14
Al volver a su oficina en el FBI, Ron sentía que estaba mucho mejor de ánimo a comparación de otros días, ya que las cosas poco a poco comenzaban a fluir en sentido favorable. Su hermana había comprendido que necesitaba estar protegida, y no solo ella misma, sino que incluso su padre también, por lo que en cuanto Ron había regresado de visitar a Annie, fue ella misma quien le pidió empezar a manipular el arma. Ron entonces le enseñó cómo sostener la pistola, cómo cargarla, cómo apuntar correctamente, y cómo disparar. Al escuchar las detonaciones contra los árboles del patio, James se preocupó, pero Suzanne consoló a su padre diciéndole que solo estaba practicando tiro al blanco con su hermano, ya que quería aprender por simple gusto personal. Practicaron hasta la hora de la cena, y Ron comprobó que Suzanne tenía muy buena muñeca y un pulso firme, aún a pesar de no haber sostenido nunca un arma en sus manos.
Por otro lado, Annie le había dado una pista muy valiosa acerca de un contacto de Hanson que, hasta el momento, no tenían registrado. Y al parecer, había dado buenos frutos, ya que Ron había recibido un llamado de la oficina federal situada en Virginia, confirmando haber no solo encontrado el rastro de Kahlil en el aeropuerto internacional de dicha localidad, sino incluso un cómplice más. Aquello había llenado de euforia y júbilo a Ron, que por fin sentía que su investigación avanzaba poco a poco. Los datos, según le había dicho el agente al cargo de la pericia, habían sido enviados a su buzón personal en la oficina, y estaba ansioso por echarles una mirada.
Al llegar al edificio ingresó rápidamente con el Camaro hasta el estacionamiento, dejó el coche en el lugar señalado de siempre, apagó el motor y bajó del mismo, caminando apresurado hacia la salida. Ni bien lo vieron cruzar por la puerta principal, sus colegas salieron de sus oficinas, a su encuentro.
—Dime que tenemos algo, por fin —comentó Sam.
—Eso parece, los documentos llegaron a mi oficina.
—Vamos —dijo Mike, señalando el ascensor.
Subieron hasta el sector de Ron, y a mitad del pasillo, su secretaria salía de la cafetería. Al encontrarse con ellos, miró directamente a Ron.
—Señor Dickens, anoche han enviado unos documentos para usted —dijo.
—Lo se, Betty, gracias. Dámelos en cuanto puedas.
En cuanto la chica llegó a su despacho, buscó bajo el escritorio una serie de documentos fichados por número de expediente y le extendió la carpeta marrón en las manos. Ron agradeció, y seguido de sus colegas, abrió la puerta de su oficina. Una vez dentro, le pidió a su secretaria que no le recibiera ninguna llamada hasta nuevo aviso, y luego cerró tras de sí. Blake se frotó las manos y Sam encendió un cigarrillo, nervioso.
—Ábrelos, anda —dijo Blake, entusiasmado. Parecían tres niños recibiendo regalos de navidad.
Ron dejó la documentación encima de su escritorio, y procedió a romper el precintado de seguridad del acta privada. Luego comenzó a sacar los papeles, con las fotos personales, los datos y la información.
—Bien, su nombre es Juzaymah Rashid, de nacionalidad árabe, de treinta y ocho años de edad —leyó Ron—. Viajó hace poco más de dos semanas desde el aeropuerto de Rey Kahlid en Arabia, hasta el aeropuerto internacional Norfolk, en Virginia, usando pasaporte, visado y tarjetas de crédito con identidad falsa, con nombre Yamaal Udin. Se lo reconoce en varias imágenes de seguridad caminando junto con Kahlil aquí, aquí, y aquí —dijo, señalando tres fotos a color impresas desde el sistema de vigilancia. Luego miró la imagen con el mejor plano de Rashid, y la golpeó con el índice sobre la mesa. Tenía espesa barba negra que le cubría todo el mentón y la mandíbula inferior, ojos oscuros y profundos, complexión física mediana y cabello rizado corto—. Este es nuestro objetivo, si encontramos a este hombre, encontramos a Kahlil. El pasaporte y el visado no tienen registro de salida en ningún aeropuerto, así que con toda seguridad todavía siguen dentro del país.
—¡Sí, sabía que ese hijo de puta de Hanson no se podía esconder mucho tiempo! Sin duda estos árabes deben saber algo —dijo Blake, con una ancha sonrisa. —¿Qué hay con las tarjetas de crédito? ¿Hay algún registro de su uso?
Ron sacó unos cuantos papeles más del interior del acta, y los revisó dándoles una rápida mirada por encima.
—No. Solamente fueron utilizadas en la plaza de comidas del propio aeropuerto, y nada más. Pero eso no tiene sentido.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Sam, echando humo por la nariz.
—Si aún no han salido del país, significa que tienen que estar alojándose en algún sitio. Es posible que ya tengan algún refugio preparado y por completo indetectable, en ese caso nuestro plan se habrá ido a la mierda justo antes de comenzar su captura. Pero nadie permanece en un país extranjero sin al menos dormir una noche en un hotel luego de diecisiete horas de viaje. Así que alguien tuvo que haberlo visto, y si así fue, tuvo que haber sido alguien cercano al aeropuerto —respondió Ron.
Se sentó frente a su computadora, abrió el navegador de internet y comenzó a teclear buscando la ubicación de todos los hoteles cercanos al aeropuerto de llegada que había utilizado su sospechoso. Pudo encontrar al menos unos quince lugares, pero en total, entre hoteles de medio precio y pequeñas posadas, había más de ciento seis ubicaciones distintas. Se reclinó en el respaldo de la silla, dando un resoplido, y se sujetó la cabeza con las manos.
—¿Qué pasa? —preguntó Blake.
—Estoy buscando hoteles y posadas cerca del aeropuerto Norfolk, y hay más de cien.
—No me jodas... ¿Vamos a ir a buscarlo a través de cien hoteles? —preguntó, incrédulo.
—No, pero sí vamos a rastrearlo —Ron se levantó de su asiento, y juntando todos los papeles de la carpeta, caminó hasta la fotocopiadora que había en un rincón de la oficina. Comenzó a sacarle copias a cada documento, y luego les extendió los papeles a sus colegas—. Sam, llama a todas las posadas que encuentres, y dales la información de este hombre. Pregunta si se ha hospedado allí o si tienen registros de su visita con el nombre falso que usó para viajar. Blake, tú haz lo mismo con los hoteles de una a tres estrellas. En cualquier caso, quiero que den su descripción. Puede ser que esté moviéndose con dinero en efectivo cada día en un hotel diferente, en caso de ser así, quiero que nos llamen en cuanto lo vean. Yo llamaré a los hoteles de cuatro y cinco estrellas.
—Bien —dijo Sam. Se giraron con los papeles bajo el brazo rumbo a la puerta de la oficina, concentrados en su nueva misión. Pero Ron los detuvo.
—Eh, chicos.
—¿Qué pasa? —dijo Blake.
—Ni una palabra a nadie, esto queda con nosotros.
Asintieron con la cabeza y salieron de la oficina, dispuestos a comenzar con las llamadas. Ron, por su parte, tomó una hoja en blanco y un bolígrafo, y volvió a sentarse frente a la computadora. Anotó cada uno de los números telefónicos junto con el nombre de cada hotel, y en cuanto hubo terminado de anotarlos todos, casi veinte minutos después, procedió a llamar uno por uno. Tenía más de treinta y cinco hoteles a los cuales telefonear, y se imaginó que todo aquello le llevaría una buena cantidad de tiempo, sin embargo, también quería hacer todo lo más rápido posible. En su fuero interno, Ron sentía que todo el tiempo estaba marchando a contrarreloj, y aquello le disgustaba.
Durante la primer hora y media de llamadas no obtuvo el menor éxito, todos los hoteles adonde había preguntado no habían tenido registros de haber hospedado a ningún hombre de nacionalidad árabe o similar, y en su lista ya había tachado la mitad de los números telefónicos. Quizá sus compañeros podrían tener mejores resultados que él, pero, ¿cómo saberlo? Se preguntó. Si así fuese ya le habrían avisado, seguramente no habían podido encontrar nada concluyente, y Ron temía quedarse sin otro hilo conductor del cual tirar.
Terminó de hablar con el hotel número dieciocho en su lista, lo tachó rayando por encima con el bolígrafo, y se reclinó en su asiento, haciendo pinza con los dedos encima del tabique de la nariz, cerrando los ojos mientras resoplaba. Estiró un brazo para tomar de nuevo el tubo del teléfono, marcó un botón interno, y en cuanto su secretaria respondió del otro lado, le pidió el café más cargado que pudiese conseguirle. Luego sacó el paquete de Marlboro del bolsillo de su chaqueta, y encendió un cigarrillo, dando una profunda pitada. Sacó el teléfono celular y buscando en su computadora el número, llamó al hospital Michael para preguntar a que hora le darían el alta clínica a Annie. Recordaba que había prometido pasarla a buscar, y si todo salía bien, no planeaba fallarle. La recepcionista de sala le dijo que según marcaba en su ficha clínica, le harían la revisión con el último turno a las nueve de la noche, y que, si todo marchaba bien, le darían un vendaje, indicaciones de cuidados para la sutura, y ya podría irse a su casa, a lo cual Ron agradeció por la información, y luego colgó.
Se dedicó a fumar el resto de su cigarrillo reclinado en su silla de escritorio, sin pensar en nada más, rogando mentalmente al cielo que por favor pudiese encontrar algún dato, por mínimo que fuese. Se sentía con buena motivación, casi como si tuviera el presentimiento que no debía desistir en su búsqueda, porque tarde o temprano tendría éxito. Sin embargo, todo parecía tan difícil que le resultaba imposible frustrarse a veces, pero debía continuar. Ron siempre había sido un hombre muy determinado, y cuando se proponía algo, no descansaba hasta conseguirlo. Y aquello no sería diferente, se repetía una y otra vez.
Su secretaria llamó con los nudillos a la puerta, Ron le indicó que entrara, y ella abrió la puerta con suavidad. Le dejó encima de la mesa una taza de café negro, sin azúcar, y se retiró de nuevo a sus quehaceres. Una vez a solas, se dedicó nuevamente a reanudar los llamados, alternando un sorbo de café entre llamada y llamada. El tiempo pasó, lento y tedioso, y cuando Ron comenzaba a perder el entusiasmo casi una hora y cuarto después, una de las llamadas fue positiva.
Sintió como su cuerpo se electrizaba por la emoción más absoluta, casi como si fuera un animal olisqueando su presa, y se enderezó de golpe en su silla. Al darle la descripción física de Rashid al conserje del hotel Fairfield, el hombre tras la línea le dijo que efectivamente, estaba ocupando una de sus habitaciones. Había pagado con dinero en efectivo, y le había dicho que se quedaría en el país durante un mes, por motivos de trabajo. Ron oía al conserje muy asustado, ya que le preguntaba varias veces si era peligroso, o incluso hasta si era un terrorista. Entonces le explicó que no lo sabía, pero que en aquel preciso instante viajaría para allí junto con varios agentes, para capturarlo. Le indicó que actuara normal para no alertarlo, y que por sobre todo no le permitiera irse del hotel. Dando las gracias por la información, colgó.
Se levantó de su silla de un salto, tomó su teléfono y llamó directamente a Sam y Blake, indicándoles que lo esperaran en el estacionamiento personal. Abrió uno de los cajones de su escritorio, sacó un cargador extra por si acaso, revisó su arma en el porta pistola bajo su chaqueta, y trotó hasta la puerta. Al salir, casi que corrió hasta el ascensor, bajó a la planta principal y avanzó hasta la salida a paso raudo. Afuera lo esperaban sus compañeros, y en cuanto lo vieron salir, lo miraron con ansiedad desbordante.
—Lo tengo, está en un hotel, vamos allá —dijo Ron, antes de que le preguntaran absolutamente nada.
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