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37: Reminiscencia ll

Kim Taehyung

Miraba fijamente la radio que portaba el coche, oyendo cómo el locutor recitaba los últimos acontecimientos de Daegu.

Podía oír sus palabras, pero no lograba escuchar nada, sumergido en mis pensamientos, sumergido en mis recuerdos.

Recuerdos de un Taehyung de 17 años me golpeaban una y otra vez arrebatándome de él mundo que pisaba bajo mis pies, y transportándome a la Daegu de hace 3 años.

La mano de mi madre sobre mi rodilla logró hacerme despertar de aquel pesado trance.

–Tae –llamó con suma dulzura–, lo que yo daría por saber qué es lo que hay dentro de esa linda cabecita –comentó con una leve sonrisa tierna haciendo que fuera imposible no devolvérsela.

–Creeme no quieres saber lo que hay aquí dentro –contesté intentando sonar amable y agradable.

Mi madre abandonó mi rodilla para poder sujetar el volante con ambas manos.

–¿Tienes ganas de volver?

–Sabes que no.

Mi cortante respuesta hizo suspirar a mi madre.

Odiaba ser así con ella, pero me era imposible ocultar mi desagrado por volver a ese odioso y estúpido pueblo.

Sus palabras me hicieron volver a mis pensamientos, haciéndome volver a los días en los que los tres éramos felices, aquellos momentos en los que era lo suficientemente pequeño como para poder mostrar arrepentimiento por nada.

–Mamá –llamé su atención–, ¿recuerdas los martes de pizza que solía hacer papá? –recordé sin mirarla, clavando mi vista en la ventana.

–Si –susurró.

Aquella era la primera vez que había mencionado a mi padre en su presencia.

–¿Tu quieres volver? –formulé esta vez mirándola.

–Si, echo de menos a tu abuela, a nuestra antigua casa, lo echo de menos todo.

–¿Lo echas de menos a él?

–Más que a nadie en este mundo –confesó limpiando sus mejillas, la emoción había hecho que estas se humedecieran levemente.

–¿Y tú Tae? ¿Le echas de menos?

–No puedo echarlo de menos mamá –confesé.

–¿Por qué? –formuló sin entender.

–Porque para echar de menos a alguien primero ha de irse.

–¿Él sigue contigo? –preguntó con la voz más que entrecortada.

–Siempre mamá, siempre.

Aquello hizo que mi madre saliera de la carretera para detener el vehículo.

Me miró con lágrimas en los ojos antes de abrazar mi cuerpo con fuerza.

Escondí mi rostro en su cuello sintiéndome tan agusto y reconfortado por el abrazo de mi madre.

–Mamá llevo tres años encerrado, creo que es hora de salir a respirar –comencé aquello de lo que escasamente me atrevía a hablar–. Siento tanto haberte hecho sufrir todo este tiempo, siento haberme portado así contigo –confesé.

Volver a Daegu me había hecho cambiar, sentir que ya era suficiente, la ausencia de sueño me tenía agotado y la presencia de pesadillas ya comenzaba a molestarme, quería terminar con todo aquello de una vez.

–Soy tu madre TaeTae, estoy aquí para todo eso y mucho más –respondió apretando aún más su agarre, como si no quisiera que volviera a esa cueva de la que recientemente comenzaba a salir.

No podía contarle la verdad a mi madre, no podía confesar lo que mi padre me hacía en su habitación, no podía confesarle lo ocurrido en la noche de los caídos, pues sabía que ella aún lo amaba, sabía que si confesaba y relataba sus castigos haría que su imagen hacia él cambiara, no quería eso, quería que ella fuera feliz, no quería que entrara en este gran círculo de mierda que nos había estado arrastrando a todos.

Pero había alguien a quien sí que podía contárselo, había alguien que si necesitaba saberlo todo, más bien yo necesitaba que lo supiera todo, la señorita Kang me daría el último empujón que me faltaba para salir definitivamente de aquella cueva.

(...)


Mi madre estacionó el coche frente a nuestra casa, haciéndome bajar de él y cargar con nuestras maletas al interior de la vivienda.

Cuando entré lo primero que me golpeó fue el olor, la casa conservaba el mismo olor que desprendía hace tres años.

Aquel olor me transportó en el tiempo, cuando mi padre me llevaba a la iglesia, podía verme a mí mismo bajando las escaleras con pesadez, no queriendo ir a escuchar el sermón de cada día, pero a la vez ansioso de poder volver a observar a Kang HyeSook, aunque aquello conllevara castigos de vuelta.

Subí aquellas escaleras, llegando al fin a la planta superior, dejando de lado el cuarto de mis padres, dirigiéndome hacia el mío.

Entré en el vacío habitáculo, mi cama aún portaba las mismas sábanas blancas que significaban la pureza, pureza que yo ya no poseía.

Dejé mi maleta en el suelo antes de tumbarme en la que una vez fue mi cama, testigo que mis primeras pesadillas, mis primeros fatídicos sueños, pero no sólo eso, también había sido testigo de mis primeros sueños húmedos, mis primeros tocamientos movidos por la curiosidad de la edad y testigo de todas las lágrimas de angustia y dolor que había derramado sobre ella.

Giré mi cuerpo abrazando mi almohada con fuerza, colocándome en posición fetal, sin esperarlo, sin quererlo, caí en los brazos de Morfeo, que para mí era como caer en los brazos del mismísimo Hades.

Volví a aquella habitación oscura, rodeado de rostros conocidos y que no quería conocer, todos enfundados en sus capas negras, mirando expectantes a los que éramos los caídos del día.

Las velas fueron apagadas indicando que aquella noche debía comenzar.

Todos con sus labios sellados pues aquella noche sólo emitiríamos sonido los errados.

Giré mi rostro asustado, observando a mi compañero de tortura, el cual se hallaba en el mismo estado que yo.

Él decía que no era tan importante para su padre como para convocar un acto tan sagrado, cuán equivocado estaba Jimin entonces.

No nos dio tiempo a más que compartir unas cuantas miradas, cuando fue despojado de sus ropas, dejando su pecho y espalda al descubierto.

Pude ver de reojo como el rojo vivo se acercaba a su piel, como este avivaba su color al hundirse en la pálida piel que cubría la espalda de Jimin.

Aquellos incandescentes trazos fueron dibujados en su espalda, dejando ver como sus "alas" habían sido arrancadas, haciéndole saber al mundo que él ya no era un Ángel, ya no era puro, ahora formaba parte de los caídos.

Jimin fue el único que emitió sonido en aquella sala, al único que podía escucharse, como gritaba en busca de ayuda, ayuda que nunca llegó.

La encargada de arrancar nuestras alas debía formar parte de las veneradas, aquellas que deben ser amadas y respetadas.

Cuando terminó con él supe que era mi turno.

Era la hora pues al que fallos comete el fuego arremete, era la hora de mi castigo por haber faltado a mis votos de castidad.

Fui despojado de mis ropas, de la misma forma que Jimin.

Ni siquiera me resistía, mostrando mi sumisión, sólo me dedicaba a mirar al frente, mirar a los presentes, suplicando con mi mirada un perdón que sabía que no obtendría nunca.

Cuando el rojo vivo se hundió en mi piel no pude evitar gritar, llamar a mi padre desconsoladamente, desear que parara aquello, que me llevara a casa y me atara a su cama, que hundiera sus cigarrillos en mi pies, todo menos lo sucedido en aquel instante.

Pero él no me escuchaba, él nunca escucha, como siempre.

Desperté de aquella pesadilla siendo zarandeado por mi madre.

Cuando abrí los ojos pude ver los suyos angustiados, deseando que despertara.

Necesitaba salir de allí, necesitaba salir corriendo.

Me levanté de un salto de la cama sin siquiera mirarla, abandonando mi habitación, corriendo escaleras abajo, alcanzando al fin el porche donde pude respirar el aire fresco de Daegu.

Me apoyé a la barandilla intentando regular mi respiración, viendo como las lágrimas goteaba por mi barbilla, sintiendo mi corazón latir desbocado.

Gotas de sudor chorreaban por mi frente mientras mi camiseta se pegaba a mi sudoroso torso.

–Tae ¿estas bien? –preguntó mi madre asomada en la puerta de casa.

–Si, estoy bien –asentí una vez recuperé el aliento.

–Voy a ir a la casa de la abuela ¿quieres venir o prefieres quedarte en casa descansando?

–Prefiero quedarme aquí, mañana veré a la abuela –contesté deseando que no preguntara, que mi valentía a la hora de pronunciar a mi padre en el coche no le haya dado a ella valor para preguntar.

–Está bien –intentó sonreír haciendo una extraña mueca en su lugar.

Mi madre se marchó de la casa cogiendo el coche, dejándome solo en aquel porche.

Observé el vecindario que rodeaba mi casa antes de introducirme en ella.

Pasé la mano por mi nuca agotado, notando como esta se impregnaba de sudor, sacándome una mueca de desagrado.

Subí las escaleras con rapidez con intención de darme una ducha, una bien larga.

No me demoré mucho bajo el agua, frotando bien mi cabello con jabón, como si de tanto frotar mis pensamientos se limpiaran con este, como si el jabón eliminara toda la sucia oscuridad que habitaba en mi mente.

Salí de la ducha, envolviendo una toalla a mi cintura.

Me coloqué frente al empañado espejo, pasando mi mano por este, retirando el vapor de agua pudiendo así ver mi reflejo en él.

Párpados caídos, piel extremadamente pálida y unos círculos morados decoraban la piel bajo mis ojos.

Estaba agotado de todo, de todos, de mi.

Miré mi cuerpo semi desnudo frente al espejo, preguntándome qué habría visto la señorita Kang en él para hacer todas las cosas que hacíamos, para tocarme y buscar mi placer de la manera más única que había visto.

Me alejé de aquel reflejo, no queriendo avivar mis demonios, no dándole lo que ellos estaban buscando, mi caída.

Entré en mi habitación y comencé a vestirme, pantalones sueltos y una gran sudadera capaz de proporcionarme el calor que necesitaba en este frío invierno.

Me tumbé de nuevo en mi cama, dejando que mi cabellos húmedo mojaran la cama, no podía importarme aquello en lo más mínimo en aquel momento.

Mirarme al espejo me recordó tanto a la señorita Kang, a nuestra tercera lección, aquella en la que hice que me mostrara su cuerpo desnudo, dejándome sin respiración, intentando controlar mis nervios pues debía parecer que yo era todo un hombre experimentado, mientras que en realidad tan solo era un simple chico deseoso de ver por primera vez desnuda a la mujer protagonista de todos sus sueños y pesadillas.

–¿Kang HyeSook qué me has hecho? –suspiré en un leve susurro.

No podía dejar de darle vueltas a todos nuestros encuentros, en especial al último, el día de nuestra cita.

Aún no había tenido la osadía de tocarme pensando en aquel día, aunque he de reconocer que había revivido esa escena millones de veces en mi cabeza, excitándome de sobremanera cada vez que aquellas imágenes viajaban por mi mente.

Estaba solo en casa y no podía quedarme dormido de nuevo, no habría nadie para poder despertarme.

Es por eso que decidí avivar mi mente y despertar el bombeo de mi corazón, dejando que las imágenes de nuestra cita inundaran mi mente, además de permitir que mis traviesas manos se colaran en el interior de mis pantalones donde un reciente bulto ya se empezaba a notar.

Me acaricié delicadamente, con paciencia, queriendo que aquello durara una eternidad.

–HyeSook –pronuncié cuando un leve arrebato de brusquedad se apoderó de mí, dejando que un pinchazo de placer me recorriera de pies a cabeza.

Sin duda imaginarla a ella era mi mejor incentivo para llevar una masturbación a cabo.

Seguí acariciando mi miembro, con la misma delicadeza anteriormente empleada, sin prisas por llegar al clímax.

Pude escuchar de fondo como mi móvil comenzaba a sonar descontrolado, reclamando mi atención.

Con resignación, detuve mis movimientos sin apartar la mano de mis pantalones, antes de coger el dichoso teléfono y ver de quien se trataba.

Me paralicé al ver aquel nombre en la pantalla.

Saqué con celeridad la mano de mis pantalones y cogí aquella desconcertante llamada.

–¿HyeSook? –pregunté con la voz entrecortada y agitada, debido a las acciones que había realizado previamente.

Hola Kim –pronunció con voz gangosa.

–¿Se encuentra bien? –formulé algo preocupado por su voz.

Si estoy bien, hace poco que he llegado a Daegu.

–Yo también ¿a qué se debe su llamada? –dejé que el desconcierto bañara mi tono.

Realmente no esperaba llamadas de nadie, mucho menos de la señorita Kang.

¿Acaso no quieres que te llame? –preguntó divertida, sin siquiera estar a su lado podía saber que ahora mismo escondía una pequeña sonrisa tras sus labios.

–No, no es eso, yo...sólo estoy algo desconcertado, no esperaba su llamada –expliqué algo nervioso.

¿Qué estabas haciendo?

Aquella pregunta me hizo ruborizar.

–Estaba estudiando –contesté sin siquiera pensarlo, dándome cuenta de la gran tontería que había soltado por mis labios.

¿Ah sí? ¿Y qué asignatura?

–Filosofía –respondí rascando mi nuca maldiciéndome mentalmente.

Aquello hizo que la señorita Kang soltara una gran carcajada.

Kim deberías aprender a mentir, en serio tengo curiosidad por saber en qué empleas tu tiempo.

–Estaba pensando en usted si le soy sincero –confesé algo avergonzado, llevando mis dedos a mi boca, mordisqueando mis uñas.

¿Piensas en mi como Hyesook y no como señorita Kang? –indagó, sabía que la señorita Kang era de lo más curiosa.

–Sólo cuando mis pensamientos hacia usted no son aptos para menores de edad –me atreví a decir sabiendo que tarde o temprano descubriría mis ilícitos actos.

Una risueña carcajada apareció al otro lado de la línea.

Me encantaría escuchar eso en persona Kim –habló entre risas haciéndome sonreír esta vez a mi.

–Ambos estamos en Daegu señorita Kang –recordé.

¿Te gustaría verme?

–Mucho, también me gustaría besarla –dije cerrando mis ojos, imaginando como sería besarla de nuevo.

Solo debes decir dónde y cuándo Kim.

–Mañana –me apresuré, realmente deseaba verla de nuevo.

¿Dónde?

–La recojo en la puerta de su casa.

Me parece perfecto.

Ambos nos quedamos callados, escuchando la respiración del otro.

Tae –susurró al otro lado.

–La escucho.

Yo... –comenzó a hablar con voz temblorosa–, mañana quiero llevarte a un lugar.

–¿Cuál? –pregunté con curiosidad.

A la iglesia –pronunció haciéndome tragar saliva.

Sabía que el final debía llegar y este acababa de ser fechado, mañana acabaría todo el sufrimiento que llevaba acarreando conmigo durante tres pesados años.

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Tan sólo quedan dos capítulos + capítulo final.

¿Están preparadas para el final?

Creo que más de una se quedará así:

Así me encuentro:


Muchas gracias por leer💜💜💜

Love u Sinners ❤❤❤

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