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12

Durante las siguientes treinta y seis horas desde la discusión con Perkins, Ron se dedicó a vaciar su apartamento de las cosas más importantes, como la ropa, algunos documentos imprescindibles, archivos que solo tuvieran relación con Hanson y sus secuaces, y trasladar todo hasta la casa de su padre. Suzanne, por su parte, había solicitado al menos una semana libre de su trabajo, a medio sueldo, para instalarse cómodamente en la casa, cancelar los servicios de su cuidadora personal, y ordenar todo. Claro que aquellas cuestiones le acabarían por resentir el sueldo a fines del mes, pero Ron prometió compensarle cada dólar perdido. Para él no era un problema, y aunque no ganase fortunas, prefería aquello con tal de mantener a su hermana a salvo de cualquier cosa.

Aquel jueves a la tarde, Ron salió del edificio del FBI rumbo al estacionamiento. A su lado, Blake y Sam caminaban con él. El trío tenía un aspecto lamentable, Ron presentaba gruesas ojeras de cansancio, producto de la falta de sueño, Blake caminaba con los hombros bajos y las manos en los bolsillos de su gabardina, y Sam fumaba distraídamente su Camel mirando hacia adelante como si tuviera la mente en blanco. Y la verdad, tenían todos los motivos del mundo para sentirse desanimados.

—No hay ningún hilo por donde tirar, ¿no? —preguntó Ron, por completa rutina. Ya imaginaba la respuesta.

—Nada —respondió Blake—. Estuve todo el día revisando archivos e informes viejos, Hanson y sus hombres son muy metódicos a la hora de actuar, o tienen alguien dentro que les limpia las huellas.

—Yo tampoco encontré nada, lo único relevante que hallé fue un cómplice capturado en Ohio por triple homicidio, al parecer un ajuste de cuentas o así. Cuando intenté rastrear al sujeto, lo habían asesinado en la penitenciaría hace ocho años —comentó Sam—. Luego nada, otra vez.

—Vaya mierda... —murmuró Ron, encendiendo un cigarrillo.

—Eso no es lo peor.

—¿Qué?

—Nos estamos quedando sin recursos, hemos analizado todos los archivos y expedientes en tiempo récord —dijo Sam—. Si no encontramos nada en esta semana, tendremos que remontarnos a expedientes todavía más antiguos. Será una tarea extrema.

Ron llegó a su Camaro, apoyó la mano en la palanca de la portezuela del conductor, pero no abrió. La retiró, al tiempo que se giraba hacia sus compañeros, negando con la cabeza.

—Siento que los he metido en algo demasiado grande, chicos. Lo siento.

Blake lo miró sin comprender.

—¿De qué hablas? ¿Es que te has vuelto maricón o qué? Si estamos contigo es porque podemos hacerlo —dijo.

—Pero siento como si estuviera anteponiendo mis intereses personales por encima de la investigación, y no puedo involucrarlos a ustedes en esto.

—Olvídalo —dijo Sam, negando con la cabeza—. Ve a casa y descansa, mañana será otro día mejor. Tenemos que revisar los últimos expedientes que nos quedan en los archivos de registro, y si no hallamos factores de pistas en ellos, seguiremos con los más antiguos.

Ron asintió con la cabeza, abrió la puerta del conductor e ingresó en el coche. Encendió el motor y salió del estacionamiento tocando la bocina un par de veces, y una vez en la calle, aceleró rumbo a la avenida Westbane. Ingresó en el tráfico tras cederle el paso a una Toyota familiar, y encendió la radio en la estación de rock and roll que había presintonizada, mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante. Su mente no dejaba de procesar información a velocidades infrahumanas. Aún le costaba creer que no pudieran hallar una sola pista, por muy minúscula que fuese, acerca de los contactos o el modus operandi de Hanson.

¿Quién era ese hombre? Se preguntaba una y otra vez. Si algo había aprendido bien en la sección de criminología era que no existía el criminal perfecto, todo el mundo siempre deja una pista tras de sí, pero Hanson era el ejemplo perfecto de un autentico Houdini del crimen. Y aquello le crispaba los nervios, porque en lugar de estar acercándose a él, sentía que cada vez estaba más lejos, sin nada que pudiera hacer para remediarlo.

Llegó al semáforo de la avenida Mathey, que lo detuvo, y en cuanto cambió a verde el teléfono celular sonó en su bolsillo. Miró la pantalla, era un número privado, y haciendo un gesto de extrañeza, atendió.

—Ron Dickens, ¿verdad? —preguntó alguien del otro lado, antes de que pudiera siquiera decir una palabra. Tenía un fuerte acento mezclado con el ingles, que Ron no supo definir. Búlgaro quizás, o escandinavo.

—Soy yo, ¿quién es?

—Tengo lo que pidió.

—¿Mitch Anderson? ¿El transportador de Jason? ­—preguntó, recordando mejor.

—Lo espero en el parque Graystone, dentro de una hora. Sabrá reconocerme en cuanto me vea, estaré al fondo del camino principal, bajo los olivos.

Sin decir nada más, colgó. Ron entonces dejó el teléfono de nuevo en su bolsillo y giró a la derecha por la calle que se extendía a su lado. Los coches que venían tras él le tocaron bocina de forma insistente y furiosa, pero Ron pisó el acelerador sin preocuparse. El parque Graystone estaba relativamente lejos de su posición, casi en los limites de la ciudad, y tenía que darse prisa si no quería llegar tarde. Aún no le había dicho nada a su hermana acerca de la pistola, pero tampoco la quería asustar de antemano, así que esperaría a estar instalados en la casa de su padre para indicarle todo lo pertinente acerca de su uso.

Tardó poco más de media hora en llegar al parque, estacionó e ingresó, caminando por la calle principal. El parque Graystone era uno de los más grandes de Carolina del Sur, y dentro había un montón de calles pavimentadas como si fuera una ciudad en miniatura, solo poblada por árboles frutales, palmeras, rosales, y la más variada flora. Ron caminó a paso rápido, mirando en todas direcciones, hasta llegar al final. Allí, en un banco de madera, vio sentado a un hombre alto, de facciones cuadradas y cabello albino, con las manos en un sobretodo gris. Lo miró de reojo, y Ron se acercó, ofreciéndole la mano derecha.

—Ron Dickens.

El hombre se la estrechó, asintiendo con la cabeza, y tomó una bolsa de donuts Candyland que tenía a su lado, ofreciéndosela.

—Su pedido —dijo.

Ron tomó la bolsa de papel, la abrió, y dentro vio la Beretta de 9MM junto con una cajita de balas. La volvió a cerrar y asintió.

—¿Qué le debo?

—Jason no dio precio, solo me dijo que se la entregara.

—Muchas gracias —dijo Ron, y girándose sobre sus talones, caminó por donde había venido, dirigiéndose a la salida nuevamente.

Cruzó la calle y entró al coche estacionado, dejando la bolsa con el arma encima del asiento del acompañante, encendió un cigarrillo y luego el motor del vehículo, soltando humo por la nariz. Aceleró gradualmente poniéndose en marcha rumbo a la casa de su padre, y con una mano libre, tomó el teléfono celular para marcar el número de Suzanne.

—Hola, Ronnie —atendió ella, luego de un momento.

—Suzie, ¿estás en casa?

—Sí, aquí estoy.

—Voy para allá. Tengo algo para ti.

—Algo me dice que no serán chocolates ­—bromeó ella.

—Ya me conoces, nos vemos al rato.

Ron colgó, mientras pisaba un poco más el acelerador para avanzar rumbo a la vía rápida, cortando camino por la autopista Manggrif. Mientras conducía su mente comenzó a repasar, como si de un listado se tratase, todo lo que debía hacer de ahora en adelante. Primero, tendría que enseñar a su hermana a usar un arma, cosa que veía bastante difícil ya que con toda certeza se espantaría, pero le haría comprender que debía hacerlo por propia seguridad. También tendría que revisar su computadora portátil en busca de algún archivo olvidado o un expediente conector que le diera un poco de oxígeno a su investigación en contra de Hanson, y por último debería hacerse un tiempo para poder visitar a Annie, la cual le parecía de lo más agradable. Una parte de sí mismo no pudo evitar recordar como sus compañeros le habían gastado bromas, en cuanto había mencionado el hecho de visitarla, y sin darse cuenta esbozó una ligera sonrisa. Le parecía agradable, claro que sí, una chica muy cálida, y le guardaba un especial afecto debido a la culpa que sentía por haberle disparado.

Llegó a la casa de su padre casi una hora después, estacionó el coche en la entrada de acceso, bajó del mismo para abrir la portería de hierro, y luego volvió a subir al Camaro para conducirlo hasta el patio. Su hermana salió al porche con un vaso de jugo de manzana en las manos, Ron apagó el motor y antes de bajar, tomó la bolsa de papel del asiento del conductor.

—¿Me has traído donuts? Mi azúcar en sangre va a estar muy agradecida con ello —dijo Suzanne.

—Toma, yo te enseñaré a usarla —respondió él, extendiéndole la bolsa. Ella la tomó, dejando el vaso encima de la baranda de madera, y la abrió. Luego lo miró incrédulamente.

—Por Dios, dime que es una broma —dijo.

—Me encantaría, pero no. Lo mejor es que estés preparada para defenderte, en cualquier caso.

—Ronnie, demasiado estoy haciendo ya con mi buena voluntad mudándome aquí, dejando mi trabajo, mi estabilidad económica y mi vida en general por una supuesta represalia, no me pidas que encima me convierta en una pistolera profesional —dijo ella, negando con la cabeza mientras hablaba—. ¿No crees que todo esto se te está yendo un poco de las manos?

—¿Acaso estoy demente por intentar cuidarte? —preguntó Ron, exasperado. —Yo también dejé todo atrás para ir tras mi hermano, y no es el fin del mundo como piensas. No tienes que ser una tiradora excelente, solo quiero que estés más protegida, nada más. Yo estudié psicología criminal, he visto los informes periciales de Hanson y sus secuaces, el tipo es una puta bomba de tiempo con patas, y hace menos de una semana tuve que matar a su único hijo. ¿Tengo que volver a explicarte todo otra vez?

—No, no tienes que hacerlo. ¿Qué pasó con la custodia?

—No me la concedieron, no tengo pruebas para fundamentar lo que digo.

—¿Y de donde has sacado esta arma? ¿Es del FBI?

—No, me la dio un buen amigo. Es un arma sin registrar.

Suzanne se apoyó una mano en la frente, y dio un resoplido. Se sentía febril, como si fuera demasiada información para su cerebro. Una parte de sí misma sentía un miedo atroz al estar con un arma ilegal en sus manos, y por un instante pudo sentir lo mismo que había sentido Ron años atrás, en el momento en que su vida cambió para siempre convirtiéndose en el más absoluto caos. Tan solo unos días atrás estaba en su lujoso departamento alquilado, a punto de ir a la cama luego de un arduo día de trabajo empresarial financiando acciones en la bolsa del mercado, cuando su hermano la llamó al teléfono diciéndole que debía abandonarlo todo e ir con él. Al principio no le había creído en absoluto, y estuvo a punto de colgarle, pero Ron se oía tan alterado que había logrado asustarla. Y ahora simplemente estaba envuelta en pánico, pensando como demonios iba a aprender a usar un arma que, además, ni siquiera era legal. Sin embargo, obnubilada por completo en sus pensamientos, solo asintió con la cabeza, sin parpadear.

—De acuerdo... lo haré... —murmuró.

Ron la miró, con el sol tenue de la moribunda tarde cayéndole de forma diagonal en el rostro, iluminando aún más sus ojos de color miel, y sintió una oleada de ternura por ella. Entonces se acercó, le apoyó las manos en los hombros y la envolvió en un abrazo, acariciándole la espalda. Suzanne se aferró a él con fuerza, hundiendo la cara en su cuello.

—Quizá te estoy presionando demasiado, y así no podrás hacer nada —dijo él—. Toma tu tiempo para asumir esto y calmarte. Puedo empezar a enseñarte mañana, si así lo prefieres. Sé que no es para nada fácil.

—Gracias, Ronnie —le respondió. Él se separó un momento de ella, tomó el vaso de jugo de manzana que había dejado en la baranda del porche, y se lo ofreció para que bebiera. Suzanne dio un par de sorbos, y resopló.

—¿Mejor? —le preguntó.

—Mejor.

—Tengo que salir un momento, vendré tarde. Guárdala en un lugar seguro, que solamente tú sepas. Y no le digas nada a papá, no quiero preocuparlo —dijo él.

Suzanne asintió con la cabeza, y Ron se giró de nuevo hacia el coche. Mientras subía a él para encenderlo, su hermana caminó hasta la portería para abrirle, Ron salió en reversa y una vez en la calle, dio un par de toques de bocina antes de acelerar, perdiéndose en la distancia.

Mientras conducía, encendió un cigarrillo y sintonizó la radio, donde la emisora FM transmitía una canción de Led Zeppelin. De nuevo, iba a visitar a Annie fuera del horario permitido por el hospital, pero suponía que ya era algo de costumbre. Esperaba encontrar a la misma chica en recepción que amablemente le había cedido un lugar, sino ya se las apañaría. Recordó cuando le había dicho que tan solo le bastaba con mostrar su placa para que lo dejaran entrar a cualquier lado, y sonrió por la idea. Tal vez tenía algo de razón, pensó divertidamente.

Mientras recortaba camino hasta el hospital Michael, pensó en cual sería el siguiente paso a tomar en su investigación. Aquello era una cuestión que le agotaba las energías y le cercenaba el cerebro, odiaba estar haciendo cualquier otra cosa y que de repente su mente fluctuara siempre hacia el mismo punto, un punto ciego del cual no sacaba nada en limpio, más que la misma premisa de siempre: buscar hilos conectores donde no los había, y releer informes hasta el cansancio. Pero de lo único que estaba seguro, era que no tenía absolutamente nada en claro. Desde que había empezado su carrera hasta ese momento, todos los casos en investigaciones en los que había trabajado eran resueltos fácilmente. Sin embargo, aquello se le presentaba como un verdadero reto, y no quería admitirlo, pero a medida que pasaban los días, cada vez perdía un poco más la paciencia y el entusiasmo de continuar.

Se detuvo a mitad de camino en una gasolinera para cargar combustible, comprar un paquete de cigarrillos y una golosina de chocolate y crema, para sorprender a Annie. Llegó al hospital poco más de veinte minutos después, estacionó en el primer lugar libre que encontró, y bajó del coche tras apagar el motor y ponerle la alarma a distancia. Ingresó al hall buscando en la recepción a la misma chica que le había permitido el paso la vez anterior, y para su suerte pudo encontrarla. Tal vez estaba terminando su turno, ya que la vio acomodar papeles en su cartera y firmar unas fichas, sujetas a tablillas de madera por grandes pinzas metálicas. Avanzó hacia el mostrador a paso rápido, y sonrió.

—Buenas tardes, siento interrumpir... —dijo. La chica levantó la mirada hacia él.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Soy el que visitó anteayer a la paciente Anabella White, ¿me recuerda? Vine fuera de horario, y usted me permitió unos minutos. Lamento tener que venir fuera de horario otra vez ­—se excusó. La recepcionista pareció recordar.

—Ah, no hay problema. Ya estaba por irme, pero firme por aquí y entre, ya sabe el camino —le dijo, señalándole una de las actas de visita—. Si le preguntan, yo nunca lo he visto —le guiñó.

Ron sonrió, y asintió con la cabeza. Tomó un bolígrafo y garabateó la firma rápidamente en la planilla de visitantes, en una casilla dentro de la hora reglamentaria, y volvió a sonreír por la ironía de la situación. El agente especial Ron Dickens vuelve a ser un hombre ilegal, hay costumbres que nunca se pierden, pensó. Dejó el bolígrafo encima de la mesa, se despidió de la chica y caminó rumbo a los ascensores, entre los enfermeros y la gente que iba y venía. Entró a uno libre, tocó el botón del cuarto piso, las puertas metálicas se cerraron y subió. Al llegar a la planta correspondiente, el aparato se abrió con un pitido, Ron caminó por el pasillo hasta la puerta de Annie, y llamó golpeando con suavidad.

—Adelante —dijo ella, desde adentro. Ron entró, girando el picaporte, y saludó.

—Hola —la saludó, nada más verla. Ella sonrió, una sonrisa luminosa y ancha.

—¡Ronnie, que bueno verte! —exclamó, sentándose un poco más erguida en la cama. Tenía una camiseta rosa con escote en V, y Ron advirtió que no llevaba sostén, de modo que trató de no ser evidente y actuar con naturalidad. La sábana blanca le cubría desde las caderas hacia abajo, pero tampoco vio eso. En cambio, se metió una mano al bolsillo mientras cerraba la puerta tras de sí, y sacó el caramelo que había comprado.

—Te traje algo, espero que no se haya reblandecido mucho —dijo, y se acercó a la cama para entregárselo. Annie lo miró y sintió que se le ponía el rostro demasiado caliente.

—No tenías que haberte molestado... —dijo, y luego lo miró con fijeza, sus ojos celestes fijos en los de Ron. —Te agradezco.

—Bah, no es nada. Espero que te permitan comerlo.

—Y si no, me da igual —Annie desenvolvió rápidamente el caramelo, y se lo metió a la boca cerrando los ojos con satisfacción—. Ah, el chocolate es lo mejor que le pasó a este mundo.

—¿Cómo has estado? —le preguntó Ron, tomando asiento en el sillón de las visitas, a un lado de la cama.

—Lo normal —respondió ella, con la boca llena. Hizo una pausa mientras masticaba, y luego de tragar, continuó: —. Duermo la mayor parte del día, miro aburridos programas de televisión, pero no me puedo quejar. La pierna no tiene infección, y por lo que dice el medico, mañana ya podría retirarme.

—Bueno, eso son excelentes noticias.

—¿Y tú? ­—le preguntó ella, mirándolo detenidamente. —Tienes un aspecto fatal, parece como si no hubieras dormido en semanas.

Ron dio un suspiro, la verdad era que comenzaba a asomarle un leve rastro de barba, producto de no cuidarse ni siquiera en su estado personal. Y no quería ni siquiera verse en el espejo del baño, pero debía tener unas ojeras de considerable tamaño. Asintió con la cabeza, con gesto cansino, y se encogió de hombros.

—La verdad que no puedo estar en peores condiciones —dijo—. La investigación ni siquiera está avanzando, mis compañeros y yo no tenemos ni idea como continuar. Estamos en un punto muerto, y no paro de pensar en eso.

—Es alguien muy escurridizo, ¿no es así?

—Demasiado. Es increíble decirlo, pero los expedientes que tenemos sobre él indican que Hanson no tiene un solo cabo suelto. No tiene ningún delator, sus crímenes siempre han sido limpios y solo hay registros de haber estado en prisión durante su juventud. Luego de eso, no hay nada.

Annie suspiró, impotente por no poder ayudarlo. Le parecía admirable ver a alguien tan dedicado a su profesión como Ron, que el simple hecho de no poder concluir su investigación lo afectaba hasta tal punto. Si hubiera estado capacitada para hacerlo, se hubiera levantado de la cama tan solo para darle un poco de consuelo, apoyarle una mano en el hombro y decirle que todo estaría bien.

—Nadie puede ser completamente indetectable —opinó, casi con miedo de dar una mala idea o meter la pata de alguna forma—. No tengo ni la mínima idea de como trabajan ustedes, pero alguien debe saber algo sobre él. Quizá alguien que haya compartido celda con él, en su juventud. No lo sé, tal vez están buscando en el lado incorrecto.

Ron la miró.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

Annie sintió que la había cagado. Seguramente se había ofendido con aquel comentario, ahora Ron debía creer que ella era una metiche insolente, y que luego de haberle salvado la vida, ella debía pensar que todos eran unos inútiles incapaces de seguirle la pista a un solo hombre.

—Lo siento, perdóname... no debí decir eso. Soy una tonta, ni siquiera sé por qué he sido tan grosera.

—No, está bien —respondió él—. Eso me ha dado una idea.

—¿En serio? —preguntó, asombrada.

—Sí, tienes razón. Quizá seamos nosotros que nos estamos equivocando, y el objetivo no sea Hanson, sino alguien externo a él. Ya había pensado algo parecido antes, pero no había desarrollado bien la idea porque solo me concentré en buscar a Hanson de forma frontal. Él podría cuidarse, porque tiene un poderío mayúsculo en el mundo del crimen, pero no los demás. Y ahí está la clave, buscar el eslabón más fino de la cadena.

—Vaya, pues me alegro de haber sido de ayuda —sonrió ella, más aliviada.

—¿El hijo de Hanson no dijo nada cuando te tomó de rehén? El hecho de intentar vaciar los depósitos de criptomonedas es casi el plan de alguien más, estoy seguro —comentó Ron—. Cualquier cosa que puedas recordar, un gesto, un nombre, un lugar, algo.

—Bueno... recuerdo que cuando me obligó a transferir el bitcoin, murmuró algo. Dijo algo así como que ahora alguien iba a tener que hacer negocios con él a partir de aquel momento.

—¿Recuerdas a quien nombró?

—Era alguien extranjero, eso sin duda. Tenía un nombre árabe, o musulmán, no lo sé.

—¿Lo recuerdas? —en un impulso, Ron se levantó de su sillón, y acuclillándose al lado de la cama, le tomó una mano mirándola con aprehensión. Annie pensó que Ron tenía las manos muy suaves y cálidas para ser un hombre. —Por favor, dime que lo recuerdas.

—Creo que era Hakil, o Hamil, pero terminaba en il, estoy segura de ello —Hizo un esfuerzo en recordar, y luego abrió grandes los ojos, apretándole las manos a Ron—. ¡Kahlil, eso es! ¡Su nombre era Kahlil!

—Bien, eso es bueno —dijo, poniéndose rápidamente de pie. Su cerebro comenzó a procesar la información a velocidades increíblemente rápidas, mientras caminaba de un lado a otro de la habitación, ordenando las ideas—. Eso significa que, si el hijo de Hanson nombró a un extranjero, es porque su padre estaba haciendo negocios previamente con ese sujeto, y algo pasó entre ellos, pero él se les adelantó y la cagó. Es posible que Hanson haya viajado hasta Europa para reunirse con este tal Kahlil, pero también es posible que Kahlil haya viajado hacia nuestro país. Sea cual sea la forma, tenemos que acortar distancias y obtener registros. Si llegamos a Kahlil, o encontramos alguno de sus secuaces, entonces podremos abrir una brecha hasta Hanson.

Rápidamente, Ron tomó su teléfono celular del bolsillo y comenzó a buscar el número de Blake en la agenda. Lo llamó y esperó tono tras tono, mientras tamborileaba con los dedos de una mano sobre su pecho. Su adrenalina había aumentado, se hallaba excitado y ansioso, hambriento de nuevas esperanzas para continuar con su búsqueda. Por su parte, Annie lo miraba extasiada, viéndolo caminar de un lado al otro mientras sacaba sus conjeturas. Para ella, toda la situación era muy especial, porque jamás había visto trabajar un agente del FBI frente a frente, y además porque había sido quien le brindó un dato de vital importancia.

—Hola, Ronnie —dijo Blake, del otro lado.

—Blake, hazme un favor.

—Dime.

—Quiero que hagas una búsqueda por nombre, cualquier registro que tengas, solo tengo un apellido y puede ser importante.

—Dime —volvió a repetir, del otro lado.

—Kahlil.

—¿Va con hache o sin hache?

—No lo sé, pero prueba de ambas formas. Cualquier cosa que encuentres, envíala a mi teléfono. Y por favor, llama a Sam y dile que busque también. Si no encontramos nada, mañana intentaremos una búsqueda más exhaustiva en la oficina, ¿de acuerdo? —pidió Ron.

—De acuerdo, Ronnie. ¿Qué sucede?

—Luego te contaré, por el momento solo necesito que busques eso por mi.

—Espera un minuto, estoy frente a la computadora ahora mismo, lo buscaré —Ron se giró hacia Annie con una sonrisa ancha, y levantó el pulgar hacia ella, que simuló aplaudir, expectante. Luego de unos minutos, en que Ron lo escuchaba teclear, Blake volvió a hablar—. Hay algo, sí.

—¿Qué tienes?

­—Nada interesante, hay unos tres resultados solamente. Dos no coinciden con nada de lo que se podría relacionar a Hanson, pero hay uno que sí. Ibrahim Kahlil, terrorista implicado en distribución de armas químicas, fabricación y distribución de misiles balísticos a través del mercado negro. ¿Eso no te sugiere algo?

—La criptomoneda ­—dijo Ron, y volvió a levantar el pulgar hacia Annie.

—Fue investigado por la Mossad israelí hace mucho, por presunta sospecha de implicación en el atentado del once de septiembre.

—Envíame su ficha a mi teléfono.

—De acuerdo.

—Gracias Blake —respondió, y colgó.

—¿Lo tienes? —preguntó Annie, ansiosa.

—Eso creo, y todo gracias a ti. Al final saldrás del hospital siendo mi socia —bromeó Ron. Ella rio.

—Pues la idea no es mala.

Un tono en el teléfono hizo que Ron mirase la pantalla. Los datos de Kahlil ya llegaban a su correo personal, así que marcó otro número y volvió a llamar. A los pocos tonos, alguien atendió del otro lado.

—Sonny, ¿cómo vas? —saludó Ron—. Necesito que me hagas un favor.

—Hey, Ronnie. Dime en que puedo ayudarte.

—Te enviaré la ficha personal de un sospechoso, necesito que consigas una orden jurídica para requisar las cintas de video de cada aeropuerto internacional, de cada condado del país. Es una tarea extensa, lo sé, y vas a necesitar agentes, pero es de vital importancia.

Del otro lado de la línea, su colega dio un resoplido.

—Vaya, hombre... vamos a tener que contactar con otras oficinas para ello, o no será posible cubrir todos los aeropuertos.

—Lo sé, pero por eso te llamo a ti, eres el mejor en logística. Necesitaremos revisar las cintas de video de al menos un mes hacia atrás, quizá dos. Va a ser una tarea muy jodida, pero con tres agentes por condado sería suficiente —dijo Ron—. Buscamos un hombre de nacionalidad árabe, seguramente viajando con pasaporte e identidad falsa. Es posible que esté acompañado por alguien más. También debemos hacer una vía circulatoria por todos los aeropuertos con el rostro del sujeto, para que le nieguen el visado en caso de que quiera abandonar el país. Le cerraremos todas las salidas hasta dar con su paradero.

—De acuerdo, Ronnie. Te mantendré informado ni bien me envíes los datos del sospechoso.

—Gracias, Sonny. Adiós —respondió Ron, y colgó.

—¿Y bien? —preguntó Annie, ansiosa.

—Le bloquearemos todas las fronteras, y el maldito no tendrá lugar adonde ir —se acercó a ella, y le sonrió con afecto—. Y todo gracias a ti. 

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