Capítulo 4
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Detrás del mostrador, Sai miró como Ino entraba saludaba a unos conocidos y llegaba a la habitual mesa donde tenía la costumbre de tomar té. Kiba se le acercó con bandeja en mano y viendo al chico sumergido en pensamientos rodó los ojos.
— ¿Sabes? Estoy ocupado con las órdenes para atenderla — dijo y le dio una libreta — atiendela tú.
Sai asintió rápidamente y se acercó a la mesa, le palpitaba el corazón rápidamente; pasó una mano por el cuello de su camisa acomodándolo y aclaró su voz para que no sonara chillona de los nervios.
— Hola, me alegra verla. — sonrió, la chica hizo lo mismo y sintió como esa sonrisa le daba unas inmensas ganas de capturar su imagen en una lienzo para siempre y tenerla junto a él para admirar el arte de su belleza. Porque para él, Ino era la pintura más hermosa que quisiese recordar siempre.
Ella era el arte y él un pintor. Así de simple para él.
— Sai, hola.
— ¿Qué va a ordenar?
— Lo de siempre, té blanco y cinco minutos contigo.
Trayendo el pedido, Sai sirvió té en dos tazas y se sentó, viendo de reojo el perfil de la rubia.
— ¿Qué me contará hoy?
— Nada, hoy sólo me apetece tomar té y verte, Sai.
No entendía como esas palabras que pronunciaba con tal naturalidad y simpleza lo hacían fantasear con cosas que... Para él, jamás pasarían.
O al menos eso creía.
— Ya veo. Entonces permitame hacer lo mismo.
— ¿Por qué pides permiso para verme? ¿A caso no existe la libertad para eso?
— No es que no tenga libertad, sin embargo eres... — balbuceó, tratando de buscar las palabras para explicar muy bien lo que sentía al verla — Eres... Te ves como algo lejano, intocable, hermoso... prohibido.
La chica dejó la taza a un lado y ladeó la cabeza confusa, sonrió recatadamente y el corazón de Sai parecía querer estallar en ese instante.
— ¿Seguro que no eres poeta en vez de artista?
— ¿Por qué la pregunta?
— Eso fue lindo.
— Soy un pintor.
Los labios de Ino formaron una línea, se dedicó a examinar cada detalle del rostro de su acompañante durante unos segundos.
— Bueno. Gracias por el té, es hora de irme.
Y aunque no quería admitirlo, él deseaba que la chica se quedara un poco más.
— Entiendo.
— Nos veremos otro día — se despidió tomando su bolso.
— ¿No vendrá mañana?
Ino negó haciendo que Sai sintiese un vacío extraño.
— No es bueno hablar mucho con alguien ¿sabes? Te puedes enamorar.
Sai entreabría la boca, más sin embargo ni una palabra pronunciaba.
— Entiendo.
— No lo mal entiendas, estos días estaré ocupada en mi trabajo, por eso no vendré — sonrió transmitiéndole lo que menos tenía; tranquilidad.
— Ya veo. Entonces, espero verla pronto.
Y la rubia se marchó.
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