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Dulces alegrías

Un año después.

La vida les sonreía mientras disfrutaban de sus vacaciones en los Pirineos.

Shura les había invitado a conocer el país que lo vio nacer y Moni no podía estar más encantada.

Colgada del brazo del español, se perdía en el brillo de esos ojos verdes mientras le mostraba los atractivos turísticos, museos, catedrales y, por supuesto, el arte callejero. Shura estaba más que dichoso de tenerla a su lado, en su vida.

Estar a solas con Moni, disfrutar de su compañía había borrado de su sistema el mal sabor de boca que aún guardaba profundo en su alma, el que había dejado su matrimonio. Ella era la antítesis de su ex esposa y su corazón latía feliz con sólo compartir pequeños momentos, dulces alegrías y de paso, le ayudaba a sanar su último gran trauma. No había llegado a ultrajarlo, pero Shiryu lo había manoseado y lubricado a gusto mientras él yacía bajo los efectos de las drogas que le administró. Eso era difícil de superar y necesitó de un psicólogo, tal como lo había predicho.

Pero ahora, estando junto a la hermosa mujer que lo acariciaba por el brazo, se sentía bien, completo, feliz.

Camus había viajado con Cid a una conferencia y ya estaba volviendo junto a ellos.

Tras los problemas causados por Shiryu, Dohko abandonó la empresa. Él no era responsable de las acciones de su hijo, pero no podía procesar que hubiera secuestrado al hijo de su socio e intentado violentarlo sexualmente, se sentía asqueado. Volvió a China con su esposo y desde allí, vería la manera de ayudarlo con la condena, serían muchos años y esperaba que Shiryu entrara en razón y se arrepintiera de su proceder.

La galería ErotikArt se vestía de fiesta, su modelo más famoso se casaba y Moni no podía estar más feliz.

Todos habían viajado a Grecia para asistir al casamiento de Aioria y Angelo, la familia estaba reunida, Cid, Sísifo, Aioros y Saga veían todo lo que había logrado el menor y cómo se había afianzado en el mundo de la moda, tras algunos trabajos posando para la famosa artista del erotismo. Ya su carrera estaba en auge y lo que Moni había producido basándose en su imagen, recorría el mundo, elevando la fama de ambos.

Angelo continuaba con su profesión de fotógrafo y también usaba a su adoración como principal modelo y musa de sus creaciones.

Parados allí, frente al sacerdote, con Manigoldo, hermano del italiano, y  Shura como testigos, daban el sí ante Dios y se unían para siempre, rodeados del amor de sus seres queridos.

El lugar elegido para la celebración lo había elegido Angelo, ya que, desde hacía unos meses, también trabajaba con Moni en la ampliación de la galería y habían agregado nuevos rubros al negocio.

Quería darle una sorpresa a su amado rubio, pero no era sólo él, Moni también pensaba usar el lugar a su antojo.

Tras los agasajos, Angelo arrastró a Aioria al lugar elegido, donde colocó una cinta de seda en sus ojos y lo levantó en brazos.

Cerró la puerta al entrar y siguió con su tesoro en brazos hasta el centro de la habitación, donde lo sentó en una silla colocada especialmente para la ocasión.

Aioria no hacía más que respirar agitado en anticipación pero se dejaba hacer, sabía que estaba con la persona que lo cuidaba como a una piedra preciosa.

Un suave aliento antes de sentir los labios sobre los suyos y las manos apenas acariciando sus rizos.

-Eres mi más preciado tesoro, haberte conocido fue el mayor regalo que me dio la vida y te quiero complacer como mereces. Sólo necesito que me dejes hacer, sin quitarte la venda y te abandones a los sentidos...

Aioria sintió hiperventilar su corazón pero se tranquilizó y le regaló una sonrisa antes de concentrarse y atrapar el cabello del peliazul para unir nuevamente sus labios.

-Ya soy tuyo, mi corazón te pertenece tanto como mi cuerpo y mi voluntad...

Angelo no necesitó más, la silla crujió ante el peso extra cuando se sentó a horcajadas del rubio y empezó a frotarse contra su hombría aún cubierta.

La fricción era excitante y Aioria pasó sus brazos alrededor de la cintura contraria para más cercanía.

-Eres hermoso, puro fuego... quiero arder en ti...

Besaba su pecho, su cuello, mientras abría la camisa y se iba deslizando hacia el piso, para seguir con el cinto y la bragueta del pantalón. Bajaba lamiendo todo a su paso, acariciando sus lados y espalda.

Cuando lo tuvo desnudo, se relamió de deseo, Aioria esperaba con su sexo ya goteando.

Se fue desnudando hasta quedar igual que el rubio y volvió a atacar ese cuerpo de Dios griego frente suyo. Con besos y caricias lo fue girando en la silla hasta que quedó con su cabeza recostada en el respaldo, abrazándolo y sus piernas abiertas a ambos lados.
Se tomó un tiempo para admirar ese cuerpo que lo enloquecía y luego, sin apuros, se fue arrodillando detrás suyo, hundiendo su rostro entre sus nalgas y hurgando en la entrada con la lengua.

Ante esto, Aioria amplió su estancia dándole más espacio, levantando sus caderas, ofreciéndose. No era lo que tenía pensado pero no pudo negarse al obsequio y dos dedos entraron en su cuerpo junto a su lengua.

El rubio se tensó un instante y luego ya saltaba sobre la mano bajo suyo. Todo era muy erótico y Angelo se entregó a la lujuria que venía reprimiendo, sentándose en la silla detrás suyo y sentando a Aioria sobre su necesitada erección.

Un aullido lobuno se formó en ambos, mientras Angelo se abrazaba a Aioria y sus manos se agarraban de los barrotes de la silla para más estabilidad.

-Muévete mi vida...

Todo fue pasión y lujuria, el rubio subiendo y el peliazul tomando envión para volver a hundirse en ese calor abrasador. Cuando Angelo se sintió cerca tras tanto placer, tomando sus rizos, tiró de su cabello hasta voltear su rostro y estrellar sus bocas en un beso voraz, mientras el clímax lo golpeaba con la fuerza de un tsunami.

Aioria era pecado y Angelo quería pecar, perderse en el infierno por disfrutar de ese fruto tan tentador.

Tomando de la mano a su esposo, aún con la cinta en sus ojos, lo fue guiando con besos a la cama, la erección de Aioria pedía atención a gritos.

Lo acostó boca arriba, separó sus piernas y las ató a las puntas de la cama, haciendo lo mismo con sus manos. Quitó la venda para que pudiera verlo y tras otro beso lujurioso, le dio la espalda, sentándose a horcajadas de su cuerpo.

Allí el griego pudo ver que Angelo traía puesto un dildo. Entendió las intenciones originales del italiano y sólo se derritió de amor por él.

Angelo hizo gala de su cuerpo perfecto, moviéndose sensualmente sobre su anatomía, reptando para tomar la enhiesta hombría con su boca y acercando su trasero hasta el rostro del rubio, quién no dudó en morder un glúteo antes de tomar el dildo con los dientes para quitarlo, teniendo ese manjar a su altura para lamer, chupar, besar y dejar su lengua enterrada tan profundo como podía desde su posición.

Los jadeos de Angelo se perdían y reberberaban en la hombría de Aioria, que lo atragantaba en cada embestida.

-No puedo permitir perderme de esto...

Dio una última succión al falo y de un solo movimiento se sentó sobre él, autopenetrándose e imponiendo un ritmo brutal hasta arrastrarlos a ambos a un orgasmo que los dejó sin sentido unos instantes.

Con el cuerpo aún resentido por el clímax, Angelo se incorporó y soltó las ataduras para luego acurrucarse entre los fuertes brazos del griego.

Podía estar allí por siempre, rodeado de ese calor humano, la seguridad que lo relajaba al punto de adormecerlo, pero no, era su noche de bodas y sus cuerpos pronto recuperarían vigor y lujuria para seguir con esa entrega llena de placer pero también de mucho amor.

Tras una romántica luna de miel en Italia, los recién casados volvían felices a su hogar.

Manigoldo les había obsequiado el departamento que antes alquilaban. En días logró que pusieran todo a nombre de Angelo y Aioria, mientras ellos vacacionaban. Ahora se encontraban siendo dueños del lugar que los vio enamorarse, entregarse en cuerpo y alma a lo que sentían... decir que eran muy dichosos era poco.

Al entrar, un ambiente muy diferente, redecorado, muebles modernos y luces inteligentes que podían ser ordenadas con sus voces los recibieron.

Estaban emocionados, sus familias estaban detrás de todo aquello y ya se encargarían de agradecerles personalmente, pero sería al día siguiente, necesitaban descansar.

Angelo hizo el ademán de levantarlo en brazos, pero Aioria se le adelantó. En un movimiento fluido, tenía al italiano entre sus extremidades, abrazado a su cuello y diciéndole obscenidades en su oído, mientras su mano acariciaba un pezón.

Abrió un poco más la camisa y besó el pecho lampiño, pero sus movimientos se vieron detenidos cuando Aioria no pasó más allá de la puerta de la habitación.

-¿Qué sucede amore mío?

-Ange, mira, no puedo creerlo...

El peliazul giró dentro de sus brazos para mirar hacia donde le indicaba y sus ojos se agrandaron tanto como los de su esposo.

Justo frente a la cabecera de la cama, un enorme mural se erigía con las figuras de ellos, perfectamente reconocibles, claramente amándose.
Angelo, de espaldas a Aioria, envuelto en sus brazos, sus piernas entrelazadas y los brazos del italiano arqueados hacia atrás al igual que su rostro, fundidos en un beso. Estaban desnudos pero no se veían sus intimidades, sólo en sombras y era obvio lo que sucedía en ese momento.

Mientras Aioria no perdía detalle de la pintura, Angelo estaba sonrojado a más no poder.

-¿Acaso ella nos vio alguna vez? Es decir, somos nosotros!

-No, Ange, ¿cómo crees? Tiene mucha imaginación y nos conoce ambos... además, es una artista erótica, debe dibujar penes hasta dormida.

Y ambos rieron abrazados, observando, observándose a sí mismos en ese retrato.

Vieron una nota al pie del cuadro.

"Aio, espero haber colmado tus expectativas con respecto al cuadro, ambos son hermosos y he disfrutado mucho al diseñar la pose. Espero la recreen seguido.
Con todo cariño, Moni. "

Esas simples líneas los prendieron y el deseo de recrear esa imagen se posó en ambos; en un abrir y cerrar de ojos, el sueño había dado paso a la pasión desmedida, la necesidad de saciar el fuego que los incendiaba y se entregaron a todo lo que sentían, durante toda la noche.

Ya en la mañana, Aioria llamaría a Moni.

El sudor perlaba sus cuerpos, las caricias candentes se sucedían así como las posiciones en la cama. Moni era embestida brutalmente por Camus, las manos del peliagua firmemente aferradas al cabezal del mueble, teniendo un mínimo control de su cuerpo, siendo ferozmente empalado por Shura. El pelinegro lo tomaba de la cintura y se recostaba en su espalda, levantando al acuariano, que por inercia, elevaba el cuerpo femenino.

-Te necesito, Moni... quiero acabar en ti...

Fue todo lo que Shura necesitó decir para que Camus lo empujara fuera de su cuerpo y cambiara de posición.

Se sentó en cuclillas, levantando a su cabrita en el mismo movimiento.

Besaba sus enormes pechos mientras el español se colocaba detrás suyo y, corriendo su largo cabello, mordía sus hombros y lamía su espalda. Camus la sostenía firme por la cintura cuando se tiró hacia atrás y ella cayó sobre él, cabalgando el enhiesto miembro y recostándose sobre su cuerpo, poniendo su pezón en la boca ajena para que lo devorara, así como ella lo hacía con su intimidad.

Sintió dos dedos en su ano y aulló su placer, abriendo más sus piernas, exhibiendo su entrada sin pudor alguno, esperando por su premio.

Sintió que era partida al medio cuando Shura metió su enorme hombría sin previo aviso, como a ella le gustaba.

Recostada sobre Camus pero enderezando de a poco su cuerpo, era embestida por ambos al mismo tiempo, en tándem, las manos de Shura amasando sus pechos desde atrás, mientras el peliagua se sentaba y la apretaba contra el español para lograr besarlo.

Obviamente ella no quedaría fuera de ese espectáculo y unió su lengua a la ecuación mientras saltaba sobre el miembro de Camus y era embestida por Shura.

El calor la inundó cuando sintió dos pares de dedos masajeando su clítoris,  llevándola irremediablemente a un clímax, que arrastró primero a Camus, que la llenó de su simiente y luego a Shura, que cayó rendido, siendo en seguida, rodeado por sus amantes, besado con pasión y lujuria, mientras el francés succionaba su miembro, limpiando los restos de lo que acababan de hacer.

Así era su vida desde hacía un año, pura pasión y lujuria, pero sobre todo, mucho amor.

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