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5

Al llegar a la parte trasera de la escalera principal, Ron pudo ver una puerta abierta, con un breve pasillo el cual desembocaba en una escalera caracol bastante vetusta en comparación al resto. A su vez, la escalera finalizaba en un recinto estilo garaje, el cual tenía la puerta elevable abierta. Más allá, el patio se extendía a todo lo ancho, con sus verdes praderas y sus interminables rosales.

Mientras Ron corría hacia afuera, pensó que la mansión debía estar llena de estos pasadizos, ubicados estratégicamente para que Hanson pudiera escapar fácil y rápido en caso de que surgiera algún problema. El sol del mediodía le impactó en el rostro y el viento le secó el sudor, aunque también le trajo un grito de Annie, que lo llamaba por su nombre. Al mirar hacia su izquierda, vio como Hanson corría hacia una camioneta negra, ubicada al final del patio, cerca de los portones laterales de la propiedad, con Annie trastabillando a su lado.

Corrió tan rápido como sus pies le permitían, respirando de forma agitada. No podía permitir que se escapara, y aunque pensó por un instante en darle un tiro por la espalda a Hanson, no quería correr tal riesgo. Si tan solo se llegaba a desviar un poco y asesinaba a Annie, sería lo peor que podía pasarle. Corrió casi unos ciento cincuenta metros sin parar, y en el momento en que Hanson ya estaba a punto de alcanzar el vehículo, vio que un hombre descendía del lado del conductor. Su chofer llevaba un arma, y sin dudarlo, Ron se detuvo en seco, levantó la pistola con su mano derecha y aguantando un segundo la respiración para apuntar mejor —ya que no podía levantar su brazo izquierdo —, disparó.

Ejecutó al conductor de un certero disparo en la frente, y Annie gritó asustada, al no poder ver que sucedía a sus espaldas. Y entonces Hanson detuvo su loca carrera, mientras que Annie también, aunque no pudo evitar caer al césped, fatigada. Hanson giró, la tomó por los cabellos y la obligó a levantarse de un tirón.

—¡Hanson, se acabó! —gritó Ron. —¡Déjala ir, ahora!

Sin dudar, la sujetó contra su pecho y le colocó la Desert Eagle en la sien, mientras que Annie lloraba del miedo y la angustia. Entonces, él sonrió.

—Bueno, nos miramos por primera vez a los ojos, ¿y qué sentimos? Ron Dickens. ¿Tal vez odio? ¿Admiración? Yo te admiro, haber llegado hasta aquí es toda una hazaña. Lástima que solamente sea para ver morir a quien amas —dijo, con la respiración agitada.

—Suéltala, Hanson. Me quieres a mi, entonces dispárame a mi, pero déjala en paz. Ella no te hizo nada.

—Mi hijo tampoco te hizo nada a ti, y sin embargo lo mataste. De un buen disparo en la cabeza, al menos eso te lo concedo, ni siquiera sufrió. Pero aún así, él está muerto y tú todavía respiras. Eso no puedo permitirlo. Baja tu arma, policía. Solo contaré hasta cinco. Tal vez cuatro y medio, ¿quién sabe?

Ron entonces lo miró con los ojos chispeantes de furia. Hanson estaba disfrutando aquello, realmente lo hacía, con sus ironías y sus sarcasmos, en su mente enferma todo era parte de un divertido juego de ajedrez, donde quien pierde paga con su vida. Y se dio cuenta que lo despreciaba mucho más de lo que alguna vez había imaginado, incluso mucho más que cuando era agente del FBI.

—Suéltala, o vas a sufrir peor que Ortíz.

—Cinco... —contó.

—¡Hanson, suéltala!

—Cuatro... —le sonrió.

Ron se planteó la posibilidad de dispararle antes de que terminara de contar. Vio su dedo, preciso, mortal, en el gatillo de la pistola. Vio que Annie era casi de la misma altura que él, y Hanson la sostenía frente a sí como si de un escudo humano se tratase, pero si conseguía de que Hanson asomara un poco de su frente, tal vez podía acertarle un disparo preciso a tiempo. Los riesgos eran muchos, las posibilidades de éxito eran muy pocas. Lo cierto era que no podía esperar, debía rescatarla como fuera posible.

—¡Tres, y bajando! ¡Tic tac policía, tic tac! —exclamó Hanson.

Sin embargo, Annie lo miró, con los ojos enrojecidos por el llanto, la mejilla hinchada por los golpes y con restos de sangre en su barbilla, y de forma casi imperceptible, le asintió con la cabeza. O al menos eso creyó Ron, pero lo que sí estaba seguro es que ella estaba haciendo un evidente contacto visual con él, y entonces en su mente afloró una idea. Algo que quizá ella estaba tratando de comunicarle en silencio. Algo que él ya había hecho antes, y que podía volver a intentar.

—¡De acuerdo, bajaré mi arma, pero no le hagas daño! —dijo Ron, dejando de apuntarle con las manos en alto.

—Eso está por verse, policía. Deja tu pistola en el suelo, despacio. No quiero tonterías, o volaré la hermosa cabecita de tu chica como una sandia llena de petardos navideños.

Ron se acuclilló, no podía mover el brazo izquierdo, pero no importaba, sabía que si se acuclillaba tendría mejor estabilidad de tiro aún con una sola mano. Comenzó a descender el brazo derecho muy lentamente, centímetro a centímetro, mientras Hanson lo observaba con una sonrisa.

Entonces disparó. La bala ingresó en el muslo derecho de Annie, quien dio un alarido de dolor y se derrumbó al suelo sin poder evitarlo, resbalándose de las manos de Hanson. En cuanto se dio cuenta de que Ron había disparado a su propia rehén para liberarla de él, le apuntó con rapidez, pero Ron fue más rápido y le disparó tres veces. Dos balas impactaron en su pecho, y la última cerca de la garganta. Hanson se desplomó en el césped, cayendo hacia atrás, y Ron se puso de pie tan rápido como pudo, corriendo hacia él. Al caer, había soltado la Desert, pero comprendiendo que estaba agonizando y desangrándose, estiró una mano hacia el arma, mientras de su boca sangrante salían ronquidos ásperos, salpicándose la barbilla con pequeños borbotones rojos. Ron, sin embargo, le apartó la pistola con el pie, para que sufriera hasta el último segundo, y justo en el momento en que las espasmódicas sacudidas de la agonía comenzaban a mermar, lo ejecutó de un disparo en la frente.

Se volteó hacia donde Annie estaba, en el suelo, llorando. No sabía si lloraba por la emoción de volver a verlo o por el dolor de su pierna, pero se sentía muy feliz de verla con vida. Se arrodilló a su lado, ella se giró en el suelo para que Ron pudiera desatarle las manos, y una vez libre, se irguió hasta sentarse en el suelo. Lo abrazó con su brazo sano, aferrándose a él como si no lo hubiera visto en décadas, y lo cubrió de besos.

—¿Qué clase de problema tienes con mis piernas? —bromeó ella, entre risas, mientras le acariciaba el cabello. Ron le miró el muslo, no tenía agujero de salida, pero no sangraba tanto como la primera vez. Entonces le besó la frente, y la estrechó contra su pecho.

—Creí que nunca volvería a verte, Annie —le dijo. Ella le miró el hombro con preocupación.

—Tú también estás herido...

—Sí, supongo que muchas cosas tardarán en sanar para ambos, pero eso ahora no importa —respondió él.

A la distancia, pudo ver que Jason caminaba hacia ellos con el fusil de asalto en los brazos. Por detrás de él, apenas un puñado de seis o siete Rippers. Lo había apostado todo por ayudarle, pensó Ron, con cierta amargura. Al final, Hanson había logrado su cometido, vaya si les había hecho daño.

—Perdimos a Rod —dijo, en cuanto se acercó a ellos. Luego bajó la mirada—, y a muchos.

—Se terminó, Jas. Se acabó. —consintió Ron.

Jason se colgó el fusil al hombro, y les extendió ambas manos a los dos. Ron tomó una, y Annie la otra, poniéndose de pie.

—Me alegra saberlo —respondió—. Vámonos de aquí, ustedes necesitan un hospital, y yo necesito beber un trago.

El pequeño grupo se encaminó entonces hacia la entrada, donde más adelante habían dejado los furgones blindados, con Jason y Ron en cada lado de Annie, siendo sostenida por ambos al caminar en un pie. Atrás quedaba el cuerpo inerte de Hanson, en el silencio y el olvido, junto con los malos recuerdos. 

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