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Prólogo

Daren observaba con atención la enorme flota que se cernía sobre ellos. Quizá debía haberle pedido a Claire que antes de irse le mostrara como debía convocar las armas, ya que no sabía muy bien como hacerlo. Respiró hondo, convocó lo mejor que pudo un escudo y una espada, ambos de plateados. Sabía lo que debía hacer, aunque no intentaría destacar demasiado, al fin y al cabo era un extraño entre todos aquellos chicos que tanto tiempo habían estado juntos. 

El chico no podía evitar mirar con aprensión la nave del centro, pensando que quizá su mayor enemigo se hallase allí, esperando una reacción por su parte. 

-Ya ha llegado- la voz del chico a su lado le hizo abandonar sus pensamientos. Si recordaba bien, era Shiro- Es hora de sacar a los leones, equipo.

El oji-gris no pudo evitar tragar saliva sonoramente ante la perspectiva de pelear contra una flota completa de aquellos aliens que se movían en doble de rápido que ellos. Eran al menos dos decenas de naves, todas ellas del tamaño de un camión.  

Al observar a su alrededor, Daren reparó en que todos enarbolaban diferentes armas, espadas, katanas, pistolas, hachas, báculos, dagas e incluso un martillo. Nervioso, notó su mano empapada de sudor en la correa de cuero del escudo y su mano sostenía temblorosa la espada, jamás había empuñado una. Era cierto que había peleado en el mundo de las sombras, pero no era lo mismo hacerlo en un callejón con una navaja que en el campo de batalla con una espada. 

Una mano se colocó sobre la suya, afianzando el descuidado agarre del novato. Se quedó de piedra al ver a aquel chico que había colocado su mano con tal confianza, para después recobrar la compostura y dedicarle una mirada completamente indiferente. 

-No hay de que.-musitó el moreno.

-No necesitaba ayuda, gracias por nada, Nico.

Volvió a su posición inicial, ignorando como el joven italiano había rodado los ojos con exasperación, sin siquiera preguntarse como le había reconocido, ya tendría tiempo más adelante. 

En cambio, para Nico di Angelo era inconfundible el rastro de esencia que había dejado Claire en el cuerpo. Además, tenía la característica marca en forma de una pequeña rosa en el dedo pulgar y una pequeña peca en el cuello. Podía reconocer aún la forma de la nariz de la rubia, sus labios e incluso los gestos. 

De modo que, aún en sus pensamientos, no pudo advertir como la batalla se desencadenaba. 



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