Capítulo VIII
Capítulo VIII:
Un tiempo había transcurrido desde la caída de Constantinopla y la coronación de Mehmed II como "Kaiser I Rum", siguiendo el linaje de los Bizantinos debido a sus antepasados que contrajeron matrimonio con las Princesas de ese extinto Imperio. El entierro del Emperador Constantino XI Paleólogo y la decisión que había tomado León Basileus de que no se quedarían allí, había sido rápidamente expandido por todos los rincones de lo que ahora se conocía como Estambul. Muchos no podían dar crédito a lo que esas palabras tenían por significado. Los que se quedaban, en especial antiguos Aristócratas que se venían mucho más beneficiados por el Sultán y que trabajaban como sus Consejeros y hasta ocupaban cargos como de Generales y Comandantes de sus Ejércitos Imperiales, utilizaron todo lo que tenían bajo su ala para defenestrar la decisión del hermano del fallecido, diciendo que era un suicidio. Antiguos Nobles se burlaban de ellos, incluso de Helena y Leo Bashara por irse de Estambul y en medio de lo que se estaba viviendo en Rusia con las guerras para expulsar a los Mongoles de "La Horda de Oro" de sus tierras.
León, quien pasaba sus días conversando con el Sultán y reuniendo a todos los que quisieran acompañarlos, sentía una gran furia en su fuero interno al ver que los antiguos miembros que integraron la Corte Imperial Bizantina disfrutaban de su sufrimiento y hacían burlas contra él, peor Helena no se sentía ultrajada. Aquella mujer, al igual que Rea y muchas otras, no sentían contemplación por unos "perros falderos" que optaban por el dinero, cuando ya tenían más que suficiente y por el poder.
- ¿Crees que sus palabras pueden calar hondo en nuestras almas, Amor Mío?.- Preguntó la Princesa Guerrera, mientras que estaba acompañada por los hermanos Spontino, quienes estaban preparando las fraguas y que se quedarían allí.- Nosotros somos más que ellos. Las minorías no son más que simples grupos de alborotadores y buscapleitos que quieren más a cambio de favores. Ellos no hicieron nada a la hora de defender Constantinopla, sino de que se ocultaron tras bambalinas y salieron para arrodillarse ante sus nuevos Amos. Nosotros recorrimos mucho más mientras que sus padres y abuelos se unían con los "Cruzados" del "Imperio Latino". Esa es la diferencia que nos separada de esos perros falderos.- Sostuvo Helena y de ahí tomó su espada, la cual estaba reparada y afilada para poder partir a cualquier enemigo por la mitad.- Además, ¿desde cuando ellos blandieron un arma? ¿Pelearon en el frente?.
- No.- Respondió León, suspirando hondo, intentando comprender las palabras de su esposa.
- Exacto: No lo hicieron. Mira a esos avariciosos de los Lukantino y los Morenus, dos rancias familias que solo viven del negocio y la usura. Nosotros defendimos Constantinopla, ellos se tomaron su "barco privado" hacia las Islas de Quíos y Rodas para ponerse a salvo.- Defenestró Helena la memoria de esas personas.- Se ríen de nosotros y creen que nos masacrarán los Mongoles, pero les tengo una noticia: Ni mi marido, ni Rea, Bashara ni yo le tengo miedo a un grupito de cavernícolas. Además, con las armas de fuego recién traídas desde el Sacro Imperio y España, nos bastarán para causar temor en las filas de ellos.- Apuntó y de ahí escuchó un disparo.
Un grupo de Soldados estaban practicando tiro al blanco, observados por Acadio, uno de los Generales de León y la Familia Imperial. Para el militar, esa "tecnología" lo tenía más que asombrado, sobre todo con su poder de fuego, incluso para los Otomanos, quienes estaban comprando enormes cantidades de las mismas para sus futuras campañas.
- Muy bien.- Observó Acadio el mejoramiento de sus hombres y mujeres.- Pero recuerden esto: Nada de hacerse los héroes. No me vengan con tonterías como "voy a matar ese Mongol porque acabó con la vida de mi amigo". ¡NO!. Y lo mismo va para los que se distraigan.- Caminó hacia uno de sus Soldados, quien sostenía mal el arma de fuego y lo acomodó.- Por este tipo de errores, algunos pierden una mano o incluso un pie. Así que no sea duerman como él y tú aprende de que esto es para que el mismo error en el Futuro. Adonde vamos no estarán tus padres para cuidarte, ¿queda claro?. Este será un viaje sumamente peligroso. Puede que algunos no vuelvan y eso me incluye a mí, así que ojos bien abiertos y nada de estupideces.- Pedía el viejo General a los presentes, quienes acataron, enseguida, sus palabras.
Cada uno de los presentes acató la orden. Una vez concluido el último entrenamiento, guardaron las armas en unas cajas de madera que habían traído los marineros Otomanos y Bizantinos, procediendo a subirlas hacia unas carretas que traían consigo. Las primeras tropas que conformaban la "Fuerza Expedicionaria Imperial" estaba lista y con Celim a la cabeza de su gente, en nombre del Sultán Mehmed II, los Bizantinos estarían bajo el liderazgo de los "Últimos Paleólogos", Rea y Leo Bashara para iniciar el viaje.
Por la Ciudad de Estambul corrían muchos rumores acerca de la partida, que pronto se iniciaría pero desconocían su fecha. Los rivales de los Paleólogo creían que iba a ser pronto, ya que el Sultán estaba teniendo muchas reuniones con los presentes, así que no se podía omitir cualquier intento por ocultar todo rastro de evidencias descriptivas. Otros, los más moderados, optaban por no inmiscuirse en esos asuntos y concentrarse en sus labores como nuevos miembros de la Corte Otomana.
Volviendo con los Bizantinos, cada día que pasaba iban arribando familias, muchos de ellos eran personas de la ciudad y campesinos que preferían irse a vivir a otras tierras antes que estar sujetos a una nueva "administración". Cuando llegó el día del viaje, el Sultán se reunió con ellos, haciendo entrega de los Símbolos del Poder que, tal y como se había declarado, irían a parar para Rusia, mientras que Mehmed ostentaría los suyos propios, continuando con el Legado Bizantino.
Esa mañana había amanecido fría, el viento gélido chocaba contra ellos, las banderas se movían al compás del mismo, las Águilas estaban siendo sostenidas por un grupo de Soldados y Caballeros. Las tropas estaban organizadas y formadas, dirigidas por sus Comandantes y Oficiales de mayor o menor rango, cada uno llevaba sus armas respectivas y otros iban acompañando a los cañones que se transportaban junto a los arcabuces y mosquetes.
Desde el Palacio Imperial Dafne, contemplando y disfrutando de su belleza por última vez, León Basileus tocó las paredes de la misma y respiró hondo, inspirando profundo cuando llegó uno de sus Oficiales para informarle de que todos estaban listos para el viaje.
- ¿Ya están preparados?.- Preguntó León al Oficial Hefesto. Éste hizo entrechocar los talones y de ahí asintió con la cabeza.
- Lo estamos esperando, Mi Señor.- Informó aquel joven rubio.- Los carros están listos, la Artillería, los caballos, la comida y las tropas nuestras como las que envía el Sultán Mehmed II.- Informó el muchacho, quedando el lugar en un profundo silencio. Uno de misa, casi parecido al de una Iglesia cuando se llamaba a la oración. Palabras que se perdían en la lejanía de un espacio recortado, entre abiertos los corredores y al volverse, para verlo de frente, León supo que ya no se podía hacer esperar más el tiempo pero sus piernas no parecían responderle.
Tenía la voluntad de irse de allí pero era como si alguna fuerza le impidiera alejarse del Palacio Imperial Dafne, arrastrándolo, nuevamente, hacia el interior. ¿Qué podía pasar si decía que no?. Cuando había hablado con Mehmed, éste lo reconoció para ser libre, de que no tenía que preocuparse por su destino, ya que el Futuro le pertenecía a él. Era su historia. Tantas veces que había oído hablar a sus padres, antes de morir bajo una edad tan joven, donde les contaban acerca de las aventuras y odiseas de diversos héroes mitológicos. Pero ahora se sentía perdido, aturdido y sin querer alejarse de la tierra que lo vio nacer.
- Mi Señor, si me permite.- Pidió Hefesto su palabra para poder dirigirse hacia éste. Le fue concedido y de ahí habló.- Sé lo que se siente el tener que dejar atrás la tierra que una vez estuvo con usted, que se sintió unido a la misma y sin querer alejarse pero tampoco puede anclarse al Pasado.- Lo dicho por aquel Oficial lo tomó por sorpresa y eso le llevó a que abriera los ojos. Vio como el muchacho caminaba de un lado para el otro, reflexionando.- ¿Sabe?. Yo siempre me mantuve leal a usted y la Familia Paleóloga, ahora que ya no está más, como gobernantes, ahora debo seguir con mi convicción, tal y como dijo Mehmed: Somos dueños de nuestro destino y Futuro. Pero no podemos permanecer callados y en las sombras de las dudas, mientras que nuestros enemigos internos como aquellos que dejaron de lado a su gente y pasaron a vivir con el exceso del lujo, teniendo ya enormes fortunas. Esos van a caer por su propio peso, mientras que nosotros prosperaremos. No lo olvide, Mi Señor. A todos ellos que cometan acciones en contra de lo que deberían seguir, pagarán las cosecuencias.
- Tienes razón, Hefesto. Estás en lo correcto.- Le respaldó León y de ahí volvió la mirada hacia el inmueble.- Me costará y mucho dejar estas tierras pero, por otro lado, con ver que nuestra gente prosperará, eso es lo único que me importa, además de Helena y mis amigos.-
- Entonces cumpla su destino, Mi Señor, no deje que el miedo lo domine. Estamos a las puertas del Futuro y ya no hay vuelta atrás para nosotros.- Alegó Hefesto.
No perdieron ni un segundo más y fueron para donde estaba la caravana reunida, en formación y con las tropas tanto Bizantinas como Otomanas. Celim yacía bajo el mando de las segundas y Bashara junto a Helena y los otros tenían a los primeros. Desde un Centro levantado por los mismos, ante los civiles y Soldados que estaban a la espera por saber qué clase de destino les aguardaba, vieron que León caminaba hasta detenerse frente a todos ellos, acompañado por Hefesto y los demás Oficiales.
- Sé que muchos de ustedes hubieran deseado que las cosas fueran distintas y que los Paleólogo continuaran gobernando. Muchos dejarán de lado sus antiguas tierras, propiedades y amistades. Reconozco ese dolor en sus corazones, pero la decisión que todos ustedes han tomado y que es verídica, nos señala que ya no hay marcha atrás para nosotros pero, para serles franco, para aquellos que no quieran irse, aún están a tiempo de hacerlo. Solo díganlo y se les respetará.- Habló con discurso un tanto motivado para los presentes.
Algunos de los campesinos, artesanos, herreros, orfebres, entre otros tantos, se miraron entre sí, buscando la respuesta a sus preguntas pero nadie daba un paso al frente. León y Bashara los observaban, Celim también y sobre todo a la bella Princesa Guerrera Rea, quien había cautivado el corazón y espíritu del Otomano rubio. Él esperaba de aquella chica no se fuera a quedar, aunque, si ocurría lo contrario, de que se fuera con ellos, tenía que aprovechar el momento para decirle lo que sentía por la citada y no dejar pasar el tiempo. Pronto, volviendo la mirada hacia donde estaba el peli negro, éste notó que alguien levantaba la mano.
- El propio Sultán dijo de que no había que tener miedo a la hora de enfrentarse a la realidad: Nosotros elegimos venir hasta aquí, buscar un nuevo hogar y establecernos. Sé que será un camino complicado, pero tampoco pienso quedarme de brazos cruzados y esperar a que alguien nos lo resuelva.- Habló Rea, dando un paso al frente, llamando la atención de todos ellos.- Además, ¿de qué miedo vamos a escondernos?. Ya nos tocó vivir demasiado cuando nos conquistaron los "Cruzados" y luego sufrimos una devastación con ese terremoto y la "Peste Negra". Así que no pienso quedarme aquí y ver cómo el terror nos quieren ganar. Yo deseo un buen Futuro para todos nosotros.
Esas palabras se extendieron hasta más allá de donde se encontraba la Princesa Guerrera, era como si se tratara de una especie de "vendaval" que alcanzaba a más de uno, sintiéndose renovado, inspirado y con las fuerzas necesarias para seguir adelante, combatir y ganar. León supo que su gente los necesitaba. Miró a Helena y la chica puso su mano en los hombros de éste, llevando a que la mirara y de ahí la notara, inspirada por lo que él dijo y también por Rea.
- Entonces que así sea. ¡Atención!.- Llamó León a los presentes, quienes se subieron a los caballos y las carretas.
Pronto, la enorme caravana de refugiados se preparó para avanzar. Los primeros en ir fueron la Caballería y las tropas Bizantino-Otomanas, comandadas por el citado personaje, su esposa, Leo Bashara y Celim, los cuales los lideraban a la cabeza. Acto seguido vinieron los demás, con paso firme, como si de una marea se tratara, iban enfilando hacia donde estaban las Puertas de Estambul, siendo observados por sus habitantes, entre locales y extranjeros, sus recientes conquistadores, ninguno decía palabra alguna, salvo por los que les deseaban buena suerte, de que continuaran adelante y que nunca se rindieran. León miró hacia una parte, justo en un edificio, en el cual estaban las familias que, ahora, servían al Sultán y les dirigió una mirada fría, cosa que los intimidó, al haber estados ellos haciendo lo mismo durante tanto tiempo, burlándose de sus preparativos y el viaje que harían. Ahora les estaba devolviendo esa "puñalada" y era más que bien recibida. Sujetando las bridas de su caballo, infló el pecho, miró hacia adelante y continuó con el liderazgo de la gente, mientras que las primeras columnas de los Ejércitos iban saliendo hacia el exterior.
Desde su tienda de campaña, la cual funcionaba, todavía, como su Cuartel General, el Sultán Mehmed II El Conquistador salió hacia afuera para contemplar la marcha de esas personas y Soldados. Acompañado por sus Consejeros, Comandantes, Generales y demás miembros de suma importancia, el pelirrojo fue solo hasta donde se encontraba León y Helena, llevando a que se detuvieran. Ambos quedaron mirándose, el uno con el otro y fue entonces que el Monarca Otomano le hizo entrega de su espada, la misma con la que había tomado la antigua Capital Imperial de Bizancio. La sorpresa que se llevó el peli negro fue enorme ante ese gesto de su viejo enemigo.
- No, no podría...No puedo.- Se negó y quiso devolverla.
- Llévatela contigo. Te será de mucha ayuda para cuando hayan problemas. Además, considérala como mi mayor deseo para ustedes, de que consigan lo buscan.- Dijo, alzando una mano en el aire y con ello, quedaron en silencio, mientras que los vientos movían sus cabellos. Los Soldados miraban, algunos pensaban de que esto podía tratarse de alguna trampa pero el Sultán, estando allí, solo, sin su escolta ni la "Guardia de Élite" que llevaba consigo, lo convertía en un digno personaje de ser relatado en las historias que iban a venir.
León, por su parte, pensativo, sostenía la espada en sus manos, examinando cada centímetro y el filo de su hoja. Estaba recientemente afilada, podía sentirla contra su piel, evitando no cortarse. En un momento dado, la levantó, en compañía de la suya y con ello las levantó en el aire, trazando una serie de arcos hasta que pudo sentirlo: El brillo, el Sol reflejado sobre el metal, el color que ofrecía y con ello venía esa inspiración que tanto se había perdido. ¿Estaba soñando?. No, era imposible. Él supo de que, en algún momento de su vida, llegaría a dar todo por su gente y era allí donde las cosas cambiaban rotundamente.
Envainó la espada y tendió su mano hacia Mehmed II, quien se la estrechó, fuertemente y que duró un buen rato.
https://youtu.be/im5CIpMFo4Q
- Fuimos enemigos y ahora me voy despidiendo de alguien a quien puedo considerar un amigo. Uno de estos días, cuando nos hayamos instalado, volveré para visitarlos. Lo prometo.- Dio León su palabra al Sultán, quien asintió con la cabeza.
- Y sé que lo harás. Ahora, cumple con tu destino, guía a tu pueblo hacia el Futuro.- Le deseó el pelirrojo.- Que Alá los cuide en este camino.
- Y que Dios te ilumine a ti, Mehmed II El Conquistador.- Finalizó y tras despedirse, se reanudó la marcha hacia el Este.
Se quedó unos momentos, observando el avance de las caravanas, entre caballos y hombres, familias enteras, que se iban perdiendo, poco a poco, en el horizonte de unas tierras que ellos iban a enfrentarse. Unas donde ya los Griegos y Romanos pisaron, enfrentándose a distintos enemigos y que luego fueron invadidas por los Mongoles. Ahora, "La Horda de Oro" estaba en retroceso, los viejos tiempos de Genghis Khan habían terminado pero todavía quedaban algunos que buscaban, recelosos de su Pasado, obtener esa antigua Gloria perdida en las páginas de la Historia.
El viento movía los cabellos bien peinados y su barba recientemente afeitada, pequeñas estelas de polvo, motas de arena y partículas de tierra flotaban en el aire, cubriendo el paso de los que se iban. Pronto, desde sus distintas posiciones, sea en el exterior o en la ciudad, la enorme columna de refugiados y Soldados desapareció ante la vista de todos ellos. Un Soldado llegó a todo galope, a caballo, deteniéndose ante el Sultán.
- Su Alteza.- Habló el enviado y sacó, dentro de una pequeña falquitrera de cuero y atada en su cintura, un pergamino enrollado con un listón rojo.- Mensaje de Zagos de Lidia.-
Mehmed se puso a leer el contenido, siempre atento a cada palabra y de ahí se lo devolvió.
- Que se envíen mensajeros a todos los Visires del Imperio Otomano: Todo aquel que ataque a las caravanas de los Paleólogos se las verá conmigo y serán castigados con la Pena Máxima, la Muerte. Sumado a ello, ordene que todos los Ejércitos que están combatiendo en Trebisonda y el Despotado de Morea que permanezcan allí, que se hagan informes diarios desde y hasta Constantinopla y las demás regiones.- Impartió sus órdenes al joven Soldado, quien acató y montó a su caballo, poniendo rumbo para la ciudad.- ¿Hay algo más que quiera compartir conmigo?.
- Sí, Su Majestad: Las familias que están con ustedes, sobre todo esos Morenus y otras más han estado transmitiendo noticias falsas acerca de que los Paleólogos se han llevado los Símbolos Imperiales a Rusia.- Respondió éste.
- Entonces es verdad.- Respondió Mehmed con suma calma.
- Pero, Señor...- Iba a decir el emisario.
- No. ¿Por qué deberíamos quedarnos con eso que no nos pertenece?. Que esas familias digan lo que quieran, pero León sabe muy bien que debe continuar el legado. Responda a esta pregunta: Si yo muriera, sea de causas naturales o en el campo de batalla, ¿qué pasaría con esos Símbolos?.- Preguntó al chico.
- Se perderían.- Dijo.
- Exacto y peor aún: Los venderían para ganar más dinero. Igual que Andrés Paleólogo, quien se ha ido a España para entregar sus Títulos Nobiliarios a los "Reyes Católicos". Además, Soldado, que sepan que yo también tengo Sangre Bizantina que corre por mis venas, así que no me vean como un "extranjero" cualquiera. Si lo soy, pero también estoy unido a la Dinastía Paleóloga y las otras anteriores.- Señaló y tras subirse él también a su caballo, fueron poniendo rumbo hacia la Capital.-
- ¿Desea que haga algo con la Familia Morenus?.- Inquirió el mensajero.
- Mantén a esos traidores bien vigilados. Si tratan algo, sea contra nuestra gente o los Bizantinos, me lo informas de inmediato. Los podría enviar, de una patada y con la Pena del Exilio, para los Balcanes o Grecia, donde el Visir Mullá de Atenas se hará cargo de ellos.- Confió en aquel Gobernador esa tarea y de ahí dirigió, por última vez, su mirada hacia el Norte.- Buen viaje, amigo mío. Un día de estos nos volveremos a ver, aún si pasan los años, nos reencontraremos.- Prometió Mehmed y de ahí fueron iniciando el viaje hacia Bizancio.
https://youtu.be/LUO5qhpD2pA
Celim cabalgaba a toda velocidad, como un rayo que cruza los Cielos, listo para estallar, sintiendo el viento en la cara, llevando su Yelmo Otomano a su lado, mientras que sus cabellos y bigote rubios se movían al compás del Elemento. Éste había ido, en compañía de un pequeño pero aguerrido Destacamento de Caballería e Infantería Ligera y Pesada, con dos misiones: La primera en revisar y despejar el camino, ya que podían encontrarse con bandas de salteadores y forajidos que asaltaban las caravanas y la segunda era buscar un sitio donde acampar para cuando llegara el Crepúsculo. Se sentía muy enérgico y al espolear a su corcel negro, bajó desde la pendiente de una serie de colinas hasta alcanzar una serie de valles, en donde le estaban esperando los miembros de su grupo armado.
- Capitán Mulá, ¿qué noticias hay del frente?.- Se dirigió el joven de 2 metros al militar más experimentado.
- Todo despejado en esta región, Mi Teniente. Aunque muchos han sugerido de atravesar el valle, ya que puede ser considerado un sitio inseguro y perfecto para un ataque enemigo, en especial de los Mongoles. Hemos hablado con algunos campesinos y de las aldeas de esta zona y muchos hablan de la ferocidad de esos guerreros.- Informó el Otomano de barba gris.
Celim se quedó pensativo y justo oyó que alguien iba hacia ellos. Se giró y vio que se trataba de León y Helena, los cuales venían acompañados por Leo Bashara y Rea. La última de ellos, aquella Princesa Guerrera no llevaba puesto su yelmo, salvo por le jubón y el peto que cubrían su pecho pero hacía resaltar su esbelta figura, provocando que el rubio se diera la vuelta, reprimiendo cualquier intento de parecer "blando" ante la belleza de aquella Bizantina armada. Fue entonces que, aclarándose la garganta, encaró a los presentes.
- El Capitán Mulá y mis hombres hemos revisado esta región: Está despejada pero muchos sostienen de que deberíamos seguir para buscar un sitio más seguro. Se habla de que los Mongoles de "La Horda de Oro" llevan a cabo incursiones contra las aldeas y campos aledaños para saquear y cometer incendios.- Dio a conocer su informe de la situación. Leo miró para las Montañas de Anatolia, las cuales estaban quedando atrás.
Habían pasado un par de días desde que dejaron atrás Bizancio y ya podían sentir el fresco del Mar Mediterráneo Oriental en sus rostros.
- De haber sido así, menos mal que no fuimos por Armenia.- Sostuvo Helena.
- Ni en broma paso por allí: Los Mongoles dejaron una senda de muerte y destrucción cuando penetraron por el Cáucaso y ejecutar a muchos Príncipes Eslavos y Reyes como a Jorge IV de Georgia.- Apuntó Leo, quien sentía odio hacia ese grupo étnico.- Si Celim y Mulá dicen que es inseguro este lugar, yo voto por seguir la marcha.-
- Estoy con Leo.- Respondió León, dado un paso al frente.- Pero pararemos aquí unas horas para que la gente coma, se lave y continuamos para el Norte. Creo que, si todo va bien y no nos persiguen las nevadas, las últimas de la Primavera, llegaremos a Rusia en unas tres semanas, como máximo o mucho menos.- Argumentó el peli negro, mientras que descendía de su caballo y lo dejaba para que fuera a correr por los valles, al igual que sus otros hermanos equinos, así también para que se alimentaran y recuperara fuerzas.
- De acuerdo, daré la orden de detenernos.- Intercedió Rea.
- No, no, tranquila, yo voy. Usted descanse, Princesa.- Intervino Celim, llamando la atención de la chica. Lo tenía cerca e iba a decir algo, pero se encogió de hombros.
- Bueno, ya que así deseas.- Alegó la muchacha y de ahí el Teniente del Sultán dio la señal para que todos se detuvieran.
La gente desenganchó a los caballos de sus carros y carretas, muchos pudieron bajar y estirar las piernas, descansar y lavarse. Estaban en una zona bastante tranquila, entre los valles, los bosques y el Río que corría, desde las montañas hasta la desembocadura en el Mar Mediterráneo, invitaba a más de uno para que recuperaran sus fuerzas.
Algunos se pusieron a comer, otros hablaban, mientras que se formaban grupos de patrullas que recorrerían la región por si había peligro. No estaban más de 12 kilómetros de alcanzar la frontera con Grecia pero el plan que había elaborado León junto a su esposa era que seguirían, desde Asia Menor, bordeando el Helesponto hasta alcanzar las tierras rusas, debido a que no contaban con navíos capaces de transportar a tanta gente hacia la frontera europea.
En una mesa que levantaron los Paleólogo, allí se reunió el "Estado Mayor" del Ejército junto a los miembros que partían hacia un nuevo destino. Mientras tanto, Rea iba recorriendo la zona, solo con su peto y una poderosa espada, así como también su carcaj con flechas. Celim, quien venía de traer varios baldes con agua fresca del río, la vio y le entregó los mismos a un grupo de Mozos de Caballería, quienes la iban a distribuir entre los civiles y militares.
- Oye.- Oyó la voz de esa chica.- ¿Acaso estás interesado en algo?.
- ¿Cómo?.- Los ojos del rubio Otomano se abrieron como si fueran platos ante semejante pregunta.-
- Lo que escuchaste: Te voy muy apegado a mí, desde que nos vimos en esos momentos en las afueras del Palacio Imperial Dafne.- Argumentó la Princesa, quien tomó asiento en el piso.- Ufff, necesitaba descansar un rato.
Se soltó sus cabellos al aire y eso la hacía ver más bonita. Celim permanecía callado ante aquel hecho, a pesar de ser uno de los hombres más importantes del Sultán, ahora le costaba expresar sus sentimientos por la belleza de esa muchacha. Intentó disimular que lo que hacía no era más que una "tarea" a cumplir pero ésta misma le terminó por traicionar en aquel momento tan inoportuno.
Por su parte, desde las montañas, un jinete solitario iba galopando a toda velocidad hasta que llegó a una confluencia de caminos nevados y con una serie de rocas que acababan de desprenderse desde sus alturas, provocando que parte del mismo resultara un poco peligroso para cruzarlo. Allí, un hombre semi-calvo pero con una cola de caballo, al igual que su barba negra como el Ébano, vestido con una Armadura que iba desde ese color al rojo fuego, se hallaba de pie con sus Ejércitos a la espera de nuevas órdenes.
- ¡Señor!.- Llamó uno de los jinetes al Líder. Éste levantó una mano, deteniendo a un arquero que estaba por disparar al que llegaba pero lo bajó al instante. El jinete se detuvo y de ahí presentó sus respetos.
- Gran Ododei, han llegado unos extranjeros acompañados por los Otomanos.- Informó éste, dándole las primeras informaciones. Al hombre que estaba al mando de esas fuerzas le parecía raro pero al escuchar el nombre de los segundos, un sentimiento de odio infundió su ser hasta alcanzar un grado sumamente aterrador. Algunos de sus miembros se miraron entre ellos y le hizo una seña de que continuara hablando.- Creo que pueden ser Bizantinos, hace poco cayó Constantinopla a manos de Mehmed II y parecen estar llevando muchos tesoros consigo. Puede que tengan más con ellos.- Siguió y aquello se "contagió" entre los miembros de las huestes.
Muchos estaban ansiando, no solo disfrutar de esos viejos tiempos de saqueo, incendios, muerte y pillaje, sino de que deseaban poder volver revivir el Imperio Mongol que ya no estaba más entre ellos. Ododei se giró con su caballo hacia sus hombres y transmitió una serie de órdenes.
- Los Otomanos, durante los tiempos de Tamerlán El Cruel de Asia Menor, fueron vencidos por él durante la Batalla de Ankara, envenenando los Pozos de Agua, ahora veo que estamos en decadencia pero siempre existirán esos momentos de reconstrucción.- Dio esas palabras, las cuales calaban hondo en sus huestes.- Y ahora les pregunto esto: ¿Quieren vivir en el Olvido o pasar a la Gloria como Héroes? ¡¿No desean probar la sangre en el campo de batalla?! ¡¿Los tesoros?! ¡¿Las mujeres?!.- Preguntaba y bramaba. Con cada palabra que expulsaba desde su fuero interno los iba convenciendo aún más. Muchos alzaron sus armas, gritaron de la emoción y pedían empezar con la ofensiva.- ¡Entonces no perdamos esta oportunidad! ¡Es tiempo de reclamar lo que nos pertenece por derecho! ¡Aplastemos a esos perros de Mehmed II, conquistemos el botín y veremos renacer a un nuevo Imperio que hará temblar los mismos cimientos de este Mundo!.-
Entre espadas, lanzas, arcos, ballestas e incluso algunos que portaban arcabuces y otras armas de fuego, los Mongoles de Ododei, insuflados por las palabras de aquel Líder, formaron filas y comenzaron a marchar, bajando desde las montañas hacia los valles para atacar a los que estaban allí, listos para cumplir con sus deseos más profundos.
- Vamos, estoy esperando tu respuesta.- Decía Rea, mientras que permanecía cerca de Celim. El Otomano no sabía qué decir en esos momentos, iba a hablarle pero, de golpe, algo llamó su atención, después de haber dejado atrás el río con la chica, sintió que algo le pasaba rozando el rostro y unos pequeños cabellos suyos de su bigote salieron disparados hacia varias partes del aire, cayendo en el piso. Cerca de ellos, una flecha había impactado el escudo de uno de los miembros de la "Fuerza Expedicionaria Otomana". El escudero se quedó helado y apuntó hacia el Norte, temblando del miedo y sorprendido, mientras que una densa polvareda se levantaba, desde las pendientes montañosas hasta donde estaban ellos.
Uno de los músicos militares tomó su trompeta y la hizo sonar con todas sus fuerzas. El eco se expandió. La gente dejó lo que estaban haciendo. Celim, Rea, León, Helena y Bashara pararon con la charla y fue entonces que se llamó a las armas.
- ¡¿Qué sucede?!.- Corrió el hermano de Constantino XI Paleólogo hasta donde se hallaba uno de sus hombres.
- ¡Mongoles! ¡Hacia el Norte!.- Alertó el Centinela, llevando a que hiciera sonar su trompeta y de ahí empezó a escucharse por todo el valle.
- ¡A SUS PUESTOS DE BATALLA!.- Ordenó Helena, mientras que se iba vistiendo con su Armadura, Yelmo y espada.
https://youtu.be/0l8JQIEqT_4
León corrió y fue a por su espada. Una vez que salió de su tienda improvisada, notó que los Bizantinos y Otomanos iban tomando posiciones de defensa. Los espadachines, la Infantería Ligera, Pesada, así como también la Artillería y la Caballería traían a sus caballos y cañones. Los artilleros los colocaron, apuntando hacia el Norte. Más de éstos conformaron una "Línea de Defensa Central". El Capitán Mullá y sus hombres formaron a la Vanguardia de la Caballería Otomana junto a los Bachibuzuk y los Jenízaros para cerrarles el paso a los enemigos.
El Oficial Imperial Bashara tenía el Ala Derecha lista para pelear y proteger a los civiles, quienes eran llevados por un nutrido grupo de militares Bizantinos y Otomanos hacia las montañas para que estuvieran a salvo.
- ¡Vamos, vamos, no se detengan, sigan! ¡Sigan!.- Les animaba Bashara a todos ellos y en medio del repliegue llamó a uno de sus Oficiales.- ¡Heracles! ¡Heracles!.- Agitó el brazo derecho en el aire y un joven de caballo castaño llegó hasta él.
- ¡Ordene, Mi Teniente!.- Acató éste su llamado.
- ¡Te dejo el mando de los civiles y las tropas! ¡Permanezcan en las montañas hasta que el peligro haya pasado!.- Le encomendó esa orden y sin decir nada más, partió pero Bashara le tomó del hombro.- ¡Protege los Símbolos Imperiales junto a tus hombres, no dejes que esos salvajes se los apoderen!.
Rápido como el rayo, Heracles se puso al mando de aquellos Contingentes y Batallones, llevando hacia la seguridad a esas personas que huían con miedo en sus rostros.
Rea salió de su tienda improvisada, una vez que éstas fueran desmontadas y se instalaran una serie de empalizadas con fortificaciones para evitar que los enemigos pudieran incendiarlas, protegida por su Armadura de Placas, ésta era ligera pero resistía a cualquier ataque por parte de las flechas y dardos. Celim, por su parte, conformó el Ala Izquierda, lista para cerrarles el paso a los enemigos y de ahí unir sus fuerzas con las de Bashara y el matrimonio.
Vio pasar a Rea, montada en su caballo y su espada en mano, maldiciendo ese momento por no haber podido decirle lo que sentía. Aún así, lo mantuvo resguardado dentro suyo y fue a ponerse en pie de guerra contra los Mongoles que avanzaban hacia ellos.
Una vez que las huestes de Ododei hubieran dejado las pendientes montañosas, iniciaron su rápido asalto contra los valles, listos para atacar y habiendo formado un impresionante "Muro" de Mongoles, quienes iban armados con lanzas, espadas, arcos, flechas e incluso armas de fuego como arcabuces y mosquetes. Desde su puesto como Líder de la Avanzada, el hombre lanzó un poderoso grito de guerra, en su lengua natal, contra los adversarios.
- ¡POR EL GRAN KHAN!.- Exclamó, a todo pulmón e insuflando, aún más, los ánimos belicosos de sus huestes.
Por su parte, los artilleros ya estaban listos, con las antorchas encendidas y los cañones apuntando hacia ellos, estaban a la espera de sus Comandantes para iniciar los bombardeos en en el momento en que ingresando dentro de su "Línea de Tiro". El humo que provenían de aquellos objetos, elevándose por los Cielos, a la espera de que pudieran abrir fuego contra las primeras líneas enemigas. Detrás y adelante de los cañoneros tomaron posición los arqueros y ballesteros. Algunos habían untado veneno en sus proyectiles con punta para causar mayor daño en los adversarios, mientras que los arcabuceros y mosqueteros tenían listas sus armas junto a la pólvora y las municiones, mientras que cada Comandante, Oficial y Suboficial, respectivamente, tenía asignada sus formaciones de defensa.
Por su parte, el Jefe Ododei mandó a sus arqueros a caballo para que se adelantaran y de ahí tensaron las cuerdas de sus arcos, manteniendo un perfecto equilibrio sobre los equinos, permitiendo disparar contra los otros. Igual que en los tiempos de la Edad Antigua, cuando la Caballería del Imperio Parto causaba estragos en las Legiones de Roma, los Bizantinos revivieron aquellos viejos recuerdos del Pasado pero no iban a dejarse llevar. Cuando Leo y León vieron la carga con flechas y dardos enemiga, galoparon hasta donde estaban sus Soldados.
- ¡ESCUDEROS, DEFENSA!.- Impartió el Oficial Imperial a sus Batallones de Infantería.
- ¡YA OYERON: ESCUDOS ARRIBA!.- Transmitió el Comandante Teófanes a sus Camaradas de Armas.
En ese preciso segundo, volaron las flechas y dardos enemigos, cubriendo los Cielos igual que las nubes negras que anuncian la llegada de las lluvias pero antes de que pudieran golpear a sus objetivos, las mismas se quedaron incrustadas en los escudos de metal, aunque algunos fueron alcanzados y cayeron heridos, derramando la primera sangre contra el suelo.
Ododei sonrió al ver que estaban causando miedo, podía saborear aquella emoción en el aire y con su espada desenvainada, dirigió las primeras oleadas de sus huestes contra ellos.
- ¡ARQUEROS! ¡BALLESTEROS! ¡AHORA!.- Ordenó el Teniente Mílciades de Halicarnaso, llevando a que respondieran al fuego.
Bizantinos y Otomanos dispararon repetidas lluvias de proyectiles contra ellos. Los primeros en caer fueron los jinetes, ya que éstos les apuntaban para no matar a los caballos. Uno tras otro, los adversarios caían víctimas, entre muertos y heridos, tomando por sorpresa a Ododei, pero éste no se iba a rendir en lo absoluto.
- Envíen a la Infantería Ligera y Pesada. Que entren en combate.- Ordenó el Mongol a sus Comandantes y éstos transmitieron sus órdenes en directo.
Mientras que la Caballería del adversario chocaba contra la de ambas civilizaciones, llegaron los arcabuceros y mosqueteros, quienes se posicionaron y dispararon aquellos proyectiles balísticos. Los primeros Mongoles en caer eran vistos, con asombro, por sus Camaradas de Armas, ya que tenían impactos en el pecho, estómago y la cabeza, desplomándose sin vida o heridos de gravedad contra la superficie. Uno de ellos atisbó el humo que emanaban esas armas de fuego y de ahí vino otro ataque, esta vez a pie.
El Comandante Murad del "Cuerpo de Élite de los Jenízaros", había sido enviado junto a Celim y estaban enfrascados en un feroz combate contra los Mongoles, quienes ya estaban entrando en sus líneas de defensa. León, Helena y Bashara entraron en combate, abriéndose camino y embistiendo a los enemigos con sus tropas, provocando una "brecha" que separó a ambas Alas de Combate unas de otras. Por su parte, Celim estaba con los suyos, mientras que veía a Rea combatir, a diestra y siniestra, con su espada en mano. Un Mongol cayó decapitado, otro quedó con su cuello cercenado, casi a la mitad y con la misma colgando del tronco, derramando su sangre, la cual caía a borbotones, mientras que los primeros bombardeos con los cañones entraron en su fase inicial.
- ¡VAMOS, VAMOS! ¡HAY QUE HACERLOS RETROCEDER!.- Pidió León, quien ensartó a un enemigo con su espada. Otro golpeó su Armadura con un poderoso arco descendente, provocando un terrible chirrido metálico que lo dejó impactado hasta que perdió su oportunidad de matar al Bizantino, ya que éste le atravesó el abdomen hasta matarlo. Un tercero pereció de la misma forma, igual que su compañero que venía por delante.
Helena era alguien a la cual podía describirse como una auténtica Princesa Guerrera junto a Rea, ya que ninguna de las dos cedía terreno. Ambas se habían convertido en la pesadilla de los Mongoles, mientras que reunían a más efectivos, llevando a que Ododei comenzara a replantearse mejor su estrategia, si era que deseaba continuarla o perder a sus huestes en poco tiempo. Aún así, él había prometido un botín para sus huestes, uno que superaría, con creces, a cualquiera que hubieran tomado sus Ancestros en el Pasado.
El Teniente del Sultán, Celim, había matado a otro Mongol que se interpuso en su camino y miró el campo de batalla: Por ambas partes de la contienda yacían los muertos y heridos, la sangre que se mezclaba con la tierra hasta adquirir una tonalidad oscura, debido al Óxido que poseía la primera. Con la mirada buscaba a sus Camaradas y también a los Bizantinos hasta que, de golpe, divisó a la Princesa Rea, quien estaba combatiendo contra un Mongol pero éste le jugó un "Truco Sucio", tirándole polvo en la cara, llevando a que le entrara en los ojos y quedara indefensa. Dándole la espalda, el adversario se preparó para matarla pero, al momento de cumplir con su misión, alguien se interpuso.
Cuando se quitó el polvo de sus ojos, la chica notó que Celim había atravesado al Mongol con su espada, justo en la zona del estómago. La sangre comenzó a brotar de su herida y soltó su arma pero, para sorpresa de ella, el joven también fue alcanzado, en el abdomen. Ambos cayeron al piso, uno muerto y el otro herido. La joven recostó al Otomano y procedió a ver qué tan grave era su herida.
- No...¡No, Celim, no! ¡¿Por qué lo hiciste?!.- Preguntó ella, con lágrimas en los ojos.
- Iban...Iban a matarla...no podía dejarle...ganar.- Respondió, con la voz entrecortada y la falta de fuerzas. Ella tomó su rostro, en agradecimiento, mientras que alzaba la suya hacia el campo de batalla.
- ¡Médico! ¡Necesito a un médico!.- Exclamó y el primero en oírla fue León.
- ¡Resistan!.- Pidió y se trajo uno de sus doctores, siendo acompañados por Bashara y Helena.
A su vez, las huestes de Ododei quedaron destruidas en ambos flancos. Cargando a sus muertos y heridos, además de que eran perseguidos por la Caballería Bizantino-Otomana, el Comandante Mongol había dado la orden de retirarse. Se iban con las manos vacías y enormes bajas en sus filas.
Por su parte, al llegar hasta donde estaban Rea y Celim, el médico que se trajeron examinó su herida y procedieron a llevarlo arriba de un escudo, como si fuera una camilla improvisada, hasta el campamento.
- ¿Cómo está, Doctor Teófilo?.- Preguntó la Princesa Guerrera, quien se había quitado su Armadura de Placas.
- A pesar de que tiene una herida seria, no ha sido más que superficial. Ningún órgano, arteria o vena de importancia han sido afectadas, pero deberá guardar reposo hasta que sane, ya que se debe evitar cualquier infección bacteriana.- Respondió aquel médico, aplicando un ungüento sobre la superficie afectada y tras haberla cosido con aguja e hilo, dejó al Otomano en reposo hasta que sanara.
Esa noticia fue de sumo alivio pero, todavía, no podían cantar victoria y eso se manifestaba en el rostro del matrimonio, el Oficial Imperial y los otros que se encontraban allí, debido a que, aún, les faltaba un buen tramo de terreno para llegar hasta su destino final: Rusia.
- De acuerdo, ahora llamaré a una reunión con el Estado Mayor y de ahí iremos reorganizando todo. Vamos a tener que cubrir nuestras huellas hasta llegar a Rusia.- Informó León a los presentes y de ahí procedieron a retirarse, mientras que Celim y Rea quedaban solos en aquella tienda que se usó como hospital de campaña.
[Una dura batalla y con ello nos encontramos en la recta final, de este Arco I, el cual contará con 10 diez capítulos en total.
¿Podrán llegar a Rusia? ¿Celim se recuperará?. Eso lo veremos en el capítulo que viene.
Mando saludos y agradecimientos para todos ustedes, amigos. Cuídense y espero que hayan pasado un...
¡Feliz Samhain/Halloween 2022!].
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