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Buscando liberar estrés

-¿Crees que él está mirando?

Por lo que pareció la enésima vez del día, Camus sintió que se congelaba. Parpadeó lentamente antes de empujar su mano contra el colchón, levantándose lo suficiente para mirar a Shura.

-¿Qué?

-¿Crees que nos está mirando ahora mismo?- el español murmuró, sus labios se curvaron en una aguda sonrisa. Era una expresión con la que el peliagua ya estaba familiarizado; normalmente la veía justo antes de que Shura lo estrellara contra una pared para comenzar otra brutal ronda de sexo. Pero su amante no trató de hacer eso en este momento. En cambio, sus dedos recorrieron el costado de su cara, rozando sus patillas. -Tal vez nos está mirando con un telescopio largo...- El susurro se deslizó por su piel, calentándola y haciendo que sudara. Camus trató de respirar. -Tal vez espera que corramos las cortinas, para que vea...

Apartando los ojos de los de Shura con esfuerzo, el galo se volvió para mirar por la ventana. Las cortinas estaban corridas; el español debió haber hecho eso antes de salir de la casa. Se le estremeció el aliento; su corazón se estrelló contra su garganta. Cuando las palabras llegaron a él, ni siquiera estaba seguro de que vinieran de su mente.

-Debería correr las cortinas...- dijo. -Darle un buen espectáculo...

-Sí...- Shura sonrió, su dedo arrastrándose por la garganta contraria. Abrió los botones, uno por uno, cada palabra puntuando el movimiento. -Deja que todos mis vecinos te vean tomarme abiertamente. Eso es lo que te gusta, ¿eh?

-Tú eres el posesivo...- dijo Camus, pero ahora no estaba prestando especial atención a las palabras. El pecho de Shura que se revelaba lentamente cuando se quitaba el suéter era mucho más fascinante. Le gustaban especialmente los diminutos pezones, y los atrapó entre sus dedos, retorciéndolos.

Shura se arqueó fuera de la cama, un suave gemido resonando en su pecho.

-¿En serio crees que es así?- Arqueó una ceja y Camus se sintió casi indignado de que todavía tuviera la capacidad de hacer eso. -Entonces, ¿por qué siempre salgo como si hubiera sido mutilado por alguna bestia?

El francés se rió entre dientes. Respirando profundamente, captó el aroma propio de Shura. No importaba cuánto tiempo se había ido, nunca parecía cambiar.

-Tal vez sólo me gusta saborearte...

Dijo, e hizo exactamente eso, acariciando con su lengua la clavícula del otro, sal y algo más que nunca podría describir. Camus tarareó en voz baja, las manos arrastrándose hacia abajo para desabrochar el cinturón de Shura. El hombre siempre usaba demasiada ropa, pensó, y volvió a reír.

-Deberías marcarme- dijo el español, y el tono neutro de su voz fue desmentido por la rapidez de sus dedos mientras desabrochaba los jeans del peliagua, empujándolos fuera de sus caderas. -Márcame para que cuando salga mañana, el cabrón te vea en toda mi piel...

-¿Por qué sigues hablando de otra persona cuando estoy en tu cama?

Camus dejó el cinturón allí, desabrochando los pantalones y quitándole todo junto. Shura se arqueó de nuevo amablemente.

-Podría ser sólo una pista para que te des prisa...- dijo arrastrando las palabras. Sus manos ahuecaron las nalgas del francés, los dedos rozaron la articulación entre la cadera y el muslo. Camus se estremeció y casi se perdió sus siguientes palabras. -¿Por qué no usaste ropa interior de nuevo?

-Tratando de mantener mi equipaje ligero, ya sabes...

Respondió sonriente y se apartó de Shura, arrodillándose en la cama mientras arrastraba la tela sobre los muslos con suaves vellos. El español se acercó a él, tirando de la camisa de Camus, que luchaba, realizando una especie de acrobacia extraña mientras intentaba quitarse los vaqueros sin tener que ponerse de pie. La ropa terminó en un montón al lado de la cama.

Se miraron por un largo momento, finalmente desnudos después de meses de no poder verse así. Shura se acercó a él, sus dedos se enterraron en el cabello de Camus y éste se rió de nuevo cuando sus frentes se encontraron.

-¿Todavía estás nervioso?

Camus susurró.

-Sí...- dijo el pelioscuro, su voz temblando ligeramente. Pero respiró hondo y golpeó a su amante en el hombro. -¿No vas a distraerme?

-Oh, claro que sí!- dijo Camus y rozó sus labios, el más simple de los toques. -¿Quieres hablar ahora o más tarde?

-¿Qué tal 'no en absoluto'?- el español suspiró y se dejó caer de nuevo en la cama, estirándose hacia arriba, exponiéndose.

Camus conocía una táctica de distracción cuando la veía, y se dejó caer hacia adelante.

-No.

-He tenido admiradores locos, ya sabes...- dijo Shura. 'Ahora, entonces' pensó el francés y se balanceó sobre ambas manos, mirándolo sin hablar. -Como tú lo has pasado también... Sin embargo, todavía me asustan muchísimo...

-Sí...- susurró Camus.

-Este...- Shura se mordió el labio. Lo lamió. -Este es más audaz que el resto, eso es todo, lo sé, pero no puedo evitar...

-Da miedo...- susurró Camus. -Cuando creen que les perteneces...

-Sí...- dijo el español y pasó sus dedos por el cabello de su compañero. -Esa es la parte que no soporto...- Camus solo asintió. ¿Qué más podía hacer, cuando Shura ya sabía que entendía? ¿No había sido él quién lo calmaba después de recibir correos de mujeres que le enviaban su ropa interior sucia cuando se habían mudado juntos, que iban a las conferencias públicas a las que ellos asistían por el trabajo, sin importar el país, sin importar cuán lejos de sus hogares estuvieran? Era todo lo que Shura ya había escuchado antes. -Ni siquiera puedo explicarlo...- suspiró el español, frotándose el puño contra la nariz y los labios. -Y me está molestando jodidamente, cómo una puta carta puede asustarme cuando...

-Sí...- dijo Camus entonces. -Lo sé...

Shura hizo un sonido de frustración. Miró a su amante antes de tirar de él hacia abajo, besándolo con fuerza, moviendo sus caderas hacia arriba para frotar sus erecciones y muslos desnudos.

-Distráeme.

'No quiero pensar más en esto' escuchó Camus, que asintió, inclinándose. Sus manos se estiraron, encontrando las curvas familiares de la mesita de noche del español antes de abrir el cajón. El lubricante y los condones estaban en el lugar de siempre, los sacó y se los ofreció a Shura.

-¿Quieres tomarme?

-Nah...- dijo, mordiéndose el labio de nuevo mientras miraba a un lado, a la madera en blanco de su armario. -Más tarde, sí, definitivamente. Pero no ahora...

Había más que decir sobre esto; aún más lo que había que hacer. Tal vez deberían haber evitado su lujuria el uno por el otro y haber llamado a la policía de inmediato, pero en este momento, Camus sabía que Shura necesitaba eso, que ambos necesitaban eso, mucho más de lo que necesitaban soluciones.

-Bien.

Deslizando los dedos, curvó su mano libre debajo de la rodilla de Shura, que abrió las piernas sin más apremios, abriéndose para el peliagua. Eso era lo que nadie más podría tener de su amado, pensó Camus con saña. No importaba cuánto lo desearan, Shura no se entregaría así a nadie más.

Cuando se empujó dentro de Shura fue como si todo, desde que había comenzado a planear este viaje de regreso, hubiese  sido sólo un preludio, y sólo llegaba a su hogar en ese instante, mientras Shura lo estaba apretando fuerte y caliente a su alrededor, cuando las manos de su amante estaban acariciando sus hombros y espalda, sobre él y más. El mundo se redujo al calor, al placer, a la vista de los ojos de Shura, completamente negros con sólo un borde verde, a la boca del español, húmeda e hinchada por los besos brutales de sus propios labios.

Camus empujaba, sus caderas embistiendo hacia adentro, pero el movimiento parecía no significar nada hasta que arrancó un gemido, luego un grito, de la garganta de Shura, hasta que pudo sentir su pecho estremecerse debajo de sus manos por los sonidos que estaba haciendo, por sus pestañas que se movían frenéticas tratando de cerrar sus ojos pero queriendo seguir observando. Las uñas de Shura se clavaron en la carne cuando Camus empujó con más fuerza y sus pieles chocaron brutalmente.

El francés empujó su rostro contra el hombro del español, mordiendo con los dientes cualquier centímetro de piel que pudiera alcanzar. Sus manos presionaron con fuerza los muslos de Shura, sujetándolos, manteniéndolo abierto mientras empujaba dentro de él, una y otra vez, buscando reclamarlo con labios, dientes y pene de una manera que no podía fuera de esa casa, de ese dormitorio.

Su mano se envolvió alrededor del miembro de Shura y lo apretó con fuerza, mordiendo su propio labio, saboreando sal y metal en su lengua. El español se sacudió debajo de él, su voz ronca mientras susurraba algo incoherente al llegar a su orgasmo. Empujó la cabeza de Camus hacia arriba, mirándolo por un breve momento antes de cerrar su boca.

El labio del francés se abrió, y el dolor repentino y agudo fue todo lo que necesitó antes de que se corriera con fuerza dentro de su amigo/amante, empujándose tan profundo como pudo.

Cerró los ojos mientras respiraba, sintiendo la rápida respiración de Shura contra su piel.

-¿Te he distraído lo suficiente?

-Oh, sí...- la risa de Shura fue interrumpida por su jadeo. -Hiciste un buen trabajo con eso. Podría quedarme contigo.

Camus le dio un codazo mientras se salía de su cuerpo, cayendo a un lado. Shura inmediatamente pasó un brazo por encima de él, atrayéndolo hacia sí, y el francés se rió incluso mientras metía la cabeza en el hombro de su amante.

-¿Eso es todo para lo que soy bueno?

-En parte...- bromeó Shura. -Puede ser también porque eres un muy buen cocinero. ¿Me haces el desayuno mañana?

-Sólo si me prometes que primero lo haremos en la ducha- respondió Camus con malicia. Besó al pelioscuro brevemente, sacando la lengua para lamer la mancha de sangre en la mejilla, dejada por sus propios labios. -Todavía estoy tomando tu palabra, literalmente...

-Está bien, está bien- dijo Shura, arreglándoselas para sonar divertido y molesto al mismo tiempo. -Eres exigente, eso es lo que eres...

-Mm...- dijo Camus, sin siquiera molestarse en discutir. Bostezó, los dedos recorriendo lentamente la columna vertebral de Shura.

-Pensé que habías dormido en el avión...

Dijo el español, sonando divertido. Sus palabras fueron inmediatamente contradichas por su bostezo.

-Cogerte es agotador...- replicó el francés. Era una respuesta mejor para la situación que decirle a Shura que la adrenalina y el torrente de emociones que sentía por la extraña carta lo habían exprimido, y el sexo sólo había sido la guinda del pastel.

Pero parecía que no necesitaba hacerlo de todos modos, porque Shura lo miraba a los ojos con una sonrisa torcida que le dijo a Camus que sabía todo lo que no estaba diciendo. El peliagua acarició con el dedo la mandíbula de su amigo, sintiendo el comienzo de la barba, antes de volver a besarlo.

De alguna manera, se durmió así. Con su mano contra el cuello de Shura, sintiendo su corazón latir debajo de su piel.


-¿Qué pasa contigo y revisando tu correo por la mañana?

Camus refunfuñó levemente. Se vistió mucho antes de lo que esperaba, porque Shura quería salir de la casa a buscar su buzón. Puede que sólo fuera un par de pantalones de chándal viejos del español y una camiseta raída y manchada de pintura, pero el peliagua casi siempre estaba desnudo cuando se despertaba y la ropa le rozaba la piel, solo un poco. Shura le lanzó una mirada divertida.

-Hábito, amigo...- dijo arrastrando las palabras. -Podrías haberte quedado en la casa, ¿sabes?

Camus solo sonrió, empujando a Shura en el costado. Sólo tenían menos de un mes juntos, y él prefería no desperdiciar ni un solo momento. Especialmente en este instante cuando todavía eran adictos el uno al otro, y él estaba absorbiendo cada parte de su amante. Pronto estarían cansados ​​de la presencia constante del otro y necesitarían el espacio para ellos, pero... todavía no.

Se resistió a pasar el brazo por encima de los hombros de Shura para acercarlo, y en su lugar eligió la opción más aceptable públicamente de caminar un poco bastante cerca.

Shura se estiró por encima de la valla de su casa y abrió el buzón. El francés se tomó un momento para apreciar la vista perfecta que la pose le brindaba de la espalda y el trasero del español, pero sólo un segundo, porque las manos del peli oscuro se apartaron de la caja con un montón de volantes y otro sobre pálido de papel grueso.

Camus lo miró fijamente. Tomó todo el montón de correo de las manos de Shura antes de que éste lo dejara caer. Intercambiaron una mirada, y el galo dejó de preocuparse por el decoro, dejó de preocuparse por los ojos en ellos antes de agarrar a Shura por la muñeca, jalándolo de regreso a la casa y cerrando la puerta ruidosamente detrás de ellos.

-Deberíamos ir a la policía...- dijo más que enojado. Ahuecó la mandíbula del español con una mano, mirándolo a los ojos. -...En este momento...

-No hay matasellos, Cam...- susurró, sus palabras casi inaudibles por su respiración temblorosa. -La carta... No hay matasellos.

-Puede haber huellas dactilares...- dijo Camus, tratando de exorcizar la desesperación de su voz. No podía dejar que Shura lo escuchara; no podía hacerle saber que estaba igual de aterrorizado. -O algo más. Como mínimo, pondrían la investigación del allanamiento más arriba en su lista, ¿no?

Shura no estaba escuchando. En cambio, estaba mirando la carta en la mano del francés, y éste quería romperla en pedazos, o quemarla, o hacer algo para que su amado dejara de mirarla.

-Quiero abrirla- dijo Shura. Sus ojos ardían con determinación y una especie de valentía, pero ninguno de los cuales ocultaba el miedo que acechaba detrás. -Quiero ver lo que dice el bastardo esta vez...

Camus quería negarse, porque sabía que no importaba cómo lo intentara cualquiera de ellos, lo que fuera que había dentro de la carta causaría miedo, al igual que la noche anterior. Pero también sabía que si no la abrían, su imaginación comenzaría a evocar posibilidades sobre lo que podría ser la carta, y eso sería aún peor.

-Está bien...- suspiró. -Lo abriremos.- Shura asintió bruscamente, su mano apretando el brazo del francés mientras lo arrastraba hacia el sofá y la mesa de café en la sala de estar. No dejó ir a Camus incluso cuando estaban sentados, y éste dejó todo sobre la mesa, empujando los volantes. -¿Quieres hacer los honores?- preguntó.

Sacudiendo la cabeza, Shura se humedeció los labios. Se negó a mirar al peliagua y, en cambio, mantuvo la mirada baja y se miró las manos.

-No, hazlo tú...

El gesto podría no significar nada para alguien que no conocía bien a Shura, pero Camus sí lo hacía, y sabía que el español se estaba absteniendo activamente de extender su brazo y tocar la maldita cosa.

Camus asintió, su propia mano apretando suavemente el brazo de Shura antes de levantar el sobre y abrirlo.

Sólo había dos cosas dentro esta vez. Lo primero que vio Camus fue una Polaroid. Dentro había una fotografía familiar y sintió que se le cortaba la respiración cuando reconoció su propio trabajo. La había tomado en París, en medio de un bar oscuro. Eran los dedos de Shura, sosteniendo un cigarrillo, el humo bajando en espiral hasta su muñeca y casi oscureciendo el reloj que llevaba puesto. Debajo de la fotografía estaba el reloj en sí.

-No me dijiste que tomó el reloj de Moni...- espetó Camus.

-Sí...- dijo Shura. Su brazo se había deslizado alrededor de la cintura del galo, tirando de él con fuerza y ​​casi enterrando su rostro en el hueco de su hombro. -Él hizo eso, se llevó el regalo que me hizo...

Camus respiró hondo, estremeciéndose.

-Está bien...

Dijo, y apartó la Polaroid con un solo dedo. No quería tocarlo tanto como podía, y por un momento se hizo creer a sí mismo que era porque no quería arruinar las huellas dactilares. La nota era mecanografiada de nuevo. Sería demasiado esperar que estuviera escrito a mano, supuso.

"Tus manos se verían tan bien atadas en cuero. Te ataría y te haría gritar mi nombre hasta que olvides todo lo demás. ¿Por qué no te rindes ya con ese mequetrefe y con esa artista de pensamientos retorcidos? Sabes que no pueden satisfacerte. Sueño con doblarte y cogerte ese hermoso culo".

Shura respiró hondo a su lado. Camus se miró las manos, sin sorprenderse de lo mucho que temblaban. Volvió a mirar la nota antes de juntar el montón de volantes y tirarlos encima, oscureciendo las palabras. Sólo deseaba poder borrarlos por completo de la existencia, de sus propios recuerdos. Los borraría hasta que nunca más se escribieran las palabras, pero no podía.

-Cristo...- dijo Shura. Se rió temblorosamente contra el cuello del francés. -El bastardo no tiene mucha imaginación, ¿verdad?

Camus no se dejó engañar. Deslizando una mano en el cabello del español, levantó la cabeza hasta que lo miró directamente a los ojos.

-Vamos a España-, susurró con fiereza. Se inclinó lo suficientemente cerca como para que sus frentes se tocaran y sus alientos flotaran contra las mejillas del otro. -Vamos a mi casa de veraneo, estaremos a salvo allí y dejaremos que la policía se ocupe de este bastardo.

Shura cerró los ojos y se alejó. Incluso antes de hablar, Camus ya sabía con el corazón hundido cuál sería su respuesta.

-No.

-¿Por que no?

-Esta es mi casa, Cam...- el español se apartó, sacudiendo al peliagua por el hombro. -No voy a dejar que nadie me eche de mi propia casa, no de nuevo... Especialmente no alguien como... alguien así.

-Él sabe de nosotros...- dijo Camus.

-Sí, lo sé...- dijo Shura, y curvó los dedos sobre la mejilla del galo, frotando su barba matinal con el pulgar. -No me rendiré ni me rendiré ante él. Ya me ha afectado lo suficiente.

El acento de Shura se estaba volviendo más fuerte y Camus sabía que no había forma de convencer a su amante de lo contrario. Ya había tomado una decisión, y la fuerza de sus emociones solo reafirmó su decisión. Sólo cerró los ojos y envolvió sus brazos alrededor del cuello de Shura, sintiendo su calor debajo de su mano. -Además...- continuó Shura. -Si me fuera, podría volver aquí y llevarse aún más cosas, y no me arriesgo a eso...

Camus dejó escapar un suspiro tembloroso. -Eres un bastardo terco...

-Eso soy...- se rió Shura. Se apartó de su amante por un momento, levantando la cabeza para mirarlo. -No tienes que quedarte aquí si no quieres, puedes volver con Moni...

-¿Me estás tomando el pelo?- Camus espetó de inmediato, incrédulo. -¿Como demonios me voy a ir? Vine aquí para pasar tiempo contigo, ¿sí? No voy a cambiar mis planes...

-Bien -susurró Shura.

El francés miró hacia abajo y tomó las manos de Shura entre las suyas, estirando los dedos y acariciando la palma para detener el ligero temblor.

-Prepararé el desayuno e iremos a la policía...- le dijo a la mano que sostenía. -Si no pueden hacer nada, encontraremos una manera de encontrar a este bastardo nosotros mismos...

-Pensé que se suponía que yo era el organizado...- dijo el español.

Camus se encogió de hombros: -Bueno, a veces no me gusta lo predecible. No sería bueno si te aburres de mí, ¿verdad?

Shura lo besó brevemente. -Sí, es verdad...- Tiró de su mano mientras se levantaba. -Vamos entonces...

Camus lo siguió hasta la cocina. En la puerta, se detuvo, mirando hacia atrás a la pila de papeles sobre la mesa de café. Esperaba que no tuvieran que quemar la mesa después de encontrar al acosador; le gustaba la mesa.

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