11
—Es horrible, Jason —decía el cantinero, mirándolos a ambos. Tenía una mancha violácea bajo los ojos, claro indicativo de que le habían golpeado hacía no mucho tiempo atrás. No estaba limpiando ningún vaso, ni la mesada, y podía hablar dedicando su atención por completo a la charla. Dentro del bar, solamente había tres hombres, que jugaban al póker en una de las mesas del fondo—. Desde que el Duque fue asesinado, no han parado de venir los Hell's, siempre acompañados con alguno de sus contactos vinculados. Han intentado meterme miedo, pero no han conseguido nada de mi. ¡De todas formas deben irse de aquí, cuanto antes! Corren grave peligro.
—Solo dinos un nombre, Mike. Y buscaremos por cielo y tierra al hijo de puta que nos está jodiendo —dijo Rod.
—No puedo hacerlo, Rod, ¿es que no escuchas nada de lo que he dicho? ¡Sabrán que fui yo, y para la semana que viene estaré muerto!
—Por un carajo...
—Los has subestimado, acéptalo. El Duque era un imbécil, claro que sí, pero un imbécil con muchas influencias, y ahora por desgracia están jodidos —dijo el cantinero. Se acercó a ellos estirándose por encima de la mesa, y susurró: —Maten a los que están allí atrás, están con ellos.
Jason y Rod se miraron de reojo, y lentamente se sacaron el arma de la cintura. En el instante en que se giraban con rapidez hacia los hombres de la mesa y los apuntaban, dos disparos se escucharon desde afuera, y un momento después, un tercero.
*****
El hombre del Mustang disparó dos veces contra el grupo, hirió a un Ripper y otro de ellos le devolvió el fuego, ejecutándolo de un disparo al pecho. Entonces escucharon desde adentro del bar al menos cinco disparos, al tiempo que los vehículos que habían visto aproximarse llegaban al lugar. Eran ocho motocicletas con hombres de los Hell's Slayers, alertados por el tipo del Mustang de que los Rippers estaban allí. El grupo entonces se acuclilló tras las Harley Davidson intentando utilizarlas como cobertura, mientras que Ron y Jeffrey se cubrieron tras el Camaro. Los Hell's Slayers dejaron las motocicletas en el medio de la calle, a unos cien metros frente a ellos, y se bajaron rápidamente cubriéndose tras ellas, apuntando con sus armas.
—¡Mataron al Duque, y la sangre se paga con sangre! —gritó uno de ellos.
La puerta del bar se abrió, y Ron pudo ver que desde adentro asomaban Jason y Rod, cubiertos contra el umbral de la misma, con las pistolas en alto.
—¡No queremos empezar una guerra sin sentido! —exclamó Jason. —¡Así que váyanse, y nos iremos!
Como toda respuesta, los disparos tronaron en el silencio de la noche. Ron escuchó impactar al menos cinco balazos en la carrocería de su inmaculado y recién restaurado Camaro del 67. A pesar de todo, la adrenalina le hacia temblar las manos y respirar agitado como si estuviera corriendo, paralizado por completo sin poder hacer nada. Jeffrey y algunos de los Rippers que se refugiaban como podían tras las motocicletas devolvieron el fuego cruzado, disparando por encima de sus coberturas. Jason y Rod también dispararon desde sus posiciones, una bala impactó en una de las ventanas del bar, haciéndola estallar hacia adentro, y ambos se cubrieron tras la puerta.
—¡Ronnie, tienes que disparar! —exclamó Jeffrey por encima del sonido de la balacera, mientras recargaba su arma.
Tenía razón, pensó Ron, no podía quedarse ahí petrificado como un cobarde, cuando ya había matado a un hombre a sangre fría. Así que se incorporó lo suficiente como para poder ver por encima del capo de su coche, levantó el arma y disparó. A duras penas podía distinguir a los hombres que disparaban en la distancia, debido a que la iluminación de la calle era muy poca y lo encandilaban los focos de las motocicletas, pero abrió fuego en ráfaga, y aunque falló la mayoría de las balas, pudo acertar en el foco de una motocicleta y en un hombre a su lado.
Se volvió a replegar para colocar un nuevo cargador en el arma, mientras Jeffrey volvía a disparar desde su lugar. El sonido a los más de veinte hombres disparando a la vez era ensordecedor, y en medio del atronador tiroteo, dos hombres de los Rippers cayeron fulminados, uno herido con un roce de bala en la pierna y el otro con un disparo en el rostro. El segundo cayó horriblemente cerca de Ron, la dentadura se le había volado por completo junto con parte de la mandíbula inferior, y los ojos abiertos del muerto le hicieron recordar por un instante a los ojos del Duque al momento del homicidio.
El aire estaba cargado con olor a combustible, Ron no estaba seguro si era propio o de los Hell's Slayers, pero imaginaba que algún vehículo estaba perdiendo gasolina debido a los disparos cruzados. Aquello lo llenó de pánico, así que, sin detenerse a pensar, le hizo un gesto a Jason para que lo mirase. Cuando logró captar su atención, le gritó:
—¡Debemos irnos ya, hay combustible en el suelo!
—¡Yo me encargo! —exclamó Jeffrey, a su lado. Del bolsillo interno de su chaqueta sacó una granada de fragmentación, bajo la atónita mirada de Ron.
—¿Estás demente? —le preguntó.
—¡Nunca salgo sin una de estas, uno nunca sabe cuando puede necesitarlas!
Le quitó la anilla de seguridad y soltó el activador, entonces se puso de pie, saliendo desde su posición a cubierto tras el Camaro, y la lanzó por el aire con toda la fuerza de su brazo derecho, como si fuera un lanzador en beisbol. Sin embargo, una bala lo impactó en medio del pecho. Jeffrey dio una exclamación de sorpresa, y se desplomó al suelo. Ron lo miró, y sintió que el mundo desaparecía a su alrededor. Toda la realidad quedó comprimida alrededor de su hermano, y se arrodilló a su lado soltando el arma, mientras a la distancia, la granada explotaba matando a cuatro de los Hell's Slayers y obligándolos a ponerse en retirada, huyendo despavoridos.
—No, no, no, no, por favor... —murmuró, con los ojos llenos de lágrimas. Jeffrey estaba salpicado con su propia sangre, y con cada latido de su corazón perdía un poquito más a través del impacto. Estaba pálido, y lo miraba con los ojos muy abiertos. Le extendió un brazo, trémulo, Ron le colocó una mano en el pecho y presionó lo más fuerte que pudo. —Te vas a poner bien Jeff, mírame. ¡Mírame! —exclamó.
Jason y Rod corrieron en su ayuda, consternados. Tenían dos heridos en sus filas, un muerto y muy posiblemente, dos.
—Oh, cielos... —dijo Jason.
—¡Ayúdenme a meterlo al coche! —exclamó Ron.
Levantó en andas a su hermano, mientras se ponía de pie. Las lágrimas le surcaban el rostro y le nublaban parte de la visión, pero no importaba. Corrió lo más que pudo cargando con él hacia el lado del acompañante, mientras Rod le abría la puerta. Lo sentó en el lugar y cerró tras de sí, luego rodeó el coche por delante y abrió la puerta del conductor, al mismo tiempo que preguntaba:
—¿Cuál es el hospital más cercano de aquí?
—El Abanna, a menos de cinco kilómetros —dijo Jason, y luego corrió hasta su motocicleta—. Te acompaño —miró a Rod un instante, mientras se montaba en su vehículo—. Encárgate de los compañeros heridos.
Rod asintió con la cabeza, mientras Ron encendía el motor del Camaro y Jason su motocicleta. Emprendieron la marcha haciendo chirriar los neumáticos y tomando el camino hacia el oeste que bordeaba las carreteras principales. Ron miró a Jeffrey de reojo mientras pisaba el acelerador a fondo, rebasando a Jason, y le tocó la mejilla con el dorso de la mano, abofeteándolo levemente un par de veces.
—¡Jeff, quédate conmigo, carajo! ¡Mírame! —le gritó, alternando miradas entre su hermano y el camino que se extendía por delante.
Con esfuerzo, Jeffrey metió la mano en el bolsillo lateral de su chaqueta, y sacó lentamente el paquete de Marlboro. Pero el simple hecho de mover los brazos era demasiado, así que cerró los ojos lentamente, respirando con espantosa dificultad.
—Hazme... un favor, Ronnie... —murmuró. —Dame... un ciga... cigarrillo, ¿quieres?
Ron apartó una mano del volante para tomar el paquete de la mano ensangrentada de Jeffrey, sacó un cigarrillo arrojando después la cajetilla con descuido encima del tablero, y se lo colocó entre sus labios. Lo encendió usando el encendedor del propio coche, y luego se lo cedió a Jeffrey, tosiendo un par de veces por el humo. Este lo tomó entre sus dedos, con una leve sonrisa de satisfacción, y lentamente se lo llevó a la boca, chupando con esfuerzo. Ron evitó mirar la escena, con las lágrimas descendiendo en sus mejillas, mientras pisaba a 160km/h. También evitó mirar la pequeña voluta de humo que asomó de la herida de bala en el pecho de Jeffrey. El pulmón, oh por Dios, pensó.
—Ronnie... enciende... la ca... calefacción. Hace frío...
—¡Jeff, aguanta por favor! ¿Me oyes? —lo miró un instante, y lo sacudió de nuevo, al ver que parecía dormirse. Jeffrey pareció despabilarse un instante, estaba mortalmente pálido, y su boca rezumaba un poco de sangre. Volvió a cerrar los ojos, pero Ron volvió a sacudirlo. —¡No cierres los ojos, mírame a mi! ¡Mírame a mi!
—Siento... el perfume... de mamá, es ma... ravilloso, Ronnie —sonrió, mirando el techo del Camaro—. Los... bocadillos... de la escuela... —hizo una pausa, tosió, escupió sangre. —escuela... no quiero ir... la escuela...
—¡Jeff, quédate aquí, mírame! ¿Recuerdas cuando le cortamos el pelo a Suzie mientras dormía? ¿Lo recuerdas? Era mayo, ella tenía una cita por la tarde —dijo, mientras conducía subiendo a ciento ochenta—. Estábamos celosos por ello, ¿lo recuerdas? El chico con el que iba a salir era de su secundaria, y tu decías que tenía el cabello mas putamente grasoso que habías visto en tu vida. Te enojaste con ella, y no le hablaste durante todo el día. ¿Recuerdas, Jeff? Hasta que se te ocurrió la brillante idea de cortarle el cabello para arruinárselo y que no saliera, yo al principio no quería, pero al final accedí, y se lo dejamos hecho una puta mierda. Tenía un cerquillo precioso, pero se lo recortamos al mínimo posible, y tuvo que usar apliques especiales durante un año para disimular aquello, ¿lo recuerdas? ¿Jeff?
Ron lo miró de reojo. Su hermano estaba con la cabeza ladeada hacia el lado de la ventanilla, y los ojos cerrados. Si no hubiera tanta sangre, fácilmente podía pensar que se había quedado dormido. Y le vendería el alma al Diablo con tal de que así fuera, pensó, con honda amargura. Estiró una mano temblorosa y le sacudió.
—¡Jeff! —sacudió mas fuerte. —¡Jeffrey!
Pero no había respuesta de su parte. Ron se orilló a un lado, reduciendo la velocidad, hasta frenar de forma descuidada. Le quitó el cigarrillo de los dedos, consumido hasta la mitad, y apoyándose en su hombro lloró amargamente. Unos momentos después, la motocicleta de Jason petardeó al lado del coche. Al ver la escena, apagó el motor y se bajó del vehículo.
—Lo siento, Ron... —dijo.
—Todo lo que he hecho... —respondió, apoyado sobre el volante con el rostro entre los brazos. —Todo ha sido para nada...
—No ha sido para nada, ha sido por él. Lo has hecho feliz —dijo Jason—. Volvamos al Steel Cat, ya no podemos hacer nada más.
Ron se giró hacia la ventana con los ojos rojizos del llanto, y miró a Jason como si fuera a dispararle allí mismo a quemarropa.
—¡No voy a meter a mi hermano a ese horno! —exclamó.
—¿Y qué otra cosa podemos hacer? —le preguntó Jason, con un tono resignado en su voz. —Somos esto, Ron. Sé que tú y tu hermana querrían darle un velorio, pero hacer eso significaría dar parte de su muerte, y sin duda tendríamos la policía encima antes de que puedas darle cristiana sepultura. Tampoco puedes avisarle a tu hermana y dejar que ella se ocupe de todo esto sola, sería un durísimo golpe, y conducir hasta Carolina del Sur de regreso te tomaría un día y medio como mínimo —dio un suspiro y luego le apoyó una mano en el hombro, antes de retirarse—. Te dejaré a solas, yo iré de regreso.
Sin decir nada más, Jason subió a su motocicleta, volvió a encender el motor, y arrancó, alejándose en la distancia. Ron apoyó los codos en el volante, y se tomó el rostro con las manos, llorando en silencio. Luego de unos minutos, miró hacia el cadáver de su hermano aún tibio, y estirando un brazo le acarició el cabello.
—Si tan solo me hubieras hecho caso y hubieras venido conmigo, aún seguirías vivo, fumando tus cigarrillos de mierda y siendo el más sarcástico de los tres —dijo—. ¡Eres un tonto, eso es lo que eres, Jeff! Pero al final, creo que has tomado tu propio camino, y no sabes cuanto me duele. ¿Cómo le diré esto a Suzie? —le preguntó, como si esperase algún tipo de respuesta. —¿Qué haré con tus cenizas? Al final has vivido tu vida como has querido, y parece que aún así has sido más feliz que todos nosotros juntos. Creo que, a fin de cuentas, siempre has tenido la filosofía de vida correcta.
Se estiró en su asiento para darle un beso en la frente, y sin decir nada más, volvió a encender el motor del Camaro, y arrancó, girando en U por el camino para emprender el viaje de regreso. Nunca había sido bueno con las palabras, e imaginaba que, si su hermano estuviese vivo, le diría que no fuera tan dramático. Así que habiendo dicho todo lo que podía decirle, se limitó a conducir durante el viaje de vuelta al Steel Cat en completo silencio, con una sola idea metida en la cabeza, marcada a fuego.
Tomaría su propia venganza, cualquiera fuese el precio a pagar.
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