis dedos-. ¿Qué quieres, Kookie? ¿Que te pregunte cómo te ha ido el día?

Jungkook dio un respingo por el líquido en su labio inferior pero se limitó a enterrar su mano libre entre mis mantas, soportando el escozor con una entereza que me alivió.

- Maya -masculló mi nombre sin apenas elevar la voz. Yo alcé la mirada, sin romper el contacto entre mis dedos y su pómulo, para responder a su apelación. Sus ojos brillaron con tanta intensidad al hundirme en ellos que llegué a temer por mis nervios seriamente-. Me has llamado ...

Aunque no fue capaz de decirlo, yo comprendí a qué se refería con tan sólo un segundo de por medio.

Bajé la cabeza y concentré toda mi atención en la herida que estaba curándole, rememorando mis palabras mentalmente. Recordando que lo había llamado como hacía años que no lo hacía.

Sin embargo, su apodo en mis labios había sonado tan natural, que me sentí bien por haberlo soltado. Noté el aire adentrarse en mis pulmones con una extraña sensación de relajación. Echaba de menos llamarlo así.

Transcurrieron dos minutos en los que ninguno de los dos se pronunció. Jungkook me observaba en silencio y yo limpiaba el corte de su frente sosteniendo su flequillo marrón oscuro a un lado. Querría haber detenido el tiempo. Querría haber dejado a un lado mis deberes, mi rectitud, pero no podía. Todavía no.

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Estaba colocando un pequeño parche en su frente, pero mientras lo hacía, su semblante cambió. Kook había tenido el gesto relajado todo el tiempo, sin ningún tipo de queja por el picor del alcohol, pero entonces, su cara tomó un aire apenado y sorprendido.

Agarró la mano con la que estaba terminando de colocarle la venda y alejó el brazo que tenía en su vientre para colocar sus dedos en mi mentón, alzando mi rostro para verlo más de cerca.

El corazón se me disparó en todas las direcciones posibles imaginando cuáles podían ser sus intenciones al tocarme con aquella suavidad.

- Tienes los ojos hinchados. Has estado llorando. -dijo con algo de enfado. El mismo que desapareció a los pocos segundos al darse cuenta de por qué había derramado esas lágrimas. Sus hombros cayeron sin fuerzas y la tensión se esfumó de su rostro, dejando ver a un chico arrepentido hasta la suela de los zapatos-. Por mí. Por mi culpa.

Yo tragué saliva, preocupada por lo que diría después de ver lo que causaba en mí cada vez que me mentía o que me usaba.

Jungkook me miró, pero clavó sus pupilas en las mías con tanta fuerza, que las lágrimas volvieron a acumularse en mis ojos. Abandonó mi barbilla y soltó mi muñeca para acabar volviendo la cabeza hacia la pared, dolido.

- Sólo sirvo para eso. Para hacerte sufrir -se levantó, pero no tardó en volver a llevarse el antebrazo al estómago, haciéndome ver que algo no iba bien con esa parte de su cuerpo-. Gracias por la cura.

Se giró dándome la espalda y avanzó lentamente hacia mi cristalera.

Mis lágrimas habían aparecido de nuevo, correteando por mis mejillas mientras él se marchaba. Mis dedos temblaban, viendo que la puerta que había abierto para Jungkook, volvía a cerrarse. Y mis labios estaban desesperados por retenerlo allí aunque fuera sólo para darle las gracias. ¿Las gracias? Sí. Lamentablemente, seguía guardando mi agradecimiento por todo lo que habíamos pasado.

Siempre le exigía la verdad, lo insultaba por cualquier cosa, por cualquier estupidez. Pero lo importante, eso que siempre había querido decirle, continuaba encerrado bajo llave en lo más profundo de mis sentimientos.

- Kookie -mi voz se rompió sin remedio.

Uno de mis sollozos rompió el ambiente, obligándolo a mirarme.

- No te vayas otra vez -la garganta se me cerraba, lanzando la alarma de que pronto no podría articular palabra-. Por favor.

Con las lágrimas empañando mi vista, observé cómo su resentido cuerpo regresaba a la cama. Dejé escapar una mezcla de suspiro y queja cuando su pecho se abrió para mí, para que soltara todo lo que tenía dentro, sin necesidad de guardarme nada esa vez.

- Vale -y por su forma de hablar supe que el llanto llamaba a sus puertas también. Llevó su mano a mi pelo suelto y me acercó a él conteniendo la respiración-. Vale, enana.

Volví a ser egoísta esa noche. Ya lo había sido al pedir mi felicidad antes que la suya, pero aquel estúpido pensamiento se marchó en cuánto me abracé a su torso. El calor que desprendía me hizo olvidar que acababa de tener una pelea y su estado no era el mejor. Sólo lo recordé cuando un gruñido escapó de su labios, maldiciendo mis impulsos al segundo.

- No -resistió con dureza a la vez que escondía el rostro en mi cuello húmedo-. Estoy bien. Ahora sí.

Fijé la mirada en un punto de la pared, perdida en su voz y en la necesidad con la que me retuvo en sus brazos, imaginando cuántas veces habríamos soñado ambos con eso. La liberación que se extendió por mis extremidades entonces fue demasiado buena para ser real.

Era la primera vez que me decía la verdad.

Puede que estuviera hecho trizas por fuera y que deseara dejar el cuerpo muerto por el dolor que le causaba el más mínimo movimiento, pero la desesperación que compartíamos era palpable. Ninguno habría cambiado aquellos instantes por nada en el mundo.

Dejé de reprimir las lágrimas, y estas brotaron sin impedimentos por fin, sabiendo que Kookie derramaba las suyas en mi nuca.

Los recuerdos colapsaban, como aquella casa de cartas que él solía hacer las noches de tormenta para distraerme. No importaba cuántas veces lo intentase, siempre acababa rompiéndose antes de llegar al final.

Ahí me di cuenta de lo fácil que podíamos rompernos.

Sólo había hecho falta que deslizara aquel maldito cristal para que Jungkook volviera a mi vida. Sólo había necesitado correr una carta que me retenía dentro de esa pirámide para que todas las demás cayeran en el olvido y tuviera la oportunidad de volver a colocarlas.

Pero, esta vez, habría una diferencia. Costaría más tiempo, era consciente de ello, pero la casa de cartas no volvería a desmoronarse conmigo dentro porque ya no estaba sola.

A pesar de eso, todo temblaba, como siempre. Lo que estaba surgiendo entre nosotros era más peligroso que nunca y no podríamos resistirlo por mucho tiempo.

Y, aún sabiendo lo duro que sería si algo fallaba y la casita se rompía, seguí adelante. Me escondí en su regazo entre desgarradores sollozos y fingí que ese sueño era estable y duradero, que podría mantenerlo con vida mientras él estuviera allí.

Después de todo, puede que fuera yo misma la que decidiera vivir en esa mentira.

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