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Aquel sábado, el trío de agentes conformado por Sam, Blake y Ron, salieron de sus oficinas y se reunieron a última hora en el estacionamiento del edificio. Acordaron que se reunirían en veinte minutos en el bar McAry's, como de costumbre. Ubicado en el lado norte de la ciudad, era el sitio perfecto donde poder echarse unas copas, reír un poco, y distenderse de la ajetreada rutina que un agente especial del FBI podía vivir durante toda la semana. El trabajo era perfecto para los tres, principalmente para Ron. Lo único que le parecía un tanto tedioso la mayoría de las veces, eran las fases previas a la investigación criminal, cuando tenían que perseguir a alguien en particular. El hecho de tener que analizar todo el perfil psicológico del individuo, sus costumbres, y cada uno de sus movimientos, a veces le ponía los nervios y la paciencia de punta, pero por otro lado era algo que adoraba al mismo tiempo. El acto de meterse en la cabeza del criminal, para encontrar la manera de siempre estar dos pasos por delante de él, era algo que no solo le fascinaba a nivel psicológico, sino que además le hacía recordar su estadía en los Rippers.
Tres meses después de iniciar su carrera, habían logrado capturar a un destacado personaje del mundo criminal, trabajando en conjunto, y de formas que solo el disparejo trío —juzgados a criterio de su director adjunto, el siempre malhumorado señor Perkins— podía entender. Esteban "El Flaco" Salazar, el más grande Cartel de cocaína de Nuevo México, fue capturado gracias a un plan de Ron, el cual consistía en hacer pasar a Sam durante tres semanas como un comprador narcotraficante, para tenderle una emboscada y retenerlo con vida. Por desgracia, aquello no salió tan bien, ya que Salazar le hizo probar la mercancía a Sam para concretar la venta, dejándolo fuertemente drogado. Aquel movimiento estratégico por poco le hace perder el puesto en el FBI, ya que está terminantemente prohibido poner en riesgo innecesario tanto la vida de civiles, como la de los propios agentes. Sin embargo, los grandes jerarcas de la oficina en Columbia intercedieron a favor de Ron y sus compañeros, ya que gracias a ellos por fin se cerraba una de las investigaciones más importantes del narcotráfico.
Luego de aquel caso, la estima entre el resto del Buró de Investigación hacia el grupo creció exponencialmente, a la par que la camaradería y la amistad con el trío entre sí. El siguiente caso que les asignaron fue el de encontrar no solo el paradero, sino la captura y la posterior confesión firmada de Luca Fratinni, altamente buscado por la interpol y los servicios de inteligencia estadounidenses por la venta de mujeres y menores al mercado negro sexual de Italia, Grecia y Eslovenia. Durante unos agotables e interminables ocho meses estuvieron buscándole la pista por cielo y tierra, y cuando creían que todo estaba perdido, Fratinni dejó un cabo suelto, o, mejor dicho, se le escapó. Una mujer, Kate Greewins, de veintiocho años de edad y reportada como desaparecida seis meses atrás por sus familiares, se escapó de la casa donde —junto a quince mujeres más— Fratinni la tenía secuestrada. Logró dar parte a la policía, desde un teléfono público, luego de correr por veinte minutos durante terreno boscoso, hasta llegar al pequeño pueblo de Mason en un estado de desnutrición bastante alarmante y golpeada casi a diario. La policía rastreó la señal, dio parte al FBI, y el FBI no solo logró rescatar los rehenes sino que además capturar a Fratinni con vida. Ron jamás olvidaría aquella tarde donde después de un intenso operativo tuvo aquel asqueroso violador y proxeneta a tiro, y le dio la voz de alto. Tuvo que contenerse de formas que jamás había conocido en sí mismo, para no dispararle directamente en la frente y acabar con su miserable vida de una vez por todas. Sin embargo, Fratinni intentó huir un segundo más, quizá presa de la desesperación por verse perdido, y Ron no titubeó un momento en efectuar dos precisos disparos, que ingresaron por el hueco poplíteo y salieron por las rótulas, dejándolo al borde de la muerte debido a la hemorragia causada por la arteria dañada.
A pesar de todo, Fratinni pudo sobrevivir, aunque ya no volvió a caminar jamás debido al daño irreparable en las rodillas, y Ron le tendió una trampa negociando una falsa reducción de condena a cambio de que firmase la confesión. Al final, Fratinni fue condenado a cadena perpetua en la cárcel Garlington, y a Ron le dieron una condecoración especial por su actuación. De todas formas, él no la aceptó, ya que, si no había también una condecoración para sus compañeros, entonces no la habría para nadie, y él no era el líder del grupo ni mucho menos para aceptar un mérito de forma personal.
Como forma de impulso entonces, a Ron le ofrecieron el caso mas importante que le ofrecerían jamás, y en el cual, si lo resolvía, podría ascender a director adjunto del FBI. Pero se lo ofrecieron en una reunión personal con el directorio de la agencia central, y Ron aprovecharía a comunicárselo a sus compañeros esa misma noche, en el bar. No quería ocultarles absolutamente nada durante lo que fuese que durara su carrera allí, y eran buenos hombres, no se lo merecían. Además, también tendría que trabajar con ellos si quería cumplir con ese expediente.
Llegaron al bar poco antes de las once y media de la noche, Ron estacionó el Camaro frente a la puerta y Blake su Toyota detrás, mientras que Sam bajaba del lado del acompañante del coche de Ron. Ingresaron al bar y se dirigieron directamente a una de las mesas del fondo, cerca de la pista de baile, donde más adelante una orquesta de música pop tocaba para un grupo de gente, muchachos y señoritas que bailaban como posesos. Claudette, una de las meseras, se acercó a su mesa en cuanto los vio entrar.
—Buenas noches, chicos —los saludó—. ¿Lo de siempre?
—Lo de siempre, tres negras —asintió Blake, guiñándole un ojo.
La mesera se alejó contoneando su trasero enfundado en un pantalón negro, y volvió al poco rato con tres botellas destapadas de cerveza negra, y un pequeño cuenco de maní, sobre una bandeja. Les dejó todo encima de la mesa y sonrió.
—Que aproveche —se despidió.
Blake la miró irse, nuevamente, y dio un resoplido.
—Algún día la invitaré a salir, ya lo verán —dijo.
—Si esa mujer se decide a hacerte caso, probablemente no le aguantarías el ritmo —dijo Sam. Tomó su botella de cerveza y la levantó levemente hacia sus compañeros—. Salud.
—¿De qué hablas, maldito inmigrante? Yo no necesito pastillas azules, como tú. Así que no digas estupideces.
—Ey, pongámonos serios un momento —dijo Ron, luego de beber un trago de su cerveza—. Hay algo que me gustaría proponerles, si es que están de acuerdo de trabajar en esto conmigo.
—Habla —respondió Blake. Sin embargo, algo distrajo la atención de Sam en una fracción de segundo, antes de que pudiese decir absolutamente nada. Estaba absorto, mirando hacia la barra.
—Eh, miren eso —dijo, y señaló con un movimiento leve de la botella.
—¿Qué? —preguntó Ron.
—Vaya mujer... —murmuró Sam. Sus ojos estaban posados en una atractiva treintañera de chaqueta de piel y pantalón azul que acababa de entrar. Entonces, de repente, miró a sus compañeros con una sonrisa.
—Olvídalo —dijo Blake.
—Ni pensarlo —objetó Ron.
—¡Ah, vamos, solo será un momento! Yo pago las cervezas de hoy, e invito las del sábado que viene si hay golpe, ¿qué dicen? —Sam estaba expectante.
—Hemos venido a charlar algo serio, y a tomar unas cervezas en paz, no me jodas... —murmuró Ron.
—Ustedes serían buenos actores si no fueran agentes, y lo saben.
—Ah, mierda... —masculló Blake, y le hizo un gesto con la cabeza a Ron mientras se ponía de pie. Luego miró a Sam de nuevo, casi como recriminándole. —No volveremos a hacer esta mierda por ti, que lo sepas.
—Son los mejores amigos que la vida podía darme.
—Vete al carajo, Sam —dijo Ron.
Blake y Ron caminaron rumbo a la barra, con sus botellas de cerveza en las manos. Al llegar, se pararon bastante cerca de la chica, y la miraron con una sonrisa lasciva, en clásico gesto de acoso. La mujer, de grandes ojos color esmeralda y carnosos labios, los miró incomoda y les dio la espalda. Entonces Ron miró a su colega por sobre el hombro, le hizo un gesto de fastidio, y tomó la iniciativa.
—¿Qué tal estás, preciosa? ¿Te invito a un trago? —le preguntó.
—Ya tengo, gracias —respondió la chica, de forma cortante.
—Bueno, te pago otro. ¿Qué bebes?
—No quiero, gracias, solo estoy de paso.
—Sí, sabemos que estas de paso, con esas pintas que llevas —intervino Blake—, es muy evidente. ¿Cuánto cobras?
La mujer se giró sobre sus talones, y lo miró como si hubiera perdido el juicio.
—¿Cómo se atreve? ¡Maldito idiota! —exclamó, alejándose en la barra hacia la otra punta. Ron entonces se acercó tras ella, y Claudette lo vio, tras el mostrador. Entonces se aproximó a Blake, y sonrió.
—¿Otra vez? —comentó ella, graciosamente.
—Ya sabes que sí, Sam te paga la ronda —respondió, antes de avanzar hacia su compañero.
—Oye, preciosa, no te enojes con nosotros, solo buscamos un poco de diversión y nos pareciste muy atractiva, nada más —dijo Ron, con una sonrisa pervertida—. No lo tomes a mal.
—¡Pues a mi no me interesa, y ya déjenme en paz!
En ese momento, Sam se acercó a ella, con expresión que parecía preocupada.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó. —¿Está bien, señorita?
—¿Y a ti que te importa? Puto metiche de mierda —dijo Blake. Sam entonces sacó su identificación.
—Están hablando con un agente especial del FBI, señores, y si no quieren problemas, será mejor que dejen a la chica en paz. He visto desde la mesa como la acosaban, y no lo permitiré. Así que ya pueden largarse de aquí, o les romperé las piernas antes de llevarlos en detención.
Ron entonces hizo el movimiento como si fuese a avanzar hacia Sam, para atacarle, pero Blake lo tomó del brazo.
—Déjalo, será mejor que nos vayamos —dijo. La chica entonces miró a Sam con una sonrisa.
—Oh, no sabe cuanto le agradezco... ha sido tan amable, estos animales son unos indecentes —dijo.
—No se preocupe, conozco a los de su calaña, le prometo que no se volverán a meter con usted —dijo Sam, y luego miró a sus colegas levantando el mentón—. ¡Y ahora lárguense de aquí, antes de que les de una paliza! —exclamó.
Blake y Ron se giraron sobre sus talones, y salieron por la puerta del bar. Una vez fuera, se apoyaron del Camaro de Ron, y Blake lo imitó.
—Están hablando con un agente especial del FBI, y pueden besarme mi latino trasero, o van a tener problemas —dijo, engrosando la voz—. Hazme recordar que le rompa la nariz, al maldito.
—¿Crees que ya consiguió su número de teléfono? —preguntó Ron.
—Ronnie, eso era una mujer de la calle buscando cliente, no hacía falta hacerse el héroe, solo bastaba con mostrarle uno de cien y hasta podía decirte que eras el amor de su vida —comentó Blake—. Pero sí, seguramente nuestro buen amigo Sam ya tiene su número telefónico en el bolsillo.
—Pero tu actuación fue magistral, como siempre, debo decir.
—Vete a la mierda, Ronnie. Por cierto, ¿qué tenías para contarnos?
—Me ofrecieron un expediente muy importante, yo diría que el caso más importante hasta ahora. Y viene directo desde la agencia central.
—¿Qué tan importante?
—Un ascenso como director adjunto, y planeo arrastrarlos a ustedes conmigo.
—No me jodas... —murmuró Blake, asombrado, y bebió un sorbo de su cerveza antes de preguntar. —¿De qué se trata? Debe ser algo muy gordo para ofrecerte un ascenso así.
—Y lo es. Tenemos que encontrar, capturar y enjuiciar a tres tipos, yo diría que lo peor de lo peor. Bill Hanson, Carlos Ortíz, más conocido como Papá Muerte, y John Beckerly. Beckerly es un traficante y asesino de poca monta, nada importante, trabaja con delitos informáticos, asaltos a joyerías, distribución de drogas sintéticas, y armas. Papá Muerte es un mexicano con al menos seis homicidios declarados, es traficante y opera con los grandes carteles de Centroamérica, también tiene cargos por lavado de dinero y falsificación de tarjetas corporativas.
—¿Y ese tal Hanson?
—Ese es el pez gordo. Sus delitos van desde más de veinte homicidios declarados, hasta tráfico de órganos, drogas, cargos por asociación con grupos terroristas del Medio Oriente, tráfico de armas, en fin, en lo que se te ocurra el tipo tiene metidas las narices. Los otros que te nombré son sus socios, si encontramos a alguno de ellos, será cuestión de tiempo para dar con el paradero de Hanson —explicó Ron.
—Ya, eso suena fácil. Inteligencia tuvo que haberlo pensado antes, ¿verdad?
—Supongo que sí.
—¿Y por qué nos piden esto a nosotros?
—Porque son tres malditos genios. Las pocas pistas que han encontrado sobre ellos o son falsas, o logran escabullirse al último momento. Tienen a todas las agencias de investigación que existen en jaque absoluto, y creen que nosotros somos los indicados para dar con ellos.
—Y tú no vas a guardarte la gloria de capturarlos para ti solito, por eso nos dices esto —dijo Blake.
Ron le apoyó una mano en el hombro, y lo miró directamente.
—Es mucho más que eso. Conocí un grupo de gente, hace tiempo, en donde todos eran muy unidos, y nosotros tenemos que hacer lo mismo. Si uno cae, caen los otros. Si uno asciende, entonces ascienden todos. Yo no voy a ser director adjunto si ustedes no están conmigo, y los necesito para este caso —dijo.
—Y estamos contigo —respondió, apoyándole una mano también en el hombro de Ron—. Un director adjunto necesita buenos alcahuetes a su lado.
—No hables en plural, Sam aún no sabe nada de esto.
—Ya le diré yo, y no tendrá problemas. No te preocupes por eso.
—Gracias, colega.
—Vamos, ya no pintamos nada aquí. Lo mejor será irnos a descansar, y pedir los archivos mañana temprano. Cuanto antes comencemos, mejor —dijo Blake, acabándose su cerveza después.
—¿Y Sam? No sabemos si se va a ir con esa chica —comentó Ron.
—¿Te crees que no? Pensaba que eras más listo, Ronnie. Vámonos a la mierda, anda.
Ambos subieron a sus coches, respectivamente, y abandonaron las inmediaciones del bar McAry's acelerando progresivamente, hasta perderse en la distancia de la noche. Ron se sentía cada día muy agradecido por haberse hecho con tan buenas amistades en su formación profesional, y una parte de su mente pensó, por un solo segundo, "ojalá que Jeffrey estuviese aquí, para verlo".
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