15
Ron llegó a Missouri cinco días después, telefoneando a Suzanne casi al llegar a la ciudad. Su idea era encontrarse con su hermana, sentarse a tomar un café en algún sitio tranquilo y hablar, aprovechando que ella se encontraba en dicha localidad por negocios en la bolsa de valores. Al principio, Suzanne se asombró por la llamada, y más aún se asombró al saber que Ron había abandonado los Rippers, pero por el momento no temía lo peor. Sin embargo, concertó un encuentro con su hermano al día siguiente, viernes al mediodía, en la cafetería Bread. La verdad era que Ron necesitaba charlar de todo lo que había sucedido, de todo lo mal que se sentía y todo lo que haría desde ahora en adelante con su propia vida, como una especie de purga.
A la hora acordada estacionó su coche frente a la cafetería, apagó el motor y bajó, cerrando tras de sí e ingresando al local. Tomó asiento en una de las mesas cerca del ventanal que daba hacia la acera, y ordenó un café con crema. Esperó durante unos minutos, hasta que, a través del cristal, vio a su hermana acercarse por la acera de enfrente. Estaba hermosa, pensó. Su cabello castaño se le sacudía encima de los hombros con cada paso que daba, vestía una chaqueta ejecutiva cerrada, un pantalón negro, formal, y llevaba a la mano un portafolios de banquero. La contempló como quien observa un diamante en bruto, mientras pensaba en todo lo profesional que ella se veía en aquel momento, una joven exitosa que trabajaba en Wall Street moviendo finanzas en todo Estados Unidos, en cada empresa de cada condado. Todo muy contrastante con lo que había sido Jeffrey jamás, incluso hasta muy diferente a lo que Ron había sido en los últimos meses. Y una parte de sí mismo se sintió mal por ello. Casi hasta sucio.
Vio como ella cruzaba la calle rumbo a la cafetería, luego entró por la puerta, haciendo tintinear las campanillas, y miró hacia las mesas. Ron levantó una mano, saludando en silencioso gesto, y al verlo, ella sonrió conmovida. Trotó hacia la mesa, con los pequeños tacones repiqueteando en el suelo de baldosas, y se aferró del cuello de su hermano con ambos brazos en cuanto él se puso de pie. Para Ron, aquello fue un bálsamo de alivio, un parche curativo a sus dañadas emociones. El hecho de sentir de nuevo el perfume del cabello de su hermana, sus brazos estrechándolo contra ella, era el equivalente a sentir la calidez del sol en el rostro.
—Oh, Ronnie, no puedes imaginar lo feliz que me hace verte de nuevo —dijo ella, y por dentro, no pudo evitar sentir que una parte de sí mismo se comprimía ante la eventual noticia. Sin embargo, sonrió lo mejor que pudo.
—También me alegra muchísimo haber regresado —dijo, y luego le señaló hacia la mesa—. Ven, sentémonos.
Ron le retiró levemente la silla frente a la mesa, para que ella tomara asiento. Luego le hizo un gesto a la camarera, la cual se acercó, mirando directamente a la recién llegada.
—¿Va a tomar algo, señorita? —le preguntó.
—Café, si es tan amable. Solo.
La chica asintió con la cabeza y se retiró rápidamente. Una vez a solas, Ron apoyó los antebrazos en la mesa y la miró.
—Bueno, cuéntame que tal te ha ido todo estos meses —dijo.
—Pues no tan mal. Los he extrañado, muchísimo, pero lleno mis espacios libres con trabajo y no tengo tiempo ni siquiera para sentirme mal.
—Haces bien —asintió Ron—. ¿Papá como está?
—Pues se ha desmejorado bastante desde que ambos se fueron de la casa. Pero él esta bien, ya sabes, con su música de siempre, con sus manías... Arlette es una buena chica.
—¿Arlette?
—Su cuidadora —dijo Suzanne.
—Ah, ya.
—¿Y tú, que tal? ¿Qué vas a hacer, ahora que vuelves a Carolina? —le preguntó ella. La mesera se acercó para dejarle una taza llena de café, Suzanne la miró y sonrió. —Gracias.
—Ingresaré de nuevo a la academia de policía, y obtendré el titulo de una vez.
—Haces bien, ese es tu destino, Ronnie. No al lado de unos sucios y despreciables motociclistas.
—No son tan malos como crees, Suzie. Al contrario, diría que son más honorables de lo que pensaba —comentó él. Suzanne lo miró como si estuviera de broma.
—No me estarás hablando en serio —dijo.
Ron dio un suspiro, mientras cruzaba los dedos encima de la mesa. No quería entrar en discusiones sobre la moralidad de los Rippers, y, además, la verdad era que no se había tomado un solo instante en ponerse a pensar como le diría la noticia a su hermana. Ahora estaba allí, sentado frente a ella, y tenía que hablar. Más tarde o más temprano tenía que hacerlo.
—Escucha, Suzie... eso ya no importa, ¿de acuerdo? —dijo—. Hay algo que quiero decirte.
—Dime, ¿qué pasa?
—Recuerdas que cuando encontré a Jeff, dije que no volvería sin él, ¿verdad?
—Lo recuerdo, claro que lo recuerdo. ¿Qué pasa, Ron? —preguntó ella, impaciente. —¿Jeff está bien?
—Bueno... —Ron tragó saliva, de repente el café que se había bebido le caldeaba en el estomago. —Él ha muerto, Suzie. Y yo ya no tenía nada más que hacer allí.
Suzanne lo miró con los ojos abiertos. No dijo una sola palabra, no se movió, no hizo el menor de los gestos. Ron pudo ver claramente como los ojos se le llenaban de lágrimas, dos de ellas rodaron por sus mejillas dejando un rastrojo de maquillaje y cayeron sobre la mesa. De pronto estalló.
—¡No puede ser cierto! —exclamó. Los pocos comensales que estaban en la cafetería en ese momento se giraron a verla, asombrados. —¡Jeff no pudo haber muerto, me niego a creerlo! —le gritó. Luego se tomó el rostro con las manos, y comenzó a llorar de forma desconsolada.
—Lo siento, Suzie... por favor... tranquila.
—¿Cómo fue? ¿Cómo murió? —preguntó, casi de forma compulsiva.
—Bueno, los Rippers estaban en conflicto con otro grupo, desde incluso antes de nuestra llegada. Una noche nos emboscaron en un bar, hubo un tiroteo, y Jeff cayó. Intenté llevarlo a un hospital, pero ya era tarde —dijo Ron, apesadumbrado—. No te diré más que eso, no querrías saberlo.
—Dios mío... dios mío... —repitió Suzanne, llorando desconsolada. —¿Y no fuiste capaz de tan siquiera avisarme?
—Creo que no era algo para hablar por teléfono, Suzie. Lo siento.
—¿Dónde lo enterraron? ¿En qué cementerio está?
—Lo enterramos donde viven los Rippers. Supongo que Jeffrey hubiera querido quedarse ahí.
—¿Supones? —le preguntó Suzanne, mirándolo con creciente furia. —¿Supones? —le volvió a repetir, y repentinamente, lo abofeteó. —¿O sea que no te bastó solamente con ocultarme la muerte de nuestro hermano, sino que además dispusiste de sus restos a tu antojo, excluyéndome por completo y sin darle cristiana sepultura? Lo que has hecho es despreciable, Ron.
Suzanne se puso de pie, retirando la silla hacia atrás, y se alejó rumbo a la puerta, sin mirar atrás.
—¡Suzie, espera! —exclamó. Dejó un par de billetes encima de la mesa y corrió tras su hermana. La alcanzó ya en la calle, caminando apresuradamente mientras se alejaba de la cafetería. —¡Suzie!
Ella giró para mirarlo.
—Lo que has hecho no tiene perdón alguno. Espero que estés conforme —le dijo.
—¿Y qué esperabas que hiciera? —le preguntó Ron. —Tú no has visto las cosas que yo vi, no has hecho las cosas que yo tuve que hacer, cosas por las cuales no solamente no podría ser policía jamás, sino que además me encerrarían como mínimo, treinta años tras las rejas. Y todo por Jeff, ¿entiendes? ¡No por mi! ¡Por él! ¡Nadie más! —exclamó. —Por desgracia no sirvió de nada, pero te juro que me encantaría, ¡me encantaría! Haber sido yo quien recibiera esa bala, y no él. ¡Hice todo lo que pude, para protegerlo a él y también a ti! ¿O me vas a decir que ibas a dejar tu trabajo sin más, solo para venir al funeral de Jeff en el refugio de un grupo de maleantes?
Suzanne lo miró con los ojos rojizos por el llanto, y negó con la cabeza. Entonces dijo una de las peores cosas que Ron escuchó en toda su vida.
—Felicidades. Te has quedado sin hermanos.
Se dio media vuelta, y se alejó por la calle sin mirar atrás, caminando apresuradamente. Ron no hizo absolutamente nada, solamente permaneció allí, mirando como Suzanne se alejaba, intentando grabar en sus pupilas la última imagen de ella. Todo en su vida había caído en desgracia desde que había ido tras los pasos de Jeffrey, y no podía hacer nada para remediarlo. Sintió que ya no podía experimentar más dolor del que estaba sintiendo en aquel momento, y sabía que su hermana se tomaría a mal la noticia, pero no se había imaginado hasta que punto. Sin embargo, ya todo estaba hecho, no podía volver el tiempo atrás, pensó, mientras sentía las lágrimas ardiéndole.
Volvió a paso lento hacia su coche, mientras encendía un cigarrillo. Al llegar, subió del lado del conductor, y se recostó en el asiento. Se secó los ojos con el dorso de una mano, pero fue inútil, no pudo evitar llorar. Apoyó la frente en el volante y negó con la cabeza, sin poder creer todo lo que había sucedido en tan poco tiempo, y lo infeliz que se había vuelto su vida. Unos minutos después, su teléfono sonó en el bolsillo de la chaqueta. Lo sacó, apresurado, pensando que quizá era su hermana para volver a conversar, pero era Jason. Respiró hondo, y atendió.
—Hola, Jason —dijo.
—Ronnie, ¿cómo vas?
—No tan bien. Me reuní con Suzie para darle la noticia.
—Vaya... ¿Y qué tan mal fue la charla?
—Digamos que, de ahora en más, estoy solo. Se acabó, Jason... sin hermanos —respondió Ron.
—Lo lamento, hombre.
—Gracias.
—Oye, te llamo para comentarte que aquí hay un revuelo de puta madre. Ya todos se enteraron lo de los Hell's Slayers. No quedó ni uno para contar el cuento.
—Bueno, eso son buenas noticias...
—Ya ves —convino Jason—. Quiero que sepas que te has ganado tu lugar. Ahora trata de descansar y de acomodar tu vida, nosotros tenemos que arreglar unos asuntos y probablemente no nos volveremos a comunicar por unas cuantas semanas.
—Gracias Jason, no sabes cuanto agradezco tu apoyo en estos momentos.
—Descuida, Ronnie.
Ron colgó, y dio una exhalación honda. Ahora más que nunca, debía continuar adelante.
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