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6

Ron llegó al bar pasadas las doce y media de la noche, junto con el resto de los Rippers encabezados por Jason en una larga caravana. Para Ron, conducir la Harley Davidson que había pertenecido a Jeffrey le evocaba un cierto honor que tal vez no le correspondía en lo más mínimo, pero le agradaba. Sentir el viento en el rostro, el poder de las revoluciones subiendo cada vez que giraba el acelerador en su mano derecha, el sonido ronco del motor, eran cosas que no olvidaría jamás y que tampoco cambiaría por nada.

Estacionaron uno al lado del otro cerca del bar, más de treinta motocicletas en total, haciendo mucho ruido a su alrededor. Él no lo sabía, pero en la distancia alguien despertaba de su sueño, y miraba por el parabrisas de un coche, viendo la procesión de motocicletas llegar. Ron se bajó de su vehículo, apagando el motor, y sacó de la chaqueta el paquete de cigarrillos mientras miraba a Jason.

—No tendré efectivo hasta que no hagamos la primer entrega de mercancía —dijo.

—No te preocupes, yo invito.

En ese momento, Rod intervino en la charla.

—Invitas a este hijo de puta, pero a mi me debes dos cervezas desde hace cuatro meses —bromeó—. Púdrete, Jason.

—Te debo las cervezas, es verdad, pero te consigo la mejor cocaína de la ciudad. ¿A que sí?

Ambos hombres rieron, y a esta risa se sumó Ron, mientras a la distancia alguien lo observaba. ¿Sería él? Se preguntaba. Por la forma de pararse y sostener el cigarrillo, su corte de pelo y la complexión física... estaba casi segura que era él. Entonces se bajó del coche, y decidió arriesgarse. Entre las risas, Ron y los demás caminaron hacia la puerta del bar, y justo cuando ya casi ingresaban al establecimiento, creyó escuchar algo que lo detuvo sobre sus pasos.

—¡Ronnie!

Se interrumpió en seco y luego miró a todas direcciones. A cien metros venía trotando una silueta, Jason se calló, y Rod también. Entonces, cuando vieron que alguien se acercaba a ellos, Jason llevó la mano hacia su espalda para tomar la pistola de la cintura, pero Ron le apoyó una mano en el hombro.

—Espera... creo que... —murmuró.

—¡Ronnie! —volvió a gritar, y en cuanto la luz del foco la alcanzó, Ron no podía creer lo que estaba viendo. Debía ser una ilusión, un espejismo.

Annie trotaba lo mejor que podía hacia él, entonces Ron avanzó, con cara de no comprender nada en absoluto, y en cuanto pudo llegar a él, se abalanzó a sus brazos saltándole encima. Ron le rodeó la espalda y ella se aferró a su cintura con las piernas, hundiendo la cara en su hombro, sin darse cuenta que había comenzado a llorar al verle. Estaba increíblemente guapo, pensó, con esa chaqueta de cuero y los vaqueros desgastados con él que lo había visto antes de irse de la ciudad. Se juró entonces que jamás volvería a separarse de aquel hombre, ni a permitir que él se alejara. Jason y Rod miraban la escena sin comprender, junto con alguno de los Rippers que aún no habían entrado al bar.

—Annie, ¡qué has hecho! ¿Por qué viniste aquí? —le preguntó, en cuanto ella lo soltó.

—Creí que no iba a encontrarte —sonrió, mientras se secaba las mejillas con la palma de la mano—. No podía dejarte solo en esto, necesito acompañarte.

—No lo entiendes, no sabes lo que estás diciendo. Lo mismo pensé cuando vine a buscar a mi hermano, y no funcionó. Ya te lo he dicho, quedarse conmigo es un riesgo potencial, no voy a someterte a eso.

—¿Y qué más da? ¿Acaso no te arriesgaste también para salvarme en el atraco al Chase?

—Eso es diferente, era policía, tenía un trabajo que hacer, y no te conocía —dijo Ron—. Por favor, vuelve. No quiero perder a nadie más, no quiero verte en peligro.

—No me interesa lo que tú quieras, Ron —le respondió, tomándole la cara con las manos—. Cuando en el hospital te vi sacar deducciones, hacer llamadas y trabajar en tus asuntos de policía, me sentí viva, sentí que acompañarte era algo que me gustaría hacer. Te vi perder todo, te vi en tu peor momento y te acompañé. Tú me salvaste la vida y también me acompañaste a mi. Déjame ayudarte, tengo la misma obligación moral conmigo misma que tú has tenido con tu hermano.

—Pero, ¿y qué pasa con tu vida? Tu trabajo...

—¿Mi trabajo? ¿Crees que quiero volver a sentarme en una oficina bancaria por el resto de mi vida? Mis padres han fallecido mucho antes de conocerte, no salgo con amigas y tampoco tengo pareja. Quiero vivir, Ron. Y aunque tenga que aprender a empuñar un arma y pegar tiros a tu lado, lo voy a hacer. Lo único que tengo en claro es que no quiero estar lejos de ti.

—¿Realmente estás dispuesta a dejar todo para convivir con un grupo de moteros? ¿Has pensado bien lo que me estás diciendo?

Annie lo miró a los ojos. Tenía unas irrefrenables ganas de besarlo, no se había dado cuenta de lo que adoraba como la protegía, hasta ese momento.

—¿Tú no estuviste dispuesto a dejar todo atrás por acompañar a tu hermano?

—Claro que sí.

—Entonces ya sabes cual es mi respuesta.

Ron asintió con la cabeza, y volvió a abrazarla. Ella entonces hundió la cara en su cuello, y se aferró de la espalda de su chaqueta.

—Me hace bien tenerte aquí, y si es tu decisión, ¿quién soy yo para no respetarla? —dijo. —Te presentaré al grupo. Él es Jason, nuestro líder, y este es Rod, su mano derecha y el hombre que me ha golpeado más duro de lo que podría recordar —bromeó, señalándolos respectivamente—. Chicos, ella es Annie, una querida amiga —miró a Jason de soslayo—. ¿Recuerdas la civil de la que te hablé?

—Lo recuerdo.

—Pues la estás viendo.

Jason le extendió la mano, Annie lo miró tímidamente y se la aceptó, estrechándola.

—Un placer, Annie.

Rod también la saludó. Su mano era ridículamente grande en comparación a la de ella.

—Encantado.

—El placer es mío —sonrió ella.

—Yo quería dejarla en Carolina del Sur, pero véanla, es más testaruda que yo —dijo Ron—. Ha venido con ánimos de quedarse, ¿podemos tener otro Ripper más en nuestro grupo?

Jason la miró, y Annie lo miró a él cohibida a más no poder. Esa chica de cabello rubio cenizo, de metro setenta y con no más de sesenta kilos, había dejado todo atrás con tal de acompañarle en su búsqueda de la justicia. No necesitaba preguntarle a Ron si era alguien honorable, o de fiar. Ya le bastaba con ver como ambos se habían abrazado al encontrarse, y un viejo carcamán como él sabía reconocer la chispa del amor en cuanto la veía. Allí había algo más que amistad, al menos por parte de ella. Era evidente como lo miraba embelesada, como había hecho tal viaje solo para buscarlo. No le arruinaría la fiesta, pensó.

—Va a ser difícil conseguir ropa de su talla, más que nada la chaqueta, pero siempre podemos hallar una solución, y también siempre hay lugar para un Ripper más —dijo.

Ron sonrió, mientras le rodeaba los hombros a ella. Annie, por su parte, no podía estar más feliz, aunque tenía una rara conjunción de emociones: felicidad por haberlo encontrado, amor al verlo tan guapo, incertidumbre y expectativa por conocer como era la vida en un grupo así, y también miedo por todo lo que vendría después. Tenía que aprender a usar armas, a defenderse en caso de ser necesario, y debía afrontarlo de la mejor manera. Ella había elegido esto, y una vida nueva no se logra sin sacrificios.

—¡Entonces está hecho, vamos a festejar, que para eso hemos venido! ¡A beber! —dijo Ron, al tiempo que los cuatro entraron a la Reina de Picas.

Dentro del local, Annie sintió como la mayoría de las miradas se posaban en ella. Suponía que era algo normal, aquel era un sitio donde iban hombres en gran mayoría, y además de diferentes bandas o grupos. Muchos de los Rippers ya estaban en otras mesas, algunos incluso jugando al pool contra otros hombres de diferentes grupos, o poniendo música en la rocola del fondo. El heavy metal sonaba fuerte por encima del sonido de las conversaciones y las risas, y Annie observaba todo como quien mira a un parque de atracciones por primera vez. Se sentaron en una de las mesas libres que había cerca de la barra, y Jason habló.

—¡Vinnie, hijo de la grandísima perra! —exclamó. —¡Ponme cuatro cervezas, nos estamos muriendo de sed!

—Yo no creo que pueda tomar... —dijo Annie. —Estoy conduciendo un coche de alquiler.

—Yo me beberé la tuya, no te preocupes —dijo Ron.

El hombre tras la barra abrió el refrigerador, y sacó cuatro botellas pequeñas de cerveza negra. Al acercarse a la mesa, le dejó una botella a cada uno, las abrió con un destapador de bolsillo y Rod habló.

—Gracias, Vinnie —dijo, y luego le apoyó una pesada y regordeta mano en el hombro a Ron—. Este es quien te comentamos, el que mandó a pastar a los Hell's.

—¿Usted es quien acabó con todos los Hell's Slayers? —dijo, sorprendido. Ron lo miró, tenía un tatuaje con un hacha Tomahawk en el costado de la calva cabeza, y un arete en la nariz que para sus casi sesenta años no le quedaba nada bien. Sin embargo, sonrió, y le extendió una mano.

—El mismo, Vinnie. Aunque no fue un gran logro, solamente los tomé por sorpresa mientras dormían.

—Bah, tonterías —dijo, estrechándole la mano con ímpetu—. Alguien tenía que acabar con esos hijos de puta que se creían los dueños de todo. Esta ronda va por ti, chico. Cortesía de la casa.

Jason levantó entonces su cerveza.

—Gracias, Vinnie. Nos sirves la cerveza más barata que tienes y aún así crees que eres generoso por invitarnos, siempre fuiste un bastardo.

—Que te jodan, Jason —Vinnie levantó su dedo medio, y se alejó hacia la barra. Annie los miró, asombrada.

—¿Están peleados? —preguntó, inocentemente. Rod se sujetó la panza y rio con estrépito.

—¡Que va! —dijo. —Se conocen desde hace años, siempre bromean así. Acostúmbrate, chica —levantó su cerveza hacia el centro de la mesa—. ¡Salud, por los nuevos y los viejos Rippers!

—¡Salud! —corearon los otros tres, chocando sus botellas con la de Rod. Todos bebieron un trago y Annie también. Ron la miró sin comprender.

—Un traguito no me va a hacer nada. Además, no quiero ser descortés con los que van a ser mis compañeros de vivienda de aquí en más, ¿no te parece? —se excusó. Rod entonces volvió a reír a carcajadas, mientras aplaudía.

—¡Me cae bien esta chica, eh! —exclamó. Annie miró a Ron con una sonrisa, y le ofreció una mano. Él se la tomó.

—Y a mi —dijo.

—Bueno, ¿cuál es tu plan? —preguntó Annie. —Yo acabo de llegar, así que deberías ponerme al corriente.

—No tengo uno, a decir verdad —Ron tomó un trago de cerveza, e hizo un gesto de negación—. Aún tengo muchas cosas en la cabeza, ni siquiera he podido despedir a mis compañeros en su funeral. En parte me arrepiento de ello, tal vez me apresuré a renunciar al FBI.

—No te machaques, hombre... —comentó Jason. —Desde donde estén, ellos lo entienden.

—Al final tenía razón yo, estamos destinados a ser socios, ¿no te parece? —bromeó ella.

Ron asintió con la cabeza, sonriendo. La vida era graciosa aún en circunstancias ruinosas, pensó, mientras bebía un sorbo de su cerveza. Había vuelto al mismo bar, al mismo grupo, a la misma vida, en un bucle místico al que quizá estaba predestinado desde un principio. Sin embargo, no era lo correcto. Si su padre viviera, ¿lo trataría como lo trató a Jeff al verlo rodeado de delincuentes? Pensó. Una parte de sí mismo se sentía como un mentiroso, un vulgar estafador que solamente mostró durante años una faceta de sí mismo buscando contentar a los demás, para después terminar mostrando su verdadero rostro, algo muy cercano a lo que había hecho su hermano antes de fugarse de la casa. No se había dado cuenta del aspecto melancólico que había en la expresión de su rostro, hasta que Jason le habló.

—Ron, ¿estás bien?

—No lo sé, supongo que no tengo nada para festejar —suspiró.

—Claro que sí, tienes mucho para festejar. Nos tienes a nosotros, tienes a tu amiga —dijo, señalando a Annie. Ella asintió con la cabeza como para dar énfasis a las palabras de Jason—. No puedes revertir el tiempo, ni arreglar las cosas que ya pasaron. Que te eches encima de una cama a llorar como una puta señorita —y luego volvió a mirar a Annie—, sin ofender —aclaró—, no va a hacer que tus colegas resuciten, o tu padre y hermanos. Necesitas un poco de relax, hombre. No vas a hacer un buen plan ni vas a focalizarte de manera correcta en idear un plan si primero no arreglas tus emociones y descansas un poco de aquí —se tocó con el índice la cabeza. Ron asintió.

­—Tienes razón.

—Date un respiro, permítete a ti mismo una noche para disfrutar, y beber. Ya después tendremos tiempo de pensar en todo lo demás —Jason se paró de la mesa y señaló a un colega que estaba en la rocola. Al estirarse, su chaqueta se levantó un poco dejando ver el cinturón de balas que llevaba en el pantalón—. ¡Dinny, súbenos el ánimo! ¿Crees que esto es un velorio, hijo de puta? ¡Pon Walk, de Pantera! ¡Haz sonar esa cosa!

Annie lo miró con los ojos muy abiertos. Se sentía maravillada, al mismo tiempo que abrumada por la actitud de estos hombres tan desprolijos, mal hablados y confiables a la vez. En cuanto los acordes de la guitarra comenzaron a sonar, Rod y Jason se acercaron a Ron, apoyándose uno en cada hombro, y comenzaron a tararear los dos a la vez.

—Chan, charararan, charararan... —Ron no pudo evitar sonreír, negando con la cabeza. En un determinado momento se puso de pie, rodeó a ambos con los brazos y como si fueran un extraño coro salvaje, comenzaron a cantar al unísono la primera estrofa de la canción, gritando como si fuera la canción más épica de sus vidas. Annie pensó que le hubiera gustado cantar con ellos, pero no conocía nada de aquella música. De igual manera los aplaudió animándolos y riendo, aunque sus palmas no se oían por la música a todo volumen que llenaba el lugar. Y no cabía ninguna duda, cada vez lo veía más claro. Amaba a Ron, todo lo que era él, la manera de sonreír, de pasársela bien con sus colegas. Y lo acompañaría hasta el fin del mundo si era necesario, con tal de hacerlo feliz y ayudarle a tomar la justa venganza por todo el daño que Hanson le había causado.

Casi a las tres de la madrugada, salieron del bar. Muchos de los Rippers ya estaban completamente ebrios, y a otros no les faltaba mucho para estarlo. En este último grupo se hallaban Ron y Jason. Rod, por su parte, estaba fresquísimo, ya que un hombre de su talla necesitaba mucho más que ocho o nueve cervezas para empezar a sentir sus efectos, y Annie no había bebido prácticamente nada. Jason apenas se despidió, solamente salió afuera, junto a sus compañeros, subió a su motocicleta y emprendió la marcha de nuevo al Steel Cat. Por detrás lo siguieron el resto de los Rippers, haciendo mucho ruido con sus motocicletas. Antes de subir a su vehículo, Ron miró a Annie. Estaba abrazada a sí misma, con un poco de frío, mirando a todos marcharse.

—Me dijiste que habías venido en un coche de alquiler, ¿dónde tienes que ir a entregarlo? —le preguntó, con la lengua un tanto pastosa al hablar.

—En la agencia de rentas del aeropuerto, está ubicado como a unas dos horas de aquí.

—Bueno, andando. Luego yo te llevaré de regreso.

Ron ya estaba a punto de subir a su motocicleta, cuando Annie lo interrumpió.

—Espera, no podré llevar mi equipaje, ¿por que mejor no vamos mañana durante el día? Además, estoy muy cansada, no creo que pueda conducir hasta allá, me dormiría al volante. Y por lo que veo, tú también, Ronnie.

­—De acuerdo, como prefieras. ¿Crees que puedas seguirme?

—Adonde quieras —sonrió ella.

—Vamos.

Ron encendió su motocicleta, subiéndose a ella, mientras Annie casi trotó hasta el Hyundai, subiendo del lado del conductor. Al momento, las luces largas de los faroles del coche iluminaron su retaguardia mientras que aceleraba la motocicleta, dejando detrás una pequeña estela de polvo. 

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