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4

A la mañana siguiente, Jason decidió que era una buena oportunidad para desayunar todos juntos. Había recorrido un poco las inmediaciones del lugar, ya que para él siempre era una buena experiencia visitar una gran ciudad, y había visto varias cafeterías donde servían unas donas que pintaban exquisitas. Sin embargo, eran casi las nueve y media de la mañana y aún no tenía noticias de Annie y Ron. Cansado de esperarlos en el vestíbulo, decidió volver a subir y llamarlos directamente. Al llegar a su puerta, golpeó con los nudillos mientras hablaba.

—¡Ronnie! ¿Están ahí?

Del otro lado de la puerta pudo escuchar un "¡Mierda, que hora es!" y pocos segundos después, las pisadas de alguien que venía trotando hacia la entrada. Entonces Ron abrió la puerta, envuelto en las sábanas desde la cintura hacia abajo. Jason no pudo evitar mirarlo con una ceja erguida.

—¿Van a bajar a desayunar? —le preguntó.

—Enseguida vamos —dijo, y en aquel momento, el rostro de Annie asomó desde el recodo de la pared, junto con un pie descalzo y la pierna desnuda.

—¿Es el desayuno? —al darse cuenta que era Jason abrió grandes los ojos y se volvió a meter al dormitorio. Jason miró a su colega, aguantando la risa.

—Sin putos comentarios, cállate, no digas nada. Bajamos enseguida —respondió Ron.

—Tómense todo el tiempo que necesiten, con calma —bromeó, antes de que Ron le cerrara la puerta en la cara.

Riendo entre dientes, Jason bajó por el ascensor hasta la planta principal, y se sentó de nuevo en uno de los silloncitos del vestíbulo para esperarlos. Diez minutos después, Annie y Ron salían del ascensor. Annie lo observó cohibido, como si con la mirada le estuviera diciendo "Eh, me pillaste" pero Jason no dijo nada. Mientras salían del vestíbulo hacia la calle, Ron le tomó de la mano, y Jason sí sonrió al ver este gesto.

—Se nos pasó la hora por completo, hombre —dijo Ron.

—No te preocupes. Hay una cafetería a dos calles de aquí donde venden unos donuts que parecen ser la puta gloria. No me los iba a comer solo. Imagino que han dormido bien.

Ron y Annie se miraron de soslayo, mientras Ron asentía con la cabeza.

—De puta madre. ¿Y tú?

—Hombre, siempre se agradece dormir en una cama distinta a las que tenemos en el Steel Cat.

Caminaron en silencio mirando algunas vidrieras de las tiendas aledañas que encontraban al pasar, mientras Ron fumaba un cigarrillo. Al llegar a la cafetería, se sentaron en una de las mesas del fondo, y pidieron café negro con tres donuts de crema cada uno. Cuando la moza les trajo el pedido, Annie vio el tamaño de los donuts rellenos y dio un resoplido.

—No sé si me podré comer todo eso, eh —dijo.

—No te preocupes, tú come lo que quieras. Jason y yo nos batiremos en duelo por las sobras que queden —sentenció Ron, dándole la primer mordida a una donut. Hizo un gesto de aprobación con la boca llena y en cuanto tragó dio otro mordisco. No se había dado cuenta del hambre que tenía hasta que sintió el sabor.

—¿Cómo te fue anoche? ¿Pudiste dar con la dirección de Perkins? —preguntó Jason, dándole un sorbo a su café.

—La tengo. No está lejos, a unos veinte minutos hacia el este. Le he tomado fotos a la casa, está a media calle por Sam Lake St.

—Bueno, ¿cuál es el plan? —preguntó Annie.

—Si mal no recuerdo, a las siete de la mañana Perkins ya estaba llegando a la oficina, al menos en las épocas en las cuales todavía era un agente del FBI. Si eso no ha cambiado, tendremos que estar a las seis vigilando su casa, para entrar en cuanto se vaya —Ron sacó su teléfono celular, buscó la foto que había tomado de la fachada, y la amplió—. No creo que podamos entrar por la cochera, porque tiene puerta automática y parece ser bastante fuerte. Tampoco por la principal, ya que podría tener alarma y sería demasiado arriesgado. Si observan, aquí hay un pequeño portón que parece ser un acceso al patio trasero —dijo, señalando a un costado de la casa—. Jason y yo entraremos por allí, desde atrás. Annie, tú te quedarás vigilando, serás nuestros ojos mientras estemos dentro, y me darás la voz de alarma en caso de que las cosas se pongan feas.

—De acuerdo —asintió ella.

—¿Y qué buscamos precisamente? ¿Tienes alguna idea? —preguntó Jason.

—Cualquier cosa que nos acerque a Hanson, o compruebe de alguna manera que Perkins trabaja para él como agente corrupto, ya nos debería dar las herramientas necesarias para continuar. Es posible que tenga alguna computadora portátil o algún tipo de información digital escondida en alguna parte. Si la llevamos con nosotros, ¿podremos hackear de alguna manera su contenido? —preguntó Ron, mirando a Jason—. Tú eres el de la logística y los contactos.

—¿Me estás pidiendo un informático? Hombre, no lo sé. Supongo que se podría conseguir, pero no dejamos de ser una banda de moteros, pídeme algo que sea normal en nuestro rubro, a ser posible.

—Veremos como le hacemos —dijo Ron, asintiendo con la cabeza, mientras se hacía a la idea de que robar alguna notebook sería inútil. Si Perkins era un tipo medianamente inteligente, cabría esperar que hubiese destruido todos los documentos en papel que lo incriminaban de cierta forma, por lo que solo quedaba buscar en los archivos de computadora que tuviera, pero sabiendo como pintaban las cosas, veía improbable que los Rippers pudieran conseguir un friki a sueldo.

—¿Y si las cosas se complican, y este tal Perkins nos tiende una trampa? ¿Qué hacemos? —preguntó Jason, sacándolo de sus pensamientos. Ron dio un sorbo de café antes de contestar.

—En ese caso, te diría que lleves cargadores suficientes. Saldremos de allí llevándonos por delante a los que sean necesarios.

—Vaya mierda —murmuró.

—Tendremos que pasar por una farmacia, también.

—¿Una farmacia? ¿Es qué no se cuidaron? —preguntó Jason, haciendo uso de su brillante sentido de la honestidad. Annie se puso roja como un tomate, y Ron pensó que tenía razón, debía comprar una pastilla del día después; además de unos cuantos preservativos, pero ese no era el punto.

—Tenemos que comprar guantes de látex, y también cofia clínica. No podemos dejar el mínimo rastro de huellas o cualquier otra evidencia que Perkins utilice en nuestra contra —respondió.

—Bien pensado, señor ex detective —bromeó Jason.

—Tenemos que estar descansados, aprovechemos hoy domingo para mantener nuestras espaldas vigiladas. Debemos circular lo menos posible por la calle, ya que nuestras motocicletas llaman mucho la atención y si te ven —le dijo a Annie, mirándola—, Perkins sabrá que estoy aquí. Conoce mi Camaro.

—De todas formas, ya sabe que estamos aquí, o por lo menos cerca. Tú lo llamaste para provocarlo —le dijo ella, como si le estuviera recriminando por haber hecho una tontería descuidada.

—Sí, sabe que estamos cerca, pero no sabe qué tan cerca. Juguemos con esa ventaja de mientras.

El grupo permaneció en silencio un momento, mientras terminaban de beber su café. Annie, por el contrario, luchaba por terminar el segundo donut, porque ya comenzaba a saciarse. Sin embargo, poco duró el silencio, ya que Jason emitió una risilla solapada, y luego preguntó.

—¿Y ustedes?

—¿Qué?

—¿Qué hay con ustedes? Cuenten. ¿Al fin están juntos?

Annie sentía que sus mejillas no podían arder más de lo que ya lo hacían. No es que le diera vergüenza decir que había formado una pareja con Ron, a fin de cuentas, era lo que siempre había querido, pero todo a su tiempo.

—¿Por qué tenemos que estar hablando de esto ahora? Se supone que es algo privado, Jason —dijo Ron.

—Privado mis huevos —negó Jason con un gesto de cabeza—, que yo los uní. Espero ser el padrino o alguna mierda de esas, más les vale.

—Estás a un paso de convertirte en la tía metiche de todas las familias.

—Y me da igual —Jason rio unos breves momentos, y luego se puso mas serio, luego los miró fijamente a ambos—. Me alegra que sean felices —entonces posó sus ojos en Annie—. Ron es un buen tipo, fue leal a su hermano dejando toda su vida atrás solo por protegerlo, aunque esta no era su vida. Será leal también contigo, estoy seguro que van a formar una bonita familia en cuanto todo esto termine. Y en verdad me alegro por ustedes, ambos lo merecen.

—No dudo de quien es Ron —respondió Annie, mirándolo con los ojos llenos de ilusión—. Ser quien es, fue lo que causó mi amor hacia él.

Ron sonrió, mientras pensaba que al final Jason tenia razón. Vivir un amor como aquel era lo correcto, porque pasara lo que pasara, había sido feliz. Casi hora y media después, terminaron de desayunar y volvieron al hotel, luego de pasar por una farmacia a comprar las cosas que utilizarían el día anterior, ya que no convenía exponerse demasiado a que algún ex compañero de Ron lo reconociera por la calle, o el propio Perkins lo viera merodeando cerca. Jason subió hasta su habitación, diciendo que se pondría a mirar alguna película en la televisión y quizás beber unas cuantas cervezas del pequeño refrigerador que había en el dormitorio.

Ron por su parte, se puso a cargar las baterías de los comunicadores y a revisar de que todas las armas estuvieran en orden. Annie, mientras tanto, sacó una botella pequeña de refresco, para tomar la píldora del día después, mientras lo miraba manipular las armas encima de la pequeña mesa que había en un rincón de la habitación. Observaba su espalda, ancha y robusta, y la facilidad con la que desarmaba las pistolas para limpiarlas y revisar que todo estuviera en orden, y una parte de sí misma no podía creer aún que estuviera allí, en una habitación de hotel, persiguiendo un jerarca corrupto del FBI, mientras que el hombre del cual se había enamorado hasta la medula estaba desarmando armas, como si fuera la cosa más normal. Quería vivir una vida emocionante, pues lo había conseguido. Y vaya si le gustaba.

Dejó la botella de jugo a medio beber encima de la mesita de noche que correspondía a su lado de la cama, y comenzó a desnudarse poco a poco. Él no la veía, ya que estaba muy concentrado con su tarea, hasta que completamente desnuda lo sorprendió abrazándole por detrás. Ron sintió los pechos de Annie en su espalda, su mano ágil que le comenzaba a desabrochar el cinturón, y no lo pensó dos veces. Se giró hacia ella, la rodeó por la cintura y se inclinó para besarle el cuello, al mismo tiempo que su mano derecha recorría sus nalgas. Estaba segura, pensó, al mismo tiempo que soltaba un breve gemido ardiente en cuanto la mano de él palpó entre sus piernas. Jason tenía toda la razón del mundo: serían los novios más felices del mundo.

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