16
Ron se tomó un descanso de una hora, y en cuanto se sintió mucho más calmado, volvió al interrogatorio. Tres agentes de la oficina federal de Virginia lo observaban a través del cristal, mientras que Blake y Sam lo interrogaban, Blake sentado a la mesa frente al prisionero, Sam por su parte, en un rincón de la habitación, mirando la escena con los brazos cruzados. Al escuchar la puerta abrirse, ambos se giraron y vieron entrar a Ron. El primero en acercarse a él, fue Sam.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—Mejor, gracias —luego señaló con la cabeza hacia la mesa—. ¿Ha dicho algo?
—Nada, el tipo es una tumba.
Ron asintió, silenciosamente, y caminó hacia Blake. Le apoyó una mano en el hombro y le palmeó un par de veces.
—Ve a tomarte un café, déjame a mi un poco —le dijo.
Se levantó de la silla, y Ron tomó su lugar, mientras Rashid lo miraba con cierto recelo. Aún sentia que le ardía la garganta al tragar, y no confiaba en él, por lo tanto, se retiró de la mesa tanto como el respaldo de su silla le permitía.
—No voy a golpearte, aunque me gustaría —dijo Ron—. Solo quiero tratar de comprender tu posición. ¿A quien estás cubriendo? ¿A Hanson, o a Kahlil? Quizá solo estés protegiendo el negocio.
—Yo no estoy cubriendo a nadie, tengo mis principios.
—¿Ah sí? ¿Y cuales son esos principios?
—La Yihad es familia, la Yihad no se vende. Morimos sin delatar a nadie, cumplimos prisión sin delatar a nadie.
—¿Y crees que los demás harían lo mismo por ti? —le preguntó Ron, apoyando las manos encima de la mesa, con los dedos entrelazados. —Tú no eres más que un simple eslabón en esta cadena, estás abajo y ellos están arriba. Y lo sabes.
—Tú no sabes nada, no nos conoces.
—¿Has hablado con Hanson? ¿Tú o Kahlil se han reunido con él?
—No lo sé.
—¿No lo sabes, o no quieres decirlo?
—No lo sé —volvió a repetir.
—¿Te han presionado para que no hables? ¿Es eso? —insistió.
En ese momento, alguien abrió la puerta desde afuera, y miró a Ron directamente.
—Agente Dickens, ¿podría salir un minuto? —dijo. Ron lo reconoció mientras se ponía de pie, era Fritz, uno de los agentes de la patrulla que había ido al hotel. Salió al pasillo, cerrando la puerta tras de sí, y preguntó:
—¿Qué sucede?
—Los documentos que había en la habitación del detenido fueron traducidos, contenían datos sobre algunos negocios en el mercado negro con base en criptomonedas. Al parecer eran como una orden de compra —dijo, haciendo comillas con los dedos—, pero estaba cancelada por algún motivo. En el documento se lo nombra varias veces a Kahlil como representante de la Yihad en suelo estadounidense, para firmar un acuerdo de negocios con Bill Hanson.
—Bien, eso es perfecto.
—Hay algo más —continuó el agente—. Analizamos el teléfono y rastreamos la llamada, era una comunicación cifrada a un satélite de Marruecos. Pudimos triangular la posición de la señal para ubicar el teléfono y la geolocalización de la llamada. Fue recibida por su familia, cerca a los limites de la ciudad de Al-Balad.
—¿Su familia? ¿Quiénes?
—Su mujer, Halisha Imirah. Tiene una hija, también. Jessenia Imirah.
—Perfecto, gracias.
Ron volvió a entrar a la sala de interrogatorios, esta vez con una sonrisa de satisfacción. Cerró tras de sí, y se acercó a la mesa, pero no tomó asiento. En cambio, miró a Rashid, disfrutando que por fin lo había agarrado de las pelotas.
—El documento que encontramos en tu habitación es una orden de compra en el mercado negro con base en la criptomoneda, pero esta cancelada debido a que el hijo de Hanson les arruinó los planes, ¿no es cierto? También se lo nombra varias veces a Kahlil como negociante Yihadista. Negocios que por supuesto, hizo con Hanson —dijo Ron—. Pero eso no es lo más importante, ¿sabes? El único dato valioso es que pudimos intervenir tu teléfono. Y sabemos con quien hablabas.
—No le creo —dijo Rashid.
—Halisha Imirah, tu esposa.
Rashid abrió grandes los ojos, y su labio inferior comenzó a temblar. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Miente... —murmuró.
—Tú sabes que no miento. También tienes una hija, se llama Jessenia. Y sabemos donde están. Podrías cooperar con nosotros, y darnos la ubicación de Kahlil, o la de Hanson, y ahorrarte un problema a ti y a ellos. En cambio, puedes seguir siendo el tipo más honorable del mundo, e ir a prisión unos cuarenta años como mínimo —Ron se acercó a él por detrás, le apoyó las manos en los hombros y le susurró en el oído—. Pero en ese caso, mientras tú estás en un agujero pudriéndote tras las rejas, nosotros podríamos enviar un equipo Navy Seal a la ciudad de Al-Balad. Ya sabes, aprovechamos el conflicto bélico que hay en Irak y ya de paso le damos una visita a tu familia. ¿Cuánto crees que tardaría un equipo táctico de elite en entrar a la sucia choza donde viven y ejecutarlas? ¿Veinte minutos? ¿Tal vez menos? Nunca lo sabrías. Solo estarías esperando día tras día a que fueran a visitarte a la cárcel, pero no lo harán, porque en cuanto tu pises la celda ellas ya estarán muertas.
—Es usted un maldito... —sollozó. —Oh, por Alah...
—¿En verdad crees que Hanson o Kahlil valen más que la vida de tu mujer y tu hija? ¿O quizá tu tradición Yihadista es más importante que ellas? —Ron se alejó de él luego de darle un par de palmaditas en el hombro, y lo miró con una sonrisa amable. —Te dejo que lo pienses, de todas formas, haremos todo lo posible para que el juez y el abogado tarden lo más que se pueda en venir a darte el enjuiciamiento. Que disfrutes tu estadía —dijo.
Les hizo un gesto a sus compañeros y los tres salieron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, mientras Rashid apoyaba los codos en la mesa y se tomaba la cabeza con las manos. Una vez en el pasillo, Ron se encaminó a paso rápido hacia la salida, para fumar. Blake y Sam lo siguieron detrás.
—Eh, Ronnie, ¿en verdad has conseguido todos esos datos? —le preguntó Sam.
—Estaban haciendo negocios con Hanson, y cuando llegamos al hotel estaba hablando con su familia. Quizá solo una llamada de rutina, pero ha sido útil para amenazarlo.
—Eso ha sido muy maquiavélico —sonrió Blake.
Atravesaron la puerta de entrada y se situaron en la acera, al refugio de un kiosco de periódicos. Ya no llovía tan copiosamente como cuando habían llegado horas atrás a Virginia, pero sí lloviznaba. Ron encendió un cigarrillo, y luego habló.
—Pero funciona —comentó—. Ese bastardo ahora mismo debe estar carcomiéndose la cabeza, pensando en todo lo que le he dicho. No quiero que le den comida, ni agua, hasta que hable. Tampoco ir al baño, absolutamente nada. Vamos a mellarlo tanto psicológicamente, que en algún punto se quebrará y nos dirá todo lo que queremos saber. Yo debo volver a Carolina del Sur.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Blake.
Ron no pudo responder, porque el teléfono sonó en su bolsillo. Lo tomó y atendió.
—Dickens —dijo.
—¿Dónde demonios está? —preguntó Perkins, del otro lado. Ron puso los ojos en blanco con un gesto exasperado.
—Estoy en Virginia, señor. Estamos indagando a un sujeto por el caso Hanson —respondió.
—Me han llamado para reportarme que esta utilizando una jurisdicción que no nos corresponde, sabe bien que, si su investigación se tiene que trasladar de un estado a otro, debe comunicármelo antes.
—¿Para qué? ¿Para que me lo rechace como rechazó la custodia para mi familia?
—¡Agente Dickens, no puede ir por ahí haciendo lo que quiere! —exclamó, del otro lado de la línea. —Está utilizando recursos y tiempo de otra oficina sin haber hecho una petición previa, así que, si quiere continuar de forma correcta con su investigación, traiga al sospechoso a Columbia o de lo contrario abandone el interrogatorio.
—Gracias por las sugerencias, señor —respondió Ron, y colgó. Sus colegas lo miraron sin comprender.
—¿Qué quería? —preguntó Blake.
—Regañarme, como siempre —respondió—. Estoy seguro que el imbécil del agente Cole lo habrá llamado.
—Es muy posible —asintió Sam—. De todas formas, no vayas a hacer ninguna tontería, por favor.
—Tal vez —dijo Ron, sin darle mas importancia al menos de momento. Metió las manos en su bolsillo y sacó las llaves del coche, mientras caminaba hacia él—. Ya saben, nada de comida ni agua hasta que hable. Llamen si hay alguna novedad o confiesa algo.
—Sí, Ronnie —dijo Blake—. Te mantendremos al tanto.
Ron subió al coche, y metió la llave en el contacto mientras cerraba la puerta. Encendió el motor, y aceleró gradualmente por la calle, rumbo a la avenida principal que comunicaba con la carretera interestatal. Una vez que hubo alcanzado la carretera, minutos después, estiró un brazo para revisar en la guantera de su coche. Encontró entonces un disco de Pink Floyd, seguramente de su hermano, y lo introdujo en la bandeja de la radio. Los acordes de la guitarra de David Gilmour comenzaron a sonar melódicamente al mismo tiempo que Ron encendió los limpia cristales del coche y las luces largas.
Quitándose el cigarrillo de la comisura de los labios, apoyó ambas manos en el volante mientras tamborileaba con los pulgares, moviendo la cabeza de un lado al otro. Podía haber salido de la oficina quizá una hora o dos más tarde, pero no quería conducir a las apuradas teniendo en cuenta el nivel de cansancio que tenía. El dolor de cabeza había remitido un poco luego del segundo café, pero ahora le había vuelto a martillar las sienes progresivamente, acompañado de un hambre atroz. Aún no había almorzado y para la hora de la tarde que era, dudaba mucho que comiese algo. Seguramente se detuviera en algún sitio de comida rápida, de camino a recoger a Annie, para devorar un sándwich y una cerveza pequeña, o un grasiento omelette en algún restaurant de carretera.
Sin embargo, tampoco podía quejarse. La verdad era que estaba extenuado, las interrogaciones a sospechosos siempre había sido algo que lo agotaba en extremo, sin contar todo el tiempo de conducción de un sitio a otro. Pero por primera vez podía sentir que la investigación comenzaba a avanzar, y aquello le inyectaba las dosis de energía necesarias para continuar. Confiaba en sí mismo para acabar con toda aquella historia de una vez, a costa de cualquier precio.
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