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Jeffrey no había intercambiado palabras con nadie durante todo el día, a pesar de que tanto Ron como su hermana habían salido al patio para hablarle. Sin embargo, los había rechazado diciendo que solamente quería quedarse allí, fumando y en paz, así que sin obtener éxito intentaron hablar también con su padre, pero de igual manera fue en vano. James se apartó de la mesa antes de terminar con su porción de carne, dio las buenas noches y se alejó impulsando la silla hasta su habitación. Con una horrible mezcla de pesar, vergüenza ajena y furia contenida, Ron le pidió mil y una disculpas a su hermana por todo lo sucedido, y ambos se acostaron a dormir.

Se tomó un antiácido antes de ir a su habitación, y desde la ventana de la cocina, observó hacia el patio oscuro, donde solo se veía la silueta de Jeffrey, aún más oscura, sentado en la mesa de picnic, con la brasa roja de su cigarrillo encendido en una mano. Negó con la cabeza, al tiempo que dio un resuello cansino, dejó el vaso encima de la mesada, y se encaminó a su cuarto. Se quitó las zapatillas deportivas, la camiseta y el pantalón, y se tumbó en la cama casi con desgano, pensando que con toda seguridad tardaría demasiado tiempo en dormirse. Sin embargo, en cuanto el antiácido en su estomago comenzó a hacer su efecto, se durmió casi al instante, hundiéndose en un profundo y espeso sueño.

La noche se le pasó en un santiamén, y se despertó sin saber que hora era, tan solo escuchaba sonidos ininteligibles bajo la marea brumosa del sueño. Alguien gritaba, o discutía, muy a la distancia. Una mujer y un hombre, que, entre el sopor del sueño, pudo distinguir como su padre y su hermana. Hizo un esfuerzo por despertarse, hasta que finalmente lo logró. Abrió los ojos con pesadez y dolor en sus parpados, se los frotó varias veces y se estiró cuan ancha era su cama de dos plazas, rodando hasta el borde para sentarse y vestirse. Una vez que estuvo lo suficientemente despierto, salió de su habitación y se acercó por el pasillo, hacia el living.

Efectivamente, su hermana y su padre parecían discutir. Ron se acercó en el preciso momento en que Suzanne le decía "¿Por qué tenían que discutir, papá?" y como toda respuesta, James masculló "Ya no tiene sentido continuar peleando por esto". Empujó su silla de ruedas hacia su habitación, y un momento después, solo se escuchó la música country, inundando el silencio entrecortado por el llanto de Suzanne. Ron se acercó a la mesa donde ella estaba sentada, y le acarició la nuca con suavidad.

—Eh, Suzie. ¿Qué ha pasado? —preguntó. Ella lo miró con los ojos rojizos.

—Jeff se ha ido.

La afirmación despabiló por completo la adormilada mente de Ron. Parpadeó un par de veces, sorprendido, y luego la miró sin comprender.

—¿Cómo que se ha ido? Tal vez fue a comprar cigarrillos, no tenemos porque alterarnos. Él siempre sale cada dos por tres, y durante muchas horas.

—No, esto es diferente. Se ha ido anoche, por la madrugada, supongo... Solo ha dejado esto —dijo, y le extendió un papel que tenia en la mano derecha. Ron lo tomó, y comenzó a leer.

Hermanos: por motivos de fuerza mayor he tomado la decisión de irme. Mi destino es Atlanta, me he unido a una banda de motociclistas a los cuales conozco hace un tiempo y aprecio mucho. Con los Rippers haré una vida mejor de lo que ustedes se imaginan. Hace tiempo que lo tenía planeado, pero solo estaba esperando el momento oportuno. 

Ni siquiera se les ocurra buscarme, porque no volveré a esa casa, aunque sea lo último que haga en mi vida.

Suzie, Ronnie, los amo. Son los mejores hermanos que la vida podía darme.

Jeff :)

—Oh, mierda... —murmuró Ron. —No puedo creerlo...

—No podemos dejar que haga una cosa así, Ronnie —Suzanne lo miró fijamente—. ¿Los Rippers? ¿Qué demonios es eso? ¿Motociclistas? ¡Tienen nombre de asesinos psicópatas!

—Lo sé, Jeffrey es un buen chico. Dios mío... —Ron miró la nota una vez mas. En un impulso, corrió hacia el portallaves colgado a un lado de la puerta de entrada, y tomó las llaves de su coche. —Iré a buscarlo.

—Pero Ronnie, ni siquiera sabemos quienes son estas personas. ¿Y si son peligrosos?

—Correré el riesgo, quizá todavía estoy a tiempo de encontrarlo.

Ron corrió hasta su habitación, tomó una chaqueta, su teléfono celular, su billetera y unos cuantos cientos de dólares de sus ahorros personales, para cargar combustible y comer algo por el camino, además de hospedarse en algún lugar. Suzanne lo alcanzó un momento después, cuando salía del dormitorio.

—Atlanta está a más de trescientos kilómetros de aquí, y es una ciudad muy grande, no sabrás por donde comenzar a buscar —dijo—. ¿No sería mejor esperar a que él se comunique con nosotros? ¿Que telefoneé, o algo?

Terminó de colocarse la chaqueta, recogió sus documentos, y miró a su hermana directamente a los ojos, apoyando sus manos en sus hombros. No quería ser tan pesimista, pero tampoco podía dejar que se hiciera falsas ilusiones en vano.

—Suzie, estoy a punto de ser policía, y puedo decirte que cuando alguien hace una cosa así, sé que no va a comunicarse con nadie. Jeffrey se ha ido, y no volverá a menos que lo encuentre y traiga su trasero a patadas hasta aquí, ¿comprendes?

Ella asintió con la cabeza, y una lágrima resbaló por su mejilla. Ron se la secó con el pulgar, y la abrazó contra sí. Ella hundió el rostro en el pecho de su hermano, y suspiró.

—No vuelvas sin él, por favor. Debes prometérmelo, por mi y por mamá. Tienes que encontrarlo. ¿Me entiendes? ¡No vuelvas sin él!

—Lo haré, no te preocupes.

Ron le dio un beso en cada mejilla a su hermana, y salió de la sala. Al pasar por la habitación donde estaba su padre, se paró frente a él con la nota de despedida en las manos, y lo miró directamente. Jamás había mirado a su padre de aquella manera.

—¿Ves esto, papá? ¿Lo ves? —insistió, poniéndole el papel frente a su cara con brusquedad. —Felicitaciones, lo has conseguido, has hostigado tanto a Jeffrey que se ha marchado. Ahora ruega para que pueda encontrarlo sano y salvo, o sino me habrás perdido a mi también.

No se quedó ni siquiera un segundo a escuchar el bufido que dio su padre, se dio media vuelta y salió de la habitación, caminando hacia la puerta principal a paso rápido. Tras él, Suzanne se acercaba. Lo vio encender el coche, abrir la portería de hierro principal y volver al Camaro, cerrando la puerta del conductor tras de sí.

Su hermana le arrojó un beso y agitó la mano en silenciosa despedida, mientras Ron salía en reversa hacia la calle. Una vez fuera, enfiló la avenida principal acelerando en segunda el Camaro, hacia los accesos de la autopista. A medida que transitaba por la calle avanzando a la par que los demás vehículos, rebasando alguno que otro y tolerando un par de bocinazos en su nuca, su mente comenzó a pensar en que punto se había jodido todo. Diablos, se dijo, si tan solo habían tenido una discusión. Fuerte, sí, quizá mas fuerte que algunas cuantas anteriores, pero nada del otro mundo. Sin embargo, una parte de sí mismo reconoció que era cuestión de tiempo para que llegara este momento, en el cual Jeffrey se hartase de todos y emprendiera el rumbo lejos de casa.

Sin embargo, también reconocía que lo había subestimado. Tanto él, como su hermana, y por supuesto su propio padre, veían a Jeffrey como alguien completamente inútil para sacarle algún provecho a su propia vida, más allá de fumar su marihuana y juntarse a jugar al pool con sus colegas rockeros en el bar de Grumpy's. Ahora estaban sorprendidos por el rumbo de los acontecimientos, y su experiencia policíaca —la poca que había adquirido estudiando en la academia— le decía que su hermano no solo había actuado con premeditación, sino que tampoco se marchó solo. No le había robado el coche, tampoco había hecho ruido al marcharse por la madrugada, y no podía haberse ido en un autobús porque no había ninguna línea nocturna que transitara cerca de su casa. Alguien tenía que haberlo recogido.

Dio un resoplido desconforme mientras tomaba los accesos a la carretera 20, pisando un poco más el acelerador mientras rebasaba una Chevrolet familiar. Una vez en autopista, se mantuvo a unos estables 110km/h mientras sujetaba el volante con una mano, para tomar su teléfono celular del bolsillo derecho de la chaqueta. Buscó en el directorio el teléfono de Jeffrey, tocó en la pantalla el botón verde, y esperó. Del otro lado ni siquiera dio tono, solamente la voz de la operadora indicando que el teléfono estaba desconectado o fuera de servicio. Era obvio, pensó. O lo había tirado a la basura en la primer parada que hizo, o lo había apagado sin más, pero no perdía nada con intentarlo.

Subió a 130km/h buscando acortar más distancia. Desconocía si el acompañante de Jeffrey había conducido hasta Atlanta haciendo hospedaje en algún sitio, o se habían detenido en algún momento para cargar combustible o comer algo. De todas formas, no importaba, pensó. Eran casi las nueve y media de la mañana, y Jeffrey llevaba como mínimo unas seis horas o más de ventaja sobre él. Sin embargo, no se quedaría de brazos cruzados, haría una primer parada a unos cien kilómetros desde donde se encontraba ahora mismo, tomaría un café para "intentar" desayunar algo y evitar conducir con el estómago en ayunas, y aprovecharía la ocasión para hacer un par de preguntas sobre los Rippers. Con suerte, podría encontrar alguien que le diera un mínimo de información sobre esos moteros.

Dios mío, pensó. Ni siquiera había asumido el cargo como policía cuando ya estaba realizando un seguimiento. Su atorada mente era un cúmulo de pensamientos, que oscilaban entre la nota que había dejado Jeffrey, recitando líneas sueltas casi de memoria, y la mañana en que habían ido al supermarket a comprar la comida, antes que llegara Suzanne. Este último pensamiento radicaba siempre en aquella frase que su hermano le había dicho: "Cuando seas un buen policía y tengas que arrestarme, dame algo de ventaja, hermanito."

¿Qué se escondía bajo aquella pregunta? Se repetía una y otra vez. Sentía como si de pronto su hermano le resultara un completo extraño, que poco y nada conocía de él. La horrible sensación de que había una historia oculta bajo todo aquello, era enorme y constante, oprimiéndole el pecho y haciendo que sus extremidades hormigueasen por los nervios y la ansiedad. Recordaba que cuando eran pequeños, y Jeffrey apenas era un crío enérgico y chillón correteando de aquí para allá, sabía muy bien cuando había hecho alguna travesura, porque de repente todo aquel torbellino de energía que lo caracterizaba, desaparecía. Se acercaba a él, o a su hermana mayor, y se sentaba muy quieto a su lado. Entonces le preguntaban si había pasado algo, y él negaba rotundamente. Luego le preguntaban qué hacía allí, por qué no estaba jugando, y entonces respondía que no tenía ganas, que estaba cansado. Ron y Suzanne salían a recorrer la casa, bajo la pregunta típica de "¿Qué hiciste, Jeff?" y descubrían una ventana rota del garaje, o la pelota pinchada, o una planta de su madre quebrada a la mitad. Pero esta vez había sido diferente, Jeffrey ya no era predecible, y eso significaba un peligro potencial.

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