
15
Se dirigieron al estacionamiento, y el trío subió al coche de Ron. No querían tomar una patrulla por dos motivos muy fundamentales: primero, para reducir la posibilidad de alertar a Rashid, en caso de que viera una vehículo federal llegar a su hotel. Y segundo, el hecho de ahorrarse un montón de explicaciones a Perkins podía hacerles ganar un valioso tiempo en la captura contra Hanson y sus hombres. Ron no había quedado para nada contento con la última charla, cuando había ido a pedirle custodia para su hermana, y no estaba seguro de poder tolerar otra discusión igual de acalorada.
—¿Adonde vamos? —preguntó Sam, desde los asientos traseros.
—Está alojado en el hotel Fairfield, cerca del aeropuerto Norfolk. Llegaremos sin ser vistos, y lo arrestaremos.
—Hasta Virginia tendremos una hora y media de viaje, o poco más. ¿De verdad crees que Rashid se quedará en el hotel hasta que lleguemos?
—Le dije al conserje del hotel que, si quería irse, lo retuviera lo máximo posible y que actuara con normalidad. No creo que tengamos demasiado problema —Ron condujo hasta la calle y chirriando los neumáticos, aceleró rumbo a los accesos a la carretera interestatal—. En cuanto al tiempo de viaje, trataré de que sea lo mínimo posible.
Una vez que tomaron el camino de la autopista, Ron pisó el acelerador lo más que pudo, evadiendo vehículos que le tocaban bocina al pasar, protestando. El Camaro rugió en cuanto alcanzó 150km/h y Ron lo mantuvo estable en esa velocidad por la vía rápida.
—En cuanto capturemos a ese hombre, ¿qué harás? —preguntó Blake.
—Interrogarlo, por supuesto.
—¿Pero lo llevarás a Columbia?
—No —aseguró Ron, sin apartar los ojos de la carretera que se extendía por delante—. Utilizaremos la propia oficina del FBI en Virginia. Para llevarlo a Columbia tendríamos que solicitar un vehículo de la penitenciaria con custodia, y Perkins debería hacer el informe. Quiero evitar la mayor comunicación con ese infeliz.
—¿Aún sigues enojado porque te negó la custodia?
—Va más allá de eso —explicó Ron—. Siento como si últimamente no quisiera que tengamos éxito en la investigación, o como si no confiara en nosotros. Somos los mejores agentes que tiene y él lo sabe, sin embargo, parece que no le interesa colaborar. Y si no fuera por sus actitudes, ahora no tendríamos que estar jugando una carrera contra el tiempo.
—¿Todavía crees que Hanson va a tomar venganza por su hijo?
—Sí, y si podemos obtener algún tipo de información por medio de este sujeto, podríamos encontrar a Hanson de una vez.
—Esperemos que así sea... —murmuró Blake, con un resoplido, mientras comprobó el cargador de su arma.
El viaje que a velocidad normal hubiese tardado alrededor de una hora y cincuenta minutos, a la velocidad que Ron conducía el coche no le tardó más de una hora. A medida que comenzaban a acercarse a la ciudad, el clima se convirtió poco a poco en una tormenta de ventisca y lluvia, de modo que en los accesos a Virginia tuvo que bajar la velocidad a no más de setenta, por la reducida visibilidad que había en la carretera. Sin embargo, aquello no lo detuvo, y unos minutos después, ya había encontrado el hotel Fairfield, un edificio lujoso y de al menos unos diez pisos de altura, con grandes ventanales y balcones en cada habitación de cara a la calle principal. Ron estacionó frente a la puerta, y apagó el motor.
Los tres bajaron del coche y trotaron hacia la puerta de entrada, para cubrirse de la lluvia. Una vez en recepción, Ron y los demás sacaron su placa de identificación y se la mostraron al conserje, un hombre bajito, vestido de traje y corbata azul, con grueso bigote y de calvicie avanzada, apostado tras una computadora.
—¿Dónde está? —preguntó Ron.
—Habitación catorce, en esta misma planta, por el pasillo a la izquierda —dijo, un tanto nervioso.
—Bien —asintió Ron, y luego miró el portallaves tras la espalda del conserje—. ¿Hay alguien más hospedado en las habitaciones contiguas? —preguntó.
—Solo un par de estudiantes universitarios de Michigan, y una familia turista. Todos los demás están en las plantas superiores.
—Quiero que llame por el interno a los inquilinos que están cerca de la habitación de Rashid, y les indique que no salgan de las habitaciones ni se asomen a las ventanas. No sabemos si ese hombre está armado y no queremos que haya heridos.
—Sí, señor —dijo el conserje, tomando el tubo del teléfono.
Ron le hizo un gesto de cabeza a sus compañeros, y los tres sacaron las pistolas a la vista. Avanzaron por el pasillo a paso lento apuntando hacia adelante, para su suerte, el suelo estaba alfombrado y amortiguaba el sonido de sus zapatos hasta casi hacerse imperceptible. Ron sentía como el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho, entrecortándole la respiración, y le sudaban las palmas de las manos. El gusto a metálico en su boca, producto de la tensión y el estado alerta que lo dominaba, era intenso, y sus ojos no dejaban de mirar a todas direcciones, puerta por puerta, en busca de cualquier movimiento sospechoso. Al llegar a la habitación número catorce, Ron apartó una mano de su pistola y cerró el puño deteniéndose en seco. Entonces se acercó a la puerta, y apoyó su oído, escuchando. Del otro lado, podía oír la conversación de alguien al teléfono. Rashid estaba allí, podía oírlo hablando en árabe. Se apartó de la puerta entonces, y señaló con el índice a Blake, luego al lado izquierdo de la puerta. Señaló a Sam, y luego el lado derecho. Él, sin embargo, se mantuvo al frente de la puerta, y apuntando hacia arriba con el arma, levantó tres dedos con su mano libre en cuanto sus compañeros tomaron posiciones. Luego dos, luego uno, y en cuanto bajó este último, le dio una contundente patada a la puerta, rompiendo la cerradura y desencajándola de sus bisagras. Sobresaltado, Rashid dio un respingo del susto. Tenía un teléfono celular en la mano.
—¡FBI! ¡Las manos a la cabeza! ¡Ahora mismo! —gritó, mientras irrumpía en la habitación apuntando hacia adelante, seguido de sus compañeros. Rashid miró la escena, y se colocó las manos a la nuca. —¡Suelte el teléfono! ¡Ya!
Rashid soltó el teléfono que cayó con un golpe sordo encima del suelo alfombrado de la habitación, mientras Ron no dejaba de apuntarle directamente al rostro. Blake y Sam bajaron las armas y lo tomaron por los brazos, reduciéndolo sobre la cama y colocándole las esposas a las muñecas. Una vez que estuvo ya bien asegurado, Ron bajó el arma y se acuclilló para tomar el teléfono en sus manos, pero del otro lado, ya habían colgado.
—¿Con quien hablaba, Rashid? —le preguntó, mostrándole el teléfono. —¡Diga!
—Tbaan lak 'ayatuha alshurtat allaeina*
Ron luchó contra el impulso de golpearlo, y aunque no sabía absolutamente nada del idioma árabe, no se precisaba ser un genio para darse cuenta que lo había insultado de alguna forma. En cambio, miró a sus compañeros.
—Sam, vigílalo que no se mueva —dijo—. Blake, llama a la oficina de aquí, y avísales que tenemos un sospechoso importante para interrogar bajo captura, y que vengan a buscarlo. Yo inspeccionaré la habitación.
Sam entonces lo condujo hasta una silla, al lado de la mesa individual, y lo sentó allí, apuntándole con el arma. Blake tomó su teléfono celular y salió de la habitación, marcando la llamada. Ron entonces comenzó a dar vuelta toda la habitación de pies a cabeza. Revisó bajo la cama, dentro de las sabanas, en el baño, dentro de la cisterna y del inodoro, en el botiquín y en el ropero, incluso hasta en el equipaje de Rashid. Encontró dos pistolas, al menos unos diez cargadores de calibre treinta y ocho, y documentos en árabe que parecían ser transacciones clandestinas en el mercado negro. Mientras comenzaba a clasificar todo, minutos después, Blake volvió a entrar a la habitación.
—Vienen en camino, ¿has encontrado algo? —le preguntó.
—Hay que revisar esos papeles, e investigar el teléfono —dijo Ron—. Tenemos que saber con quien hablaba cuando llegamos —luego se acercó de nuevo a Rashid, y lo miró—. Seguramente encontraremos material para encarcelarlo unos quince o veinte años, quizá hasta más. ¿Le gustaría, señor Rashid? ¿A que no?
—Puede irse a la mierda, no me asusta la prisión —respondió, con un pronunciado acento árabe encima del ingles. Ron sonrió.
—Que bueno, porque planeo meterlo en la peor cárcel posible —dijo—. Tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal judicial, tiene derecho a consultar un abogado y en caso de que no pueda pagárselo, la justicia le asignará un abogado de oficio. ¿Entiende los términos que le acabo de decir?
—Lo único que entiendo, maldito occidental de mierda, es que puede irse al carajo.
Ron asintió con la cabeza, guardó su arma de nuevo en el porta pistola a la cintura, y sorpresivamente le descargó un puñetazo en el rostro de Rashid, que por poco cae de la silla. Se volvió a sentar correctamente sin decir una palabra, escupiendo sangre a la alfombra impecable bajo sus pies. Blake entonces se interpuso en el medio.
—Eh, ¿qué haces? —le dijo a Ron, apartándolo—. No puedes golpear a un detenido una vez que lo has esposado, ¿es que quieres que te denuncie por abuso de autoridad?
—Este puto árabe se esta burlando de nosotros, no lo voy a permitir —dijo.
—¿Y qué esperabas, que te agradeciera por haberlo detenido? Déjalo, ya lo interrogaremos después —Blake condujo a Ron hacia el pasillo—. Respira un poco de aire, ve afuera y fúmate un cigarrillo. Estás demasiado tensionado. Yo me quedaré a hacer guardia con Sam.
—Sí, creo que será lo mejor.
Ron se alejó por el pasillo rumbo a la recepción, otra vez. Al pasar por el mostrador del conserje, le avisó que el sospechoso ya estaba detenido, y que ya no había ningún riesgo. Luego caminó hacia la puerta, y salió afuera, refugiándose de la lluvia bajo el pequeño porche de entrada. Sacó un cigarrillo de su paquete, se lo colocó entre los labios y lo encendió, dando una profunda pitada. La verdad era que Blake tenía toda la razón del mundo, Ron estaba muy estresado con todo aquello, y le costaba asumirlo. Pero tenía que continuar adelante, porque no podía detenerse ahora que estaba tan cerca de conseguir algo sobre el caso. Lo único que esperaba era resolver todo a tiempo, no le importaban los medios para lograrlo, solo quería mantener a salvo a sus seres queridos y desbaratar de una vez la red delictiva de Hanson y sus hombres. Ya ni siquiera lo motivaba la promesa de un ascenso a director adjunto, sino su propia convicción personal.
Unos minutos después de haber terminado de fumar el cuarto cigarrillo, Ron observó que tras su coche se estacionaba un furgón federal y una patrulla. De la patrulla descendieron dos agentes, y caminaron hacia Ron. Al llegar, cada uno le extendió la mano cordialmente al mismo tiempo que se presentaban.
—¿Quién es el detenido? —preguntó uno de ellos, el más veterano de los dos. —Soy Clarke Fritz, mi compañero es el agente Jhonn Cole.
—Pertenece a la asociación de Bill Hanson, Papá Muerte y Jhon Beckerly. Creemos que puede tener información vital para nuestra investigación, y necesitamos interrogarlo cuanto antes —respondió, antes de mostrarle su identificación a los hombres—. Ron Dickens, de la oficina de Columbia. Gracias por venir.
—Bien, trasladémoslo a una de nuestras dependencias, entonces.
El grupo entró de nuevo al hotel, y Ron los guio por el pasillo hacia la habitación. Rashid aún continuaba sentado en la misma silla, custodiado por Blake y Sam. Ron entonces los miró, y asintió con la cabeza. Luego lo observó a él.
—Bueno, hora de dar un paseíto —dijo.
Blake lo tomó de las esposas, obligándolo a ponerse de pie, mientras lo conducía fuera de la habitación. Algunos de los hombres que habían llegado en la patrulla, utilizaron la propia maleta de equipaje con la que Rashid había viajado para meter las pistolas, los cargadores, el teléfono y los documentos de evidencia. Trasladaron al detenido por todo el pasillo hasta la calle, custodiado por los agentes y bajo la mirada del conserje del hotel. Ron le dio las gracias por su colaboración, y le pidió disculpas por las molestias ocasionadas diciéndole que el FBI se encargaría del costo de reparación de la puerta, y luego se retiró, alcanzando al grupo. En la calle, vio como abrían la parte trasera del furgón, y lo metían dentro rápidamente, cerrándole las puertas por fuera. Ron les indicó a los agentes de la patrulla que los seguiría en el Camaro, y emprendieron la marcha rumbo a las oficinas de justicia federal.
A medida que conducía, Ron encendió un nuevo cigarrillo, mientras que Blake lo miraba de reojo. Nunca había visto a Ron alterarse por casi nada si no tenía motivos suficientes para hacerlo, cuanto menos aplicar el abuso de la ley. Sin embargo, dentro de aquella habitación vio algo diferente en su compañero, algo que no conocía en absoluto.
—Ronnie —dijo, al fin—, ¿te encuentras bien?
—Claro, ¿por qué lo dices?
—Me preocupa tu estado, hace días que vienes durmiendo muy poco, tienes un aspecto fatal, fumas demasiado, y nunca te había visto golpear a un civil con las esposas puestas.
—Ese infeliz no es un civil.
—Sí lo es, Ron. Aunque la justicia le haga comerse treinta años o más tras las rejas, no deja de ser un civil, por mucho que nos moleste asumirlo. Sé que es una mierda, lo entiendo, pero no quiero que tus convicciones te hagan comerte una suspensión de Perkins.
—Ya, gracias por el consejo —dijo.
Blake miró a su colega, y no opinó nada más, apoyando la cabeza en el asiento y cerrando los ojos un instante. Si dependiera de él, le encantaría sugerirle a Ron que se tomara un par de días de descanso, y los dedicara a dormir, a relajar la mente, pero no estaba seguro que se lo tomara a buenas. No al menos, estando tan cerca de hallar una pista concreta, y ya hacía mucho tiempo que trabajaba a su lado como para conocerlo bien.
Llegaron a las oficinas federales minutos después, estacionaron en el parking del edificio burocrático, y luego de bajar al detenido, entraron directamente por la puerta de atrás, llevándolo a la habitación de interrogaciones. Allí lo sentaron en una dura silla de metal frente a una mesa, y lo dejaron solo unos minutos, mientras que los federales de la ciudad decidían con Ron y sus colegas la siguiente decisión a tomar. A través de la pared espejada de la habitación, podían ver del otro lado casi con total claridad a Rashid, mientras que él, por su parte, solo percibía un enorme espejo impoluto, las luces blancas del techo, y el sonido tenue y constante del purificador de aire que filtraba el oxigeno en la hermética habitación.
—Tenemos que dar parte a la corte de justicia internacional. Al ser extranjero, debería ser extraditado a su país en cuanto se dictamine una sentencia —dijo el agente Fritz.
—Lo sé, pero mientras tanto le sacaremos toda la información que podamos —respondió Ron—. Cuando irrumpimos en su habitación, estaba hablando por teléfono. Quiero que registren la llamada, y la rastreen si es necesario. Quiero saber con quien hablaba, y si la comunicación se hizo por cifrado o por satélite comercial. También hay que analizar los documentos. ¿Creen que pueden hacer eso?
—Disculpe, señor Dickens —dijo el agente Cole—. Usted nos está pidiendo todo esto, pero pertenece a la oficina de Columbia. ¿Su superior está enterado de su procedimiento aquí? ¿Hay alguna orden que pueda mostrarme?
Sam y Blake miraron de reojo a Ron. Técnicamente, el agente Cole tenía toda la razón del mundo en preguntar aquello, a nadie le gustaba que cualquier persona viniera a su trabajo y le dijera qué tenía que hacer, más aún siendo del FBI. Por ello, cada oficina contaba con su territorio de jurisdicción correspondiente, para evitar que todo se convirtiera en un completo caos. Sin embargo, Ron no lo entendía de esta manera, al menos no de momento. Solo miró al agente Cole con una expresión fría como el hielo, y luego respondió.
—¿No tiene ganas de trabajar, agente? —le preguntó. Sam y Blake se miraron entre sí.
—Claro que sí, pero solamente quiero saber si su superior adjunto sabe todo lo que está haciendo aquí. A usted no le gustaría que yo vaya a su oficina a darle ordenes, imagino.
Ron dio un paso hacia el agente Cole. Sam y Blake no se movieron de sus sitios, tampoco es que creyeran que Ron se iba a enredar a puñetazos allí mismo, pidiendo su despido a gritos. Pero por las dudas, se mantuvieron atentos.
—Escúcheme bien, agente Cole. Ese hombre de allí —señaló con un índice hacia el cristal del ventanal—, es un criminal asociado a una peligrosa red delictiva buscada por todas las agencias de investigación conocidas, el cual entró al país con documentos falsos y con fines terroristas. Aquí tenemos la oportunidad de hallar una pista acerca del paradero de su líder, y con ello, salvar muchas vidas inocentes. ¿De verdad se está preocupando más por saber si mi superior adjunto sabe de esto o no? No tenemos tiempo para perder, ¿lo entiende? ¿De qué lado está usted?
—Discúlpeme agente Dickens, pero...
Ron lo interrumpió, y dio otro paso. Sam y Blake ya estaban demasiado alertas en este punto de la charla.
—Dígame de qué lado está, no lo volveré a preguntar una vez más.
—Del lado de la ley, señor.
—¿Entonces va a hacer lo que le pido, o no?
—Sí, señor. Enviaré el celular al departamento tecnológico, y de los documentos yo mismo me encargaré. Supongo que en unas cuatro o cinco horas tendré resultados de ambas cosas.
—Gracias —asintió Ron. Vio como los agentes Fritz y Cole salían de la habitación con la maleta de Rashid, y una vez a solas, Blake habló.
—Creí que ibas a estamparlo de un golpe —dijo.
—Ganas no me faltaron, putos burócratas de mierda...
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Sam, a Ron—. ¿Vas a esperar a que llegue su abogado para empezar a interrogarlo?
—Y una mierda. ¿Acaso hay una ley que me prohíba hablar con un detenido? No me jodas.
—Es anticonstitucional interrogar a un sospechoso sin la presencia de su abogado, Ronnie.
Ron entonces dejó de mirar a Rashid a través del cristal, y se giró rápidamente hacia Sam, tomándolo de las solapas de su chaqueta.
—¿Anticonstitucional? —le preguntó. — ¿Qué carajo te pasa? ¿De qué lado estás, Sam? ¿De Hanson, o del nuestro?
—Qué estás diciendo, hombre...
—¡No voy a quedarme de brazos cruzados esperando a que ese puto árabe de mierda se digne a hablar, seguramente negociando reducción de condena o alguna tontería de esas! ¿Y sabes por qué no lo haré? Porque ahí dentro tengo un hilo muy gordo del cual tirar, y no pienso desperdiciar la que quizá sea la única maldita oportunidad de atrapar a Hanson que tenemos. Así que la constitución ahora mismo me viene importando una mierda, ¿quieres reportarle eso a Perkins? ¿Eh, mamonazo?
Blake se metió en medio de los dos, y le apoyó las manos en los brazos a Ron.
—Eh, chicos, calmados. Ya está bien, Ronnie. Todos estamos muy alterados hoy, pero no sacaremos nada en limpio si nos ponemos a discutir entre nosotros, ¿de acuerdo?
Ron no dijo absolutamente nada, soltó a Sam y se alejó rumbo a la puerta, saliendo y cerrando tras de sí. Sam lo miró marcharse con aire de no comprender nada en absoluto, y luego miró a Blake.
—Cielos, no creí que se pusiera de ese modo... —murmuró.
—Ha tenido días muy difíciles, no le des importancia.
Ron abrió la puerta de seguridad de la sala de interrogatorios, y entró. Rashid lo miró, y sus compañeros del otro lado del cristal también lo observaron, entonces abrieron el receptor de voz, y escucharon los pasos de Ron sobre el suelo lustrado. No tomó asiento frente a Rashid, solamente se paró frente a él, con las manos a la espalda.
—¿Sabes cuantos años te darán? —le preguntó.
—Ya le he dicho que no me importa.
Ron continuó como si no lo oyese.
—Asociación a grupo terrorista, al menos unos quince años. Seguramente también debes tener cargos como homicidios, secuestro, y delitos varios de Lesa Humanidad, al menos otros cuarenta años entre todos ellos. Tenencia de armas sin registrar, cinco años. Entrada a un país extranjero usando pasaporte y visados falsos, al menos ocho años —cerró los puños y los apoyó con fuerza sobre la mesa de metal, mirándolo fijamente a la cara—. Tienes para estar en prisión hasta que te mueras, y si fuese posible todavía más.
—No me asusta con sus amenazas.
—No son amenazas, te estoy diciendo lo que te va a pasar en cuanto salgas de esta habitación. Pero si cooperas, quizá podemos ayudarte.
—¿Ah sí? ¿Cómo?
—Podríamos conseguirte un juez favorable, que te reduzca la condena a la mitad. Solo dinos donde esta Kahlil, y cual es su asociación con Hanson —dijo Ron.
Rashid lo miró, y sonriendo, cerró los ojos y apoyó la frente en la mesa. Entonces comenzó a hablar.
—Al-lahu Akbar; la ilaha Il-lal-lah...** —hizo una pausa y esperó, levantó la cabeza de nuevo, miró al techo y volvió a apoyarla en la mesa cerrando los ojos. —Al-lahu Akbar; la ilaha Il-lal-lah...
—¿De verdad crees que tu Dios te escucha? Has matado gente, eres un terrorista hijo de puta, te iras a infierno más hondo posible en tu religión o en la mía, da lo mismo —dijo Ron, mirándolo con desprecio.
— Al-lahu Akbar; la ilaha Il-lal-lah...
—¿No sabes rezar otra cosa? ¿Eh?
— Al-lahu Akbar; la ilaha Il-lal-lah...
—Cuando entramos a la habitación, estabas hablando por teléfono —dijo. —¿Hablabas con Kahlil, o con Hanson?
Rashid interrumpió su rezo, entonces levantó la cabeza y lo miró fijamente.
—No te diré nada. En mi tradición no vendemos a nuestros compañeros.
—¿Qué fue lo que te prometió?
—No me prometió nada.
—Más tarde o más temprano, Hanson caerá, al igual que cayó su hijo. No se pueden escapar de la ley toda la vida. O es cárcel, o es muerte.
Rashid lo observó fijamente a los ojos, y luego habló, con expresión ensombrecida. Hablaba muy en serio.
—¿Qué sabes de la muerte de su hijo? ¿Has sido tú quien lo mató? —Le preguntó. Ron parpadeó, sorprendido, y se retiró ligeramente hacia atrás. Entonces Rashid comenzó a reírse, mientras negaba con la cabeza luego de ver su reacción. —Sí, entonces has sido tú... Eres hombre muerto, vaya si lo eres. No conoces a Hanson, ni su determinación. Hasta mi jefe, Kahlil, le temía, aunque no lo aceptara en sí mismo. Va a acabar contigo, y con todos a tu alrededor. Y no puedes hacer nada para evitarlo.
Ron perdió la paciencia, en su mente todo se volvió confuso, la visión se le puso borrosa, y todo dentro de su cerebro se tornó rojo sangre, rojo furia, rojo instinto. Rodeó la mesa y lo tomó del cuello arrojándolo de la silla. Entonces fue allí cuando se dio cuenta que había perdido el dominio de su temperamento por completo, y aquello era peligroso no solo para su carrera, sino para sí mismo. Sin embargo, ahora no importaba, ahora no importaba nada más que destrozar a ese maldito, pensó. Comenzó a estrangularlo con toda la fuerza que sus manos le permitían, mientras recargaba todo el peso de su cuerpo en sus propios brazos.
—¡Dime lo que sabes sobre él! ¡Habla! —le gritó al rostro, salpicándolo de saliva. —¡Voy a matarlo antes de que toque a mi familia, voy a ejecutarlo igual que ejecuté a su hijo! ¡Dime su ubicación!
—¡Ron, para! ¡Vas a matarlo! —gritó Blake, tras él. Había entrado corriendo a la habitación junto con Sam en cuanto vio que las cosas se tornaban feas, y ambos se abalanzaron encima de él para sacárselo de encima, pero no podían con él estado de adrenalina que Ron tenía en ese momento. Al intentar apartarlo de Rashid, Ron miró con expresión enajenada a Blake y lo apartó de un codazo en el medio del pecho, haciéndolo caer hacia atrás. Otro agente, al ver la escena por la puerta abierta y escuchar los gritos, también se metió a la sala. Así, con Blake sujetándolo por un brazo, Sam por el otro, y el otro agente por la espalda, lograron levantar a Ron del suelo, que pugnaba por soltarse como un tigre rabioso, sacudiéndose y vociferando maldiciones e insultos.
Lo arrastraron fuera de la sala y cerraron la puerta con el cerrojo de seguridad tras él, solo en ese momento fue cuando lo soltaron. Ron se acomodó la chaqueta y se peinó el cabello con los dedos, sentía que le hervían las mejillas y tenía la respiración agitada.
—¡Ronnie, cálmate! —le dijo Blake, frotándose el centro del pecho con una mueca de dolor—. ¿Qué demonios fue eso?
—Tiene información. Este hijo de puta sabe algo, sabe que Hanson va tras de mi, lo acaba de decir.
—Quizá solamente vio tu reacción y lo utilizó a su favor para desestabilizarte y hacerte perder el control, no podemos saberlo hasta que la interrogación se complete —dijo Blake. —¿Por qué no te tomas un café, y tratas de relajarte? Nosotros seguimos, no te preocupes. Pero creo que deberías descansar un poco, no puedes llevar el caso de esta forma.
—Sí, está bien... —accedió Ron.
Se giró hacia el pasillo y caminó con paso lento hacia las oficinas y el vestíbulo del edificio federal. Se sentía en extremo agotado, abatido, y la cabeza le comenzaba a palpitar en un dolor sordo, producto de la tensión. Al llegar a la maquina expendedora de café, tomó un vaso descartable de su soporte y metiendo dos monedas de veinticinco centavos, se sirvió. Espero a que se llenara el pequeño vasito, y luego se sentó en una de las banquetas metalizadas contra la pared. Dio un sorbo de su café, estaba rico, pensó, mientras trataba de acomodar sus emociones. Reclinándose hacia atrás, se cubrió los ojos con la mano libre y respiró hondo, mientras mentalmente no cesaba de maldecir la situación, que lo superaba por completo.
*Vete al carajo, policía de mierda (En árabe)
**Dios es Grandísimo. Nadie es digno de ser adorado sino Al-lah. (oración Azan en árabe)
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